Las bodas siempre la hacían llorar. Para ser una mujer de negocios a veces se comportaba como una boba, y ese día no era una excepción.
–Date prisa, cariño. Llegaremos tarde –dijo Alicia mientras le colocaba el corpiño del vestido recubierto de pequeños cristales–. Así está mejor.
–Relájate. Me pones nerviosa –pidió Paula.
Alicia dió un paso atrás y sorbió por la nariz.
–Estás preciosa. Tus padres se habrían sentido muy orgullosos.
Paula reprimió las lágrimas.
–Gracias, Ali. Gracias por todo.
Alicia se enjugó los ojos.
–No me des las gracias a mí. Agradéceselo al ordenador que querías hacer explotar no hace mucho tiempo.
–Nunca quise eso. Sólo pensaba que había funcionado mal.
–¡Ah! Siempre supe que Pedro y tú estaban hechos el uno para el otro –Alicia hizo una pausa y luego la besó en la mejilla–. Me siento tan feliz por tí.
–Yo también estoy feliz. Aunque si no nos movemos, el novio va a creer que lo he dejado plantado.
Paula casi se dió un pellizco porque le costaba creer que el novio y Pedro eran la misma persona. Era el día de su boda y se iba a casar con el hombre de sus sueños. La vida no podía ser más hermosa. Habían optado por una sencilla ceremonia en el yate de Pedro, acompañados por los familiares y un pequeño grupo de amigos. El trayecto hacia el puerto fue muy rápido y ella se concentró en la respiración intentando desesperadamente mantenerse en calma.
–Hemos llegado –anunció el chófer mientras aparcaba la limusina junto al muelle.
–¿Preparada, cariño? –preguntó Alicia al tiempo que le apretaba la mano.
–Preparada como siempre lo estaré –contestó Paula al tiempo que recogía el pequeño bolso de color marfil y rebuscaba entre el contenido. Sí, allí estaba.
Prácticamente avanzó flotando a lo largo del muelle, ajena a las miradas, con la vista fija en el apuesto hombre vestido de esmoquin que la esperaba de pie en la cubierta del yate. Pedro bajó de la embarcación y le tendió la mano.
–Tu aspecto es maravilloso.
Ella tragó saliva para deshacer el nudo que le apretaba la garganta.
–Gracias. Tú también.
–Sólo lo mejor para mi futura esposa –dijo antes de besarla en la mejilla–. Te quiero.
–Yo también te quiero, aunque nos queda una cosa por resolver.
–¿De qué se trata?
Paula abrió la mano y la luz del sol dió de lleno en una pequeña llave de metal.
–Nunca me dijiste para qué era.
Él sonrió. Su calidez la envolvió como un abrazo.
–¿No? Tal vez se me escapó de la mente.
–Era una estratagema, ¿Verdad? ¿La utilizaste como pretexto para que te acompañara a King River ese fin de semana? Sabes que me encantan los desafíos.
–Me conoces demasiado bien –dijo Pedro antes de besar sus labios suavemente–. Deseo que la consideres como la llave de mi corazón.
FIN
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