-Después de aquello, Gonzalo se desvivió por estar presente en mi vida. Por ser el padre que nuestro propio padre no era capaz de ser. Cuidó de mí, pagó mi educación, mis viajes, todo lo que pudiera desear. En cierto sentido dejó de ser mi hermano. Y cada regalo, cada penique que me daba… los sentía como manchados. Como si no fueran para mí, sino una manera de vengarse de mi padre. Y por eso yo solo quería ser yo misma, ser independiente, financiarme… No sé. Nunca podría devolverle la inversión económica, pero quería demostrarle a Gonzalo que su inversión había valido la pena. Que yo no era un fracaso.
–¿Es así como te ves?
–¿Embarazada y casada por el bien de mi hijo? –Paula sonrió con tristeza–. Solo quería no necesitarle, no deberle nada para que pudiéramos volver a ser simplemente hermanos.
«Y que de ese modo pudiera quererme porque sí, no por obligación». Pero al mirar a los ojos a su marido, Paula se preguntó si estaba hablando todavía de su hermano.
–Paula –dijo Pedro tomándole la mano en la suya–. Yo no puedo prometerte que siempre estaré ahí… Pero haré todo lo que esté en mi mano para que no vuelvas a sentirte así nunca más.
Cuando Pedro pronunció aquellas palabras, sintió que calaban profundamente en él. Entendía perfectamente su deseo de independencia, algo que había admirado en ella desde el momento que la conoció.
–Paula, ya sea ropa o un estilo de vida que creas que te estoy ofreciendo pero no es tuyo… No es así. Lo mío es tuyo. Lo dije en serio cuando te dí el «Sí». Pase lo que pase. Eso no te aparta de lo que eres, lo que has conseguido. Me gustaría pensar que puedes verlo solo como un extra más.
Ella dejó escapar un largo suspiro que Pedro no supo muy bien cómo interpretar. Hasta que entornó los ojos y su rostro adquirió una expresión impía que rompió por completo la seriedad de la conversación.
–Ahora mismo tengo hambre. Y no de comida. Así que, esposo mío, ¿Vas a cumplir tu promesa y permitir que disfrute de un festín?
Pedro se negó a reprimir la sonrisa que le asomó a los labios. Se negó a rechazar el calor que le surgió en el pecho. Aquello era algo más que deseo carnal, era algo muy parecido a la felicidad. Y si aquello era lo que significaba vivir con la brida floja, quería más. Quería saber cómo era vivir la vida no entre las sombras de su dolor, sino bajo la luz de Paula.
Cuando Paula salió del coche que los había recogido a Pedro y a ella en el aeródromo privado a las afueras de Viena, se agarró a las palabras que él le había dicho dos noches antes. La promesa de que no era menos a sus ojos por haberse quedado embarazada y casarse con él, y que estaría allí para lo que ella necesitara. Pasara lo que pasara. No era tan ingenua como para esperar que su padre estuviera esa noche allí, ni siquiera sabía si estaba al tanto de que estaba embarazada y casada, y la verdad era que no le importaba. Pero su hermano Gonzalo había hecho mucho por ella, y quería que se sintiera orgulloso. Apretó la suave seda del precioso vestido con el que Pedro la había sorprendido el día anterior mientras el viento revoloteaba a su alrededor.
–¿Estás bien? –le preguntó a Pedro cuando rodeó el coche para ponerse a su lado.
Él parecía confundido.
–¿Por qué no iba a estarlo?
–Gonzalo puede ser un poco sobreprotector.
Pedro se encogió de hombros.
–He firmado acuerdos multimillonarios con los directores generales más duros del mundo. Tu hermano no será un problema.
–Sí tú lo dices…
La puerta se abrió, y allí estaba Gonzalo, en medio de la puerta de arco de medio punto de la fachada de su hacienda. Aquella era una de las propiedades favoritas de Gonzalo, fue de las primeras que compró para asegurar las finanzas de la familia. Estaba situada en medio de diez hectáreas de terreno con magníficos viñedos.
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