jueves, 11 de mayo de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 22

Pero Paula no sabía dónde se estaba metiendo. Los famosos y las celebridades que asistían a ese evento se alimentaban de chismes y dramas. Y el descubrimiento de que no solo se había casado, sino que además su esposa estaba embarazada, sería un alimento irresistible para los titulares del día siguiente. Los dos hombres vestidos de negro apostados a ambos lados de la puerta se hicieron a un lado para permitirle la entrada al museo. Una mujer menuda y rubia con gesto adusto lo recibió. Leticia, la ayudante del director, le contó sin adornos que Paula había llegado treinta minutos antes, que la había recibido Benjamín Keant, y que la prensa se había lanzado sobre ella ávida al conocer su identidad. El discurso inicial comenzaría dentro de cinco minutos y la cena en treinta. La salida más rápida posible sin despertar demasiada atención sería después de la cena. Pedro asintió mientras llegaban a una puerta discreta, digiriendo la información antes de cruzarla y aparecer en el gran vestíbulo del museo donde se estaba celebrando la recepción principal. La vió de inmediato, y se detuvo en seco. Estaba impresionante. Llevaba puesto un vestido azul noche cubierto de diminutas lentejuelas. La tela le marcaba cada curva, cada centímetro de la perfecta protuberancia que le asomaba bajo el abdomen y se le extendía por los muslos. Unos tacones con destellos de plata completaban el conjunto. Todo el interior de Pedro rugió de satisfacción. Por fin había encontrado lo único que le interesaba desde que salió del gimnasio y se retiró a su oficina a primera hora del día, sin imaginar en ningún momento que ella le desafiaría. Paula estaba hablando con una pareja. La mujer sostenía en brazos un bebé y el hombre llevaba de la mano a un niño de unos siete años. Ella se ría. Y eso fue un duro golpe para él. No la había visto reír desde aquella noche en Andorra. Pedro miró al niño, que tenía una sonrisa de oreja a oreja a pesar de la enorme cicatríz que le cruzaba la cara hasta el cuello. No tenía manera de ocultar la piel dañada, como podía hacer él. Sintió una fuerte puñalada de dolor en el pecho, impactante y poderosa. Miró a su alrededor y vio a los invitados a la gala benéfica, todos más que dispuestos a donar para aquella causa digna. Y sí, algunas miradas se dirigieron hacia él, pero la mayoría de los asistentes estaban envueltos en sus propias conversaciones. Allí había personas afectadas igual que él, algunas más y otras menos.


Pedro sintió un escalofrío en la columna vertebral. Durante todo aquel tiempo se había mantenido alejado de aquello, diciéndose a sí mismo que no quería restarle atención a la obra benéfica. Pero se preguntó por primera vez si aquella era la verdadera razón por la que había evitado asistir a la gala durante tantos años. Porque allí había gente igual que él, con cicatrices como las suyas, que en lugar de esconderse, se alzaban orgullosamente bajo las luces del museo sin dejar de sonreír. En aquel momento, como si hubiera notado su presencia, Paula captó su mirada y un abanico de emociones cruzaron por su rostro. Sorpresa, preocupación, arrepentimiento y compasión. Y lo único que quería ver era deseo. El mismo que se había apoderado de él. Apartó de sí aquella repentina excitación y se acercó a ella con pasos firmes y decididos.


–Pedro… –murmuró Paula con voz acongojada–. Has venido.


–Sí –consiguió decir a pesar del resentimiento que sentía.


–Gracias –dijo ella con una sonrisa calmada.


Y, en aquel instante, Pedro tuvo una revelación del tipo de madre que sería. Aquella noche en su oficina le había dicho que sería fuerte, desafiante y decidida. Pero ahora podía ver que también sería amable y amorosa, comprensiva… Todo lo que había sido su propia madre.


–¡Señor Alfonso! –exclamó Benjamín Keant al encontrarse con él–.Qué alegría verlo aquí.


Pedro no hizo mucho caso a las divagaciones del director, pero no podía sacudirse la mirada vigilante de su esposa… Una esposa que veía demasiado. 

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