martes, 5 de septiembre de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 53

Cada vez que él se movía un centímetro, ella lo sentía. Una corriente de puro placer desde la pierna hasta lo más profundo de su ser. Cuanto más intentaba ignorarlo, menos lo lograba. Cuando acabó la presentación, casi dió un salto de alivio. Apenas había escuchado el discurso de Alicia a causa de la preocupación por su irracional respuesta física hacia el hombre que había jurado olvidar.


–Hora de la sesión fotográfica –dijo Pedro al tiempo que la agarraba del codo y la guiaba hasta el vestíbulo, donde esperaba el fotógrafo. 


Ella asintió, incapaz de hablar y agradecida a la mano que la guiaba. Sentía que le temblaban las piernas y no por haber estado sentada tanto tiempo. De la mano de Pedro, Paula sonrió e incluso aceptó un beso en la mejilla, todo por Matchmaker y para que Alicia pudiera dar cumplido término a la ceremonia de la entrega de premios. Finalmente el fotógrafo bajó la cámara y quedaron en libertad para marcharse.


–Gracias, queridos míos. Me han salvado el pellejo –dijo Alicia mientras los abrazaba a la vez. Paula sofocó la risa. Incluso queriendo, Alicia no habría podido acercarlos más–. Y ahora, ¿Por qué no van a divertirse un rato?


Antes de que ella pudiera contestar, Pedro intervino:


–Una idea estupenda, Ali. ¿Seguro que no quieres venir con nosotros?


La sonrisa de Alicia se hizo más amplia.


–Ni soñarlo. Fuera de mi vista –dijo al tiempo que los despedía en la puerta y luego se alejaba para saludar a algunos invitados.


–Bueno, creo que es hora de dar ese paseo –dijo Pedro mientras le tendía la mano, con la sonrisa sensual que a ella ya le era tan familiar.


Paula había sido prudente toda la vida. Y en lo referente al amor, la prudencia no la había llevado a ninguna parte. En ese momento, junto al hombre que tal vez le ofrecía el último instante de felicidad, decidió olvidar la prudencia. Entonces aceptó su mano y sintió un escalofrío al notar que Pedro entrelazaba los dedos con los suyos.


–Sí, es hora de dar un paseo.


Bajaron la escalinata del Teatro de la Ópera en silencio y se dirigieron a la orilla del mar. Paula se preguntó si era el aire fresco o la calidez del contacto de Pedro lo que le erizaba la piel. Como si le leyera la mente, él se quitó la chaqueta.


–Póntela –dijo al tiempo que la colocaba sobre sus hombros.


Ella aspiró la fragancia varonil que le embriagaba los sentidos.


–¿Estás seguro? ¿No tendrás frío?


Pedro le frotó los brazos bajo la chaqueta.


–Estoy seguro. No, no tengo frío. 


El corazón de Paula se aceleró al ver que inclinaba la cabeza. Un beso. Sólo uno. Un beso de despedida para recordar. Cuando los cálidos labios rozaron los de ella, sintió que perdía todo el sentido común. ¿Por qué se torturaba de esa manera? El trato había acabado y cuanto antes se diera cuenta, mejor sería.


–¡No! –exclamó al tiempo que volvía la cabeza y se separaba de él, ansiosa por poner distancia entre ellos.


Pedro le alzó la barbilla y Paula tuvo que mirarlo a los ojos.


–¿No tienes idea de mis sentimientos, no es así?


Ella lo miró furiosa, cansada de ese tiovivo de emociones.


–Tengo una idea bastante clara –replicó al tiempo que con toda intención le lanzaba una mirada a la entrepierna.


Pedro dejó escapar un juramento en voz baja y se alejó un poco.


–No me refiero a eso, aunque no creas que no te deseo en este momento. Nunca he dejado de desearte.


Ella cruzó los brazos en un gesto defensivo.


–¿Qué se supone que significa eso?


–Significa que desearía no haberte alejado de mí durante todos estos años. Significa que desearía no haber pensado en ese estúpido trato. Significa que desearía… –Pedro hizo una pausa con la angustia reflejada en los ojos.


–Continúa –lo urgió Paula.


–Desearía que me amaras tanto como yo te amo a tí.


Ya estaba dicho. Pedro nunca pensó que alguna vez pronunciaría esas palabras. Sus sentimientos habían quedado al descubierto. Y esperaba que no fuese tarde. La respuesta de Paula no fue previsible. Él tendría que haber sabido que no había nada previsible en la mujer que amaba.


–Tú… tú –Paula se acercó a él y le golpeó el pecho con los puños cerrados.


No, no había dicho «Yo también te quiero». En cambio lo había agredido y él no sabía cómo responder.


–¡Oye! Tranquilízate –dijo finalmente, mientras le sujetaba las manos.


–Dilo otra vez –murmuró Paula, más calmada.


–¿Qué parte del discurso? –preguntó Pedro sin poder evitar la broma a costa de ella.


Su aspecto era adorable con ese vestido sin tirantes que amenazaba con deslizarse por el pecho en cualquier momento, la chaqueta colgando de un hombro y el peinado tan elaborado a punto de deshacerse.  Por no mencionar sus ojos abiertos de par en par.


–Ya lo sabes. La parte acerca de lo mucho que me amas –dijo al tiempo que una lágrima se deslizaba por su mejilla.


Algo se rompió dentro de Pedro. No era el corazón que casi se le había destrozado al pensar que la había perdido.


–Te amo. Siempre te he querido y siempre te amaré –dijo al tiempo que le acariciaba la mejilla.


–Yo también te quiero –contestó ella con el frenético deseo de sentir los labios de Pedro en los suyos.


–¿Sin condiciones? ¿Sin tratos? –susurró Pedro mientras sus labios se deslizaban desde la sien a los labios de Paula.


–De ahora en adelante los únicos tratos que harás será en los tribunales. ¡Y no lo olvides!


Sus palabras quedaron selladas con un beso. 

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