martes, 26 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 24

Ella señaló una caja de embalaje de madera y añadió:


–En esa caja fue donde encontré las fotos de tu madre. Hay un par de álbumes y algunos papeles. Pesa demasiado para bajarla yo por las escaleras. Sé que hay más cajas, pero deben de estar al fondo, arrinconadas, detrás de los muebles.


–Vamos a ver. Voy a tirar de los muebles para sacarlas.


–¿Estás seguro? Te vas a destrozar la ropa.


Pedro se miró y frunció el ceño. Un traje de diseño no era la mejor vestimenta para aquel polvoriento ático; pero como no había llevado otra ropa, no tenía muchas alternativas. Y sí una misión.


–Sobreviviré –respondió él intentando pasar entre irreconocibles y viejos sillones y estanterías para llegar a las cajas que había en un rincón del oscuro ático.


–¡Oh, no! –exclamó Paula con la mano dentro de la única caja que ella había logrado sacar–. Qué pena, el marco está roto. ¿Por qué no se llevaron estas fotos?


Pedro le arrebató la fotografía y acarició el cristal unos momentos.


–Cuando nos marchamos a Australia, a mí se me permitió llevar lo que me cupiera en una maleta y una mochila. Eso fue todo –trató de no censurar, con el tono de voz, la decisión de su padre–. Yo tenía doce años y me marchaba de mi hogar. Me preocupaba más dejar atrás a mis perros y a mis amigos que cualquier objeto.


Con cuidado, dejó la foto con el marco roto encima de unos papeles, más fotos, viejas postales y un montón de cosas por el estilo que había dentro de aquella caja de madera. 


–La verdad es que me sorprende que todo esto haya sobrevivido después de todos los inquilinos que han pasado por aquí. O no debían de ser muy curiosos o no vieron nada que valiera la pena venderse.


Como Paula no respondió, se volvió y la sorprendió mirándole con expresión confusa en el rostro.


–Sólo hubo unos inquilinos –dijo ella por fin–. Era un matrimonio, ya mayor, de Marsella, que venían sólo a veranear en agosto. La casa llevaba años vacía cuando Nora y yo vinimos a vivir aquí. ¿Es que no lo sabías?


Se la quedó mirando con dureza, lleno de rencor y resentimiento.


–Eso no es posible. Había una familia viviendo aquí hasta el mismo día en que se firmaron los papeles del divorcio.


Ella clavó los ojos en los suyos.


–Pedro, aunque sólo soy un ama de llaves, te agradecería que no me llamaras mentirosa –hizo una pausa y alzó los hombros–. Bueno, ¿quieres que te ayude o no? Porque si quieres que te ayude, vas a tener que hablarme en otro tono. ¿Está claro?


Paula apretó los labios y se quedó esperando a que él dijera algo. Como respuesta, Pedro se sentó en una de las cajas. Le importaba un bledo si se estropeaba los pantalones del traje o no. Hacía mucho tiempo que nadie se atrevía a enfrentarse a él, mucho menos a pedirle que cambiara el tono de voz. ¡Su tono de voz! El problema no era su tono de voz, sino su genio. Ella no tenía idea del tormento que sufría. No, la única persona que podía comprenderlo era su padre. Horacio Alfonso. En cuanto a Paul Chaves… Ella era simplemente excepcional.


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