martes, 2 de mayo de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 9

Paula se movió en el asiento para aliviar la sensación de tener clavados alfileres y agujas en la base de la columna vertebral. Mantenía un ritmo incesante con la rodilla, en parte porque después de las tres horas y media que llevaba allí sentada, sentía la necesidad imperiosa de ir al cuarto de baño. El vestíbulo del edificio de oficinas en Suiza resultaba impecable, todo hormigón y acero, pero ligeramente frío en la amenazante penumbra de la noche. Las letras plateadas de Minería Alfonso se elevaban por encima del mostrador de recepción más allá del cual no le habían permitido pasar.


Habían pasado tres meses desde la última vez que vió a Pedro. Dos desde que empezó a sentir aquellas náuseas que la pillaron completamente por sorpresa. Un mes desde que una pequeña línea azul cambió su vida para siempre, y solo unos pocos días desde que la primera ecografía confirmó que su vida, sus vidas, habían cambiado para siempre. Paula creyó que tendría que pasar horas rastreando páginas de internet para encontrar a Pedro, y había pensado incluso contactar con la princesa Sofia, la patrocinadora de la gala en la que lo conoció, para pedirle una lista de los invitados aquella noche. Tras reunirse de nuevo con Ignacio, Sofía le había perdonado la indiscreta discusión con él. Todo se había barrido debajo de la alfombra de la felicidad y el amor que rebosaba la pareja el día de su boda. En el pasado, semejante pensamiento le habría hecho sentir la aguda agonía del amor no correspondido, pero eso fue antes de Pedro y antes de… Se llevó la mano al vientre con gesto inconsciente y miró hacia la gigantesca y moderna lámpara de araña que colgaba del altísimo techo. El edificio entero hablaba de dinero. Pero, cuando una persona era tan rica como Pedro Alfonso, podía permitírselo.


Aquella mañana lejana había salido de la suite de Pedro en Andorra para encontrarse con su hermano Gonzalo furioso y preocupado por su desaparición de la noche anterior. Pero entonces Maria le dijo que quería volver a casa, y él la llevó de regreso a su apartamento compartido del sur de Londres. Durante un mes se perdió en días muy ocupados, haciendo sus joyas y trabajando a tiempo parcial en un café. Pero durante las noches se sumergía en sueños de Pedro y del placer que había arrancado de ella. La realidad del día a día se fue abriendo paso en su vida, y él llegó a convertirse en una especie de mito, como una fantasía que hubiera imaginado. No les dijo ni una palabra de él a Fernanda ni a Ezequiel, sus compañeros de piso. Miró de reojo a la recepcionista, que golpeaba el teclado con fuerza, como si así fuera a lograr que Paula desapareciera. Pero no iba a irse a ninguna parte. Un mes después, tras la tercera semana sin lograr contener las náuseas, Fernanda le dió una prueba de embarazo con una sonrisa, una palmadita en el brazo y una taza de té. Todo muy inglés. Y luego se marchó. Paula apenas tenía recuerdos de los siguientes dos días. Estaba entumecida por el shock y abatida por muchas preguntas sin respuesta. Pero un único pensamiento se había mantenido constante. «Voy a tener el bebé». Se prometió a sí misma que cuando cumpliera el tercer mes y se hiciera la primera ecografía, se lo contaría a Pedro. El sonido de unos tacones avanzando a toda prisa por el vestíbulo de mármol la sacó de sus pensamientos y trajo a Paula al presente. Una mujer elegantísima con un abrigo de lana se giró para mirar a un trío de hombres de traje que pasaban por ahí.


–¡Ese hombre es absolutamente imposible! No me extraña que le llamen la bestia.


A Paula no le cupo ninguna duda de a quién se refería. No después de la búsqueda que había hecho de Pedro en internet. Tenía dos palabras: Su nombre y la minería, su «Interés profesional». No albergaba muchas esperanzas, pero estaba equivocada. Un segundo después de haberle dado a la tecla, la pantalla se llenó con la imagen de su rostro, con su expresión adusta y una mirada dorada tan intensa que sintió cómo se sonrojaba, como si Pedro hubiera descubierto que le estaba buscando. 

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