jueves, 25 de mayo de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 38

Paula buscó la mano de Pedro de manera inconsciente, y él empezó a caminar hacia delante. Enseguida estuvo frente a Gonzalo, que deslizó la mirada hacia el abultado vientre de ella. Y aunque se dió cuenta de que intentó disimularlo, no pudo evitar que una sonrisa le asomara a los labios. Cualquier palabra que pudiera tener en mente quedó silenciada cuando Gonzalo la estrechó en un abrazo tan poderoso y fuerte que  sintió un poco como si hubiera vuelto a casa. Cuando terminó, en lugar de volver a dejarla donde estaba antes, la colocó a su lado, casi situándose entre Pedro y ella. Su hermano miró a su marido de arriba abajo, y a Paula le sorprendió un poco que Pedro se lo permitiera, teniendo en cuenta el desafío que mostraba la mirada de Gonzalo. Tras un instante, como si Pedro le hubiera permitido a su hermano hasta ahí, sacó la mano y se presentó. Gonzalo tardó unos instantes en estrechársela.


–Vamos –dijo, decidiendo al parecer que él no necesitaba presentarse–. Los demás ya están ahí.


–¿Los demás? –susurró Paula tratando de que Pedro no la escuchara.


–Ignacio y Sofía estaban por la zona –afirmó él con despreocupación.


–¿Has pedido refuerzos? –quiso saber Paula.


–¿Por qué iba a necesitar refuerzos? –replicó su hermano.


A Pedro no se le había pasado por alto la manera en que Gonzalo había apartado a Paula de él. Divide y vencerás era un camino a tomar cuando te presentaban al marido de tu hermana, pensó. No tenía hermanas, pero seguramente actuaría con el mismo espíritu de protección. Tal vez no le gustara, pero no podía por menos que respetarlo. Siguió a Paula y a su hermano por los corredores de terracota hasta que llegaron a una sala de estar grande y muy bonita, decorada con tonos crema y naranja. Se percató al instante de la presencia de otro hombre y otra mujer, que estaban en medio de su propia conversación. Se dió cuenta de que el hombre alto y moreno debía tratarse de Ignacio Tersi y su esposa, la princesa Sofía. Ignacio se giró entonces y le lanzó una mirada tan furiosa que él no pudo evitar sentirse impresionado. Hasta que la princesa miró a Paula y empezó a proferir grititos de alegría, lo que cortó por completo la tensión de la estancia.


–¡Paula, mírate! –exclamó la princesa levantándose a toda prisa para estrechar a Paula entre sus brazos–. ¡Oh, qué maravilla! –dijo apartándose un poco para contemplarle mejor el vientre.


Paula se rió con alegría.


–Pedro –dijo girándose hacia él–. Te presento a la princesa Sofia de Loria de…


–Por favor, nada de títulos aquí. Somos familia –la exquisita mujer rubia se giró hacia Pedro y clavó en él su mirada aguamarina.


Pedro había conocido a más miembros de la nobleza de lo que podía recordar, y sabía cómo comportarse.

 

–Alteza.


Sofía suspiró.


–De acuerdo. Pero a partir de ahora, por favor, llámame Sofía –se giró hacia Paula–. Y ahora, vamos a dejar que los hombres hagan sus cosas y se golpeen el pecho, y cuando hayan terminado, podemos comer.


Y la princesa sacó de la estancia a Paula, que antes de irse dirigió una mirada de preocupación a los tres hombres. Ellos se quedaron mirando un instante cómo salían las dos mujeres y luego volvieron a fijarse unos en otros.


–A ver, Alfonso…


–Tal vez sea un poco tarde para preguntarme por mis intenciones –lo atajó Pedro. 


Sí, respetaba la posición de Gonzalo, pero eso no cambiaba su tendencia de toda una vida a tener el control de las situaciones.


–Bueno, yo iba a preguntarte si querías algo de beber. Pero está bien –respondió Gonzalo encogiéndose de hombros–. Podemos ir directamente al grano. Tu reputación, aunque discreta, es de lo más colorida.


–Y la tuya es de lo más pública, y también un poco obvia, tal vez –le espetó Pedro.


Había hecho sus investigaciones antes de llegar.


–¿Obvia? –repitió Gonzalo como si fuera un ultraje. 

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