Necesitaba pasar más tiempo con Nicolás, el niño estaba creciendo demasiado deprisa. Además, ahora sólo la tenía a ella. Se le partía el corazón cuando iba por las tardes al hotel de Sabrina a tocar el piano, pero necesitaba el dinero extra. ¡Y sólo faltaba un día para las vacaciones de verano! ¡Fantástico! Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Las vacaciones de verano significaban algo más, algo en lo que no quería pensar. Nicolás iba a pasar dos semanas con sus abuelos en Barcelona, los mismos abuelos que habían hecho todo lo posible por quedarse con Nicolás tras la muerte del padre del niño… Y casi lo habían conseguido. «¡Dios mío, Cristian, te habría encantado ver lo maravilloso que es tu hijo!». Sólo tenía que mirar a Nicolás a los ojos para ver al hombre que había amado y con el que se había casado. Y nadie iba a quitarle a su hijo. Por nada del mundo. Aunque eso significara decir adiós a su carrera musical.
Pedro salió del fresco interior de su coche para estirar las piernas en la verde cuneta de la carretera. Enfrente, al otro lado de la carretera, las puertas de la verja de Mas Tournesol, la casa de campo en la que había nacido y había pasado los doce primeros años de su vida. Tenía la impresión de que había pasado mucho tiempo. Lo que quizá explicara por qué ahora le parecía más estrecha y con más maleza: La perspectiva de un niño de doce años era muy diferente a la de un hombre de treinta. Por aquel entonces, las puertas de la verja eran dos hojas de hierro forjado con el nombre esculpido en metal: Mas Tournesol. La casa de los girasoles. Ahora, una de las puertas de la verja se había salido de las bisagras, estaba caída en el suelo y la hierba había crecido entre el metal. Debía de llevar ahí meses. La otra hoja de la puerta no estaba. Pensó en el río que corría al otro lado de la hilera de árboles a la izquierda de donde se encontraba y recordó lo bien que lo había pasado allí pescando con su padre. A la derecha, los setos separaban la propiedad de los viñedos y campos de girasol que su padre le había vendido al vecino unos días antes de emigrar; pero ahora, el seto era más alto y pegados al seto había otros arbustos en flor. Una súbita tristeza le invadió al recordar la última vez que había recorrido aquel sendero, camino de su nueva vida en un país lejano. Cerró los ojos durante un segundo y, mentalmente, conjuró la imagen del jardín de su madre, lleno de flores y abejas recogiendo polen. Y durante un momento, regresó al pasado, al lugar en la tierra que llevaba dentro, a los tiempos más felices de su vida. Antes de que su madre muriera.
Pedro abrió los ojos despacio y se ajustó las gafas de sol. Había evitado ir a aquella casa por muchas razones. Llevaba en Sídney desde los doce años y le gustaba mucho su vida allí, pero seguía sintiéndose francés, llevaba muy dentro su tierra y su cultura. Eso no podía negarse. Sin embargo, había otra cosa que le había empujado a ir allí y que le producía cierta desazón desde hacía seis meses… Y estaba ligada al hecho de que había descubierto que su padre no podía ser su padre biológico. El hecho le había dejado perplejo al principio, pero no había permitido que le destrozara la vida. Se había criado en el seno de una buena familia y había tenido unos padres que le habían querido mucho. Al margen de quién pudiera haber sido su padre, estaba orgulloso de su madre, siempre lo estaría. Pero… No lograba entender por qué no le había dicho la verdad. Sobre todo, al final. Durante ese tiempo, había pasado largas horas con ella, a solas, charlando. Y su madre se había llevado el secreto a la tumba. Ahora que iba a pasar unos días con Nora, quizá pudiera averiguar la verdad. Ahora volvía al lugar donde todo había empezado. Ahora regresaba a la casa que, en esos momentos, pertenecía a su madrastra, Nora, después de divorciarse de su padre. Sí, ahora la casa era de Nora y podía hacer con ella lo que quisiera. Y Nora probablemente no supiera que esa semana era la semana del aniversario de la muerte de su madre… ni que su madre había muerto en aquella casa. Era consciente de una cosa: Jamás se arriesgaría a encariñarse tanto con una persona ni con un lugar. No podría soportar que volvieran a arrebatárselos. Sobre todo, ahora que sabía lo que sabía. No quería pensar en el pasado, sólo en el futuro. Y eso significaba honrar el nombre de su madre a través de las obras benéficas que realizaba. Su antigua vida ya había acabado. Y cuanto antes regresara a Sídney y empezara sus nuevos proyectos, mejor. Unos minutos más tarde, cruzó la entrada de la propiedad con el coche italiano, deportivo y rojo que había alquilado y tomó el camino de grava. Con los ojos fijos en la casa, fue aumentando la velocidad hasta llegar a una curva… Y, de repente, pisó el pedal de freno a fondo, bruscamente, haciendo rechinar las ruedas hasta que el vehículo se detuvo. Algo estaba tumbado en el camino. Mirándole.
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