jueves, 18 de mayo de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 30

Paula se arqueó ante su contacto, como si deseara más desesperadamente y no pudiera seguir negándolo. Pedro la giró lentamente entre sus brazos, mirando los oscuros orbes marrones que lo observaban con intensidad. Se quedó mirando cómo ella se deslizaba la tela del vestido por los hombros, fascinado, hasta que por fin quedó delante de él vestida únicamente con las braguitas. Unos riachuelos de agua le atravesaban la suave piel que tanto anhelaba recorrer con la lengua. Ella le tomó las manos y se las pasó delicadamente alrededor de su propio vientre, y a él se le hicieron añicos los pensamientos entre la firmeza de las formas en cierto modo extrañas bajo sus palmas y el hecho de que su hijo estuviera dentro de ella, protegido por Paula, querido por ambos. Ella sonrió como si estuviera pensando lo mismo.


–Rodeado por los dos –susurró por encima del ruido del agua que los rodeaba.


¿Estaba mal desear cosas tan carnales de su esposa cuando estaba embarazada de su hijo?, se preguntó. Desde Malena, Pedro siempre había sentido que la intimidad tenía que ser carente de emociones, sin expectativas de esperanza o de traición, deseos que simplemente se satisfacían o se negaban, sin juicios ni presión. Pero ¿Esto? Aquella sensación de unión con su esposa amenazaba con acabar con él. Porque de pronto los deseos y las necesidades de él no importaban, solo importaba ella, lo que deseaba y lo que él podía darle. Cuando se metió en la ducha, lo único que quería era borrar la noche, hundirse en una satisfacción sensual que lo dejara sin pensamientos no deseos. Pero ahora lo único que le importaba era darle todo el placer posible, satisfacer todos sus deseos y anhelos. Deslizó un dedo por el lateral de las braguitas, bajándoselas lentamente por las caderas y los muslos hasta llegar al suelo. Le sostuvo el cuello con una mano, acercándola para besarla mientras se hundía con la otra mano entre sus piernas, arrancándole un gemido de los labios que hizo suyo aspirando profundamente su aliento. Quería todos sus gemidos, sus gritos de placer.


Paula se apretó casi al instante contra su mano, temblando con un deseo que iba parejo al suyo. Pedro sintió el temblor recorriéndole la piel bajo la capa de agua que caía sobre ellos. Maldijo entre dientes, ella estaba tan cerca del orgasmo que temía que precipitara el suyo. Apretó la dura erección contra la suave y firme curva del abdomen de Paula una y otra vez mientras sus gemidos se hacían más urgentes y cargados de deseo. Pedro se puso de rodillas, sosteniéndole la espalda con las manos, en una sensación más exquisita de lo que nunca pudo haber imaginado.  Siguió el trazo de su pulgar a lo largo del clítoris con la lengua y se estremeció bajo su gemido contenido de placer que soltó. La llevó una y otra vez hacia el clímax porque quería, necesitaba que ella estuviera tan perdida en la pasión como él. A medida que fueron acrecentándose sus gemidos también lo hizo el deseo de Pedro, pero se mantuvo en su sitio porque yo no se trataba de él y su deseo, sino de ella. Alcanzó el clímax entre sus manos, y sintió que nunca había experimentado nada tan magnífico ni tan bello en su vida. Paula estaba temblando y no le importaba. Se agarró a los hombros de Pedro como si fuera la única manera de mantenerse en pie. Había acudido a él para satisfacer las necesidades de Pedro y él solo se había dedicado a ella, pero no fue capaz de encontrar en su interior arrepentimiento, así que se centró en el placer que le recorría todo el cuerpo. Había llegado a pensar que se lo había imaginado, o que había agrandado el recuerdo de las alturas a las que le había llevado  aquella noche hacía casi cinco meses atrás. Pero ahora se daba cuenta de que no era así. Cada caricia, cada beso resonaba a través de su cuerpo como un canción, una melodía que le resultaba familiar y al mismo tiempo desconocida, nueva y maravillosa. Dejó caer la cabeza hacia atrás mientras el agua cálida le caía en cascada por el cuerpo. Se incorporó y la tomó en brazos.


–Pareces una sirena –dijo con un brillo en los ojos que acentuaba su color esmeralda.


–¿Una sirena redonda y embarazada?


–Estás preciosa.


–Adulador –bromeó Paula dándole una palmadita en el hombro.


–Para nada –afirmó él con voz grave sosteniendo con un dedo el collar de plata que le colgaba entre los senos desnudos–. Me gusta este colgante.


–Es lo único que conservo de mi madre –respondió Paula–. Murió al darme a luz a mí.


Pedro dejó escapar un suspiro y cerró los ojos.


–Lo siento mucho.


Ella sonrió como si quisiera restarle importancia al asunto. 

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