martes, 12 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 5

Le llevó unos segundos volver a respirar y soltar el volante del coche. Abrió la portezuela y se bajó del vehículo. Al instante, sintió el calor de las primeras horas de la tarde en la espalda y la nuca. Tumbado en medio del camino, a unos centímetros del coche, estaba un perro grisáceo que no parecía tener intención de moverse. Pronto vió que no se trataba de cualquier perro, sino de un grifón, la misma raza de perro que los chicos de la granja de al lado tenían cuando él era pequeño. Las barbas y las espesas cejas grises eran inconfundibles. Hacía años que no veía un grifón, y la mirada inteligente del animal le hizo sonreír mientras se le acercaba para cerciorarse de que no estaba herido. Se puso de cuclillas para examinar al perro y éste plantó su húmeda y marrón nariz en la palma de la mano de él; después, el animal bostezó, mostrando unos dientes sanos.


–Amigo, no has elegido el mejor sitio para echarte una siesta.


El animal meneó la cola; después, se tumbó de costado para que le rascaran el vientre. No había sufrido ningún daño y, al parecer, tampoco era consciente de que había estado a punto de provocarle un infarto. De repente, el animal alzó la cabeza y levantó las orejas al tiempo que se incorporaba hasta quedar sentado.


–¿Qué pasa, muchacho? ¿Qué has oído? –le preguntó Pedro en francés.


Pero antes de que el perro pudiera ladrarle su respuesta, otro perro salió de entre los arbustos, dió un salto y, ladrando, le golpeó el pecho con tal fuerza que le hizo caer hacia atrás, fuera del camino, en la hierba. Y en las ortigas. Y en otras muchas plantas. A Pedro le costó varios segundos darse cuenta de lo que había pasado. Entonces, alzó las manos para defenderse del ataque de una lengua mojada, pero le resultó imposible evitar las dos pezuñas embadurnadas en el pecho, que le destrozaron su camisa de seda. El monstruo parecía una versión joven del perro del camino, e hiperactivo.  La forma como movía la cola lo decía todo: «¡Eh, mira lo que he encontrado, otro con quien jugar! ¡Qué divertido! ¿Quieres ver lo que sé hacer?». El perro del camino pareció aburrido y, tras levantarse, se puso a husmear. Pedro, apoyándose en un codo, fue a ponerse en pie e, inmediatamente, el perro joven se le echó encima para llamar su atención. Se lo quedó mirando unos segundos antes de echarse a reír. Luego, tras un suspiro, dijo al animal:


–Vamos, deja que me levante.


Entonces, sin más, el perro se dió media vuelta y se alejó corriendo por el sendero en dirección a la carretera, dejándole con el perro del camino, que se le acercó para que le acariciara.


–Nos hemos quedado solos, amigo. ¿Dónde vives?


–Simba no habla inglés. Vive conmigo, señor Alfonso.


Era la voz de una mujer y hablaba un inglés perfecto con acento británico. ¡Qué bien! La primera persona que se encontraba recién llegado a su antiguo hogar y él ahí tirado. Plenamente consciente de lo ridículo que debía verse en ese momento, se preguntó cuánto tiempo llevaría ella por los alrededores, observándole. Tratando de evitar las ortigas, se incorporó hasta sentarse mientras intentaba evitar parecer un perfecto idiota. Entonces, se dirigió a la mujer, que evidentemente sabía quién era él.


–Hola. ¿Son suyos estos perros? –preguntó en inglés.


En el espacio entre la grava del camino y el coche, vio unos pies calzando unas alpargatas color paja y unos delicados tobillos. Los pies rodearon el coche hasta colocarse delante de él. Uno de los tobillos lucía una pulsera con flores de cerámica. De repente, sintió curiosidad por el resto del atuendo y levantó despacio la vista: Unos pantalones cortos verde oscuro y un blusón de verano amarillo y blanco con finos tirantes que colgaban de unas diminutas clavículas. Tenía delante a Peter Pan. No, a Campanilla. 

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