Paula contuvo la risa ante el hecho de que Pedro sintiera la necesidad de proteger su virtud de su divertido y conquistador hermano. Una vez que Federico hubo salido del cuarto, él se volvió hacia ella y le dijo, sardónico:
—Bienvenida al loco hogar de los Alfonso. Como habrás podido adivinar el tener una invitada femenina en la casa, y especialmente en mi cuarto, es una novedad.
Aunque le había dado un toque de humor a su voz, el comentario decía mucho de Pedro: Que era un hombre íntegro, cosa que había demostrado al rescatarla la noche anterior, y que era muy discreto en lo que tenía que ver con su vida personal y familiar. Ella apreciaba aquellas cualidades, aunque se daba cuenta de cómo podía chocar su indiscreto pasado con aquellos valores admirables. La idea de envolver a Pedro y su familia en un escándalo que siempre le iría pisando los talones la hizo volver a la realidad. A pesar de disfrutar de la amabilidad de los Alfonso, lo último que deseaba era aprovecharse de su hospitalidad. Respiró hondo y se levantó de la cama.
—Me gustaría darme una ducha y cambiarme si es posible —él asintió—. Bajaré en cuanto esté presentable.
—El desayuno estará listo —fue hacia la puerta del dormitorio, pero antes de salir lanzó una última mirada a sus piernas.
Luego se fue.
El desayuno no era lo único que estaba esperando a Paula en la cocina. Se detuvo de pronto al encontrarse sola con una mujer guapa, pero muy embarazada, que estaba retirando la mesa. Una sola mirada a sus sorprendentes ojos azules y a su pelo liso y negro la hizo saber que estaba ante otra Alfonso. La otra mujer no estaba sorprendida de encontrar a una mujer desconocida en la casa, pero su mirada amable hizo un inventario de la ropa de Paula de pies a cabeza, desde su vestido corto de lino azul hasta las sandalias de tacón a juego, que evidentemente no eran el tipo de indumentaria más adecuada para pasar relajadamente un domingo en la casa. Pero el vestido lo había elegido su prometido, y era lo más informal de todo lo que llevaba en la maleta para su luna de miel, porque ella sabía que Santiago prefería que ella vistiera con estilo y tuviera un aspecto muy sofisticado. De pronto sintió que ella era una estafa. La mujer que llevaba aquel vestido era la que ella tan desesperadamente había intentado ser para Santiago y de alguna forma también para su madre. Pero la verdad resplandecía, debajo de aquellas prendas de moda, Paula era una mujer sencilla y sintió repentinamente la necesidad de ser aceptada como era, sin fingimientos, y sin ser juzgada por su pasado error, si es que eso era posible alguna vez.
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