jueves, 14 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 12

 –Sí, es mío. Pero tu madre tenía razón en lo que te ha dicho, amigo – Pedro sacudió la cabeza–. Podría haber atropellado a tu perro, fue una gran suerte poder evitarlo. ¿Estabas tú encargado de evitar que el perro saliera al camino?


El niño asintió, con el labio inferior temblándole. Pedro decidió hacerle una pregunta diferente, no estaba acostumbrado a las lágrimas de los niños.


–Dime, ¿Cómo es el otro perro, el más joven? ¿Dónde vive?


El pequeño miró a Paula y a Simba, retorció los labios, tomó una decisión y contestó de corrido: 


–Simba es ya viejo, pero Bobby es un cachorro y vive en la granja de al lado y viene a vernos algunas veces. ¿Quiere ver por dónde cruza la valla Bobby?


Los ojos de Nicolás relucieron al tiempo que agarraba la manga de Pedro.


–A lo mejor usted puede arreglar la valla. De esa forma, Simba no podrá escaparse por el agujero. ¿Podría arreglarla? Por favor.


–¡Nico! Hijo, por favor, deja de darle la lata al señor Alfonso –dijo Paula con ternura en la voz.


Pero Nicolás había agarrado con firmeza a Pedro de la manga y estaba esperando una respuesta. Dado que él jamás había considerado que la carpintería fuera necesaria para el diseño de sistemas de comunicación digital, decidió que no estaba cualificado para arreglar vallas. Además, el marido de Paula volvería pronto de su trabajo o de donde fuera que estuviese aquella tarde de jueves y, sin duda, podría arreglar una valla mucho mejor que él. Por lo tanto, respondió lo primero que le vino a la cabeza:


–¿Por qué no esperas a que tu padre vuelva a casa y así la arreglan juntos? Sin duda él lo hará mucho mejor que yo.


De repente, oyó respirar hondo a la diminuta morena sentada a la mesa. Al mirarla, vió que había dejado de pelar guisantes y que, con la mirada fija en la cesta, apretaba los labios con fuerza. No le pareció una buena señal. Entonces, Nicolás sacudió la cabeza y tiró de su manga, exigiendo su atención.


–Mi papá está en el cielo. Y Simba es muy travieso. La tía Nora va a dar una fiesta. Van a venir muchos coches y camionetas y cosas…  Y eso significa que va a haber problemas.


Pedro se quedó momentáneamente impresionado por la sencilla y clara lógica de un niño. Cuyo padre estaba en el cielo. Y cuya valla estaba rota y, casi con toda seguridad, llevaba rota algún tiempo. ¿Podría él utilizar la misma lógica para satisfacer aquella simple petición? Ésa era la casa de Nora. Él era su hijastro. En cierto modo, era responsable de lo que allí ocurriera hasta que ella llegara. No se trataba de que quisiera asumir esa responsabilidad, pero…  Tras tomar una decisión, asintió.


–Sí, me doy cuenta de que podría ser un problema. ¿Quieres enseñarme el agujero por el que Simba se ha escapado? Así, entre los dos, podríamos pensar en algo para evitar que vuelva a escapar y a poner en peligro su vida. ¿Qué te parece?


El pequeño miró a Paula y a Simba, retorció la boca, tomó una decisión y respondió:


–Me llamo Nicolás. ¿Tú cómo te llamas?


–En Australia, mis amigos me llaman Pepe. ¿De acuerdo?


–De acuerdo –respondió Nicolás encogiéndose de hombros y entrelazando los dedos con los de Pedro. Y entonces, empezó a tirar de él hacia el establo.


Pedro se quedó mirando la diminuta mano que tenía en la suya. No había esperado ese gesto. En su equipo de trabajo había algún casado con hijos, pero la mayoría eran solteros. No estaba acostumbrado a los niños, ni en el trabajo ni en los demás ámbitos de su vida. Sobre todo, no estaba acostumbrado a niños que le asían la mano. En realidad, le resultó una experiencia nueva. Pero podía soportarlo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario