–Y yo. Por cierto, quería comentarte algo… Verás, está claro que eres una cocinera excelente, Paula, pero también cuidar de Nicolás te lleva tiempo. Me sorprende que Nora te haya pedido que organices su fiesta de cumpleaños. Es mucho trabajo para una persona sola.
Pedro se metió la mano en un bolsillo y sacó una agenda.
–Si quieres, puedo hacer que alguien de mi empresa se encargue de preparar la fiesta, es lo menos que puedo hacer para compensar por mi ausencia.
Ella sacudió la cabeza.
–Gracias, pero no, Pedro. Nora no me pidió que organizara su fiesta de cumpleaños, me ofrecí yo a hacerlo. Le pedí que me dejara encargarme de todo.
Justo en el momento en que Paula iba a explicarle los múltiples motivos por los que quería encargarse de la fiesta, la puerta exterior de la cocina se abrió y entró una mujer más mayor con el pelo oscuro, las piernas combas y vestida con un mono. Tras dejar una cesta de albaricoques en el suelo de la cocina, se acercó a ella y le dió un par de besos en las mejillas.
–¡Son fantásticos! –exclamó Paula–. Ah, Rosa, deja que los presente. Éste es Pedro Alfonso, que ha venido de Sídney. La familia Alfonso vivía aquí, ¿Te acuerdas?
–Claro que me acuerdo –respondió Rosa, y asintió–. Eres el hijo de Ana, ¿Verdad? Cuando teníamos la granja, tú jugabas con mis hijos al fútbol –Rosa le miró de arriba abajo–. He oído que te han ido bien las cosas.
Tras esas palabras, Rosa agarró una tortita, hizo un gesto de despedida con la mano y se marchó antes de que él tuviera tiempo de responder.
–¿Qué? –preguntó Pedro extrañado.
–Rosa no habla mucho –explicó Paula–. En fin, parece ser que va a haber tormenta el fin de semana y será mejor que recoja las cerezas hoy si no quiero correr el riesgo de que se estropeen.
Ella se acercó a la cesta e indicó la puerta exterior de la cocina con un gesto de cabeza.
–Rosa es una niñera maravillosa y se le da muy bien la jardinería, pero estoy preocupada porque, por ayudarme, creo que va a subirse a la escalera a recoger la fruta de los árboles y me da miedo que se caiga. Así que… ¿Te importaría hacerme un favor? –Paula se interrumpió un segundo y se pasó la lengua por los labios–. ¿Podrías charlar con ella y distraerla, para evitar que se suba a la escalera, hasta que yo vuelva de llevar a Nicolás al colegio? Te prometo que no tardaré y que podrás marcharte en el momento en que vuelva.
Tras esas palabras, le dedicó una sonrisa ladeada.
–Además, te pondrá al corriente de todo lo que pasa por aquí. Ya verás como te diviertes.
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