A un niño de seis años, Barcelona podía parecerle un lugar tan lejano como India, y no un sitio a unas horas en coche. Lo que no hacía que los padres de Cristian les visitaran con frecuencia. No les gustaba hospedarse en el limpio, pero sencillo, hotel de Sabrina, y no hacían más que compararlo con su lujosa casa de campo en la que incluso había una piscina cubierta y todos tipo de artilugios tecnológicos. La verdad era que no toleraban que su nieto se criara en un pequeño pueblo francés y que su nuera trabajara como ama de llaves de una adinerada mujer. Ni siquiera tenía ya coche. Las Navidades habían sido una pesadilla. Tan pronto como Nicolás se acostó, no dejaron de bombardearla con sus planes respecto a la educación del niño, haciéndola sentirse una madre sumamente egoísta por privar a su hijo de profesores particulares y modernos juegos de ordenador con el fin de que Nicolás no se sintiera marginado cuando empezara a estudiar en algún caro colegio privado. Un internado. ¡Cómo si ella fuera a permitirlo! Aunque, por supuesto, era egoísta tener a Nicolás consigo allí y negarle la oportunidad de una buena educación y un buen futuro. Sí, se sentía culpable.
Paula lanzó un gruñido, encogió los hombros y se sentó en un viejo baúl. Abrió la carta bajo el tragaluz del techo del ático. Las lágrimas afloraron a sus ojos, enturbiándole la vista. Dos billetes a Barcelona. En primera. ¡Para el lunes de la semana siguiente! Dos días. Sólo le quedaban dos días para dejar a Nicolás con sus abuelos. No, no, no podía ser. Por supuesto, era comprensible que quisieran ver a Nicolás durante las vacaciones de verano, pero… ¡No la primera semana! La familia Martínez se iba de vacaciones en agosto, no en julio. Además, Nicolás estaba entusiasmado con el cumpleaños de Nora. De hacer lo que sus suegros querían, tendría que utilizar los billetes el lunes, dejar a Nicolás con sus abuelos, y volver corriendo para preparar la fiesta. No, iba a cambiar las fechas y… Ella volvió a leer la carta. Los abuelos de Nicolás habían reservado más entradas para todo tipo de viajes y de entretenimientos, cosas que encantarían al niño. Se desinfló. No podía cambiar la fecha del viaje sin estropear todos esos planes. ¡Eran los padres de Cristian! Querían ver a Nicolás y que lo pasara bien. Era lo único que les quedaba de su hijo. ¿Qué podía hacer? Ellos sabían que no tenía dinero para dar a Nicolás las cosas que ellos podían darle. En ese momento, oyó el ladrido de un perro y la vieja casa crujió a su alrededor. Algo sólido y elemental.
–¡No seas tonta! –se dijo a sí misma, consciente de que sabía adónde iba y de que tenía amigos–. Hay mucho que hacer y gente a la que ver.
–¿Tienes por costumbre hablar sola, Paula?
La voz la sobresaltó y se levantó del baúl de un salto. Pedro vió a Paula meterse una carta en el bolsillo del pantalón. Había visto lo suficiente para darse cuenta de que algo la había disgustado enormemente.
–Perdón por haberte asustado –dijo él mirando en torno suyo, a la larga y estrecha estancia en la que había pasado tanto tiempo cuando niño– . Vaya, nunca había visto esto con tanta cosa y tan desordenado.
–El otoño pasado arreglaron el tejado. Después, el diseñador eligió el ático para almacenar lo que no quería abajo. Casi todo acabó aquí.
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