martes, 30 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 48

Paula sonreía maliciosamente. Pedro ni siquiera sabía que ella pudiera tener pensamientos maliciosos, así que aquello era una sorpresa.


-Enséñame el dormitorio -dijo Paula.


-¿Qué?


-No es que me niegue a hacerlo en otra parte, pero para empezar no estaría mal una cama, ¿No crees? ¿Dónde está?


Pedro señaló la dirección de forma automática. Su mente, en cambio, no parecía dispuesta a cooperar. Paula lo arrastró al dormitorio y a la cama.


-Pero...


-Esta noche no hay peros que valgan -lo interrumpió Paula metiendo las manos por debajo de su camisa-. Esta noche tenemos mejores cosas que hacer.


-No -negó él-. No puedo. Primero tenemos que hablar...


-Pedro Alfonso, si abandonas esta cama ahora será mejor que tengas una buena excusa.


Pedro se arriesgó a provocar la ira de Paula y salió de la cama. Respiraba entrecortadamente.


-La tengo. Trato de ser honrado, amor mío.


Paula tenía el cabello revuelto, estaba maravillosa. Pedro deseaba enredar los dedos en él, sentir que acariciaba con ellos su pecho.


-No me llames amor mío a menos que lo digas en serio -ordenó Paula-. Y en este preciso momento no necesito saber si lo dices en serio o no. Vuelve a la cama. ¡Ahora!


-Pero tenemos que hablar.


-Mañana. Hablaremos mañana. Ven aquí -ordenó Paula.


-¡No, no te quites el jersey, Paula! -exclamó Pedro dándose la vuelta y tapándose los ojos a pesar de ser demasiado tarde-. ¡Por favor, vuelve a ponértelo!


-Está bien -contestó ella tras una pausa-. Ya puedes mirar.


-¿Sabes?, tú y yo... -comenzó a decir Pedro dándose la vuelta e interrumpiéndose.


Pedro tragó. Era incapaz de apartar la vista. 


-Me has mentido.


-No -negó ella sonriendo provocativa-, sólo te he dicho que ya podías mirar. ¿Vas a venir aquí a ayudarme, o tengo que quitarme el resto yo sola?


-Paula...


-Dentro de un par de horas será mi cumpleaños, Pedro.


Eso lo convenció. De pronto, sin saber cómo, Pedro estaba de pie junto a la cama. Se sentó al borde, y Paula arrojó los vaqueros al suelo. Él inclinó la cabeza y besó sus rodillas, acarició su pierna y comentó:


-Creía que eras tímida.


-Contigo no.


-¿Por qué no?


-La necesidad obliga -murmuró Paula acercándose a él-. No estoy segura de por qué, pero tengo que recurrir a medidas drásticas para seducirte.


-Creo que me gusta que me seduzcan.


-Bien -sonrió Paula.


-Bonito color.


-Me alegro de que te guste, me lo he puesto sólo para tí.


-¿Lo tenías planeado?


Paula se tumbó en la cama con una expresión de suprema felicidad y satisfacción y dijo:


-Sí, esperaba que me diera resultado. Me acordé de que me dijiste que el rojo era mi color.


-Es una suerte que tuvieras esta prenda roja... Sea lo que sea.


-Bueno, no la tenía. Hasta hoy.


-¿Has salido a comprar esto sólo porque te dije que estabas guapa de rojo? -preguntó Pedro. 


-Bueno, quería seguir tu experta opinión -contestó ella ruborizándose-. Para eso te contraté, ¿Recuerdas?


-No me contrataste para darte mi opinión sobre la ropa interior.


-¿Y a quién le importa?, ¿Por qué seguimos hablando?


-Buena pregunta -contestó Pedro cerrándole la boca con un beso. 




Paula abrió los ojos y se preguntó por qué se despertaba con una sonrisa. Luego se dió cuenta de dónde estaba, y lo comprendió. Había llegado el día que tanto temía: Su treinta cumpleaños. No obstante los primeros minutos no le parecieron horrorosos. No miraba un futuro negro, sino un pecho masculino. Aquella cama resultaba más acogedora de lo que lo había sido nunca la suya. Quizá cumplir los treinta no fuera tan terrible se dijo estrechándose contra Pedro. Incluso había olvidado un poco sus ansias de tener un hijo. Tenía algo más urgente que hacer. Enterró el rostro en el hueco del hombro y el cuello de él. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 47

Dos horas más tarde Lea aparcó frente a la casa de Pedro. Estaba lloviendo. De camino al portal del edificio de departamentos vaciló por primera vez. ¿Cómo respondería él? Pedro no había hablado mucho durante la fiesta de cumpleaños. Paula llamó por el intercomunicador. Quizá ni siquiera estuviera en casa. No tuvo mucho tiempo para desesperarse, porque casi de inmediato él contestó. Entonces Lea supo que había tomado la decisión correcta.


 -Hola, Pedro.


-¿Paula?


-Sí, soy yo. 


-Sube.


El ascensor era grande, estaba cubierto de espejos. Paula evitó mirarse. Por fin las puertas se abrieron. Pedro la esperaba en el descansillo. Ella volvía a él.  Pedro la observó confuso pero emocionado. Había pensado ir a visitarla al día siguiente, el día de su cumpleaños, sin anunciarse. Pero eso era todo lo que sabía, porque ni siquiera estaba seguro de que ella quisiera volver a verlo. No se había atrevido a acercarse a ella en casa de Romina, era demasiado arriesgado. Por no mencionar que había allí demasiados testigos. Además lo asustaba la forma en que ella había reaccionado al enterarse del engaño, con tanta calma.


-Hola, Pedro -saludó ella tratando de sonreír.


Paula llevaba el paraguas aún abierto en el ascensor. Pedro lo señaló.


-¿Llueve en el ascensor?


-Ah, no, es que tengo demasiadas cosas en la cabeza -respondió ella sonriendo tímidamente.


Paula cerró el paraguas y lo guardó en el paragüero de la entrada junto a los otros trece paraguas de Pedro, regalo de su madre.


-No me extraña que tus vecinos me miraran y se rieran. ¿Puedo pasar?


En realidad Paula ya había entrado, pero Pedro estaba de pie frente a ella y daba la sensación de que le bloqueaba el paso.


-Por supuesto -dijo él apartándose.


-Gracias.


-¿Sigues viendo a Ignacio?


-Tú me cerraste ese camino, ¿No crees? -respondió Paula sonriendo y ladeando la cabeza.


-Lo siento si te he arruinado el plan.


No era cierto, no lo sentía. Pero quería que Paula fuera feliz. Y si otro hombre la hacía feliz, entonces que así fuera.


-No importa.


Pedro no podía soportarlo más. Paula lo miraba insistentemente, sin parpadear. Y él se sentía incapaz de sostener esa mirada.


-¿Qué ocurre, Paula?, ¿Qué haces aquí?


-Pensé... Comencé a pensar...


-¿Sí?


-Que quizá, aunque no seas el hombre ideal para mí, en cierto sentido sí lo eres... -dijo Paula interrumpiéndose y tragando-. ¿Comprendes? 


-No, no comprendo.


-Yo no quería besar a Ignacio, ¿Recuerdas? En absoluto. Pero desde que tú me besaste la primera vez no he hecho más que revivir ese momento. Y tú dijiste... -continuó Paula deteniéndose un momento para tomar aliento-dijiste que me deseabas sólo para tí y, ¿Sabes?, yo también te deseo. Y quizá... La idea de tener una aventura no sea tan mala después de todo, ¿No?


Pedro no sabía qué responder, pero se acercó a ella y asintió, observando cómo la expresión de vacilación se borraba de sus ojos. No pudo evitar agarrarla de los hombros.


-Pedro... -lo llamó Paula con voz trémula.


Toda ella temblaba. Pedro la abrazó estrecha y largamente, deleitándose en su fragancia y su piel con los ojos cerrados. Tras unos instantes ella trató de soltarse, pero él se lo impidió.


-Pedro... -repitió ella alzando la mano por su nuca y enredando los dedos en su cabello como si se preparara para besarlo.


Pedro comenzó a besarle el cuello. Paula se echó a temblar, y él se apartó y la miró a los ojos, borrando con su penetrante mirada toda pregunta.


-Paula... -comenzó Pedro a decir.


Pero entonces ella lo agarró del cabello, sonrió y tiró de su cabeza hacia abajo. Y fue demasiado tarde.


-Sí, tú serás mi aventura -murmuró Paula.


Era difícil pensar mientras se besaban, pero el énfasis especial que había puesto Paula en la palabra «Aventura» lo alarmó.


-¿Qué quieres decir?


-Me dijiste que debía tener una aventura, ¿Recuerdas? Tú eres el experto. Yo sólo sigo tu consejo.


-Pero yo no quería decir...


Las cosas se le iban de las manos. ¿De qué hablaba Paula? Ella no deseaba una aventura, deseaba un marido. Marido e hijos. Pero de pronto lo quería a él... ¿Sólo para tener una aventura?, ¿Era eso lo que quería decir? ¿Y qué deseaba él?, ¿Lograría comprenderlo algún día?


-Tú eres mi aventura, Pedro -susurró ella-. Te deseo. Y tú quieres tener una aventura conmigo, por eso echaste a perder mi relación con Ignacio, ¿Recuerdas? Me lo dijiste, así que vamos, acabemos con esta obsesión. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 46

 -Tenía miedo de que no aceptaras la ayuda de Pedro si te enterabas de que lo conocía -continuó explicándose Paula-. Y estabas tan contenta con tu plan... Por eso lo chantajeé para que mantuviera la boca cerrada.


Paula contuvo la respiración hasta estar segura de que no se pondría a gritar y llorar. Entonces hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto, y dijo:


-Tranquilos, no importa. Estoy bien, lo comprendo.


La ansiedad de los rostros de ambos se tornó de pronto en confusión.


-¿No estás enfadada? -preguntó Romina.


-No.


-¿Es que no vas a decirnos que nos metamos en nuestros propios asuntos y te dejemos en paz?


-No. Gracias por cuidar de mí, Romi. Y gracias a tí, Pedro, por... Ayudarme -contestó Paula-. De verdad. Y ahora... Creo que tengo que llevar una serpiente al comedor.


Romina la alcanzó en la cocina. Paula daba los últimos toques a la serpiente y trataba de no pensar. Primero tenía que estar segura de poder dominarse, sólo después reflexionaría sobre la noticia de la que acababa de enterarse.


-¿Qué ocurre, Pau?, ¿Por qué no estás furiosa?


-¿Por qué iba a estarlo? Tú sólo querías mi bien. Igual que Pedro.


-Te engañamos, prácticamente te mentimos. Deberías estar enfadada.


-No lo estoy. ¿Le pongo la vela ya?


Paula se sentó frente a Pedro con el corazón acelerado. Él evitaba su mirada, pero de momento a ella le bastaba con verlo. Al principio se había enfadado, pero enseguida se había dado cuenta de que ni él ni Romina querían más que su bien. Mirando atrás comprendía la expresión apesadumbrada de Pedro cada vez que ella le decía que era perfecto porque era un extraño. En realidad no le había dado la oportunidad de salir airoso de la situación, hiciera lo que hiciera ella se habría sentido herida y humillada. Pedro no podía decirle la verdad, pero tampoco quería negarse a ayudarla. Sin embargo lo que de verdad había borrado el enojo de Paula esa tarde era el hecho de pensar que jamás habría conocido a Pedro sin la intervención de Romina. Se habrían conocido en aquella fiesta, pero se habrían separado y nada de lo sucedido entre ambos habría tenido lugar. No podía soportar siquiera pensarlo. Porque había merecido la pena. Y darse cuenta de ello acabó con la última de las barreras levantadas en torno a su corazón. Se había dado cuenta entonces de que no se había alejado de Pedro porque él tuviera terror a los compromisos y no quisiera fundar una familia, ésa no era ni siquiera la más importante de las razones. El verdadero motivo era el terror que le producía la intensidad de sus sentimientos hacia él. Tenía miedo de terminar sola y con el corazón destrozado otra vez.


