Paula no sabía qué esperar después de la noche de la gala. Tal vez que su vida volviera a aquel aislamiento que había experimentado después de la boda… Pero no podía estar más equivocada. La primera noche se fue a su dormitorio, pero Pedro entró, la sacó de la cama, la llevó a la suya y se tumbó a su lado. Todo sin decir una palabra. Sucedió lo mismo la segunda noche, y estaba demasiado confundida para querer romper el hechizo que descendió sobre ellos sin preguntas ni palabras. La tercera noche, cuando el bebé se mostró un poco inquieto y ella no podía dormir, Pedro encendió la lamparita de luz suave, se colocó mirándola y le preguntó cuándo había hecho su primera pieza de joyería. La bombardeó con preguntas sobre cada paso hasta que por fin ella se durmió en medio de la explicación sobre cómo soldar unas piezas. Pedro volvió a hacerlo la cuarta y la quinta noche, hasta ella quedó convencida de que sería capaz de hacer un brazalete perfecto sin haber tocado ni una sola vez los materiales y las herramientas necesarias. Sin embargo, él no la había tocado. No había recreado las intimidades de la noche de la gala, y aquello se estaba convirtiendo en una tortura para Paula. Se pasaba los días preguntándose, cuestionándose, dudando… ¿Se habría imaginado la conexión que sintió forjarse la noche de la gala? ¿Había sido únicamente lo que necesitaban en el momento? Pero si aquel era el caso, ¿Por qué la llevaba a su dormitorio Pedro todas y cada una de las noches?
Cada día, cuando Pedro se retiraba a su oficina en Zúrich, Paula caminaba por los bosques que rodeaban el lago y se perdía en la belleza que la envolvía, el crujir de las hojas bajo los pies, el suave calor del verano en retirada… Y cada día se maravillaba de los cambios que experimentaba su cuerpo y el hijo que llevaba dentro. Pero la ropa que se había comprado hacía apenas un mes había hecho que se diera cuenta de que tenía que volver a ir de compras. Su mente calculó los ahorros con los que contaba, odiaba el hecho de tener que pedirle dinero a su marido o a su hermano. Ninguna de las dos opciones le resultaba agradable. Había pasado mucho tiempo luchando por su independencia, ¿Y ahora? Se sentía completamente atrapada por un hombre que era muy complicado, atormentado por su propio pasado. Aunque decir que estaba atrapada era demasiado simple para describir su vida. Porque tenía libertad, y además, la atención de Pedro. Por la noche habían empezado a hablar menos de joyas y más de sus esperanzas y sueños… Nombre para el bebé, planes de futuro. Todo aquello pintaba una imagen que temía fuera más un hechizo que la realidad, como si un mal giro pudiera hacer que todo se desvaneciera en el aire como un jirón de niebla otoñal. Llegó a una parte del bosque que daba a una impresionante vista del lago Lucerna y dejó escapar un suspiro, perdida en el modo en el que el horizonte se encontraba con el lago transparente como un espejo. La belleza paralela de los dos tonos de azul que estaban tan cercanos que parecían dos mitades de un todo. Algo rompería la armonía que había descubierto en la última semana. Sería ella, Pedro u otra cosa, pero sin duda sucedería. La frágil distensión que se había establecido entre ellos no podía durar. Regresó de su paseo con los músculos deliciosamente doloridos, aunque le molestaba un poco la presión de la cinturilla. Sacó el móvil, decidida a encontrar prendas más amplias por Internet, y entonces vió la pantalla con quince llamadas perdidas de su hermano. Una punzada de miedo le atravesó la mente mientras llamaba y esperaba a que Gonzalo se conectara. Cuando escuchó su voz gruñona respondiendo lo bombardeó con preguntas.
–¿Qué pasa? ¿Ha ocurrido algo? ¿Estás bien?
–No sé, hermanita. Dímelo tú.
–¿Qué? –Paula se dejó caer en una silla al lado de la mesa, aliviada al escuchar que no sonaba enfermo.
–Bueno, llevo un par de meses sin saber de tí… Y de pronto ¡Bum! Apareces en la portada de quince revistas distintas de varios países, embarazada y al parecer… ¿Casada? ¿Y tú me preguntas qué ocurre? Por Dios, Paula…
Paula sabía que había estado evitando pensar en Gonzalo. No podía encontrar las palabras para explicarle lo ocurrido. Y de pronto se dio cuenta de que había enterrado la cabeza en la arena y había tratado de ignorar la realidad. ¿Sería aquello lo que rompería el hechizo entre Pedro y ella? ¿La dura realidad?
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