jueves, 25 de mayo de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 40

 –Por lo que veo no habéis llegado a las manos –dijo medio en broma medio en serio.


–¿Por qué iba a pasar eso? Puedo ser encantador, ya lo sabes.


–No eras tú quien me preocupaba.


–Los dos están completamente intactos, te lo aseguro.


Paula no pudo evitar sonreír y luego volvió a dirigir la mirada hacia las cajas que había apiladas en la esquina de la habitación. Pedro siguió la dirección de sus ojos.


–¿Qué hay en esas cajas?


–Sobre todo herramientas y materiales.


–¿Las enviaste aquí?


«¿En lugar de llevarlas contigo?», era la pregunta implícita que quedó colgando en el aire como la vibración de una campana al dejar de sonar. Paula se acercó a una de las cajas y miró en el hueco que había dejado la cinta aislante. La quitó toda y deslizó la mano dentro para sacar la bobina de hilo de plata. Deslizó la mano sobre ella, acariciándola como si fuera un amigo al que hacía tiempo que no veía. Solo entonces se dió cuenta de lo mucho que echaba de menos el tiempo que había pasado trabajando en el espacio que había alquilado en Bermondsey. El bullicio de las demás personas que trabajaban a su alrededor, cada una de ellas perdida en su propia imaginación, inclinados mientras trabajaban en crear formas.


–No quería dar la impresión de que al mudarme estaba apoderándome del espacio –aseguró.


Y la mentira le sonó mal incluso a ella misma. Sintió cómo Pedro se movía detrás de ella. El calor de su cuerpo calentaba el frío que había descendido sobre ella. Aprovechando aquel calor, alimentándose de él, se dirigió a la cajita cerrada de piezas terminadas que había empacado poco después de regresar a Londres tras su primer encuentro en Suiza, cuando le dijo que estaba embarazada. La abrió y sacó una de las piezas de la bolsa de tela y retiró el papel de seda que la rodeaba. Era un anillo, la última pieza que había hecho antes de descubrir que estaba esperando un hijo. No era un encargo, no la había creado para nadie. Era para ella.


–Es precioso –murmuró Pedro con cierta reverencia. 


–Gracias –Paula sintió una punzada de orgullo al escuchar sus palabras. 


Una pequeña perla asentada sobre oro batido que rodeaba la esfera como una ola, como si estuviera a punto de ocultar la bella formación natural. Siempre le habían fascinado las capas concéntricas de las perlas, cómo algo tan hermoso podía formarse a través de capas y capas de carbonato de calcio que rodeaban lo que antaño fue un cuerpo extraño para el pequeño molusco que la creó.


–¿Lo echas de menos?


–Sí y no –respondió Maria con sinceridad–. Volver a casa desde Andorra después de lo de Ignacio y Sofía… Después de tí… Estaba decidida a forjar una nueva «Yo» –dijo con cierto ironía–. Dejar a un lado las fantasías infantiles que había ocultado durante años. Aquella noche… Fue demasiado para mí.


Se giró hacia Pedro.


–Me dí cuenta de muchas cosas. Por ejemplo, cómo me había ocultado tras un enamoramiento falso de alguien, cuando lo cierto era que tu realidad era… Abrumadora. Y cuánto había permitido que mi hermano me protegiera de las duras realidades de la vida. Y aunque estuvo bien, sentía que de ese modo me había protegido también de otras experiencias.


Paula hizo una breve pausa para tomar aliento.


–Antes de saber que estaba embarazada, me lancé a realizar trabajos por encargo. Estaba obsesionada con la idea de que me pagaran por mi trabajo, conseguir una estabilidad por mí misma, ser independiente de Gonzalo, y de todo el mundo en realidad. Ahora que lo pienso, estaba corriendo antes de aprender a caminar. Me parecía maravilloso que la gente apreciara mi trabajo, pero de alguna manera me sacrifiqué a mí misma en el proceso, me alejé de lo que siempre me había hecho compañía.


–¿Y qué era eso?


–Mi imaginación. Suena extraño, pero cuando era pequeña me pasaba horas perdida en mi mente, diseñando piezas, intentando averiguar la mejor manera de hacerlas, qué materiales serían los adecuados…


Pedro se quedó pensativo unos instantes y luego se giró hacia el anillo.


–¿Puedo? 


Ella se lo colocó con suavidad en la mano abierta.


–Entonces, si no tuvieras que trabajar en encargos, ¿Esto es lo que crearías?


–Sí –la sonrisa que le asomó a los labios le calentó el corazón.


–En Lucerna hay espacio para un estudio si yo…


–No –lo interrumpió Paula–. Es una oferta muy amable, pero prefiero estar rodeada de gente cuando trabajo. Hay una sensación rara pero maravillosa cuando estás perdida en tu propio mundo, pero al mismo tiempo rodeada de otras personas. Así te sientes…


–¿Menos sola?


Pedro maldijo entre dientes. No pudo evitar pensar que se había llevado a aquella preciosa y brillante mujer y la había escondido del mundo. La había arrastrado a su guarida, ocultándola de la luz del sol y de las cosas que ella más necesitaba. Porque conocía muy bien, demasiado bien, lo solo que podía llegar a sentirse un niño. Todos aquellos días, semanas y meses en la habitación del hospital con la única visita de las enfermeras y de Sergio. Y cuando se quedaba solo, el silencio lo envolvía y se volvía ensordecedor.


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