—Procura no buscarte problemas, Paula —dijo con voz ronca.
—Haré lo que pueda, pero últimamente parece que son los problemas los que me encuentran a mí.
La mujer aquella era un problema con P mayúscula.
Tres días más tarde Pedro seguía pensando en Paula Chaves y en sus curvas generosas, en aquel pelo rizado que él encontraba demasiado fascinante y en aquellos ojos azules que tenían la capacidad de alterarlo completamente. Problema, problema, problema. Con un gruñido que expresaba claramente su malhumor, apretó las teclas de la calculadora y siguió haciendo el presupuesto. Había conseguido evitar encontrarse con ella en la ciudad, pero eso no había impedido que se deslizara en sus sueños por la noche y que lo persiguiera durante el día. No lo ayudaba que la camisa que llevaba puesta, la que ella se había puesto para dormir y su hija había colgado luego en el armario, conservara su perfume femenino. Cada vez que respiraba sentía deseo por algo que no le venía bien desear. Las voces de Carolina y Federico que provenían de otro despacho de Alfonso Engineering devolvieron a Pedro al presente. Agradeció la distracción. Su hermano se dirigía a la ciudad, a un nuevo proyecto, y necesitaba algunos de los planos que estaban aún en la habitación en la que Pedro los había estado estudiando la noche anterior y había que enrollarlos y guardarlos en un tubo. Fue hacia la zona de recepción. Federico se había ido a su despacho y Carolina estaba sentada tras el escritorio, estudiando un montón de recibos y atendiendo el teléfono. Frunció el ceño al verla, era evidente que estaba demacrada y fatigada. Por el momento el anuncio que habían puesto en el periódico solo había atraído a tres mujeres, pero ninguna había sido del gusto de Carolina. Teniendo en cuenta que ella se había hecho cargo de todas las tareas de secretaria desde los dieciocho años, pensaba que a ella le resultaba difícil entregar las riendas a una desconocida. Pero antes o después no iba a quedar más remedio… Y optaba porque fuera antes. Estaba enrollando los planos que Federico iba a necesitar cuando entró su hermano. Mientras Pedro se había convertido en el hijo responsable tras la muerte de su padre para hacerse cargo del negocio de la familia y poder salir adelante, Federico se las había apañado para mantener su actitud indolente ante las mujeres, el trabajo, y la vida en general. Aunque era una persona de fiar y trabajaba mucho, su hermano se tomaba en serio muy pocas cosas, y nada parecía preocuparlo.
—Hola, hermano, ¿Sabes a quién ví anoche en Leisure Pointe?
La traviesa sonrisa y el tono de voz provocó la curiosidad de Pedro.
—No tengo ni idea, ¿A quién viste?
—Tu Paula Chaves estaba allí.
A Pedro se le encogió el estómago al oír su nombre. Ella no parecía del tipo de mujeres que pasaran una noche laborable en un bar, pero tenía que admitir que no la conocía bien.
—Paula no es mía —aclaró tan indiferente como pudo.
—Estoy seguro de que podría serlo si jugases bien tus cartas.
—A diferencia de tí, Fede, yo no necesito una mujer en mi vida —dijo controlando su irritación.
Federico se rió y lo miro atentamente tras su apariencia despreocupada.
—Bueno, puede que si tuvieras una mujer en tu vida no estarías tan tenso como has estado los dos últimos días.
Pedro deseó poder ofenderse ante el comentario de su hermano, pero la triste verdad era que Federico tenía razón acerca de su estado de ánimo irascible. Y Paula tenía la culpa de todo, y también él por haber permitido que ella se le metiera bajo la piel.
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