martes, 23 de mayo de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 34

 –Entonces iremos –se limitó a decir él. 


Y por primera vez, Paula dejó de caminar.


–¿De verdad?


–Sí, Paula. Es tu familia. Es importante.


Dios santo, ¿Creía que era un monstruo que se negaría a visitar a su hermano? Pero en lugar de sentirse aliviada, Paula palideció un poco más y Pedro percibió que estaba pasando algo más.


–Pero no tengo nada que ponerme –murmuró.


Pedro alzó las cejas. ¿Desde cuándo le importaba a Maria la ropa?


–Paula…


–¡Y zapatos! No me entran los zapatos últimamente, porque… Estoy engordando. En lugares que no rodean al niño. Y no –afirmó girándose y señalándole con un dedo–. No te atrevas a decir que esto es debido a las hormonas.


–Yo no…


–Porque sí, hay hormonas. ¡Muchas! –ahora estaba claramente gritando–. Muchísimas. Hacen que quiera tomar helado todo el rato. Seguro que para eso existen las náuseas matinales. Para equilibrar la balanza. ¿Por qué no puedo tener náuseas matinales?


–No querrás…


–Claro que no quiero tener náuseas. No seas ridículo.


Matthieu no sabía si reír o llorar, y le dio la sensación de que a ella le pasaba lo mismo. Pero ahora estaba convencido de que aunque pudiera tener alguna relación con las hormonas, no era lo único. Y si no hacía algo, aquella conversación iba a terminar muy mal. Se acercó a la nevera y sacó del último cajón del congelador lo que estaba buscando. Lo agarró con una mano y buscó una cuchara en el cajón  de los cubiertos. Volvió a la isla que estaba estratégicamente situada entre su volátil esposa y él y levantó al tapa del bote de helado.


–¿Qué estás haciendo? –preguntó Paula.

 

–Comer –Pedro hundió la cuchara en las profundidades del envase, sacó una cantidad considerable y se la llevó a la boca.


–¿Ahora? ¿Te pones a comer ahora? ¿Cuando yo acabo de…? 


–A partir de ahora –la interrumpió él con la boca llena de helado–, comeré lo que tú comas –se la quedó mirando con determinación y observó sus expresivas facciones mientras cambiaba el foco de atención de sus pensamientos al verlo comer cucharada tras cucharada de helado. 


Pedro pensó que se le iba a congelar el cerebro, pero no importaba. Se comería el envase entero si eso la hacía sentirse mejor en aquellos momentos. Esperó hasta estar seguro de que contaba con toda su atención.


–Entonces, ¿Nos vamos a Italia?


–Gonzalo nos ha invitado a cenar en su casa dentro de dos días.


–De acuerdo, anularé todo lo que tenga en la agenda. ¿Estás bien para volar?


–Sí.


–Iremos en el jet –afirmó Pedro llenándose la boca con otra cucharada de helado, aunque era lo último que le apetecía en aquel momento.


–¿No… No te importa? –preguntó Paula vacilante.


Y Pedro odió la idea de que le diera miedo preguntar. Sobre todo cuando se trataba de algo obviamente tan importante para ella.


–En absoluto. Siempre y cuando a tí no te importe decirme qué está pasando realmente aquí –afirmó Pedro sintiendo cómo se le congelaba el estómago con tanto hielo.


Estuvo a punto de echarse a reír al ver cómo Paula clavaba la mirada en la cucharada que estaba a punto de llevarse a la boca.


–¿Quieres un poco?


Ella apretó las mandíbulas, parecía que estaba conteniéndose, hasta que finalmente Pedro vió cómo se rendía. Echó los hombros hacia delante y salvó la distancia que la separaba de la encimera de la isla.


–Sí –respondió ella sin mirarlo a los ojos.


Paula suspiró. Desde el momento en que Pedro había regresado a casa, su mente había hecho todo lo posible por no centrarse en lo único a lo que realmente tenía que plantarle cara.


–¿Desde cuándo te has vuelto tan sabio? –le preguntó a Pedro.


–Seguramente desde que mi mujer dijo: «Necesitas esto. Yo necesito esto. Necesitamos esto». 

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