—¿Qué pasa con tu prometido? —Parecía estar desesperado por encontrar a alguien que se la llevara a San Louis—. Estoy seguro de que sucediera lo que sucediese entre ustedes puede tener algún arreglo.
Explicar su relación con Santiago era imposible. Tenía intención de llamarlo más tarde para pedirle disculpas por salpicarle a él y a su familia con su escándalo y no tenía ninguna duda de que aquella conversación pondría fin a su relación como pareja. Lavó el plato y los cubiertos con mucha más concentración de la que exigía la tarea. Cualquier cosa valía para huir de la penetrante mirada de Pedro.
—Todo está definitivamente acabado entre Santiago y yo.
—¿No lo querías?
—Santiago me importaba mucho —era un buen hombre y, aunque habían hablado de amor, nunca había sido el tipo de pasión con la que ella había soñado—. Pero lo mejor es que cada uno siga su camino.
—Volverás a San Louis, Paula —dijo Pedro con voz convencida—. Es allí donde vives.
—Ya no vivo allí, Pedro. Y no importa lo que tú quieras creer, no tengo ninguna razón para volver —él abrió la boca para protestar, pero ella le cortó—. Dejé mi trabajo de secretaria el mes pasado para ser una mujer de su casa para Santiago. No renové el contrato de mi departamento porque no iba a necesitarlo y Santiago me hizo vender mi coche y me compró un Mercedes que le parecía más adecuado para la mujer de un médico. Todas mis pertenencias personales están en unas cuantas cajas que estoy segura que Santiago me mandará encantado a mi nueva dirección, sea la que fuere.
Se le quebró la voz por la emoción, pero se forzó a seguir tanto por Pedro como por ella misma.
—Hasta que decida qué voy a hacer con mi vida, Danby es un sitio tan bueno como cualquier otro para quedarse —él apretó la mandíbula pero no dijo nada—. Tengo toda la impresión de que no me quieres aquí, pero voy a quedarme. Estoy segura de que ya te he causado bastantes problemas, pero una vez que salga de tu casa puedes considerar que toda obligación hacia mí está terminada. Lo último que deseo es ser una carga para nadie.
Se miraron fijamente el uno al otro, con las miradas enlazadas en un silencioso duelo de voluntades. La tensión en la cocina era tangible. Pedro estaba sorprendido del calor y de la fiereza de espíritu que ella demostraba. Tenía la espalda derecha como un huso y una postura orgullosa, pero no se podía negar la vulnerabilidad que acechaba tras su dura fachada. Al ir pasando los segundos el sentimiento de culpa fue creciendo en Pedro. Él la había provocado y se merecía que le hubiera regañado. Analizar sus razones era ridículamente sencillo. Ella era una carga, de la clase que provocaba un auténtico caos en sus sentidos y su libido, y en otro nivel, también en sus emociones. Y eso era lo que más lo irritaba de todo, su atracción hacia ella cuando era exactamente lo que menos necesitaba en su vida. Él no quería a Paula en Danby por aquellas razones puramente egoístas, aunque no parecía que fuera a poder opinar sobre el asunto. Lo único que podía hacer era aceptar lo inevitable y esperar a ver qué pasaba con su decisión de quedarse. Ella podía no volver a San Louis, pero no le parecía probable que eligiera Danby como lugar de residencia permanente. Aparte de las personas que vivían allí, no había nada interesante para alguien que fuera de visita. Su propia esposa había demostrado esa teoría y se había aburrido rápidamente del lugar, y él había pagado muy cara la falta de interés de Ángela por su matrimonio y por la hija que había tenido.
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