—Por lo que he oído los mellizos se suelen adelantar. Y por lo que yo sé los bebés son bastante impredecibles en cuanto a cumplir con la fecha prevista.
Como había acabado su café le alargó a Pedro el vaso vacío. Él lo tiró en una papelera cercana y luego siguió caminando arriba y abajo por la sala de espera. Miró al reloj y frunció el ceño.
—¿Por qué tardan tanto?
—Los niños llegan en su momento, cuando ya están listos —Paula acarició el pelo de Camila—. Estoy segura de que tú sabías esto de cuando nació Camila.
Pedro se sentó en una silla enfrente del sofá en el que estaba Paula intentando relajarse. La tensión de su cuerpo se alivió pero su mente voló hacia el pasado, hacia el día en que había nacido Camila. Sí, aquel día había aprendido mucho sobre bebés, más de lo que creía posible. Había descubierto hasta qué punto lo había engañado Ángela. Se le encogió el estómago al recordar todas las emociones que había sentido aquel malhadado día que había cambiado toda su vida… La alegría de que Camila hubiera nacido fuerte y completamente desarrollada. La rabia de que una mujer a la que había jurado devoción eterna y en la que había confiado le hubiera podido traicionar de aquella manera. Y resignación porque supo que nunca se quitaría de encima aquella responsabilidad que había llegado a ser suya, porque, a pesar de las circunstancias del nacimiento de Camila, ni una sola vez había lamentado que estuviera en su vida. Miró hacia Paula, que también le provocaba una gran variedad de sentimientos. Pero a diferencia de Ángela, Paula era sincera y auténtica. Mostraba afecto por su hija y hacía la vida de él más alegre con su sola presencia, y le recordaba cuánto había deseado tener una esposa y una familia que fuera suya. Resistirse a ella se le hacía cada vez más difícil. Javier apareció de pronto haciendo que Pedro se levantase de su asiento de un salto y abandonara sus pensamientos. Vestido con bata de hospital y luciendo una amplia sonrisa, el marido de Carolina dió un grito e hizo el signo de la victoria.
—Tenemos un niño y una niña perfectamente sanos.
Pedro se sintió aliviado y sonrió a su vez. Apretó la mano de su cuñado.
—Felicidades a los cuatro.
Paula despertó a Camila para darle la noticia de que tenía dos primos. Luego se levantó y abrazó a Javier.
—Me alegro por tí y por Caro.
—¿Cuándo vamos a ver a los niños, tío Javier?
—Estarán limpios y en el nido dentro de media hora para que los veas. Cuando tía Caro vaya a casa dentro de un par de días podrás tomarlos en brazos.
—¿Qué tal está Carolina? —preguntó Pedro.
—Muy bien, pero está agotada. Nicolás y Nina van a ser muy traviesos, ya se les nota.
—Puedes despedirte de dormir toda la noche durante todo el año próximo —bromeó, luego se puso serio—. Vamos a ver a los niños en el nido y luego nos iremos. Saluda a Caro, dile que intente dormir esta noche, que mañana vendremos a verla.
—Lo haré —asintió Javier y se volvió para estar con su mujer.
—¿Verdad que son los niños más monos que has visto nunca?
Al notar el anhelo en la voz de Paula, Pedro la miró y se conmovió por su expresión dulce y su sonrisa. Luego volvió a prestar atención a los bebés.
—Sí, son muy guapos —dijo con voz ronca.
Camila, que estaba entre ambos, se puso de puntillas para ver mejor a sus primos. Frunció el ceño.
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