Durante la fiesta Paula esperó la oportunidad de hablar con Pedro a solas, de decirle... En realidad no sabía qué decirle, pero ya improvisaría. Sin embargo con tanto niño fue imposible. Y cuando por fin las cosas se calmaron un poco él había desaparecido. Había perdido su oportunidad. Aunque siempre podía llamarlo por teléfono. O, mejor aún... ¿Qué debía vestir una mujer de casi treinta años para comenzar con buen pie su primera aventura? Nada más llegar a casa Lea abrió el armario. Algo rojo. Pedro había dicho que estaba guapa de rojo. Ella sonrió decidida y miró el reloj. Las tiendas estaban aún abiertas. Definitivamente se vestiría de rojo. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 45

Paula vagó por la tienda de juguetes. Aquél era su último día con veintinueve años. ¿Cómo podía haberle ocurrido algo así? Una persona de treinta años era una persona madura alguien que sabía qué hacer con su vida, casada y madre. Ella, en cambio, ni siquiera tenía a alguien especial junto al que despertar al día siguiente, alguien que la abrazara medio dormida, susurrando que aún la amaba a pesar de haber cumplido tantos años. Se detuvo ante la sección de instrumentos musicales. Sí, necesitaba aporrear algo.


-¿Una batería? -dijo Romina horrorizada.


-Es muy terapéutica -comentó Paula en su defensa-. Cuando Milo se enfade, puede aporrear el tambor y desarrollar su talento artístico al mismo tiempo.


-Lucas, Paula le ha comprado a nuestro hijo una batería -anunció Romina no, muy contenta.


-Te dije que antes o después acabaría por castigarnos por obligarla a salir con Julián -contestó Lucas con idéntica expresión de horror.


-Bueno, ya basta. También le he comprado un juego de científico. Mira, Milo acaba de descubrir que le cabe la cabeza en la caja. Basta con que tires todos los tubos de ensayo.


Romina recogió al niño, le sacó la cabeza de la caja y preguntó:


-Esa batería, ¿Viene con tapones para los oídos para los padres?


-Me temo que no -respondió Paula.


-Bien, entonces voy a dictar ahora mismo una nueva regla: Milo podrá tocar la batería cada vez que su tía Paula venga de visita.


El timbre de la puerta sonó. Romina puso a Milo en brazos de Paula y rogó:


-Ayuda al niño del cumpleaños a recibir a sus invitados, ¿Quieres? Iré a preparar café. Parece que la gente se adelanta.


Paula llevó al niño a la puerta y abrió, quedándose inmediatamente atónita.


-¡Pedro! -exclamó casi tartamudeando, incrédula.


-Sí, el mismo. 


-¿Qué haces tú aquí?


Era maravilloso volver a verlo, aunque Paula no sabía si creer lo que veían sus ojos. Romina pasó por delante de ella y abrazó a Pedro con la mayor naturalidad. Le quitó a Milo de los brazos y se lo tendió a él. ¿Qué estaba ocurriendo? Sólo había un modo de averiguarlo. Lea se aclaró la garganta y preguntó:


-¿Qué pasa aquí? No sabía que se conocieran-dijo.


Pedro esbozó una expresión de culpabilidad. Romina en cambio parecía encantada.


-¡Sorpresa! Tu Pedro es mi hermanastro Pepe -explicó Romina.


-¿Y tú lo sabías...? -preguntó Paula en dirección a Pedro.


Le había dicho cien veces que con él se sentía a salvo porque era un extraño, que lo que le contaba era absolutamente confidencial, y que no quería que ningún amigo hablara de ello a su espalda. Por supuesto que Romina conocía sus planes desde el principio, pero era la única. Y Pedro no se había sorprendido al verla en el cumpleaños de Milo, así que él también debía saber que Romina y ella eran amigas desde el primer momento.


-Fue culpa mía -se acusó Romina-. Fui yo quien le pidió a Pedro que te vigilara.


-¿Que me vigilara? -repitió Paula.


-El día de tu... Cita con Julián -explicó Romina mirándolos a los dos y comprendiendo que quizá hubiera debido omitir ese último detalle-. Quiero decir...


Todo comenzaba a cobrar sentido... Un horrible sentido.


-¿Quieres decir que todo estaba planeado, que mandaste a Pedro a espiarme? -continuó preguntando Paula, alzando la voz-. ¿Le pediste a Pedro que me rescatara de Julián?


-No, Paula, no fue así -contestó Romina-. Estaba preocupada por tí, sólo quería que te vigilara por si la cosa se ponía fea.


-Rescatarte fue idea mía -declaró Pedro-. No formaba parte del plan. Fue algo... Impulsivo. Y no podía confesarte que Romina es mi hermanastra por que había prometido guardar el secreto. Lo siento -se disculpó Pedro mirándola brevemente a los ojos-. No pretendía engañarte. 

jueves, 25 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 44

 -Sí, pero no es muy divertido con una mujer en estado comatoso a mi lado.


-Lo siento, a veces me pasa.


-Tenemos que hablar, ¿Verdad?


-Eso suena fatal -afirmó Paula.


-El otro día, en la puerta de tu casa, ese hombre...


-¿Sí?, ¿Qué ocurre con él? -preguntó Paula a la defensiva-. Se portó como una auténtica bestia, ¿Verdad? Sólo trataba de protegerme.


-Exacto, como la bestia protegiendo a la bella, ¿No? -sonrió Ignacio.


Ignacio era encantador. Con sólo que surgieran unas cuantas chispas a su alrededor... Paula fue incapaz de articular palabra, pero ésa pareció ser suficiente respuesta para él.


-No sé por qué sigues saliendo conmigo cuando es evidente que hay algo muy serio entre ustedes dos -continuó Ignacio.


-Es complicado -musitó Paula-. Realmente no hay nada entre nosotros. Pedro es... Bueno, no queremos las mismas cosas de la vida. Sus sentimientos hacia mí no son... -Paula se aclaró la garganta-. Bueno, dejémoslo en que es complicado.


-Por lo que yo pude ver sí había algo entre ustedes, lo cual es un excelente principio -contestó Ignacio encogiéndose de hombros-. Es exactamente lo que no hay entre nosotros, ¿Verdad? Somos compatibles, pero falta algo, ¿No crees?


Ignacio rompía su relación con ella, pensó Paula suspirando, sonriendo y asintiendo en su dirección con cierto alivio a pesar de todo. Volvía al punto de partida.




Faltaba sólo un día para el primer cumpleaños de Milo, lo cual significaba que faltaban dos días para el de Paula. Y las perspectivas eran más negras aún que antes. No sólo había perdido un posible marido, sino que había perdido además a su mentor. Y de paso había perdido el corazón, pero eso trataba de olvidarlo.


-No creo que las serpientes tengan ojos azules -comentó Paula poniéndole al pastel dos caramelos azules en el lugar de los ojos-. No puedo creer que vayamos a pintar un dibujo de tres colores en la tarta.


-Quiero que parezca una serpiente de verdad-contestó Romina.


-¿Con veneno y todo?


-¡Qué graciosa! No es una serpiente venenosa. ¿Qué tal tu pareja de la agencia?


-Bien, poco venenosa. Pero no es asunto tuyo-contestó Paula.


-Ya no me cuentas nada. Sigues viéndolo, ¿Verdad? ¿O es que ahora ves a otro?


-No, no hay ningún otro.


-¿Y Pedro?, ¿Sigue ayudándote? -continuó preguntando Romina.


-No, sólo me ayudó en los primeros pasos. Ahora estoy sola.


-Comprendo. Veo que voy a tener que emborracharte para que me lo cuentes todo. ¿Qué vas a hacer por tu cumpleaños?


-Ahora que lo dices, quizá me emborrache. No sería mala idea -contestó Paula.


-Pero harás una fiesta, ¿No?


-No lo sé, no tengo planes -respondió Paula-. Ni ganas. Probablemente encienda una vela para celebrar mi juventud perdida y me pase la noche pensando en los años dorados.


-¡Venga, vamos! -la animó Romina-. Tienes que celebrarlo. ¡Ya sé!, daremos la fiesta aquí. Como es al día siguiente de la de Milo no hará falta ni mover los muebles. Seguro que sobra comida.


-Sí, leche y tarta con forma de serpiente.


-¡Está decidido, daremos la fiesta aquí! -insistió Romina.


Tampoco tenía nada mejor que hacer, se dijo Paula de vuelta a casa. Además, emborracharse y hablar sin parar de Pedro a sus amigos siempre era mejor que acurrucarse con Frida y comer chocolate. 


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 43

 Sí, seguramente era eso. Al menos eso suponía Pedro. ¿Qué otra cosa podía querer? Asintió sin mucha convicción. La deseaba a ella, ésa era la palabra clave.


-No funcionaría, Pedro. Yo no soy de ésas, no hago esas cosas. Tú sabes lo que quiero -continuó Paula trémula-. Y aunque me... -Se interrumpió y sacudió la cabeza-. Tú no eres lo que yo quiero -repitió desgarrando el alma de Pedro-. No eres estable, no eres responsable. No eres adecuado. Me lo has dicho tú mismo. No eres lo que quiero, Pedro. No.


-¿Y él sí? -gritó Pedro-. ¿Ese tipo sí es lo que quieres?


-Sí, lo es. Es adecuado para mí. Tú... No.


-Quizá yo no sea lo que tú crees -la contradijo Pedro tragando.


Paula lo miró con ojos muy verdes, teñidos de deseo. Eso lo hizo concebir esperanzas y desesperarse al mismo tiempo.


-¿No lo eres?


Pedro no sabía cómo responder. Él no era lo que ella deseaba, eso no podía remediarlo. Y Paula tenía razón. Aquella vez no sería diferente de otras: Huiría en cuanto se sintiera atrapado. ¿Por qué iba a ser diferente? No era justo jugar con los sentimientos de Paula.  Ella había sido muy clara desde el principio. ¿Pero por qué no sentía deseos de tomar un avión a Finlandia sólo de pensarlo?


-Has dejado las cosas muy claras, Pedro. Tú no eres lo que yo quiero... - repitió Paula en un susurro. 


Pedro endureció el corazón al oírlo, se puso a la defensiva. ¿Cómo había consentido que las cosas llegaran tan lejos sabiendo que ninguno de los dos era lo que quería el otro? Sacudió la cabeza y sonrió tenso, diciendo:


-Lo sé, ya te había oído la primera vez. Adiós, Paula.


-Pedro...


La voz de Lea parecía suplicar, llorar. Lo persiguió durante todo el camino de vuelta a casa.





-Esta tarde estás lejos.


Paula apartó la vista de la escultura que contemplaba y sonrió en dirección a Ignacio.


-Lo siento, tengo muchas cosas en la cabeza. No pretendía aburrirte.


-No me aburres -objetó Ignacio tomándola de la mano para llevarla a ver la siguiente obra.


El contacto no la hizo sentir nada, no veía estrellitas. No era justo, Ignacio era el hombre adecuado para ella.


-Ésta es interesante -comentó Ignacio.


Paula la observó. Era la típica pieza a la que Pedro habría llamado una horrible obra de arte.


-A juzgar por tu forma de sonreír debe gustarte mucho -añadió Ignacio.


La sonrisa de Paula se desvaneció. ¿Por qué no podía sacarse a Pedro de la cabeza? Él no era lo que ella quería. Lea deseaba una familia, hijos. Y no podía arruinar su plan persiguiendo el arco iris. Pero no podía negarlo, lo echaba de menos. Echaba de menos al amigo en el que Pedro se había convertido. Y echaba de menos también al amante en el que, a pesar de todo, quería que se convirtiera. No era lo que ella deseaba, Paula se lo había dicho. Pero en cierto sentido era mentira. Y él tenía que saberlo. Lo malo era que ella tenía planes, y él no era sino un obstáculo para llevarlos a cabo. .. Ignacio la guió a través de la galería hasta la cafetería junto a la entrada. Paula ni siquiera se dió cuenta hasta que estuvieron sentados.


-¿Por qué hemos venido aquí?, ¿No quieres ver el resto? -preguntó Paula. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 42

El brillo de pánico de los ojos de Pedro se transformó en confusión e indecisión. Trató de decir algo, pero Paula aprovechó la oportunidad para besarlo. Mordisqueó sus labios hasta vencer su resistencia, y cuando él por fin le devolvió el beso con voracidad, con pasión, agarrándola de la cabeza y besándola como si fuera incapaz de saciarse de ella, Paula sonrió. Jamás se saciaría de ella.


-¡Oh, Dios, Paula! -musitó Pedro enterrando el rostro en su cuello.


Él estaba temblando. O quizá fuera ella. Era difícil saberlo. Tampoco podía descartar un temblor de tierra.


-Quizá debiéramos... -comenzó a decir Pedro.


¿Sabía qué quería?, ¿Parar? No, de ningún modo. ¿Quitarse la ropa? Sí, definitivamente. Pedro se aferró al borde del jersey de Paula, pero finalmente cerró el puño. No, aún no. Primero necesitaban hablar. No, no hacía falta hablar.


-Paula, ¿Estás segura de que esto es...? Quiero decir, ¿De verdad quieres...?


Pedro la sintió respirar hondo, dispuesta a interrumpir sus divagaciones. Y se armó de coraje. Paula lo agarró de las solapas y enterró el rostro en su cuello, diciendo:


-Pedro, cállate.


Gracias a Dios. Una vez más se besaron, y Pedro no volvió a preocuparse por si debían hablar o no. Hasta que sonó el teléfono de la cocina. Paula lo miró, respiró hondo, se giró de espaldas a él y contestó casi a gritos. Era Ignacio. Evidentemente. Quería asegurarse de que ella estaba a salvo. Buen hombre, admitió Pedro a pesar de los celos. Paula colgó y se enderezó antes de girarse de frente. Tenía la ropa descolocada, estaba despeinada.


-¡Dios! -susurró ella-. ¿Qué estábamos haciendo?


Pedro sacudió la cabeza confuso No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que ella daba marcha atrás. Sus ojos casi reflejaban horror. Se encogió de hombros y se cruzó de brazos.


-¿De verdad necesitas que te conteste?


-No.


-Bien, porque si fuera así es que necesitas muchas más lecciones.


-Comprendo -contestó ella cruzándose de brazos también-. Así que eso formaba parte de las lecciones, ¿No? 


-No pienso dignarme a contestar -dijo Pedro, respondiendo de inmediato-: Tú sabes que no. 


-¿Pero por qué lo has hecho? 


-¿Hacer qué?


-Tú me besaste, ¿Recuerdas? 


-Sí, después de que tú me dijeras que...


-Que te deseo. Sí, te deseo -declaró Pedro-. Quiero eso y mucho más. Es evidente lo que quiero, ¿No?


Ambos sostuvieron la mirada unos segundos, hasta que ella sacudió la cabeza y apartó la vista, diciendo:


-Sí, una aventura. Eso es lo que quieres, ¿Verdad? Tal y como tú dijiste, «Una relación sin ataduras con alguien que te atraiga». Sin compromisos, sin futuro, familia o hijos. Eso es lo que quieres conmigo, ¿Verdad? Lo que crees que yo debo tener antes de atarme a alguien para siempre. Quieres que tengamos una aventura. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 41

 -¿Qué estás diciendo, Pedro?, ¿Qué quieres decir con eso de que él no es tú?


Pedro dejó la cerveza y dió un paso adelante. Estaba a escasos centímetros de Paula, podía oler su fragancia, sentir su aliento. Temblaba ante los esfuerzos de reprimirse para no tocarla. No se acobardó, sostuvo su mirada.


-Cuando pienso en que tú lo besas, siento que todo en mi interior se desgarra -susurró él con voz ronca-. Cuando te veo darle la mano, siento deseos de arrancarle los brazos. Cuando los veo reír, siento deseos de meterlo en un avión a Singapur.


-Pedro...


-Te deseo -añadió él con firmeza-. Te quiero para mí.


El silencio se prolongó. 


-Pedro...


La voz de Paula era apenas un susurro. El brillo de sus ojos demostraba que esas palabras significaban algo para ella. Pedro alzó la mano y le recogió un mechón de cabello tras la oreja. Y dejó la mano allí, en la curva de su mejilla, comenzando a acariciarla. Los centímetros que los separaban parecieron desvanecerse sin que ninguno de los dos se moviera. Se sentía bien con ella en sus brazos. Ella tenía una mejilla suave, un cabello sedoso. Pedro besó su piel, olió su fragancia suave y delicada. Sintió los labios de Paula moverse contra su mejilla, pero no acariciándolo, sino buscando las palabras. Sin embargo no oyó nada. ¿Qué trataba de decirle?, ¿Que parara?, ¿Que siguiera?, ¿Que se dejara de tonterías y la besara? Ella no contaba con todo el tiempo del mundo. Podía escapar de él si lo deseaba, pero sólo le quedaban unos segundos. Era suya. Sí, suya. El sentimiento posesivo era ridículo, pero lo impulsaba a abrazarla con fuerza, con desesperación. Ella disponía sólo de unos segundos. ¿O no? Paula no era suya. No debía desearla. Sobre todo teniendo en cuenta sus expectativas de futuro. Sin embargo así era. Y ella tampoco debía desearlo. No obstante se lo estaba diciendo en ese momento, aunque sin palabras. Aun así...


¿Por qué no la besaba?, se preguntó Paula. Apenas podía pensar dadas circunstancias: Envuelta en sus brazos, con los labios de Pedro sobre su mejilla, con sus dedos enredados en el cabello... La deseaba. Y por si sus palabras no habían resultado suficientemente convincentes, la tensión de su cuerpo lo confirmaba. Los corazones de ambos galopaban. Las manos de ella habían quedado prisioneras entre los cuerpos de los dos. Trató de liberarlas, pero entonces él, para su sobresalto, comenzó a soltarla. Inmediatamente se presionó contra él tratando de evitarlo, lo sintió dar un paso atrás y quedar acorralado con la espalda contra la nevera. Lo siguió, alzó el rostro para mirarlo a los ojos un segundo y se abrazó a él. Enredó los dedos en su cabello y tiró de su cabeza hasta quedar lo suficientemente cerca como para besarlo. Pero Pedro se resistía. Sus ojos la escrutaban como si estuviera tratando de descifrar el verdadero sentido de la vida.


-Pedro -murmuró Paula-. Estoy tratando de besarte. Colabora, por favor.


Él sonrió, pero sus ojos expresaron terror además de vacilación. Era fácil reconocer ambos sentimientos. Paula se derrumbó. Naturalmente, Pedro tenía miedo. Estaba convencido de que ella le pediría más de lo que podía darle. Probablemente al día siguiente reservara un billete para Pakistán. Ella sonrió adoptando una actitud protectora.


-Tranquilo, Pedro, ya lo sé -susurró Paula-. Ni tú eres lo que yo busco, ni yo soy lo que buscas tú. Pero no importa, aun así podemos... Besarnos una vez, ¿No? ¿Qué daño puede hacernos? 

martes, 23 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 40

 -¿Estabas en el restaurante? -preguntó Paula.


Pedro sonrió, agarró del hombro a Paula, que trató de soltarse, y se presentó:


-Tú debes ser Ignacio, yo soy Pedro. Un amigo de Paula. Quizá me haya mencionado, ¿No?


-No, creo que no. Bueno... -contestó Ignacio mirando a Paula-. ¿Todo bien?


Paula asintió. Parecía incapaz de articular palabra, pero su furia se desataría pronto. Ignacio los miró a ambos indeciso y añadió:


-Bueno, me voy. ¿Seguro que todo va bien?


Paula tartamudeó algo y asintió. Ignacio se marchó, y acto seguido alzó la vista hacia Pedro con ojos negros de ira. Dirigida toda hacia él. La realidad pareció golpearlo de pronto. ¿Qué había hecho?, ¿Y por qué? Abrió la puerta, y Pedro se coló. Ella parecía dispuesta a darle con ella en las narices.


-¿A qué ha venido eso? -preguntó Paula enfadada, cerrando la puerta.


-Ibas a invitarlo a entrar, ¿Verdad? -la acusó Pedro-. ¡Hace un par de horas te repugnaba la idea de besarlo, y ahora ibas a invitarlo a entrar!


-¿Y qué? Me estaba contando una larga historia, así que le dije que pasara un minuto en lugar de quedarnos sentados eternamente en el coche.


-¿Y crees de verdad que él iba a limitarse a charlar?


-¿Por qué no? -preguntó a su vez Paula-. No todos los hombres interpretan una invitación a tomar café como una invitación a la cama, Pedro.


-La mayoría sí -gruñó él.


-¿Y qué si lo invito a pasar la noche?, ¿Por qué no? ¡Ah, claro! -respondió Paula sin esperar la contestación de él-. Temes que lo eche todo a perder y lo espante, y tengas que empezar el trabajo otra vez desde el principio.


-No exactamente.


-Entonces, ¿Qué?


Paula se quedó mirándolo, esperando una respuesta. Estaba roja de ira y sus ojos echaban chispas de fuego.


-¡Dios, Pedro!, ¿Te das cuenta dé lo que has hecho?, ¿Te das cuenta de la impresión que le has causado? Ahora Ignacio creerá que eres mi ex y que me sigues o algo así. Tendrás suerte si no llama a la policía. 


Paula caminó nerviosa y furiosa de un lado a otro, se quitó el abrigo y los tacones y añadió:


-¡Apuesto a que no vuelve a llamarme nunca más, y será por tu culpa!


-Bueno, pues buen viaje.


-Él podría ser el hombre ideal, ¿Sabes? -continuó Paula con los brazos en jarras-. Todo estaba saliendo a la perfección.


-¿A la perfección? -repitió Pedro-. ¡Hace dos horas estabas a punto de vomitar ante la idea de besarlo!


-Los nervios -contestó ella-. Me gusta. Y yo le gusto. ¡Todo habría ido bien si me hubieras dejado besarlo!


Bien, así que no se habían besado en el coche. Pedro sonrió satisfecho. Pero fue un error. Paula sacudió la cabeza disgustada, se acercó a escasos centímetro y elevó la voz hasta casi gritar:


-¿Cuál es exactamente tu problema, Pedro?


Estaba preciosa. Sus ojos brillaban de emoción, toda su atención se la dirigía a él. Pedro se sintió tentado de abrazarla y besarla, de demostrarle cuál era su problema. Pero no lo hizo. En lugar de ello se dió la vuelta y se dirigió a la cocina, diciendo:


-Necesito tomar algo.


-Sírvete tú mismo -contestó ella siguiéndolo-. ¿Por qué has ido al restaurante?


-Es una suerte que fuera, ¿Verdad? Es evidente que todavía no sabes lo que haces -contestó Pedro sacando una cerveza.


-No te comprendo, Pedro. Llevamos semanas trabajando en esto. ¿Por qué has tenido que arruinarlo todo?


-Es sencillo -dijo él abriendo la botella y dando un sorbo-. Ese tipo no es el adecuado para tí. Tienes que buscar más.


-No necesito buscar más, sólo necesito a alguien...


-Adecuado, lo sé -la interrumpió Pedro-. Me has dicho muchas veces lo que buscas. Bien, pues olvídalo. Ignacio no sirve.


-¿Por qué?, ¿Has descubierto algo nuevo acerca de él?


-Sí.


Paula cambió de actitud de pronto, su enfado se desvaneció en parte y su voz perdió fuerza. 


-¿Sí?, ¿El qué?, ¿Algo malo?


Pedro dió un largo trago mientras pensaba qué contestar.


-Sí, algo malo.


Paula esbozó una expresión de preocupación, olvidó definitivamente la ira y se apoyó en la pared. Parecía sola, triste. Y todo eso sólo de pensar en perder a Ignacio. Los celos lo corroían.


-¡Dios! -susurró ella-. Tenía que haber algo malo, lo sabía. Dímelo, Pedro, ¿Qué es? Está casado, ¿Verdad?


Por toda respuesta Pedro sacudió la cabeza.


-¿Peor aún? -siguió preguntando ella.


Pedro se encogió de hombros.


-¡Oh, Pedro!, no irás a decirme que es un criminal, ¿Verdad?


-No.


Paula estaba impaciente y aterrada. Se acercó a él y puso un puño en su pecho, tratando de hacerlo hablar.


-¿Qué es, Pedro?, ¿Qué tiene de malo? ¡Dímelo!


Pedro se restregó la cara varias veces, pero no sirvió de nada. No recuperaba la sensatez ni siquiera utilizando todas sus tácticas para retrasar el momento de contestar. Estaba a punto de decirlo, era incapaz de reprimirse. Respiró hondo, alzó la vista, y por fin lo soltó:


-Que no es yo.


Aquellas palabras resonaron en el aire largamente. Pedro se sentía desfallecer esperando la respuesta de Paula. No sabía qué esperaba, no sabía qué quería que sucediera, pero contenía el aliento. Ella tragó. Apartó él puño de su pecho y dió un paso atrás. Estaba totalmente desorientada.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 39

¿Lo decía con sarcasmo? Pedro se giró para observar su rostro y comprobarlo, pero Paula se había marchado a abrir la puerta. ¿Qué hacer?


