Los dos hombres se apartaron dejando a Paula y a Pedro a solas, mirándose uno a otro fijamente en silencio, sopesando lo que estaban a punto de hacer.
–Estás… Preciosa –dijo él, consciente de que su tono había sonado gutural.
Confiaba en que no pareciera un lamento, porque en el fondo, así era como se sentía. Tenía la sensación de que no se merecía aquello. Ni a Paula ni al hijo que esperaban. Y, sin embargo, ella se merecía sin duda más de lo que él era capaz de ofrecer.
–Gracias –dijo ella apartando la mirada de la suya, como si aquellas sencillas palabras la sonrojaran.
Pedro la guió hacia el interior del edificio. Sergio y David iban tras ellos mientras avanzaban hacia la oficina del registro donde les esperaba el funcionario. Se sentía extrañamente distante de aquellos procedimientos que nunca pensó que experimentaría. En todos sus pasados encuentros se había asegurado de que lo único que pasara entre las mujeres con las que compartía cama y él fuera el placer. El dado y el recibido. Nada más. Una vez que salían de su vida, no volvía a pensar en ellas. Pero eso no le había pasado con Paula. No había pasado nunca una hora desde aquella noche en Andorra hasta que regresó a su vida con la gran noticia en la que no hubiera pensado en ella. Miró de reojo a la esquina de la sala en la que estaba sentada Paula, respondiendo seguramente ante el secretario a las mismas preguntas que él estaba contestando al otro funcionario. Le ofreció la mano.
–¿Estás preparada?
Ella asintió con cortedad, consciente de lo que había que hacer. «Se merece más». Pedro se prometió que le daría todo lo que pudiera. No solo por su hijo, sino porque se lo merecía. Había dejado toda su vida atrás, la había colocado en sus manos, y pasara lo que pasara con ellos en el futuro, se aseguraría de que estuviera protegida.
–Nos hemos reunido hoy aquí…
Paula dejó que aquellas palabras pasaran por encima de ella. Se había preguntado cómo se sentiría desde que accedió a la osada petición de Pedro de que se casaran, y ahora que estaba allí, frente al secretario y al funcionario, y estaban pronunciando las palabras, no sabía cómo se sentía. Había esperado sentir miedo, pero no era eso. ¿Vacilación? Extrañamente, tampoco. Ni siquiera eso. Una especie de entumecimiento, pensó mientras las palabras la acercaban más y más al momento en que se uniría a él para siempre. De pronto sintió como si hubiera dejado algo atrás, como si hubiera olvidado algo vital, pero no era capaz de saber de qué se trataba. Frunció el ceño al darse cuenta de que el funcionario le había hecho una pregunta.
–Paula, ¿Aceptas a Pedro como tu legítimo esposo?
Así que nada de palabras de amor en aquel servicio. Nada de honrar a la otra persona por encima de todo. Pero no estaba haciendo aquello por ella, lo estaba haciendo por su hijo. Habría amor por encima de todo. Habría protección, seguridad y…
–Sí, acepto.
–¿Y tú, Pedro, aceptas a Paula como tu legítima esposa?
Paula reunió finalmente el valor para mirar entonces a Pedro, asombrada al ver que la estaba mirando con una intensidad que le recordó al instante a la noche que habían compartido. Vió en sus ojos el lago de Andorra, las estrellas que cubrían el cielo aquella noche. Vió el profundo deseo de su ojos, hipnótico y misterioso. Y le dolió el corazón, porque por un instante vio lo que podía haber sido. Pero se reprendió a sí misma por querer más.
–Sí, acepto.
–¿Los anillos?
Los anillos. Aquello era lo que había olvidado. No conocía a un solo creador de joyas que no hubiera pasado horas prestando atención y poniendo pasión para crear algo que simbolizara el amor de una pareja. En el pasado, Paula pensó en hacer los anillos para ella y su futuro marido. Pero la intensidad de las últimas semanas había hecho que lo olvidara. Y por un momento sintió alivio, porque aquello no era lo que quería. Cuando Pedro se metió la mano en el bolsillo, ella deslizó la suya por el abdomen. Por el pequeño y firme bulto que acunaba a su hijo. Él le tomó la mano y le deslizó el anillo en el dedo. Y Paula lo miró. Y lo miró. Porque aunque pareciera imposible, era perfecto. Como si Pedro hubiera encontrado lo que ella quería sin que Paula lo supiera siquiera.
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