jueves, 14 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 10

Le despertó el teléfono. Se estiró, bostezó y, al ver quién era la persona que le llamaba, parpadeó varias veces.


–Hola, Fernando, ¿Qué tal te va? Ah. ¿Picaduras de insectos? Ah, sí, el famoso mosquito de Camargue. Debería haberte avisado. Lo siento, chico.


Rió brevemente antes de continuar en tono serio y profesional:


–¿Te han llamado los de PSN Media?


Pedro se pasó la mano izquierda por la prominente mandíbula ensombrecida por la barba incipiente; después, sonrió.


–Sabía que acabarían cediendo respecto a lo del tipo de contrato de los empleados. Has hecho un trabajo magnífico, Fernando. ¿Qué? ¿Su yate privado? Está tratando de impresionarnos, ¿Eh? Curioso. Alzó la mano y luego la dejó caer por el costado.


–Si Antonio Smith quiere que su abogado en París tome un vuelo para estar en su yate el lunes por la mañana con el fin de firmar el contrato, no tengo inconveniente en aceptar la invitación y disfrutar de su hospitalidad… Pero siempre y cuando las cifras cuadren.


Se quedó escuchando unos instantes.


–Está bien. En ese caso, examinaremos con detenimiento los documentos el domingo por la tarde antes de la cena. Cerraremos el trato el lunes. Gracias. Tú, también.


Cerró las manos en dos puños. La cabeza le daba vueltas. ¡Sí! PSN Media había accedido en lo referente a los beneficios que los contratos de sus empleados establecían. Y el director ejecutivo de PSN Media era muy escrupuloso a la hora de invitar a gente a su yate. Aquélla era una excepción. ¡Iban a firmar! Y sabía a quién tenía que decírselo inmediatamente.


–Hola, Leticia, soy Pedro –dijo después de llamar a su oficina en Sídney–. Ya puedes empezar a planificar la fase dos de los proyectos.


Pedro sonrió al oír el grito de alegría y las carcajadas de la inteligente directora de proyectos, que él mismo había contratado, de Ana Alfonso Foundation.


–Ya suponía que te gustaría oír la noticia. Estaré de vuelta en la oficina el miércoles que viene. Me gustaría que los presupuestos estuvieran listos para la reunión del viernes. ¿Crees que te dará tiempo? Eso pensaba.  ¿Para qué si no están los fines de semana? Gracias, Leticia. Y tú. Sí, una noticia excelente.


Pedro cerró los ojos, sacudió la cabeza sonriendo y entonces, en la tumbona, se estiró como un gato que acabara de despertar, con los dos brazos detrás de la cabeza. Leticia era una gran profesional y una de las personas más apasionadas y entusiastas que había conocido. Tras jubilarse, había decidido hacer uso de sus contactos tras cuarenta años trabajando en el sector de inversiones bancarias. A finales de la semana siguiente Leticia dispondría de un presupuesto de ensueño y él podría ponerse a trabajar de lleno para implementar el sistema de comunicaciones. Lo único que tenía que hacer era asegurarse de que el contrato se firmara sin que surgieran problemas a última hora. Sonrió. Entonces, se dió media vuelta y, de repente, se dió cuenta de que no estaba solo. Entonces, irritado, apretó los puños. No soportaba aquella intrusión en sus asuntos privados. Había bajado la guardia. ¡Era un estúpido!


Paula se echó atrás al ver la brusquedad del movimiento de Pedro. Se le cayeron de la mano unos guisantes, acabaron en el suelo de piedra, y se agachó para recogerlos. Y sus ojos se toparon con los de Pedro Alfonso, que la miraba fijamente. El color ámbar de los ojos de él se parecía al de las hojas de las hayas en otoño, una sorprendente energía les hacía brillar… Y entonces comprendió por qué aparecían tantos artículos sobre él en las revistas. Los ojos de Pedro no eran simplemente de color ámbar, sino de un profundo marrón caramelo con salpicaduras doradas, pupilas profundas como pozos y tan negras que asustaría sumergirse en ellas por miedo a no llegar nunca al fondo. O por miedo a no volver a subir a la superficie. Ella sintió el palpitar de su corazón como respuesta a algo primitivo. Él no dijo nada, ni se movió, se limitó a mirarla fijamente durante un interminable momento en el que la tensión aumentó y aumentó hasta hacerla sentir miedo por lo que pudiera ocurrir una vez se liberase aquella energía. 

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