Paula estaba a punto de salir y besar a aquel tipo sólo porque él le había dicho que no era para tanto.


-No hagas nada que no desees hacer, Paula -recomendó Pedro por última vez, volviéndose hacia la ventana-. Dijiste que no te hacía sentirte bien, así que no lo hagas. El juego se ajusta a las circunstancias, ¿comprendes? Las reglas son flexibles, puedes romperlas. Puedes decidirte incluso sobre la marcha.


Paula no respondió nada, así que Pedro no supo si ella lo había oído.


-Adiós, Pedro, márchate cuando quieras -se despidió Paula.


Paula abrió la puerta y saludó a Ignacio. Pedro fingió no escuchar cada palabra. Luego la puerta se cerró. Él se sentó en el sofá y cerró los ojos. ¿Sabría manejarse sola?, ¿Sabría él? Ignacio parecía no darse cuenta, pero a Lea le costaba prestarle atención y no pensar constantemente en el apasionado beso que le había dado Pedro. Otra vez. Parecía una respuesta automática. Ella decía que era una tonta, y él la besaba para hacerla callar. ¿Por qué? ¿Y por qué tenía que gustarle tanto?, ¿Por qué habría preferido hacer caso omiso del timbre de la puerta y seguir tomando lecciones en el sofá? Paula deseaba gritar, acurrucarse con Frida en la cama y llorar. El ronroneo de la gata era perfecto para los corazones rotos. ¿Corazones rotos? Pinchó un tomate con el tenedor y reflexionó. ¿Había cometido la estupidez de enamorarse de Pedro? Su corazón echó a galopar al analizar la profundidad de sus sentimientos hacia él y compararlo con lo que sentía por Ignacio. La enorme diferencia la asustó. Respiró hondo y trató de olvidar. Buscaba un marido, no un tipo que se apuntara a la legión en cuanto oyera hablar de compromisos. Alzó la vista y sonrió a Ignacio. Él sonrió a su vez, y ella trató de concentrarse en la conversación y enumerar mentalmente los puntos a su favor. Ignacio era guapo, agradable, encantador, y quería de la vida lo mismo que ella. Toda la culpa era del beso. Era natural que la afectara, hacía más de un año que nadie la besaba. Cualquier beso de cualquier hombre la habría afectado. El de Ignacio, sin ir más lejos. Esa misma noche. 


Nada más llegar al restaurante Pedro observó que todo iba bien. Como de costumbre. Por desgracia. Ignacio y Paula charlaban y reían. Ella no parecía nerviosa. Por supuesto, porque estaba decidida a besarlo. Y una vez tomada la decisión la ansiedad desaparecía. Pedro apretó los dientes y presionó al camarero para que le diera una buena mesa desde la que observar. Por desgracia sólo quedaba libre una frente a Ignacio. Él lo vería, pero Paula no. Aunque pensándolo bien casi era lo mejor. Ignacio no lo conocía, y era posible que ella se enfadara al enterarse de que los había seguido. ¿Qué estaba haciendo?, ¿Estaba celoso? Y si era así, ¿Qué haría al respecto?, ¿Tener un hijo con Paula? Sacudió la cabeza en silencio. Por supuesto que no. Pero entonces, ¿Qué hacía allí? Un espía, se había convertido en un espía. Seguía al coche de Ignacio, que llevaba a Paula de vuelta a casa tras una eternidad en el restaurante y otra eternidad en el bar más próximo, donde ambos habían estado bailando. ¡Bailando! Por supuesto los seguía por el bien de Paula, tal y como ella le había pedido en otras ocasiones aunque no en aquélla. Pedro estacionó dos casas más allá y caminó hasta la puerta, donde Paula se despedía de Ignacio. O eso esperaba Pedro. Se detuvo tras un árbol y los observó charlar y reír. Entonces Paula abrió el bolso y comenzó a buscar las llaves. Y Se puso tenso. ¿Le pediría que entrara? Imposible, era demasiado pronto para eso. Ni siquiera se habían besado. Aún. No podía permitírselo. De pronto Ignacio alzó una mano y la puso en el hombro de Paula, y antes de que pudiera darse cuenta estaba corriendo en su dirección. La pareja se separó sobresaltada. Los dos lo miraron. Ignacio con sorpresa, ella enfadada. Ya se ocuparía de eso después.


-¡Paula! -sonrió Pedro ampliamente, abrazándola, alzándola y haciéndola girar en el aire-. ¡Hola, cariño! Decidí pasar por aquí a charlar.


-¿No estabas en el restaurante? -preguntó Ignacio señalándolo con un dedo-. Estoy seguro de haberte visto en el restaurante. Estabas solo, en una mesa junto a la puerta de la cocina.


-Eres observador -comentó Pedro. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 38

 -Paula, tienes que mirarte al espejo. Ahora mismo.


Pedro la arrastró al baño. Ella obedeció. Sus miradas se encontraron en los reflejos. Paula estaba muy tensa.


-Mírate, estás aterrada, prácticamente parece que sientes náuseas. Si eso es lo que sientes ante la idea de besarlo, definitivamente no es la persona con la que debes concebir un hijo.


-No, no es eso, Pedro -negó Paula-. Ignacio me gusta, en serio. No creo que fuera... Terrible ni nada de eso. Es amable, divertido, mono. Ignacio no tiene nada de malo.


Paula se volvió y apoyó la frente en el pecho de Pedro. Lo hacía a menudo. Y el gesto le hacía desear abrazarla, impedir que se marchara con otro hombre.


-¿Acaso falla en tu examen sexual mental? 


-No exactamente.


-¿Qué quieres decir? -siguió preguntando Pedro.


-Ignacio es... Es difícil de explicar. La verdad es que no he hecho ese examen mental con él porque la idea de besarlo me da... Miedo. No sé por qué. Hasta ahora él parece perfecto para mí, debería querer besarlo.


-¿Y cuál es el problema entonces?


-No lo sé, sencillamente no me parece bien. Serán los nervios, ¿No? Me encontraré bien cuando lo haya hecho, ¿Verdad?


-Creo que no me pagas lo suficiente para este trabajo -declaró Pedro hastiado-. Necesitas un psicoterapeuta, no un consultor.


Pedro estaba de mal humor, y negarlo no servía de nada. Su comportamiento no era del todo honesto, no pensaba en los intereses de Paula ante todo. No le gustaba la idea de que ella besara a Ignacio Cameron. En absoluto. Ella apartó la cabeza, pero permaneció cerca de él.


-¿Qué crees tú?, ¿Debo besarlo esta noche? -insistió ella.


-Paula, ¿Es que vas a planear cada detalle por adelantado?, ¿Vas a calcular las probabilidades y los márgenes de error de cada acción?


-Si puedo...


-Bien, pues hazlo. ¡Pero a mí déjame en paz! Esto es cada día más absurdo.


-¿Dejarte en paz? -repitió Paula-. Tú eres el experto, estás aquí para ayudarme. Éste es un paso muy importante, y no quiero estropearlo.


-¡Piensa en lo que me estás pidiendo! No voy a darte un plano detallado del primer beso, Paula. ¡Olvídalo! -exclamó Pedro deseando darse de cabezazos contra la pared. 


-¿No puedes darme alguna pista?


-¿Qué diablos quieres, Paula?, ¿Una demostración?


-¡Por supuesto que no! -gritó ella, bajando luego la voz y añadiendo-: Crees que soy ridícula, ¿Verdad?


-Pues sí, ya que lo preguntas, lo creo.


-Crees que soy estúpida y patética, ¿Verdad?


-¡No! -gritó Pedro deseoso de zarandearla-. Paula, deja ya de ser tan insegura. ¡Es insoportable!


-¿Te resulto insoportable?, ¿Estás harto de mí?


-¡Sí! Me pone enfermo ver lo que haces. Eres encantadora, inteligente, divertida, atractiva. No tienes ninguna razón para sentirte insegura.


-¿Crees que...?


Pedro jamás había sido de la opinión de que hacer callar a las mujeres besándolas fuera una estrategia particularmente inteligente, pero no obstante lo repitió por segunda vez. Los labios de Paula eran suaves y seductores a pesar de haberse quedado paralizada por la sorpresa, y además ella respondió una fracción de segundo más tarde. Pedro se relajó al sentir que lo abrazaba por la nuca y olvidó las razones por las que no debía besarla. Y funcionó. El mundo pareció desvanecerse a su alrededor, sólo existían Paula y él y su sabor, que pareció ahogar hasta la última neurona de su cerebro. Pero entonces sonó el timbre de la puerta y ambos se separaron sobresaltados. Él juró sin atreverse a mirarla, se giró y apoyó la frente sobre el cristal de la ventana. Ella parpadeó y lo miró con ojos inmensamente abiertos, atónitos, inquisitivos. Pero Pedro no podía responder a ninguna de las preguntas que ella le dirigía en silencio.


-Ahí tienes, un plano detallado del primer beso. ¿Contenta?


¿De dónde salía aquella absurda explicación? Pedro no quería que Paula besara a Ignacio de ese modo. Ni de ese modo ni de ningún otro. Pero era la única respuesta razonable, ¿No?


-¿Lo ves? No es para tanto. Es sólo un beso, no tienes de qué preocuparte - añadió Pedro.


-Sí, comprendo. Gracias por la demostración, Pedro -contestó ella con calma.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 37

Nada más sentarse él al volante Paula preguntó:


-No te ha gustado, ¿Verdad?


-Claro que sí, no tengo nada en contra de Ignacio.


-Pedro, sé sincero. ¿Qué te dice tu instinto?, ¿Me traerá problemas?


-Sinceramente, Paula -contestó Pedro pasándose una mano por la frente y arrancando-, no veo ningún problema. Podría ser el hombre de tus sueños.


-¿De verdad?


-Sí, así que... ¿Puedo dar por terminado mi trabajo y desaparecer del horizonte?


-No -negó Paula, poco convencida aún-. Oh, no, te necesito, Pedro. Vendrás al museo, ¿Verdad?


-¿Para qué? Habéis roto el hielo, es un buen hombre... ¿Cuál es el problema?


-Eres mi red de seguridad, como en el circo -explicó Paula-. Un instrumento necesario en un mundo cruel y malvado...


-Paula...


-¡Por favor! -rogó ella.


Pedro apretó los labios y sacudió la cabeza, pero finalmente accedió:


-Está bien, lo haré. Pero no cuentes conmigo para siempre.


-No, por supuesto. Tranquilo. Algún día tendré que salir solita, lo sé.


-Sí, y algún día yo tendré que aprender a decir que no a una bella dama.



Pedro se sentía como si abandonara a su chica. Observaba a Paula prepararse para la cuarta cita con Ignacio, la primera en la que él no haría de carabina, y respondía a sus miles de preguntas sin que ella hiciera caso de las respuestas. Por supuesto ella no era su chica, pero Pedro comprendía lo que sentía un padre. Lo malo era que al contrario que un padre, no podía llamarla por teléfono cada diez minutos. No, tenía que esperar hasta el día siguiente para saber cómo había ido el encuentro. Era horrible. Paula estaba también muy nerviosa. Lo adivinaba en el lenguaje de su cuerpo, aunque ella lo negara.


-No, no estás bien, Paula. Estás casi temblando. ¿Por qué? Lo conoces, se llevan bien. Yo no he tenido que intervenir una sola vez. No me necesitas. ¿Por qué te preocupa tanto salir sin mí?


-No es eso lo que me preocupa.


-Entonces, ¿Qué? -preguntó Pedro-. Cuenta, hablar ayuda.


-¿En serio, doctor Alfonso?


-Venga usted aquí, señorita Chaves -contestó Pedro fingiéndose un doctor austriaco. Cuénteme sus problemas.


En lugar de sentarse, Paula caminó de un lado a otro unos minutos hasta que finalmente llegó a una decisión.


-Está bien, mi problema es éste: creo que puede que haya llegado el momento.


-¿El momento de qué?


-De besarlo -susurró Paula-. Creo que puede que esta noche sea ya hora de... Besarlo.


