Así que se había alejado de ella aquella noche y todas las noches desde entonces. Y si eso significaba tener que sufrir aquel constante estado de frustración, entonces que así fuera. Sus piernas golpearon en la cinta de correr del extenso gimnasio ubicado un piso más debajo de la zona de estar y la cocina, y dos más de los dormitorios y la piscina infinita que se extendía hacia el lago. El sudor le caía por las sienes y lo apartó de sí con el brazo. Si lograba agotarse, tal vez encontrar alivio a… Aquello. «Aquello» se sentía como una bestia rugiente que le desgarraba el pecho. El ejercicio se había convertido en algo vital para él durante años. Había comenzado con la rehabilitación después de horas, días, semanas de cirugías en los años posteriores al incendio. Apenas recordaba aquellos primeros meses. Un dolor tan intenso que se convirtió en un delirio de agonía, y por el que veces se había sentido agradecido. Porque de ese modo podía centrar la mente en algo más que en el hecho de haber perdido a toda su familia. En algo más que en la última mirada que le dirigió su padre tras haberle arrojado por la ventana del salón antes de ir a buscar a su madre. El sudor del ejercicio se le congeló ahora con el recuerdo de los gritos de aquella noche. Los gritos de los otros, los suyos, no podía distinguirlos. Pero ni su madre, ni su padre, ni sus tíos habían logrado escapar del infierno que había reducido la casa a cenizas. Un fallo de electricidad, un árbol de Navidad y una casa de doscientos años. Eso fue lo que decretó la investigación del seguro. Un accidente. Un accidente que le robó todo a Pedro. Aumentó la velocidad de la cinta en un intento de obligar a su mente a centrarse únicamente en el movimiento de los pies y el cuerpo.
Procuraba no pensar demasiado en su familia. Se había vuelto un experto en evitarlo, pero a medida que aceleraba ahora al correr, tuvo la sensación de que tal vez estaba huyendo de su pasado. Porque inexplicablemente, desde que Maria se había mudado a su casa, hogar, había sentido cómo los recuerdos se alzaban en su interior. Recuerdos de comidas familiares, los ecos de su risa infantil en casa de sus padres, el cálido amor que ellos le ofrecían… Todo se cernía alrededor de Paula como una promesa de lo que podría ser, pero lo que él no se permitiría. Así que había comenzado a evitarla, hundiéndose en el trabajo, en nuevas adquisiciones. Incluso la había dejado allí mientras viajaba a una de las minas que tenía en Rusia, con la esperanza de que la distancia entre ellos provocara que las cosas volvieran a ser como eran en su vida antes. Pero en el momento en que regresó, vió señales de ella por toda la propiedad. Libros que aparecían en las mesitas auxiliares, una manta en el sofá que antes no estaba… Todo le resultaba desconcertante tras haber vivido solo durante más de diez años. Lo sentía como una intrusión, y aunque no debería, culpaba a Paula por ello. Por dejarle recordatorios y evidencias de lo que había hecho sin él. Y pronto no serían solo evidencias de su esposa… También de su hijo. ¿Se pasaría el resto de su vida intentando evitar a los dos? No, gruñó para sus adentros, sorprendido una vez por el sentimiento de protección que experimentaba hacia su hijo. En aquel momento, un ruido lo sobresaltó y estuvo a punto de perder el equilibrio. Apoyó las manos en la barra de la máquina para sostenerse mientras revisaba mentalmente cómo tenía el tobillo, que había estado a punto de torcerse. Soltó una palabrota.
–Lo siento, yo…
–No pasa nada –murmuró Pedro tomando aire. No necesitaba mirar para saber quién había estado a punto de provocar que se cayera de la cinta de correr.
Disminuyó la velocidad con una tecla hasta que la dejó en modo caminar y luego miró hacia la puerta. Por suerte ya respiraba con dificultad antes, así que agradeció tener una razón para ocultar la reacción natural del cuerpo a su belleza, a su presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario