martes, 30 de mayo de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 41

Un silencio que lo había acompañado toda su vida… Hasta que conoció a Paula. Pedro contuvo una palabrota. Mientras ella hablaba de su necesidad de compañía, de estar rodeada de gente y de vida, lo único que quería era volver a Lucerna y rodearla con sus brazos, protegerla, esconderla del mundo y tenerla solo para él. La bestia empezó a resurgir en su interior, bramando «Mía». Era como si su corazón la reconociera como suya y solo suya. Y aquello era lo que más le asustaba por encima de todo. Porque había trabajado mucho durante muchos años para asegurarse de no establecer nunca un vínculo así con otra persona. Miró a Paula, que estaba perdida en sus propios pensamientos mientras acariciaba la bobina de plata. Él abrió la mano para dejar al descubierto el anillo que había hecho antes de irse a vivir con él.


–No tiene por qué seguir siendo así, Paula –dijo sin tener muy claro si estaba hablando de su soledad del pasado. 


–Ya no es así –dijo ella llevándose la mano al vientre en el que crecía su hijo.


Sus ojos tenían un brillo de verdad, que ofrecían seguridad más que pedirla. Una seguridad de la que Pedro quería escapar. Porque su esposa le estaba volviendo del revés toda su vida. Su instinto natural de darse la vuelta y recluirse, de cerrarse al mundo ahora que empezaba a tener esperanza. Esperanza de que hubiera algo más allá de las limitaciones que había colocado en su corazón la noche del incendio.


–Puedes quedarte si quieres o si lo necesitas, Paula –dijo Gonzalo abrazándola y levantándola del suelo para decirle adiós, aunque sus palabras contradecían sus actos.


Ella sonrió, disfrutando de la seguridad y el confort que le proporcionaba su hermano. La cena había sido deliciosa. 


Pedro mantuvo su promesa de comer todo lo que ella comiera, lo que la hizo sonreír mientras los demás hombres miraban escépticos. Aunque la conversación había sido un poco lenta al principio, con Sofía y Paula hablando casi todo el rato, tanto su marido como su hermano se acabaron relajando y entraron en el tono distendido del ambiente. Y se sintió de maravilla, porque le preocupaba la idea de que hubiera algún tipo de confrontación. Le estaba muy agradecida a Sofía, que había dejado completamente al lado su tontería de la noche de la gala en Andorra. Cuando miraba ahora a Ignacio, se maravillaba de cómo había malinterpretado no solo su relación, sino sus sentimientos hacia él. Sintió una punzada de alegría en el pecho al pensar que hubieran encontrado la felicidad juntos… ¿Tal vez la misma felicidad que ella había encontrado con Pedro? No podía evitar dirigir su mente hacia un futuro en el que ella y su marido rodeaban a un precioso niño de cabello oscuro y ondulado con ojos color miel.


–Estoy bien, de verdad, Gonzalo –lo dijo y lo sentía.


En cierto modo, haber hablado con Pedro, compartir con él algo de sí misma, había forjado una conexión en su interior. No contaba con ello, pero se había visto abrumada por la emoción. Como si estar con sus cosas hubiera activado algo en ella, y no solo la idea que había surgido en su mente cuando vio sus materiales. El deseo de crear algo para Pedro, algo que fuera significativo para él. No podía liberarse de la sensación de querer devolverle algo a cambio de toda la seguridad y el cariño que él le aportaba. Gonzalo la dejó en el suelo y miró de reojo hacia donde Pedro estaba organizando las cajas para que las llevaran en su jet privado a Suiza.


–Me alegro por tí –aseguró con un suspiro–. Y por este pequeño –le puso una mano suavemente en el vientre–. Y supongo que Alfonso es aceptable –admitió a regañadientes–. Pero sé lo que le pasó en su infancia, y ese tipo de dolor, ese equipaje que carga… Habría que estar muy ciego para no darse cuenta de cómo se protege el corazón. Solo temo que esos muros sean demasiado altos incluso para tí.


–Todos cargamos con equipaje, Gonza.


–Tal vez. Solo quiero que te cuides.



Cuando Paula y Pedro dejaron la hacienda de Gonzalo en Siena y se dirigieron al pequeño aeropuerto privado, ella apartó de sí la advertencia de su hermano. La guardó en una cajita y la enterró profundamente. Porque por primera vez desde que podía recordar, quería agarrarse a aquel sentimiento. Mantenerlo dentro de ella y dejar que la calentara. Que los nutriera tanto a ella como a su hijo. Porque aquel sentimiento, se dió cuenta entonces, era amor. 

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