La voz de Paula sonaba lo menos entusiasta que podía sonar. Parecía como si estuviera considerando la posibilidad de pedir un limón agrio para cenar. Y a Pedro no le costaba imaginar lo amargo que podía resultar. La idea le revolvía el estómago. ¿Hacía ella lo correcto?, ¿Hacían los dos lo correcto? Pedro observó su rostro pálido y sacudió la cabeza. Se puso en pie y se acercó a ella. 

jueves, 18 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 36

 -A veces. Sobre todo en la primera cita, sí. 


-¿Pero tú no se lo permites? - continuó Paula. 


-Por lo general no, a menos que se muestren muy insistentes.


-¿Y suelen insistir?, ¿Hasta qué punto?, ¿Cuánto es mucho?, ¿Cuánto es demasiado poco?


-¡Paula! -exclamó Thomas agarrándola de los brazos-. Eres la mujer más neurótica que he conocido jamás. No va a ocurrirte nada malo si haces algo mal.


-Pedro, déjate de charlas. Estamos llegando al postre, no queda tiempo. ¿Qué hago?


-De acuerdo, ofrécete a pagar. Si dice que no, insiste, pero no vayas demasiado lejos.


-Bien -contestó ella más tranquila, apoyando la frente en el pecho de él-. Me parece razonable. No vamos a pelearnos por la cuenta, ¿No?


-No -negó él dándole golpecitos en la espalda-. Enderézate, señorita. Todo saldrá bien. Parece un buen hombre.


-Sí, es majo. Verdaderamente agradable. Me gusta.


-Bien -respondió Pedro tomándola de la barbilla y acariciando su labio con el dedo pulgar-. No te muerdas el labio. Sonríe. Eres guapa. Espero que ese tipo aprecie el privilegio de salir contigo.


-Gracias -sonrió ella débilmente-. Tú también eres verdaderamente agradable, Pedro.


-Puedes apostar a que sí. Y ahora vuelve allí y enamóralo.


Paula se dió la vuelta y caminó dos pasos decidida, pero inmediatamente se giró de nuevo hacia él. Pedro sacudió la cabeza en señal de advertencia y dijo:


-No, Paula. Lo estás haciendo bien. Ve y conquístalo.


Ella vaciló, sonrió y se marchó. Y Pedro apretó los dientes. ¡Menuda suerte tenía Ignacio!


Paula se despidió de Ignacio a las puertas del restaurante. Le explicó que un amigo iría a recogerla allí y que se trataba simplemente de una medida de seguridad. Ignacio asintió y contestó que lo comprendía, y ella se quedó observándolo hasta que desapareció.  Todo había salido genial. Habría sido incluso perfecto de no haberla estado observando Pedro. Al principio ella había creído que su presencia le haría sentirse más segura, pero en lugar de ello... La había puesto más nerviosa. Pero no podía quejarse, Pedro sólo cumplía su promesa. Sin embargo verlo allí sólo servía para recordarle el beso y suscitar en ella fantasías eróticas con mucha más frecuencia.


-¿Se ha marchado? -preguntó Pedro a su oído, sobresaltándola.


-Sí, ya se ha ido.


-Enhorabuena, has sobrevivido a tu primera cita. ¿Qué tal? -preguntó Pedro poniendo un brazo por encima de sus hombros.


-No ha ido mal, en realidad ha estado bastante bien. Pero tú ya lo sabes, estabas delante.


-Parece que se llevan bien -comentó Pedro-. ¿Te lo has pasado bien?


-Sí, es amable, lo hemos pasado bien.


Incluso a oídos de Paula aquellas palabras sonaban poco entusiastas. Pedro pareció darse cuenta y preguntó:


-¿Hay interés?


-Sí, eso creo. Probablemente esté interesado. 


-Por supuesto que él está interesado -contestó Pedro impaciente-, ¿Qué hombre no lo estaría? Me refería a tí.


-Ah, sí. Es amable, creo que me interesa. 


-Repites mucho eso de amable, Paula. 


-Bueno, es que lo es.


-Vamos -dijo Pedro guiándola al coche-. ¿Crees que puede haber algo entre los dos?


-Sí, podría ser. Quizá.


-¿Volverás a verlo? -siguió preguntando Pedro.


Paula giró la cabeza hacia él confusa. Pedro hablaba con un tono de voz brusco. ¿Acaso Ignacio no le había gustado?, ¿Había visto en él algo peligroso, algo de lo que ella no se había percatado?


-Sí, el martes. Iremos a un museo.


-Bien. 


Pedro le abrió la puerta del coche y ella entró. A él no le había gustado Ignacio, era evidente. Paula se derrumbó. ¿Lo había juzgado mal?, ¿Se engañaba? Tenía que ser. Sin embargo, ¿Por qué Pedro no le contaba nada? 


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 35

Paula salió corriendo al baño.


-¡Paula, era una broma! ¡No tienes arrugas!


-¡Me faltan sólo semanas para cumplir los treinta! -respondió ella a gritos-. Deben estar a punto de salirme. Jamás debes bromear acerca de las arrugas con una mujer que va a cumplir los treinta.


Pedro se dirigió al baño y se apoyó sobre el dintel de la puerta.


-Lo siento, ya te lo he dicho: No tengo hermanas.


Paula se miraba al espejo y se ponía crema entre los ojos.


-¿Crees que esa crema va a evitar que te salgan arrugas? -preguntó él.


-No. Seguro que hay alguien muerto de risa nadando en la abundancia a costa de las mujeres.


-Las arrugas no son tan malas -repuso Pedro-. Yo tengo.


-Sí, tienes arrugas en los ojos que destacan cuando te ríes, pero te hacen parecer más maduro y más atractivo -contestó Paula- ¡Hombres! No es justo. Definitivamente Dios no es mujer. El mundo sería muy diferente si lo fuera.


-¿Te importa dejar la discusión teológica para otro momento? Tenemos que marcharnos.


Paula obligó a Pedro a dejarla en la puerta del restaurante y dar la vuelta a la manzana antes de estacionar y entrar en el local él también. De ese modo su pareja no sospecharía que iban juntos. Él giró los ojos en sus órbitas, pero obedeció. Ella se sintió sola y abandonada a las puertas del restaurante. Era una idiota. Casi treinta años, y tenía que contratar a una carabina. Resultaba patético. Aunque inteligente, sin duda. Corrían tiempos peligrosos. Llegaba pronto. Ignacio se retrasaba. Tenía tiempo de sentarse en la mesa, calmarse y prepararse. Miró por la ventana, y de pronto se dió cuenta de que en realidad a quien esperaba era a Pedro. Era imposible que él la dejara tirada, tenía que llegar antes que Ignacio.


-¿Paula?


Por fin habían llegado. Los dos. Lea estrechó la mano de Ignacio y sonrió. Él tenía una sonrisa agradable, pasó sin dificultades el examen de la primera impresión. Ignacio se sentó. Paula observó a Pedro, sentado solo en una mesa y escondido detrás de la carta.


Pedro estaba aburrido. La noche anterior, igual que auténticos profesionales, Paula y él habían estado investigando el local y seleccionando las mesas ideales para la misión. Desde su sitio podía verlos a los dos sin que Ignacio se diera cuenta, e incluso podía oír en parte la conversación. La mesa era perfecta, pero se sentía como un perfecto estúpido. Para empezar, jamás había salido solo a cenar. Y menos aún a un restaurante como aquél, lleno de parejas. La gente lo miraba con compasión. En segundo lugar tampoco tenía mucho que hacer. Paula estaba superando la prueba a pesar de los nervios y el rubor. Se mostraba encantadora, divertida, y parecía llevarse bien con Ignacio. Y él también pasaba todas las pruebas, reconoció a su pesar. Era educado y atento, no hacía nada que pudiera alarmarlo. Lo cual era bueno, se recordó. Trató de cenar lentamente, al ritmo de ellos. Era difícil, ya que ellos se interrumpían para hablar y él no. Debería haber llevado un periódico, algo para entretenerse. Tras pedir el postre se dió cuenta de que Paula trataba de llamar su atención. Alzó una ceja inquisitiva, y ella hizo un gesto en dirección a los servicios. Se puso en pie y se dirigió allí. Minutos más tarde Paula pasó por delante de él y entró en el servicio de señoras. ¿Qué hacer? Pedro vaciló. ¿Esperaba ella que él entrara allí? Paula entornó la puerta, sacó un brazo y lo arrastró dentro. Por suerte se trataba de servicios individuales. Podían haberlo visto entrar y podrían verlo salir, pero nadie lo vería dentro.


-¿Qué tal?, ¿Qué es tan urgente para arrastrarme hasta aquí?


-Lo había olvidado -susurró Paula-. El asunto del dinero. ¿Debo pagar?, ¿Qué es lo habitual? En este tipo de citas parece lo justo, pero no quiero insultarlo. ¿Qué hago?


-No lo sé, yo siempre pago -contestó Pedro encogiéndose de hombros.


-¿Porque quieres o porque se espera de tí?


-Ambas cosas, supongo.


-¿Y tus parejas suelen ofrecerse a pagar? –siguió interrogándolo Paula. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 34

 -Gracias, Pedro, te lo agradezco de verdad. Lo sabes, ¿No? -preguntó Paula abrazándose a él sin esperar respuesta y besándolo en la mejilla-. Eres buen chico para ser un conquistador. Menos mal que no salgo contigo, ¿Eh? - bromeó  guiñándole un ojo.


-Exacto, sales con Ignacio Cameron.


-Sí, y tengo algunas preguntas de última hora. 


-Dispara -afirmó Pedro.


-Bien, voy a una cita con un completo extraño. Al final de la velada... ¿Se supone que debo besarlo?


 -No debes hacer nada que no quieras.


-¿Pero cuál es la norma? -insistió Paula-. ¿Qué se suele hacer?


-No tienes por qué hacer lo mismo que los demás, Paula. Tú eres tú.


-Sí, pero yo quiero pasar la prueba, hacer lo que hace la mayoría. ¿Con beso o sin beso?


-Sin beso -contestó Pedro rindiéndose al fin.


Paula pareció aliviada por una fracción de segundo, pero inmediatamente su rostro volvió a adoptar una expresión de preocupación.


-¿Seguro?, ¿No besas tú a tu pareja en la primera cita?


-No estamos hablando de mí, y como estás muy nerviosa lo mejor es que no haya beso -decidió Pedro.


-¿Pero qué espera él?, ¿Qué esperas tú de tu primera cita?


-Nada -respondió Pedro.


-¿En serio?


-En serio, no hay expectativas.


-¿Seguro? -insistió Paula poco convencida-. Porque he leído un artículo que decía que se debía besar en la primera cita, pero los besos debían ser como máximo de dos segundos y sin... Ya sabes, sin lengua.


Pedro alzó la vista al techo y respiró hondo. Luego dijo:


-Paula, a veces parece que tienes dieciséis años. ¿Dos segundos y sin... « Ya sabes», sin lengua?


-Lo decía el artículo, y no era para adolescentes -alegó Paula con cierta culpabilidad-. Pero tienes razón, no debería sentirme tan insegura -añadió revolviéndose el pelo con frustración, comenzando a caminar de un lado a otro-. ¡Oh, Dios, Pedro, qué lío! No debería salir. Soy uña estúpida, ¿Verdad? ¡Esto es un lío! Quizá debiera simplemente...


-Paula... -la interrumpió Pedro agarrándola de la muñeca-: relájate.


-¿Por qué has accedido a hacer esto, Pedro? Es ridículo. ¡Te estoy preguntando cómo debo besar a un hombre, por el amor de Dios! Supongo que debería estar agradecida por el hecho de que no...


Paula estaba ruborizada, tenía los ojos inmensamente abiertos y las manos frías, temblorosas. Pedro abrió la boca dispuesto a decir algo constructivo que la calmara, pero de pronto, sin saber cómo, la besó. No lo había planeado, no tenía ni idea de qué iba a ocurrir hasta que sus manos se enredaron en los cabellos de ella y alzaron su rostro. Fue un movimiento rápido, sorprendentemente apasionado, y cuando acabó él sintió que había sido un error. Aun así, satisfecho en cierto modo, Pedro se negó a lamentarlo. La tensión entre los dos había estado ahí desde el principio, desde la noche en que se conocieron. Había llegado la hora de liberarla. Paula se quedó en silencio durante una eternidad. Pedro tampoco habló, simplemente la miró. Ella respiró hondo y se llevó un dedo a los labios. Fue un gesto tan significativo, tan inconsciente, que él tuvo que reprimirse para no volver a hacerlo. Entonces ella alzó los ojos inquisitivos hacia él.


