martes, 5 de septiembre de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 49

 –¿Por qué no nos sentamos a hablar?


La voz profunda de Pedro la alejó de sus pensamientos. Paula lo miró, sorprendida de su tranquilidad. 


–¿Para qué? No queda mucho por decir, ¿No es cierto? Has hecho las paces con tu padre. ¿Qué más falta, entonces? El pacto ha terminado.


En un segundo la tristeza dió paso a una fría ira en el rostro de Pedro.


–¿Entonces, de qué querías hablar esta mañana? Del trato, ¿Verdad? Siempre volvemos al dinero, ¿No es así?


Luchando contra las lágrimas, Paula se las ingenió para replicar con firmeza.


–Lo que sea ya no me preocupa.


–Pero a mí sí –le espetó al tiempo que se sentaba ante el escritorio y abría un cajón. Luego garabateó algo en un talonario. Con horror, Paula comprendió de qué se trataba–. Aquí lo tienes. Te lo has ganado.


Pedro le puso el talón en la mano, fue a la puerta y se la abrió. Con el corazón destrozado, la joven lo miró, pero él desvió la vista. Paula miró el cheque que tenía en la mano y las cifras bailaron ante sus ojos. ¿Realmente él creía que había llegado tan lejos por treinta mil dólares? Le había revelado más de sí misma que a cualquier otra persona y él ni siquiera sospechaba quién era ella realmente. Ella se acercó a la puerta con pasos mecánicos.


–Ten. Esto te pertenece.


Tras detenerse ante él, rompió el talón en mil pedazos que lentamente cayeron al suelo. «Como mis sueños», pensó al tiempo que pasaba junto a él por última vez.


Cuando Paula se hubo marchado, Pedro dió un portazo que hizo temblar las paredes. Luego miró los trozos del cheque esparcidos a sus pies. Por alguna razón le asustaron. Pensó que tenía todo claro respecto a ella. Había ido a presionarlo para que pusiera fin al trato tras el fracaso de sus expectativas como socio de la firma. Sin duda ella creía que de todas maneras se había ganado el dinero, aunque no hubiera logrado sus objetivos. Si supiera que cuanto más se prolongaba la comedia entre ellos, le parecía cada vez menos importante entrar en la sociedad… Paula había sido la razón de continuar con ese estúpido pacto y sus sentimientos irracionales hacia ella habían acabado con el sentido común que solía caracterizarlo. ¡Había actuado como un perfecto asno! Sí, estaba claro que lo había tomado por tonto. Pensar que había empezado a creer que realmente sentía algo por él, a pesar del maldito pacto. Pero no. Esa mañana había ido a cobrar la cuenta. Pero si el dinero era lo único que quería, ¿por qué había roto el talón? No tenía sentido. Cuanto más lo pensaba, más confuso se sentía. Aunque debería estar muy contento. Finalmente se habían solucionado los problemas con su padre, y ya no tenía que fingir ante Paula… ¡Eso era! Ya no tenía que fingir ante ella, y eso significaba que podía decirle la verdad. La amaba, y quizá nunca había dejado de quererla en todos esos años. Ella era la única mujer que le había hecho sentirse íntegro, por eso su espíritu estaba desgarrado. Se había marchado. No, él la había despedido. Sin decirle la verdad. Volvía a cometer el mismo error, como aquel día de su cumpleaños. ¿No aprendería nunca? Pedro se precipitó al ascensor. Si tenía suerte, ella todavía estaría en el vestíbulo. Mientras bajaba, golpeteando el suelo con impaciencia, intentó ensayar lo que le diría, pero su mente estaba en blanco. Cuando se abrieron las puertas, ya tenía una vaga idea. Sin embargo, la declaración de amor se le atragantó en la garganta al ver a Paula en los brazos de Diego Rockwell. Así que después de todo, él tenía razón. Ella había elegido y no a él precisamente. Entró en el ascensor con paso inseguro al tiempo que se reprochaba haber sido tan necio. 

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