–¿Por qué no te acercas a ella?
Se volvió bruscamente y descubrió a Alicia, que lo miraba sonriente. Pedro negó con la cabeza.
–No puedo.
–¿No puedes o no quieres?
–Es inútil. Lo he estropeado todo.
–¿La amas? –preguntó Alicia con los ojos oscuros clavados en él.
–Sí. Y me hace daño –confesó con súbita amargura.
La expresión de Alicia se suavizó. Paula era muy afortunada de tener a alguien como Alicia que se preocupaba por ella.
–Tienes que decírselo. Es la única manera –dijo la mujer mayor al tiempo que lo empujaba sin demasiada suavidad.
–¿Y si no quiere escucharme?
Alicia alzó una ceja, y luego lo miró enfadada, como si fuera un bobo.
–¿Y qué tienes que perder?
–Todo –contestó entre dientes, y de pronto reconoció con sorpresa que era cierto.
Paula lo era todo para él. Su estilo de vida, su trabajo y todo lo que le aportaba carecían de significado si ella no estaba junto a él.
–¡Vamos! ¡No te quedes ahí! ¡Haz algo! –lo urgió Alicia al tiempo que volvía a empujarlo.
De repente Pedro vió la luz. Alicia tenía razón. ¿Qué tenía que perder aparte del orgullo? Se inclinó para besarla en la mejilla.
–Gracias, Ali. Quedo en deuda contigo.
La mujer mayor se ruborizó.
-¡Vete!
Él corrió hacia Paula con la esperanza de que no fuera demasiado tarde.
Paula entró en el vestíbulo y miró a su alrededor. No veía a Alicia por ninguna parte. Estupendo. Esperaba acabar cuanto antes con ese trámite y en cambio tendría que quedarse allí y mostrarse interesada, cuando lo único que deseaba era correr a casa y ocultarse bajo la colcha de la cama. Si alguien se acercaba a ella, lo mordería. Todo el día había estado muy nerviosa. Y vestirse de gala para esa noche no había contribuido a tranquilizarla. No se sentía atractiva, más bien su ánimo estaba por los suelos. Una velada en casa con una película y una chocolatina habría sido lo apropiado. En cambio, tenía que estar allí sonriente y actuando como si fuera la mujer más feliz del mundo. Por centésima vez se preguntó qué haría Alicia respecto a Pedro. ¿Tal vez había buscado un suplente? No podía imaginar a un doble de él. Ya era suficiente desgracia haber conocido a uno y dudaba seriamente que otro hombre tuviera el savoir-faire que lo caracterizaba. Y no se trataba de su atractivo, ni de su cuerpo admirable, ni de su inteligencia. No, era mucho más que eso… y lo había dejado escapar entre los dedos. Pedro poseía esa indefinible cualidad que diferencia a un hombre de un muchacho. Un camarero le ofreció champán. Ella jugueteó con la copa de cristal entre los dedos, poco dispuesta a beber. Era lo único que le faltaba. El alcohol mezclado con su estado de ánimo gris, sería desastroso. Aunque tal vez una borrachera aliviaría su dolor.
–Hola, Paula.
Era él. Aunque no pudo ver quién hablaba a su espalda, lo supo con todas las fibras de su ser: la voz profunda, la suave loción, el calor que irradiaba su cuerpo. El estómago le dio un vuelco y el pulso se le aceleró. ¿Por qué su cuerpo respondía de ese modo visceral a pesar de todo lo que habían pasado? Paula se volvió, protegida tras una máscara de frialdad.
–Hola. ¿Qué haces aquí?
Una parte de ella deseó oírle decir «Te buscaba», pero él no lo dijo y otra vez se sintió estúpidamente hundida.
–Alicia me pidió que le ayudara. Necesita unas fotografías publicitarias.
Su aspecto era maravilloso vestido de esmoquin. ¿Por qué no podía parecer monótonamente gris por una vez en su vida? Así sería más fácil odiarlo. No, el odio era demasiado fuerte, ¿Tal vez no amarlo tanto?
–Me sorprende que hayas venido.
Pedro alzó una ceja.
–¿Por qué?
Ella se encogió de hombros, fingiendo una indiferencia que estaba lejos de sentir.
–Ayer no nos separamos en buenos términos precisamente. Pensé que no querrías que te vieran conmigo.
–No es así. De hecho, lo que dices no podría estar más lejos de la verdad – replicó en tanto se acercaba hacia ella. Sus brazos se rozaron. El contacto impersonal aceleró los sentidos de Paula. Todo lo que pudo hacer fue mirarlo fijamente–. Necesitaba verte. Para aclarar las cosas entre nosotros.
Le dió un vuelco el corazón. Eso era. Le daría las gracias por ser una buena amiga, por los «Buenos tiempos» que habían compartido y se marcharía. Demonios, si no tenía cuidado volvería a ofrecerle el dinero, como para echarle sal a la herida abierta.
–Ya no tenemos nada que hablar, Pedro. Hagamos esto por Ali, ¿De acuerdo? –dijo con voz firme cuando lo único que deseaba era romper a llorar.
Y era por su culpa, por esa mirada que ella conocía tan bien. La mirada tierna y romántica que le dirigía tras hacer el amor y que no había perdido su poder magnético.
–Creo que hay mucho que decir, pero convengo contigo en que éste no es el momento oportuno. ¿Qué te parece si después de la ceremonia vamos a dar un paseo y me escuchas?
–¿Por qué debería hacerlo? –dijo con una voz de niña petulante.
Sin embargo, no era la rabia lo que le hacía parecer irracional. Era el dolor que se removía bajo la superficie. Él le alzó la barbilla con un dedo y la miró directamente a los ojos, como si quisiera llegar a su alma.
–Porque nos lo debemos.
Ella se estremeció deseando acercarse a él y sentir sus labios en los suyos por última vez.
–Ustedes dos. Vamos. No hay tiempo que perder. La ceremonia está a punto de comenzar –dijo Alicia que había aparecido de la nada y con una mano en la espalda de cada uno los empujaba hacia las puertas abiertas.
–Espero que no estés tramando algo –murmuró Paula en su oído.
–¿Quién? ¿Yo? –preguntó con una mirada de inocencia–. Nunca. Date prisa, que nos perderemos el comienzo.
Las dos horas siguientes fueron las más largas de la vida de Paula. Alicia los acomodó en sus sillas, casi empujándola junto a Pedro. No habría sido tan malo si las sillas hubieran estado separadas como en los teatros normales. En cambio, con el fin de dar cabida en el recinto al mayor número de personas, los organizadores habían puesto los asientos muy juntos, de modo que el muslo de Paula quedó en contacto con el de Pedro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario