—¿Qué vamos a hacer conmigo? Entre ese comentado y el que le hiciste antes a Camila estoy empezando a sentirme como un cachorro vagabundo. Te agradezco lo que hiciste por mí anoche, pero no eres responsable de lo que me suceda, Pedro.
—Te convertiste en responsabilidad mía en el momento en que le dije a Cristian que te llevaría a mi casa para que pasaras la noche —dijo él con tono gruñón.
Ella estaba al mismo tiempo conmovida por sus sentimientos caballerosos y también sorprendida por el resentimiento que detectaba en su tono. Podría ser un hombre íntegro, pero por alguna razón que ella desconocía era evidente que lo de la noche anterior no lo había entusiasmado y que el sentimiento de obligación que sentía hacia ella aquella mañana tenía que ver con el beso espontáneo que ella le había dado. No había habido ninguna desconfianza entre ellos en aquel momento, lo que se contradecía en ese momento con la actitud tensa que mostraba.
—¿Por qué lo hiciste? —Preguntó con calma—. Lo de traerme a tu casa, quiero decir. Podías haberme dejado allí para que me defendiera sola.
—Cariño, estabas muy lejos de ser capaz de hacerte cargo de tí misma. No estabas en condiciones de que se te dejara sola y tus opciones eran limitadas. No podía verte pasando la noche en una celda y no estaba dispuesto a permitir que Guido Harding te acompañase a un motel. Yo era tu opción más segura.
—Gracias.
Él se encogió de hombros. Apoyó una cadera en la encimera y la miró.
—¿Qué piensas hacer ahora?
—¿Quieres decir ahora que ya no soy la prometida de nadie? La verdad es que no lo sé —sentía la necesidad imperiosa de ser sincera consigo misma—. Espero encontrar la respuesta paso a paso.
Y lo primero que quería hacer era comprarse ropa cómoda, el tipo de ropa que ella solía usar antes de que su madre insistiera en que se convirtiera en una dama y se asegurase un marido respetable. La ropa sofisticada podía darle apariencia elegante, pero no podía encubrir la mancha de su pasado. Y se sentía más ella misma con vaqueros, camisetas y vestidos sencillos de algodón.
—¿Hay por aquí alguna tienda de ropa barata?
Él miró su vestido de marca y alzó las cejas confuso.
—¿Ropa barata?
—Sí, necesito unas cuantas cosas y me vendría bien una tienda de segunda mano —teniendo en cuenta el estado de sus finanzas tenía que controlar sus gastos.
—Bueno, está Kate's Korner. Tiene la tienda en la Avenida Mulberry.
—Perfecto —dio un mordisco a la tortita y la encontró muy buena. Él siguió mirándola confuso y dejó la taza en la pila.
—Le diré a Federico que te lleve a Kate's si es lo que quieres, y luego de vuelta a la ciudad.
Evidentemente estaba ansioso de librarse de ella; no podía culparlo después de la forma en que se había introducido en su vida. Pero había una cosa de la que ella estaba segura: no iba a volver a San Louis, porque la vida que había llevado allí era ficticia y llena de unas expectativas que jamás se harían realidad.
—No es necesario, hacer que me acompañe Federico, me refiero — respiró hondo y se aferró a su decisión—. Creo que me quedaré un tiempo en Danby.
—¿Por qué? —preguntó incrédulo.
—Ya no hay nada para mí en San Louis. Nunca más.
—¿Qué pasa con tu familia?
—Te dije que no tenía familia y es verdad. Nunca conocí a mi padre, no tengo hermanos y mi madre murió de enfisema hace tres años.
—¿Y abuelos, tíos u otros parientes? Tiene que haber alguien.
—Nunca conocí a ninguno de ellos —no quería contar la historia de su familia ni cómo habían reaccionado sus abuelos cuando la madre de Paula se quedó embarazada a los diecisiete años. Se puso en pie y llevó el plato a la pila—. Realmente no hay nadie.
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