martes, 2 de mayo de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 12

 –¿Qué es lo que quieres? –preguntó sosteniéndole la mirada y buscando en sus ojos sus intenciones. 


–Nada –contestó ella, claramente confundida por la pregunta–. Solo quería que lo supieras. Tienes… Tienes derecho.


Pedro contuvo una risa cínica. Dudaba mucho de la veracidad de aquellas palabras. Tal vez no buscara su dinero o un anillo, pero algo había detrás seguro. Siempre lo había.


–¿Y has esperado tres meses? –preguntó con tono acusador.


 Paula asintió.

–Los tres primeros meses son… Delicados –afirmó sacudiendo la cabeza–. Mira, respeto lo que dijiste de que lo nuestro sería cosa de una noche. Solo he venido para informarte, y para darte la oportunidad de elegir si quieres formar parte de la vida de este bebé o no. Ni más, ni menos.


Pedro agarró su vaso para ganar tiempo. Y él nunca necesitaba ganar tiempo porque siempre sabía qué decir, cómo reaccionar. Hasta ahora. Hasta que Paula apareció en su vida.


–Nos casaremos.


La expresión de su rostro habría resultado cómica en otras circunstancias. El horror y el impacto arrasaron con la neutralidad que había mostrado unos instantes atrás.


–No.


–Me parece que no lo entiendes…


–No. El que no lo entiendes eres tú –lo atajó ella–. Esa no es la razón por la que he venido. No tengo intención de casarme contigo. No quiero eso, ni tampoco tu dinero. Mi único interés es conocer el nivel de implicación que quieres tener en la vida de mi hijo…


–De nuestro hijo –la corrigió Pedro–. Y eso es lo que intento decirte, Paula. Mi interés será profundo, y mi nivel de implicación, total. 


Paula se sintió atrapada abajo una oleada de emociones diferentes entre las que destacaba el miedo. No le había mentido. No había ido allí en busca de una promesa de matrimonio, ni de nada más allá de visitas de fin de semana, tal vez.


–¿Por qué? –preguntó sin poder contenerse mientras se llevaba las manos al vientre.


–Quiero proteger a mi hijo –afirmó con un tono tan decidido que le provocó un escalofrío en la espalda.


–¿Proteger? ¿No querer? –inquirió ella.


–Por supuesto que querré a mi hijo –aseguró Pedro.


«Pero no a la madre de su hijo». Paula apartó de sí aquel pensamiento. ¿Cómo era posible que le hubiera pasado aquello? Justo cuando estaba al borde de la libertad, con su negocio de joyería empezando a despegar y tras haber dejado atrás sus falsos sentimientos hacia Ignacio.


–No hace falta que nos casemos para que… Protejas a tu hijo.


Pedro soltó una carcajada cruel.


–¿Cómo puedes ser tan ingenua, Paula? ¿Tienes idea de lo que pasará si la prensa se entera?


No había pensado en ello. No había pensado en nada más que en contarle a Pedro lo del bebé. Una sensación de incomodidad se abrió paso en su interior.


–No te dejarán en paz, Paula. Intentarán desenterrar todo lo que puedan sobre tu vida. Acosarán a tu familia y a tus amigos. Te ofrecerán dinero a cambio de cualquier historia jugosa. 


Paula sabía lo que era aquello. Su padre, un miembro de la nobleza de un país mediterráneo, había tenido que exiliarse tras sufrir una bancarrota, y su hermano tuvo que hacerse cargo de la situación y vender casi todo lo que tenían. Y todavía la prensa acosaba de vez en cuando a Gonzalo, sobre todo cuando salía con alguna mujer. Su hermano. Su protector. Pero ella no había pensado en ningún momento que Sebastian podría ayudarla en aquella situación. No, los Chaves eran nobleza menor en el exilio. Pedro Alfonso suponía un nivel de notoriedad y fama completamente distinto. Lo había visto en cuanto introdujo su nombre en el buscador de internet. Sus palabras habían conjurado exactamente lo que buscaba. Miedo. Y más que eso. Habían destrozado la creencia de que podría ser libre.


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