jueves, 21 de septiembre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 17

 –¿Estaba la habitación en orden? –preguntó Paula por llenar el silencio–. Siento si, al cantar, le he despertado. De ahora en adelante intentaré no hacer ruido.


–La habitación estaba perfectamente. Y, por mí, puedes cantar todo lo que quieras. Ésta es la casa de Nora y la tuya. Por cierto, hablando de Nora, ¿Has vuelto a tener noticias suyas?


–No, todavía no, pero aún no he encendido el ordenador esta mañana. Voy a ir a vestirme y luego prepararé el desayuno, Pedro. Dame veinte minutos, ¿De acuerdo? Entonces veremos si ha enviado algún correo electrónico. Después te tengo que explicar lo de la fiesta de cumpleaños.


Paula hizo un inciso para respirar.


–Esto va a ponerse interesante.


Lo primero que Pedro oyó en el pasillo cerca de la puerta de la cocina fue una serie de suspiros seguidos de gruñidos. Quizá fuera a eso a lo que Paula se había referido al decir «Interesante». La ducha le había refrescado. Los pantalones del traje y la camisa estaban más o menos presentables y sin demasiadas arrugas, y su cerebro parecía haber vuelto al estado acostumbrado. En perfecto control y centrado. Se miró el reloj. Veinte minutos exactos. Ella debía haberse conectado ya a Internet. Por eso, le sorprendió ver a Dan sentado a la mesa de la cocina con la barbilla apoyada en las manos y el rostro a apenas unos centímetros del monitor.


–Mamá, no funciona, mamá. ¡No puedo ver a la tía Nora!


–Ahora mismo voy, cielo. Vamos, tómate el desayuno.


Paula se había quitado el pijama e iba vestida con unos pantalones ajustados de color cereza y una blusa sin mangas rosa y amarilla. Era un amasijo de colores que le hizo sentirse extrañamente sombrío y lúgubre. Quizá debiera haber metido algo de ropa más informal en la bolsa. Sólo llevaba equipaje de mano cuando iba en viaje de negocios, así que era posible que su vestimenta fuera excesivamente formal para una casa de campo en la campiña francesa.  Al acercarse, vió que el televisor estaba conectado a un enorme ordenador con un muy usado teclado y un ratón. Pero no se trataba de un televisor, sino de un ordenador personal. Y, por su aspecto, debía de tener muchos años.


–Hola, Nicolás –Pedro sonrió mirando al niño–. ¿Qué es lo que tienes ahí?


Nicolás tragó un trozo de tortita y señaló a la pantalla del ordenador.


–La tía Nora nos ha mandado una carta con fotos de elefantes y montañas enormes con nieve.


–¿Y dónde están esas montañas, Nico? –preguntó Paula.


El niño retorció los labios unos segundos antes de asentir y sonreír.


–En India. Los elefantes están en India.


Ella lanzó una fugaz mirada a Pedro; después, se encogió de hombros.


–Más o menos. Me alegro de que lo hayas recordado – entonces, hizo un gesto en dirección a la mesa–. Por favor, Pedro, siéntate. Sólo me llevará un par de minutos hacerte unos huevos revueltos con jamón.


–Estupendo.


Y, mientras esperaba, decidió sentarse al lado del niño y se inclinó hacia delante con el fin de poder mirar también la pantalla. En efecto, en el mensaje había archivos adjuntos con las fotos, pero el ordenador era tan viejo que tardarían un siglo en abrirlos.


–Vaya, te entiendo. ¿Me dejas que pruebe yo?


–Mamá, ¿Le dejas a Pedro que toque el ordenador?


Pedro miró a Paula, que estaba batiendo los huevos, y la vió sonreír y asentir. 

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