Siempre había besos y caricias cuando estaban solos, acompañados de gemidos y suspiros. Él nunca parecía tener bastante, pero mantenía su promesa y daba por terminadas las cosas antes de que escaparan a su control. A veces empezaba a pensar que había encontrado a una mujer en la que podía confiar.
—Oye —dijo ella con voz ronca—. Hacía mucho rato que no fruncías el ceño. Hoy no se permiten pensamientos serios.
—Sí, señora. ¿Lo estás pasando bien?
—Ha sido muy divertido y relajante. Gracias por pedirme que viniera. Lo he pasado muy bien contigo y con Camila. Tiene mucha suerte de tener un padre como tú, ¿Lo sabías?
—Yo creo que tengo la misma suerte de tenerla a ella —miró hacia el campo, donde Camila se había distraído de su propósito original y estaba persiguiendo una mariposa—. La vida sería muy vulgar sin ella.
—Me gustaría que mi padre hubiera sentido por mí la décima parte de lo que tú sientes por Camila —susurró.
Su melancolía era tan fuerte, sus sentimientos hacia un hombre que no había conocido tan intensos, que él sintió pena por ella.
—¿Cómo es que nunca conociste a tu padre? —ella miró al cielo, dándole la impresión de que intentaría evitar la respuesta si podía. Pero no iba a dejar que se librase tan fácilmente—. Cuéntamelo, cariño. No te preguntaría si no me interesara la respuesta. Quiero saber quién es Paula Chaves, de dónde viene y dónde ha estado. ¿Es mucho preguntar?
Ella se mordió el labio inferior y él notó que había miedo en su mirada.
—No, no es mucho preguntar.
—Entonces, cuéntamelo.
—Es difícil decirte que no, ¿Lo sabías?
—¿Estás diciendo que soy irresistible? —dijo levantando una ceja.
—Sí, más o menos —le apartó un mechón de pelo de la cara. Otra táctica dilatoria, pensó él. Después de un rato ella por fin habló—. Mi madre tenía diecisiete años cuando se quedó embarazada y el chico con el que salía dijo que él no era el padre, porque no quería la responsabilidad de tener un niño. La echó de su vida completamente y ese fue el fin de su relación con ella y conmigo. Por lo que me contó mi madre, los padres de ella no estaban tampoco muy contentos con la situación y no la apoyaron mucho en su decisión de tenerme. De hecho, la echaron de casa y se negaron a ayudarla.
Él la miró sorprendido, incapaz de entender que una familia pudiera abandonar a uno de los suyos.
—¿Qué hizo entonces?
—Bueno, me tuvo ella sola y le estoy muy agradecida por que se quedase conmigo en vez de entregarme en adopción. Pero la decisión le resultó muy cara emocionalmente y cambió la dirección de su vida y de su futuro.
—¿Por qué?
—La verdad es que nunca se recuperó del rechazo de mi padre. Cuando yo nací, ella vivía en Wisconsin y peleó mucho por sacarnos adelante a las dos. Y luego conoció a un hombre llamado Antonio. Yo no me acuerdo casi de él, pero ella acabó por seguirlo hasta aquí, a Missouri. Poco después, él la dejó y volvimos a quedarnos solas. Desgraciadamente para mi madre, aquel ciclo con los hombres se repitió muchas veces a lo largo de los años.
—¿Volvió a casarse?
—No, pero no fue por falta de ganas. Sus relaciones nunca duraban mucho, y era siempre el tipo el que la dejaba a ella. Se pasó la vida buscando un hombre que le diera el tipo de seguridad y estabilidad que anhelaba.
—Y de respetabilidad —añadió él sin pensarlo, descubriendo de pronto de dónde venía la necesidad de Paula.
—Sí, y quería lo mismo para mí. Pero tengo miedo de acabar como mi madre… Sola.
Él sujetó su cara con ambas manos y la miró fijamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario