martes, 30 de mayo de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 42

Un grito silencioso surgió de la boca de Pedro y se incorporó de un salto en la cama. Estaba cubierto de aquel sudor frío y antinatural que surgía en él en las noches de terror. Un sudor que había sentido tres veces ya en las semanas que habían pasado desde que regresó de Siena con Paula. Con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, se giró hacia ella, que estaba tumbada a su lado en la cama, el único bálsamo para su alma era que no se hubiera despertado por su pesadilla. Se frotó la cara con la mano y trató de borrar los recuerdos del horrible sueño. El modo en que su padre lo había mirado por la ventana de su casa, con las llamas rodeando el marco de madera, los sonidos crepitantes que le inundaban los oídos mientras el fuego lo consumía todo a su paso. Incluso ahora el corazón le dió un vuelco y se le puso el estómago del revés, porque no era un sueño. Era un recuerdo. O lo había sido hasta que vió a Paula detrás de su padre, mirándolo mientras se acariciaba el vientre abultado por el embarazo, sin ser consciente al parecer del peligro que corría. Le había mirado con confianza, con completa aceptación, como si de verdad creyera que él, en el cuerpo de un niño de once años, podría encontrar la manera de salvarla. Había gritado en sueños hasta que le ardió la garganta y, ahora que estaba despierto, sentía un picor que no se podía quitar. Miró a su mujer, serena en su apacible sueño, apartó las sábanas húmedas y caminó por la habitación. Abrió la ducha sin ver más allá de las imágenes que le habían perseguido durante sus noches y a veces durante el día en aquellos momentos de debilidad que había aprendido a odiar tanto como sus recuerdos. Habían pasado quince años desde que tuvo aquellos sueños por última vez, porque había levantado sus defensas emocionales y mentales para protegerse de ellos. Pero ahora habían regresado. Por Paula. Por su mujer. Le temblaron las piernas bajo la ducha. Sintió náuseas y trató de llenarse los pulmones de aire. Hacía años que no tenía un ataque de pánico, y sabía lo que debía hacer, pero no podía luchar contra el miedo que había descendido sobre su mente. No supo cuánto tiempo se quedó así, pero finalmente logró cerrar el grifo del agua. Se puso una toalla y decidió no regresar a la cama. Recorrió los pasillos de su casa y llegó al gimnasio, y aunque el instinto le pedía que regresara con Paula, encendió la cinta de correr para agotarse antes de regresar a un sueño sin sueños en el que nada ni nadie pudiera alcanzarle.


Paula estiró el brazo y frunció el ceño al descubrir que el lado de Pedro estaba otra vez vacío. Había intentado preguntarle al respecto la primera noche, pero él le quitó importancia a su preocupación insistiendo en que se encontraba bien, que estaba distraído por un asunto relacionado con el trabajo. La siguiente ocasión explicó su ausencia por una llamada internacional a medianoche. Y lo cierto era que Paula no recordaba las siguientes explicaciones. En lo más profundo de su corazón, sabía que se estaba alejando. Podía sentir de manera casi imperceptible cómo se le escapaba entre los dedos, pero una parte de ella quiso creerse las excusas y se centró en hacer realidad la idea que le había surgido en Siena. Había buscado un estudio en Lucerna, no muy lejos de su casa, y en cuanto Pedro se fue al trabajo, ella también se marchó. Compartió una sonrisa cómplice con el chófer, que le juró que no diría nada, y fue de camino al estudio con imágenes de la expresión sorprendida y feliz de Pedro cuando le presentara el regalo que había hecho para él. Estaba segura de que llenaría de alegría cuando viera lo que había creado.


 Días antes había entrado a hurtadillas en su dormitorio y había sacado la cajita que estaba escondida en un cajón de la cómoda. Al abrir la cajita quemada quedó al descubierto un ancho anillo de plata ennegrecido por el fuego y parcialmente fundido. El corazón se le encogió al pensar en el niño pequeño que había perdido todo excepto aquello. Le dolió pensar en el hombre que creía que debía esconderlo en lugar de mirarlo y atesorarlo. Pensó en lo contenta que estaba ella de contar con el collar de su madre, algo que podía ponerse cuando quisiera, y eso le había dado la confianza para sacar el anillo de su escondite. Desde aquel momento en la habitación de Siena había sentido la necesidad de darle a Pedro algo de su pasado que pudiera llevar siempre con él. Algo que pudiera atesorar. Desde el momento en que puso los ojos en el anillo, vio que podía limpiar la suciedad y el polvo del metal precioso y lo que podría hacer con él. Cómo podría reforjar el símbolo de su dolor y convertirlo en algo nuevo. Podría utilizar la plata del anillo para formar la base de una nueva pieza, una nueva creación, tanto del pasado como del presente que podría llevar hacia su futuro. Un tanto preocupada por el impacto que los gases podrían tener en su hijo, se había centrado en el molde para la pieza que quería crear. Se perdió durante horas en el diseño, escogiendo cuidadosamente la plata adicional que necesitaría para crear la pulsera que quería regalarle, dónde colocarla para conservar la pureza del metal precioso que pertenecía al anillo y cómo unir las dos representaciones del pasado y el presente. Se perdió durante horas en la concentración de aquel molde, volcando allí su amor por Pedro y por su hijo. Porque aunque se lo negara a sí misma, en el fondo no podía evitar pensar que se les estaba acabando el tiempo. 


Se había reunido con Jorge Sennate, y al instante reconoció a un espíritu similar al suyo. El dueño del pequeño estudio tendría casi setenta años, pero los ojos le brillaban como a los de un adolescente. Cuando le abría el espacio, compartía con Paula su emoción por la pieza que estaba creando para su marido. Y le conmovió que compartiera con ella sus ideas y sus conocimientos sobre el trabajo en plata que él hacía. Jorge le enseñó cómo aplicar calor en las manchas de humo oscuras para que quedaran limpias. Limpias como Pedro había limpiado en ella sus dolores de infancia gracias a las horas que se había pasado creando aquel anillo para él. Paula miró a Jorge inclinarse sobre la pequeña forja, vertiendo la plata en moldes para que se enfriara y ella pudiera trabajarla. Se moría de ganas de ponerse a trabajar en aquella pieza que quería presentarle durante la cena dentro de cuatro días. Solo le había dicho a Pedro que se trataba de una ocasión especial. Por alguna extraña razón, le había ocultado que era su cumpleaños. Porque no quería cargar la noche con el peso de la historia. Quería iniciar una nueva celebración con él. El nuevo comienzo que nunca había imaginado que deseaba. 

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