-Eso ha sido muy interesante, Pedro. ¿Es así como debo besarlo?


Pedro se metió las manos en los bolsillos y la miró. A veces atacar era el mejor modo de defenderse, pensó. Los labios de Paula eran suaves, y además ella le había correspondido en la misma medida en que había actuado él. Aunque por supuesto Lea tenía otros planes. Sí, para ella era sólo un entrenamiento.


-No, ya te lo he dicho: Sin beso. Así es como no debes besarlo.


-Comprendo -contestó Paula-. Lo has hecho para demostrarme lo que no debo hacer.


-No, lo he hecho para que te callaras y te tranquilizaras -negó Pedro.


Ella sacudió la cabeza confusa y dijo: 


-¡Qué gracia!, pues no me ha tranquilizado. 


-Bueno, lo hago lo mejor que puedo. Al menos he conseguido que te callaras diez segundos.


Paula hizo un gesto de mal humor y frunció el ceño.


-Si sigues frunciendo el ceño así, te van a salir arrugas -advirtió Pedro. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 33

 -¿Qué tal estoy? -preguntó Paula girándose a un lado y otro, tratando de verse en el espejo desde todos los ángulos-. ¡Pedro!, ¿Qué tal estoy?


Qué pregunta tan típica. Cualquier hombre se arrodillaría rogando clemencia ante tanta insistencia. Además, la respuesta daba igual. Ninguna mujer veía en el espejo lo mismo que su hombre. ¿Su hombre?, se preguntó Pedro sacudiendo la cabeza. ¿Era así como pensaba en sí mismo?


-Y bien -insistió ella impaciente-. ¿Tengo buen aspecto?


-Estás preciosa, Paula -contestó él con sinceridad-. Adorable. Si dejaras de morderte el labio y fruncir el ceño, diría incluso que estás bellísima.


Paula lo miró a través del reflejo y comenzó a revolverse el cabello. Pedro la tomó de las manos para que estuviera quieta. 


-No, tu peinado es perfecto.


-No, no lo es.


-Lo es -insistió él-. Todo es perfecto. Estás preciosa. Lo digo en serio. Deja de preocuparte.


Paula se soltó y se giró de nuevo hacia el espejo con ansiedad.


-¿Parezco demasiado... Algo?


-¿Demasiado qué?


-No sé -contestó Paula encogiéndose de hombros-. Ya sabes a qué me refiero, a que parezca que me he esforzado demasiado por gustar. ¿Crees que hay algo en mí que pueda asustarlo?


Pedro gruñó y se pasó las manos por el cabello.


-¡No puedo creerlo! ¿Todas las mujeres hacen esto antes de una cita?


-Tengo poca experiencia, pero creo que sí -contestó Paula.


-Pues las compadezco.


-Gracias.


-Me alegro de no tener hermanas -continuó Pedro-. Esto es un tormento.


-¿No dijiste que tenías una hermanastra?, ¿No fue ella quien te arregló la cita con Candela?


-Sí, pero mi padre se casó con su madre hace sólo un par de años. Somos amigos, pero no somos realmente hermanos -explicó Pedro.


Paula asintió y volvió a mirarse al espejo.


-Quizá no debiera ir de rojo. Es demasiado llamativo, ¿No?


-No, de rojo estás maravillosa. Y ahora apártate del espejo y relájate. Aún quedan diez minutos para que nos marchemos.


-¿Diez minutos? Hay tiempo de sobra para cambiarme -repuso Paula-. Y peinarme. Y si no voy de rojo, voy a tener que maquillarme de nuevo. ¡Pedro!


-¡No vas a cambiarte, Paula! Estás perfecta. No lo líes todo.


-¿Seguro? -insistió Paula.


-Confía en mí, ese tipo no podrá creer en su suerte.


-¡Qué encanto eres! -exclamó Paula poniéndose de puntillas para besarlo en la mejilla-. Gracias, eres magnífico para mi autoestima. 


-De nada.


-¿Y si él es horroroso?, ¿y si le gusta acariciarme con el pie como a Julián?


-Yo estaré allí -contestó Pedro-. Al más mínimo problema, te rescataré. Como la última vez. 


-¿Lo prometes?


Paula estaba preciosa con aquellos ojos expectantes alzados hacia él. Pedro se imaginaba a sí mismo rescatándola una y otra vez.


-Sí, te lo prometo.


-Estoy muy nerviosa, Pedro.


-No lo estés. Relájate -recomendó Pedro.


-Para tí es fácil decirlo, pero yo no puedo. Me resulta físicamente imposible -explicó Paula-. La adrenalina me desborda.


-¿Te pusiste así de nerviosa con Julián?


-No, esa cita era sólo para practicar. Fui sin esperar nada en realidad.


-¿Y cuál es el problema ahora?, ¿Tus expectativas?


 -Exacto -confirmó Paula-. Además, tú lo elegiste. 


-No confíes tanto en mí, Paula -gruñó Pedro-. Yo sólo elegí a un candidato, pero no es tu única oportunidad.


-Lo sé. Lo siento, me estoy comportando como una niña -se disculpó Paula.


-Tranquila, yo estaré allí. Si ocurre algo, sólo tienes que hacerme una señal.


-¿Vas a raptarme y a besarme hasta que me estremezca? -preguntó Paula entre risas.


No era mala idea. La imagen tronó en la mente de Pedro, dejándolo pensativo. No, no era en absoluto mala idea. Pero no creía que Paula pensara lo mismo.


-¿De qué estás hablando?


-De nada -sacudió la cabeza Paula-. Julián hizo correr el rumor de que me raptaste y me besaste. Según parece tiene mucha imaginación.


-La idea es interesante, trataré de recordarla por si surge la ocasión - contestó Pedro.


Paula sonrió. Creía que él hablaba en broma, no era en absoluto consciente de los derroteros por los que discurría su mente. No era de extrañar que necesitara ayuda con los hombres, era incapaz de adivinar qué pensaban. 

martes, 16 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 32

Nada más entrar en el restaurante una voz femenina llamó a Pedro. Paula se preparó para conocer a una de sus conquistas, pero de pronto alguien la abrazó. Conocía aquel perfume.


-¡Aún están juntos! -exclamó Candela abrazándolos a los dos-. ¡Es maravilloso!


Paula se acercó a Pedro y lo rodeó por la cintura, diciendo:


-Sí, aún estamos juntos. He oído decir que Julián y tú salen juntos.


Pedro la agarró a su vez, y Paula juró. Le costaba concentrarse cuando él estaba demasiado cerca.


-Bueno, en realidad no -repuso Candela-. Salimos un par de veces, pero no es mi tipo. Pero es igual -sonrió mirando a Pedro-. A decir verdad, tú me pareciste... Un poco mayor.


-Tranquilo, cariño -lo consoló Puala-. Para mi gusto eres perfecto.


Pedro gruñó. Paula se echó a reír, y Candela abandonó el restaurante con su pareja.


-¡Vaya! ¿Cómo te sientes ahora, abuelo? -preguntó Paula.


Pedro le apretó el hombro y calló. Paula respiró hondo nada más tomar asiento.


-¡El viernes vendré aquí a encontrarme con una persona a la que no conozco, no puedo creerlo!


-Todo saldrá bien en serio -aseguró Pedro-. Será como ahora: Un hombre y una mujer en un restaurante. No es para tanto.


-No será como ahora -negó Paula sacudiendo la cabeza-. Cuando estoy contigo no estoy nerviosa, no espero nada, no hay nada que resolver. Ninguno de los dos tiene que pasar una prueba. No necesito impresionarte ni imaginar cómo te comportarías en la cama.


Pedro pareció atragantarse a pesar de que ni siquiera les habían servido las bebidas.


-¿Cómo dices?


-Es lo que dicen esos artículos, que hay que visualizar situaciones íntimas antes de que surjan.


-¿Y las mujeres hacen eso? -preguntó Pedro.


-No lo sé, ¿Y los hombres? 


Pedro pareció reacio a contestar. En lugar de ello se quedó mirando la vela encendida sobre la mesa. Buena respuesta.


-Sí, claro que lo hacéis. No es de extrañar -continuó Paula-. El artículo recomienda hacerlo para ayudarte a decidir qué sientes por tu pareja.


-¿Y has puesto tú a prueba esa teoría?


¿Contaban las imágenes que surgían involuntariamente en la mente? Sí, probablemente. La luz era tenue. Pedro no la vería ruborizarse, así que podía contestar con naturalidad.


-Claro, la imaginación no hace daño a nadie.


-¿Y funciona? -siguió preguntando Pedro.


-Más o menos. Supe que Julián estaba descartado antes incluso de que me pusiera el pie en la pierna.


-Así que tu hombre no sólo tiene que cumplir tus expectativas, sino que además tiene que aprobar tu examen sexual imaginario, ¿No?


-Sí -afirmó Paula.


Pedro recogió la carta y sacudió la cabeza.


-¡Mujeres! ¡Sí que son raras! Menos mal que no tengo que meterme en tu cabeza para ayudarte con tus fantasías.


Eso era lo que creía él, pensó Paula. 


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 31

Paula estuvo encantadora al teléfono a pesar de los nervios, y a Ignacio pareció gustarle. Pedro se quedó impresionado, aunque sólo pudo oír el murmullo de la voz de Ignacio. Paula colgó el teléfono ruborizada y lo abrazó.


-¡Lo he hecho! ¡Tengo una cita! El viernes. Parece una buena persona. No creo que sea un asesino ni nada por el estilo.


-Bien, estupendo. ¿Adónde van a ir?, ¿Al Acuario?


-No, él sugirió otro lugar, un restaurante que está frente a la agencia. Es terreno neutral, pero los dos conocemos la calle. No es mala idea.


-No -respondió Pedro.


Mejor. No tenía muchas ganas de volver al Acuario, y esa vez para vigilar a Paula de la mano de su nueva pareja. Eso lo habría hecho sentirse... Mal.


-¡Oh, Dios! -exclamó Paula casi saltando-. ¡Tengo una cita! ¡Una verdadera cita con un hombre pensado para mí! Y todo te lo debo a tí.


-Eso no es cierto.


Paula no lo oyó, pero progresivamente se fue calmando y dejando de saltar hasta quedar al borde del sofá.


-Todo saldrá bien -repuso Pedro.


-Tú no comprendes, es el viernes. Sólo quedan dos días.


-¿Y qué tienes que preparar?


¿Cómo un hombre inteligente podía hacer una pregunta así? Había miles de decisiones que tomar: El vestido, el perfume, el maquillaje, la altura de los tacones. Y había que definir la estrategia. Había un artículo en una revista sobre cómo impresionar a tu pareja que Lea, por supuesto, no había leído. Apenas le había echado un vistazo. Sin embargo recordaba cada detalle. ¿Quería mostrarse coqueta o tímida?, ¿Misteriosa o abierta?, ¿Comunicativa o callada? Ser una misma, por supuesto, pero... ¿Qué aspectos resaltar? Las estadísticas resultaban infinitamente más sencillas.


-¡Las citas son un lío! -suspiró Paula.


Pedro, sin embargo, siguió mirándola sin comprender. Sí, para los hombres era muy sencillo.


-¿Qué he hecho ahora? -preguntó él alzando las manos en un gesto de impotencia. 


-¿Cuándo fue tu última cita, Pedro?


-Debió ser el día que tú saliste con el señor Pie Atrevido y yo con la señorita Chicle Verde.


-Fuimos muy crueles dejando a Candela allí -comentó Paula.


-Tranquila, la llamé al día siguiente y me disculpé. Estaba perfectamente. Incluso tenía pensado volver a ver a Julián.


-¿Y no has vuelto a salir con ninguna mujer?


-He estado ocupado -contestó él.


-Ah, lo siento, estoy echando a perder tu reputación.


-No te preocupes por mi reputación. Cuéntame, ¿Va a venir a recogerte?


-No, nos encontraremos allí. Es una de las medidas de seguridad que sugirió la agencia -explicó Paula.


-Bien, y a propósito de seguridad, quería decirte una cosa: No deberías subir al coche de un extraño.


-¡Por supuesto! Yo jamás... -Paula se interrumpió.


-Exacto.


-Bueno, pero contigo es diferente -se defendió Paula.


-No me conocías.


-Pues me alegro de haber subido a tu coche. No habría llegado tan lejos sin tí -sonrió Paula-. Aún estaría con Julián, escondiendo las piernas debajo de la silla.


