martes, 9 de mayo de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 19

Paula estaba sencillamente espectacular. Los largos y oscuros rizos le caían sobre los hombros desnudos, rozándole la cintura. Las mallas se ajustaban a las fuertes y bien torneadas piernas, y Pedro sintió de pronto el deseo de acariciarle el muslo. En su mente surgieron los recuerdos de aquella noche, pero cerró al instante la puerta a aquellas ideas. Miraba fijamente la forma en que la camiseta le dibujaba la forma de los senos y le marcaba la creciente curva del vientre. No. Ya no era una curva. Durante las últimas semanas se había convertido definitivamente en un bulto. Se maravilló ante cómo su cuerpo había cambiado solo unas semanas después de la boda, y no pudo evitar experimentar una contundente sensación de posesividad. 


Paula le había escuchado soltar una palabrota, y le sorprendió que fuera la misma que ella pronunció para sus adentros. No esperaba encontrarlo allí después de su largo paseo por el lago, estaba convencida de que se había marchado a la oficina antes del amanecer, como había hecho cada día desde la boda. Pero ahí estaba. Y la miró… Y a ella se le hizo literalmente la boca agua. «¿En serio soy así de básica?», pensó para sus adentros. Y sí. Al parecer sí lo era. Pedro llevaba unos pantalones de chándal grises colgados de las estrechas caderas, mostrando los tensos músculos que había debajo de la cinturilla. No llevaba camiseta y resultaba absolutamente magnífico. La anchura de los brazos, la fina capa de sudor que le cubría la piel… Paula se lo comió con los ojos. Las cicatrices ya no eran algo en lo que se fijaba, sino algo que destacaba sus músculos esculpidos cada vez que hacía un movimiento con el cuerpo. Lamentó que agarrara la camiseta que colgaba de la barra de la cinta de correr y que cubriera su belleza masculina pura, y odió también que él pensara que tenía que cubrir su cuerpo delante de ella.


–Quería hacer un poco de yoga, y pensé que…


Sentía que tenía que llenar el silencio, en caso contrario se iban a quedar mirándose el uno al otro como combatientes enfrentados contra… ¿Contra qué? ¿Sus deseos? Porque Paula sabía que la deseaba. Podía verlo en su mirada. Y aquello hacía que su ausencia prácticamente continua se hiciera más difícil de soportar.  Ela atajó aquellos pensamientos que le resultaban un poco victimistas y se acercó a la colchoneta que estaba frente a los grandes espejos.


–Por supuesto –dijo Pedro haciendo amago de marcharse.


–Yo… –empezó a decir ella.


Y se detuvo. Pedro parecía confundido, como si no entendiera por qué querría seguir hablando con él, estar allí. Maldijo para sus adentros. No podía seguir así. No quería vivir así. Dos personas separadas en la misma casa, sin apenas verse ni hablarse.


–Había pensado en ir en coche a la ciudad esta mañana.


–¿Tienes cita con la médico? –preguntó Pedro, sorprendido.


Aquella era una de las últimas cosas que habían hecho juntos, ir a ver a la ginecóloga a su moderna consulta. Pero no tenían cita con la doctora Klein hasta dentro de tres semanas.


–No –respondió ella sacudiendo la cabeza–. Quería ir de tiendas. A comprarme un vestido para la gala.


 –¿Qué gala?


Paula se estremeció ante su tono, helado como un carámbano, y frunció el ceño, preguntándose si era la compra del vestido lo que le molestaba o asistir a la gala a la que les habían invitado. Había sido la primera y única correspondencia desde que llegaron dirigida al señor y la señora Alfonso. Aquello le llamó la atención. Le sorprendía que la reconocieran como su esposa, le había llamado la atención. Todavía le costaba trabajo entender que su matrimonio se hubiera convertido en un acontecimiento público. Luego vio la insignia de plata de Industrias mineras Alfonso en la esquina inferior derecha del sobre de la invitación. En cualquier caso, daba igual. Era la señora Alfonso y como tal tenía todo el derecho a abrir una carta dirigida a ella.


–La gala de esta noche en Lausana –respondió con tono calmado–. Y, por cierto, debo decir que me ha sorprendido un poco saber que diriges una organización benéfica.


–Tengo tres minas de oro, dos de diamantes y un negocio multimillonario valorado en ochenta mil millones de dólares. ¿Por qué te sorprende tanto?


–Por favor, no me digas que solo es una manera de pagar menos impuestos. 

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