jueves, 18 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 30

Estaba de espaldas a él y cantaba al ritmo de una canción que estaba sonando en la radio. Era evidente que no lo había oído llegar. Sin poder contenerse contempló cómo se cimbreaba sin inhibiciones siguiendo la música. Era absolutamente sensual, completamente femenina y removía todo lo que había en él, desde sus emociones a su libido. Él carraspeó y ella se dió la vuelta, sobresaltada. Enrojeció al darse cuenta de lo que estaba haciendo y de que él la habría visto.


—Pedro, no te esperaba tan pronto.


—Es mi hora normal —dijo él apagando la radio.


—O sea que Federico tenía hoy una cita ardiente y no te podía cubrir las espaldas.


¿Tan transparente era? Eso parecía.


—Algo así —murmuró. Cambió de tema para no hablar de él—. Eres una buena cocinera.


—Parece que te sorprende —dijo ella riendo.


—Me sorprende agradablemente —admitió acercándose a la cocina para ver qué estaba haciendo—. El estofado que dejaste anoche era estupendo y sea lo que sea lo que estás haciendo huele delicioso.


—Salsa para los espaguetis y albóndigas.


Había muerto y estaba en el cielo, pensó aspirando el aroma. Después volvió a caer a tierra al pensar que Paula tenía la idea errónea de que él esperaba que ella cocinase.


—Paula, no tienes que hacer esto. Preparar la comida no era parte del acuerdo.


—La verdad es que no me importa —su tono era tan sincero como su mirada. Metió la cuchara de madera en la espesa salsa y se la acercó a los labios—. Pruébala y dime qué te parece.


Su dulce sonrisa era el único estímulo que necesitaba para hacerlo. Probó un poco y gimió de gusto. Podía acostumbrarse a aquello, pensó. Con demasiada facilidad, teniendo en cuenta que la situación era muy provisional.


—Increíble. 


—Me lo tomaré como un cumplido. Me encanta cocinar. Nunca había tenido muchas razones para ser creativa en la cocina, porque durante muchos años he cocinado solo para mí.


—¿Nunca cocinaste para tu prometido?


—Casi siempre comíamos fuera, era una de las ventajas de ser socio de pleno derecho del club de campo. Santiago era cirujano y le gustaba ser el centro de atención y relacionarse con sus colegas. Cenar allí servía a esos propósitos.


—¿Y a qué tipo de propósitos servías tú, Paula?


—¿Cómo?


—Tengo la sensación de que tú hubieras preferido cenas íntimas para dos en casa, en vez de ser el centro de atención, por eso me pregunto por qué dos personas tan opuestas como tú y Santiago quisieran casarse.


—No éramos exactamente opuestos —dijo con tono defensivo—. Pero ambos sabíamos qué podíamos esperar del otro y de nuestra relación.


Él se preguntó qué tipo de acuerdo tendrían, dado que era evidente que su novio cirujano no la apreciaba lo bastante como para haber ido a buscarla y de pronto quiso saber por qué. Peleó consigo mismo porque sabía que se estaba saliendo de las fronteras que él mismo se había trazado, pero al final ganó su curiosidad. 

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