Pedro bajó la vista hacia sus piernas. Paula sintió la mirada como una caricia y se aclaró la garganta. 


-¿Harías una cosa por mí?


-¿Qué? -contestó él tras una pausa, tomándose su tiempo antes de alzar la mirada.


-¿Te importa que salgamos juntos para entrenar?


 -Eso ya lo hemos hecho. 


-¿Podemos repetir? -insistió Paula. 


-¿Estás de broma?


-No, me sentiría mejor si fuéramos a un restaurante. Para practicar.


-Claro, ¿Mañana?


-¿Y por qué no ahora? Olvídate de la pizza. Llamaré a ver si quedan mesas libres.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 30

Tres hojas, tres hombres: Adrián, Ignacio y Santiago. Sus datos, sus aficiones e intereses, y una corta biografía. Lo único que tenía que hacer era elegir a uno y llamar. Paula agarró el auricular y llamó a Pedro.


-Lo tengo -dijo en cuanto él contestó.


-Bien, lo tienes. ¿Pero el qué? -contestó Pedro reconociendo inmediatamente su voz.


-¡A los candidatos de la agencia! Tengo la información aquí delante.


-Comprendo.


-¿Puedes venir después del trabajo? Prometo que esta vez yo haré la cena - aseguró Paula.


-¿Para qué me necesitas?


-Para trabajar -contestó Paula escueta-. ¿O es que vas a echarte atrás?


El silencio de Pedro la asustó. No la habría sorprendido que él se echara atrás. Él no se jugaba nada, excepto la amistad que había surgido entre los dos. Por supuesto ella le pagaba, pero a Pedro no le interesaba el dinero. Y Paula no estaba segura de querer hacerlo sola. Resultaba reconfortante tener a alguien a quien confiárselo todo.


-Claro, iré a tu casa. Aunque no sé para qué, pero allí estaré.


-Pediré pizza. ¿Te parece bien?


-Estupendo. Intentaré llegar hacia las siete, ¿De acuerdo?



Pedro se sabía de memoria los datos de los tres candidatos. Paula se los había leído seis veces. Ella no sabía con cuál ponerse en contacto primero, pero él se negaba a darle su opinión y ejercer demasiada influencia sobre ella.


-Bien, a ver qué te parece esto: Escribimos los nombres por orden de preferencia cada uno en un papel y luego nos los cambiamos -propuso Paula.


-Está bien -accedió Pedro encogiéndose de hombros-. Pero sólo si después eliges uno y lo llamas.


Paula escribió los tres nombres sin responder. Él hizo lo mismo, y ella le quitó el papel inmediatamente. Habían elegido al mismo candidato.


-Ignacio, ¿Eh? -comentó Paula-. Es el primero en las dos listas. ¿Por qué?


-Parece una persona constante y estable.


-Bien, lo llamaré -afirmó Paula mirando el teléfono-. Supongo que debería hacerlo ahora, antes de que pierda el coraje.


-Estupendo -contestó Pedro poniéndose en pie para darle un beso en la mejilla-. Buena suerte, sé que le gustarás.


Pedro se dió la vuelta para marcharse, pero no llegó lejos. Paula corrió tras él y le tiró de la chaqueta.


-¿Adónde crees que vas?


-A la cocina a pedir la pizza por el móvil. Quería darte intimidad.


-No pienso consentir que me dejes sola -aseguró Paula agarrándolo con fuerza de la muñeca.


Pedro la miró un momento, le quitó el papel que llevaba en la mano y comenzó a pulsar los números en el teléfono móvil. Ella colgó.


-¿Qué estas haciendo?


-Llamar a Ignacio.


-¡Tú no vas a hablar con él! -exclamó Paula.


-No iba a hablar con él, sólo iba a pasarte el teléfono. Cuanto más lo pienses, peor.


Paula le quitó el móvil y se lo guardó en la chaqueta, al tiempo que decía:


-Quédate aquí, no hace falta que escuches. De hecho es mejor si no escuchas, pero a pesar de todo quédate aquí por si...


-¿Por si qué?


-Por si surge una emergencia.


-¿Qué emergencia? -preguntó Pedro-. Nadie te amenaza, Paula. Y yo estoy tan perdido como tú. Jamás había hecho antes algo así.


-Bueno, pero quédate conmigo. Si me pongo a tartamudear o digo una tontería, cuelgas, ¿De acuerdo? Y si me desmayo, me echas agua fría.


Pedro era incapaz de resistirse cuando ella le pedía un favor con ojos suplicantes. Ni siquiera lo intentó. Por eso dejó que lo arrastrara de nuevo al salón y lo hiciera sentarse en el sofá. Paula alcanzó el teléfono y se sentó tan cerca que prácticamente estaba en su regazo. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 29

 -¿Sabes? Muchas de estas preguntas tienen realmente mucho sentido - musitó ella.


-¿Te sorprende? -preguntó Pedro-. Mejor, así te arrancarán tus más profundos secretos.


-En serio, es muy lógico -insistió Lea-. Te preguntan tu opinión acerca de la familia, los hijos, temas de moral, de política. Ni siquiera tendré que preguntarle a mi pareja si quiere tener hijos, forma parte de la información básica. Y no me emparejarán con nadie que no quiera tenerlos. Estoy impresionada.


-Bien.


Pedro comenzó a poner la mesa, de modo que Paula se vió obligada a recoger los papeles.


-Lo siento, se suponía que era yo quien haría la cena. Se me olvidó.


-Tranquila, sólo falta poner la mesa.


-Así que sabes cocinar, ¿Eh? -añadió Paula. 


-Claro -respondió Pedro guiñándole un ojo-. No se puede ser un soltero empedernido y no saber cocinar.


-Por supuesto, la comida rápida acabaría con tu figura y tus posibilidades de atraer a las chicas.


-¿Quieres decir que las mujeres sólo me quieren por mi cuerpo? -bromeó Pedro fingiendo indignarse-. ¿Y qué hay de mi personalidad, mi inteligencia y mi encanto irresistible?


-Por no mencionar tu ego. Siéntate, yo pondré la mesa. 


Pedro se apoyó en la pared y se cruzó de brazos, observándola sacar las cosas del armario.


-¿Es ésa una de las cosas de las que debe carecer tu hombre ideal, de un fuerte ego?


-Busco a un hombre hogareño, no a un conquistador empedernido - respondió Paula-. Y desde luego no debe tener un ego colosal. Hay una silla ahí debajo, la traje del dormitorio para tí.


-¿Para mí? -preguntó Pedro sonriendo-. ¡Qué considerada!


-Bueno, más vale que vaya acostumbrándome a tener a alguien en casa.


-No lo dices con mucho entusiasmo.


-Es que cuesta acostumbrarse.


-He estado pensando... -continuó Pedro-. No creo que sea buena idea casarse tan pronto, después de haber tenido sólo un novio.


-¿Qué quieres decir? -preguntó Paula probando la cena-. Mmm, esto está bueno, Pedro, mejor que lo que pensaba preparar yo.


-Quizá no te des cuenta de lo que estás a punto de perderte. Deberías echar una cana al aire antes de casarte, tener una aventura.


-¿Una aventura? Yo no tengo aventuras -afirmó Paula.


-¿Cómo?, ¿nunca?


-¿Te refieres a aventuras de una sola noche con un completo desconocido? No, jamás.


-Bueno, me refiero a una aventura con alguien hacia quien te sientas atraída... Sin compromisos. 


-¿Y no puedo tener esa aventura y luego el compromiso y todo lo demás? -preguntó Paula.


-Claro, si encuentras con quién.


-Bien, pues centrémonos en eso -recomendó Paula.


-Está bien, tú eres la jefa. Pero sigo pensando que lo que necesitas es tener una aventura.


La sugerencia era interesante, se dijo Pedro. ¿Y en quién había pensado para tener la aventura con ella? 

jueves, 11 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 28

 -Bueno, es comprensible -contestó Pedro.


-Yo nací cuando mis padres eran muy mayores, y soy hija única. Ahora tienen setenta años, así que si quiero que mi hijo conozca a sus abuelos, más vale que me dé prisa. Además, el día que falten mis padres sólo me quedarán unos primos a los que no veo desde hace años.


-Y por eso quieres tener una familia -concluyó Pedro.


En ese momento apareció un hombre en el dintel de la puerta.


-¿Paula Chaves?


-Sí, soy yo -contestó Paula poniéndose nuevamente muy nerviosa.


-Bienvenida, soy Antonio Fowler -contestó él estrechándole la mano-. ¿Y usted es?


-Pedro Alfonso.


-¿Y su relación...?


-Soy su consultor para citas -explicó Pedro con naturalidad.


¿Por qué no había dicho simplemente que era un amigo?, se preguntó Paula.


-Su consultor para citas, comprendo -comentó el señor Fowler-. ¿Y en qué difiere su trabajo del mío?


-Usted encuentra al hombre, yo la ayudo a formarse un juicio acerca de él.


-Comprendo -repitió el señor Fowler indicándoles que pasaran sin poner más pegas.


La entrevista comenzó de inmediato, pero no duró mucho. Ni tampoco fue desagradable, para sorpresa de Paula. A los diez minutos de entrar el señor Fowler abrió un cajón y sacó unos papeles, diciendo:


-Estos son tests de personalidad. Si los rellena usted, nos ayudará a encontrar a su pareja.


-¿Tengo que hacerlo ahora? -preguntó Paula observando el grosor del montón de hojas.


-Puede llevárselos a casa y devolverlos mañana si lo prefiere.


-Bien, lo prefiero. Y luego, ¿Qué?


-Introducimos sus datos en el ordenador. Por lo general salen unas cuantas parejas que pueden encajar. Entonces nosotros los entrevistamos. y comprobamos que el ordenador ha hecho una buena selección. Luego, cuando tenemos por fin un par de candidatos, nos ponemos en contacto con usted y le ofrecemos los nombres y números de teléfono. Y después... Depende de usted. Puede ponerse en contacto con ellos o no, es su elección.


-¿Les dan mi número de teléfono? -preguntó Paula.


-No -negó el señor Fowler con la cabeza-. Sólo proporcionamos los números a las mujeres, es una de nuestras normas de seguridad. Usted los llama, y si todo va bien concierta una cita. Si las cosas no salen bien, vuelve aquí y le buscamos otra pareja.


-Bien -suspiró Paula-. Entonces ahora tengo que esperar a que se pongan en contacto conmigo y luego llamar, ¿No?


-Exacto -confirmó el señor Fowler.


Al menos tendría unos días para prepararse.


Pedro la agarró de los hombros nada más salir a la calle.


-¿Lo ves? No era para tanto. No hacía falta que estuvieras despierta y preocupada toda la noche. 


-¿Cómo sabes que...?


Pedro acarició su rostro por encima de los pómulos y contestó:


-Tienes ojeras.


-Estupendo. Bueno, ya está. Tengo un par de días para librarme de las ojeras y prepararme para impresionar a mi pareja. Y creo que saldrá bien, la agencia parecía muy profesional.


-Sí, he estado investigándola -asintió Pedro-. Tiene una reputación excelente. Es cara, pero merece la pena.


-¿Me ayudarás a rellenar los tests?


-No creo que sea buena idea, son tests de personalidad. No se deben falsear los datos.


-Es verdad -asintió Paula reacia a dejarlo marchar-. Bueno, pero déjame que te prepare la cena, te lo debo. 


-Gracias, me apetece cenar contigo -respondió Pedro-. Pero no me debes nada. Me pagas por mi trabajo, ¿Recuerdas?


-Sí, y ya que lo mencionas... 


-¡Ah, ah!


-Exacto, no has cobrado el cheque -lo acusó Paula-. Lo he comprobado.


-No he tenido tiempo. 


-Pedro, ese dinero es tuyo. Si no cobras el cheque encontraré otro modo de pagarte -lo amenazó Paula sonriendo-. Ya sé... Te compraré una escultura. 


-Cobraré el cheque -se apresuró a decir Pedro riendo-. Por favor, esculturas, no.


