jueves, 14 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 11

Con el corazón galopándole, Paula abrió la boca para hablar, pero no le dió tiempo a decir nada porque, en ese instante, oyó ruido de puertas por toda la casa, un coche se alejó por el camino de grava y una voz gritó en francés:


–¡Mamá! ¡Simba se ha escapado otra vez!


Pedro volvió la atención en dirección al perro para asegurarse de que no estaba soñando y parpadeó un par de veces. No. Estaba despierto. El niño de la voz sujetaba una masa de pelaje con pezuñas que luchaba por liberarse ahora que ya había salido de la casa. El niño logró llegar hasta la mesa antes de tener que soltar al perro. No, no estaba soñando. Y esa criatura se parecía sospechosamente al viejo grifón que por poco no había sido aplastado en el camino bajo las ruedas de su coche. El niño, de cabello oscuro rizado, hizo un intento por sacudirse el pelaje del perro de la camisa, se miró la suciedad y las huellas de pezuñas, y luego alzó la vista y adoptó una expresión de perplejidad al ver a un desconocido en una de las tumbonas.


–Nicolás Bailey Chaves. Tú. No has hecho lo que tenías que hacer –Paula estaba inclinada adelante, hacia su hijo, con la cabeza ladeada mientras hablaba.


El niño miró al perro y luego a él antes de volver a clavar los ojos en su madre. Entonces, se encogió de hombros y se dió media vuelta.


–Perdona, mamá.


–No me pidas disculpas, jovencito. Esta vez ha estado a punto de ser atropellado. Si el coche de este señor, el señor Alfonso, no hubiera tenido buenos frenos, a tu amigo Simba podría haberle pasado algo serio. ¿Querrías explicarme qué hacía Simba en medio del camino? Podría haber tenido consecuencias graves, muy graves. Así que ya sabes lo que tienes que hacer.


Con un movimiento de cabeza, Paula señaló a Pedro. El niño se acercó a él despacio, con la cabeza gacha y las manos metidas en los bolsillos de los pantalones. Una vez delante de él, dijo:


–Gracias por no matar a Simba. 


Pedro miró al pequeño y luego al perro, tumbado en el suelo bocarriba esperando a que lo acariciaran. No estaba acostumbrado a que un niño le pidiera disculpas, no sabía qué hacer ni cómo responder. Por fin, se limitó a contestar:


–De nada –en inglés.


El niño levantó los ojos y preguntó en voz baja, pero sin disimular su entusiasmo:


–¿Le derrapó el coche? ¿Tuvo que hacer girar el volante y el coche derrapó?


–¡Nicolás!


El pequeño volvió a bajar la cabeza.


–¡Sólo lo preguntaba!


Nicolás alzó los ojos de nuevo hacia Pedro y le dedicó una sonrisa irresistible. Fue una sonrisa entre dos hombres.


–Sí, el coche derrapó. La grava del camino saltó por todos lados. Fue como en los ralis.


–¡Genial!


–¡Me rindo! –Paula volvió la atención a sus guisantes y Simba eligió ese momento para bostezar y echarse a dormir después de la excitante aventura que había corrido.


Nicolás se acercó a Pedro y miró a su madre antes de preguntar:


–¿El coche que está ahí fuera es suyo? Es el coche más grande que he visto en mi vida.


Pedro se inclinó hacia delante, doblando la cintura, para quedarse al mismo nivel que el niño. 

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