Una hora más tarde Pedro preparaba una ensalada mientras Paula, que seguía rellenando tests de personalidad, se olvidaba por completo de la cena. Aquellos cuestionarios parecían satisfacer su mente estadística. Ella sólo tenía ciertas reservas en torno al modo en que la agencia haría los cálculos pero, por lo demás, aprobaba todo el proceso. Al ver que el agua hervía él se había hecho cargo de la cena sin que ella se diera siquiera cuenta. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 27

Pedro se mostró encantador e infantilmente emocionado ante la exposición. Ladeaba la cabeza y le sonreía haciendo comentarios y produciendo en ella un efecto devastador. La tomaba de la mano y la llevaba de un sitio a otro. No la soltó hasta que salieron y vieron de nuevo la luz del sol. Contando el tiempo transcurrido en la cafetería, en total estuvieron en el Acuario casi tres horas y media.


-Ha sido divertido -comentó él-. ¿Te llevo a casa?


Paula abrió la boca para responder que sí, pero su forma de mirarla la detuvo. Debía guardar ciertas precauciones con el supuesto extraño. ¿Por qué Pedro llevaba el juego tan lejos?


-No, gracias, tomaré un taxi. Tengo tres guardaespaldas esperando en casa y cinco amigas que llamarán a la policía, si no vuelvo en el plazo de una hora.


-Excelente -contestó Pedro alargando una mano.


Paula la estrechó, pero su corazón echó a galopar al verlo inclinarse hacia ella. ¿Y todo por un beso en la mejilla?, ¿No era de lo más patético?


-Estaremos en contacto -se despidió Paula. 


-Estupendo, Paula, has pasado el examen. Con buena nota. Ni un solo paso en falso. Estás lista para salir a escena.


-¿En serio?


-Sí, ahora sólo hay que esperar.


-Esperar al día D -repitió Paula respirando hondo-. Lo tengo marcado en rojo en el calendario.




El día D llegó demasiado pronto para gusto de Paula. Había estado retrasándolo deliberadamente. Además, en lugar de imaginar un futuro perfecto con una pareja perfecta, su mente insistía en rememorar una y otra vez el encuentro con Pedro. Por un lado eso la distrajo y evitó los nervios, pero por otro resultaba inquietante. Por no mencionar el hecho de que guardaba cuidadosamente la rosa roja que él había llevado al Acuario. Por fin había llegado el día D. Pedro la llamó a la oficina para recordarle que iría a recogerla. La agencia tenía buen aspecto, pensó mientras esperaban en la sala de espera. Estaba nerviosa, se aferraba a la mano de Pedro como una niña asustada. Pero la cosa no podía ser tan terrible, se repetía. Sólo una pesadilla.  


-Relájate, Paula. Si sigues apretándome la mano así, vas a cortar la circulación de la sangre a los dos. ¿Por qué estás tan nerviosa? -preguntó Pedro.


-Jamás pensé que vendría a un lugar como éste. Ni muerta.


-Bueno, no estás muerta.


-Aún...


-¿Sabes? Si me agarras así el empleado va a pensar que venimos a buscar a una tercera persona para completar el trío -rió Pedro.


-¿En serio?, ¿Crees que se ocuparán también de cosas así? No deberíamos estar aquí. Vámonos -afirmó Paula poniéndose en pie.


Pedro la agarró de la chaqueta, la hizo volver a sentarse y le tendió una revista.


-Estaba bromeando, esta agencia tiene una reputación excelente. Toma, lee esto, así te distraerás.


-Justo lo que necesito, otro artículo acerca de la etiqueta en la primera cita -musitó Paula pasando páginas-. Ojalá escribieran artículos más prácticos, artículos sobre cómo conocer a hombres sensatos, deseosos de fundar una familia y a los que no les preocupe toda esa tontería del amor y el sexo.


-Esa tontería del amor y el sexo es la piedra angular sobre la que se asienta la familia, ¿No crees?


-Supongo, pero estoy convencida de que el amor puede surgir de una buena relación a nivel práctico, ¿No te parece? -preguntó Paula.


-No lo sé.


-Bueno, de todos modos no me queda tiempo, ¿Verdad? -siguió preguntando Paula.


-No estoy de acuerdo, ya te lo he dicho. Sólo vas a cumplir treinta años, aún tienes tiempo.


-Sí, pero no lo digo sólo por mí, también es por mis padres. No saben que he roto con Nicolás.


-¿Qué? -preguntó Pedro atónito.


-Viven lejos y que no los veo muy a menudo -explicó Paula encogiéndose de hombros-. Opté por la política de hechos consumados, y decidí que ya se lo diría todo cuando tuviera otro novio y estuviera embarazada. En realidad es patético, ¿Verdad? 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 26

 -No es tan complicado, Paula. Es cuestión de sentido común.


-Claro, no es complicado -repitió ella-. Comparado con la física cuántica o la neurocirugía.


-¡Eh!, relájate -recomendó Pedro tocando su mano-. Piensa en ello como si se tratara de un proyecto.


-Bien, ¿Qué te parece el Acuario? Es romántico, pero no demasiado. Y está lo suficientemente lleno de gente como para que resulte seguro. Si el tipo es horrible se puede estar sólo media hora, pero si es maravilloso podemos estar horas. Es divertido. ¿Qué te parece como mensaje?


-Excelente -contestó Pedro poniéndose en pie para despedirse-. Espero la llamada de esa misteriosa desconocida.


-¿Qué?


Pedro sonrió, le guiñó un ojo mientras se ponía la chaqueta, y contestó:


-Querías practicar, así que pasaremos por todo el ritual. Fingirás que soy uno de los tipos de la agencia y me llamarás para pedirme una cita.


-¡Pero Pedro, eso es una tontería!


Pero Pedro se había marchado ya. Paula lo oyó echarse a reír justo antes de abrir la puerta y gritar:


-¿Es una tontería, preciosa? Tontería es la palabra clave de nuestra misión.




Paula esperó unos minutos, se dirigió al dormitorio y se acurrucó en la cama dispuesta a llamar. Frida tuvo la atención de acompañarla.


-¿Sí?


-Hola, Pedro.


-¿Quién llama, por favor?


Paula giró los ojos en sus órbitas y suspiró. Bien, seguiría el juego.


-Me llamo Paula, me han dado tu nombre en la agencia de citas...


-Ah, sí, me dijeron que quizá recibiera tu llamada esta semana. La esperaba ansioso.


-Eh... ¿Quieres que salgamos juntos, entonces? -preguntó Paula.


-Por supuesto, ¿Has pensado en algún sitio?


-Se me ocurrió que quizá pudiéramos ir al Acuario, ¿Has estado allí alguna vez? 


-No, la verdad es que no. Bueno, desde que tenía diez años -puntualizó Pedro.


-¡Estupendo! Mañana es sábado... ¿Digamos a las dos en punto?


-Sí, bien.


-Fantástico, entonces nos vemos allí. 


-¡Espera! -gritó Pedro.


 -¿Sí?


-¿Cómo te reconoceré?


-¡Oh, Dios, Pedro...!


-¿Cómo dices?


-¿Seguro que no actuaste en el teatro del colegio?


-¿Te han dado una foto mía en la agencia, quizá? -preguntó Pedro a su vez.


-No. ¿Qué te parece si te espero junto a las pirañas con aire de mujer perdida y sola?


-Trato hecho, yo llevaré una rosa roja.


-¡Oh, vamos, Pedro! ¿Una rosa roja? Es demasiado típico.


-Lo siento, ¿Prefiere la dama que lleve la rosa blanca? -inquirió Pedro.


-Una rosa roja, de acuerdo -accedió Paula a punto de echarse a reír-. Tú, yo y las pirañas. Hasta mañana.


-Espero ansioso esa cita. Buenas noches.


-Buenas noches. ¡Pedro, espera!


-¿Sí?


-Eres fantástico, lo digo en serio. Gracias. Te estoy realmente agradecida.


-De nada. Buenas noches, Paula -contestó Pedro tras una pausa.


Paula colgó, suspiró y apoyó la cabeza en la almohada. La gata abrió un ojo y volvió a cerrarlo enseguida. ¿Llevaría Pedro de veras una rosa en la solapa?



La llevaba. Quizá fuera ésa la razón por la que el inocente Acuario le resultó tan romántico. O quizá fuera por la compañía, se dijo Paula. Le costaba trabajo ver las cosas en su verdadera perspectiva, pero en esa ocasión era una ventaja. De ese modo el ensayo parecía realmente una cita. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 25

 -Nada en realidad... Me siento un poco estúpida por haberte llamado.


-Creía que habíamos acordado que dejarías de llamarte estúpida a tí misma -contestó Pedro.


-Pero es que en este asunto me estoy portando como una estúpida.


-Deja de quejarte y dime qué ocurre.


-Anoche... Me desperté por culpa de una pesadilla y...


-¡Ah, vaya! 


-¿Quieres saber qué soñé? -preguntó ella. 


-Vamos a ver... En mi última pesadilla soñé que una araña gigante tejía una enorme tela a mi alrededor. ¿Se trata de algo así?


-No, mucho peor -aseguró Paula. 


-¿Peor?


-Estaba hablando por teléfono, llamando a la persona que la agencia me va a buscar y... No sabía qué decir.


-No es peor que el hecho de que una araña te coma vivo -contestó Pedro.


-Tú no comprendes, estaba paralizada... 


-¿Tienes idea del efecto del veneno de una araña?


-¡Pedro!


-Está bien, te escucho -sonrió Pedro-. ¿Qué ocurrió?


-Nada, que me desperté sudando, aterrada, y entonces me dí cuenta de que eso sería lo que me ocurriría en la realidad. No sabré qué decir. Y seré yo quien tenga que llamar, según me dijeron el otro día. Soy yo la que debe pedir la cita, elegir el lugar y...


-Paula, no es para tanto -comentó Pedro.


-Lo es. ¿Te importa que practiquemos?


-¿Qué quieres decir?


-Quiero que salgamos juntos, que entrenemos. Desde la llamada telefónica hasta la despedida, todo.


-¿Fingiendo que es nuestra primera cita?


-Sí -afirmó Paula.


-No se me da bien eso de fingir.


-Tú imagínate que sales con una chica. Eres el experto. Te olvidas de mi cara cuando estemos juntos y te imaginas que soy una de tus Candelas.


-¿Una de mis Candelas? -repitió Pedro.


-La que sea -explicó Lea.


-Candela jamás me interesó.


-Da igual. ¿Qué te parece? Ya sé que no formaba parte del trato, pero me haría sentir mucho mejor.


-Está bien, de acuerdo. Practicaremos -accedió Pedro tras una pausa.


-Estupendo, gracias -sonrió Paula apretando su mano-. Voy a nombrarte empleado del mes. ¿Qué te parece mañana? 


-Bien, ¿Adónde quieres ir?


-Tú eres el experto -contestó Paula-. ¿Adónde va la gente en la primera cita?


-Hay miles de posibilidades.


-¿Lo ves? ¡Miles de posibilidades, y a mí sólo se me ocurre ir a un restaurante o a un café! ¿Qué otras alternativas hay?


-El teatro, un concierto, un paseo por el parque, un centro comercial, una galería de arte. También puedes ir al zoo, al acuario, a un espectáculo deportivo, a la bolera -sonrió Pedro mientras enumeraba-. Las opciones son infinitas.


-Ya veo, ¿Qué me recomiendas?


-No sé, depende de la pareja, pero en una cita a ciegas no sabes nada de la otra persona.


-Bien, pero ésta es una cita de entrenamiento, y la otra persona eres tú. ¿Adónde quieres ir? -insistió Paula.


-Si vamos a hacerlo, hagámoslo bien -repuso Pedro-. Hagamos un ensayo al detalle. Tienes que tomar una decisión basada en lo que sabes de la otra persona, en este caso yo.


-Mm... No sé demasiadas cosas acerca de tí.


-Yo creo que a estas alturas vamos conociéndonos -la contradijo Pedro-. De hecho sabes más de lo que sabrás acerca del hombre que te proporcione la agencia.


-Ni me lo recuerdes. Bien, contigo al menos sé que las galerías de arte están descartadas.


-Me gusta el arte, simplemente no me gusta... 


-El arte horrible -terminó Paula la frase por él. 


-Exacto.


-No me gustan los deportes, así que quedan descartados -continuó Paula-. Con tantas opciones es difícil decidir.


-Piensa en lo que quieres conseguir con esa cita, el tipo de mensaje que quieres dar a la otra persona -aconsejó Pedro.


-¿Qué quieres decir?


-¿Quieres un ambiente que conduzca inevitablemente al romance, o prefieres que quede claro que lo mejor es mantener las manos quietas? ¿Quieres un lugar que muestre tus intereses y tu personalidad?


-¡Oh, Dios!