Paula lo miró sonriente y le tomó la mano, deslizando los dedos en los suyos, y se maravilló ante la descarga de electricidad y felicidad que la atravesó cuando se la apretó suavemente. Aquel gesto decía mucho más que sus breves y cuidadosamente elegidas palabras. Pedro miró a su alrededor con la mano de ella en la suya. Tras aquella primera gala hacía casi diez años atrás, en la que la prensa había hablado de su apellido como si fuera una maldición, había prometido no volver. Pero al hacerlo, ¿No se había apartado de lo que la organización benéfica había conseguido? Ver a los cientos de personas que había allí y que habían recibido su ayuda… Estaba a punto de girarse hacia Paula cuando Leticia apareció a su lado.
–Todavía queda algo de tiempo antes de la cena, y el señor Keant pensó que a lo mejor les gustaría disfrutar de una visita privada por la exposición que el museo ha preparado para la gala.
–¿Podemos? –preguntó Paula esperanzada.
Los ojos le brillaban con tanta emoción que no fue capaz de decirle que no.
–Adelante –dijo haciendo un gesto a Leticia para que los guiara.
Se dirigieron hacia los corredores escasamente iluminados hacia una serie de salas.
–Si tienen alguna duda respecto al artista, por favor no duden en preguntar –dijo Leticia antes de desabrochar el cordón rojo de la entrada a la primera sala.
Pedro y Paula entraron. Las paredes blancas dieron paso a las increíbles salpicaduras de color de las enormes pinturas que colgaban estratégicamente de la pared, guiando al espectador a través del espacio no cronológicamente ni en base a una temática, sino más bien por las formas y los colores. Paula caminó entre las pinturas, acercándose a los lienzos como si tratara de averiguar qué se escondía detrás de ellas. Mientras observaba las pinturas, Pedro parecía incapaz de no observarla a ella. Su reacción, la manera de disfrutar, cómo arrugaba ligeramente la nariz cuando se encontraba con algo que no le gustaba, la manera en que los ojos se le iluminaban cuando descubría alguna obra maestra que nunca pensó que vería en persona. Se sentía maravillado no solo por la belleza de Paula, sino también por su propia capacidad para mantenerse alejado de ella durante aquellas últimas semanas. Se movieron de sala en sala con Leticia un poco más alejada de ella, ofreciéndoles una falsa sensación de intimidad, pero Pedro apenas apartó un segundo los ojos de Paula. Por eso tardó unos instantes en verlo por sí mismo. El cuadro. El que nunca había visto hasta ahora.
Paula estaba abrumada por la belleza de todo aquello. Habían llegado a la última sala de la pequeña pero exquisita exposición, y aunque había un enorme Hockney que ocupaba casi toda una pared, no pudo evitar sentirse atraída por un lienzo mucho más pequeño que representaba a una pareja y un niño, unos frente a otros y riéndose juntos. No era el típico retrato formal, este era uno que te hacía sonreír. Frunció un poco el ceño al mirar al padre, había algo en él que le llamaba la atención, y dirigió la mirada hacia la pequeña placa blanca para ver el nombre del arista y de la familia. Sintió como si le hubieran arrojado encima un cubo de agua, y no pudo evitar contener un gemido. Se llevó la mano a la boca mientras dirigía la mirada de nuevo hacia los detalles de la imagen del padre y la madre de Pedro… Y del niño que una vez fue. Una oleada de tristeza se apoderó de ella mientras se maravillaba ante el modo en que el artista había conseguido captar el amor que brillaba en los ojos del padre de Pedro al mirar a su mujer y a su hijo. La madre solo tenía ojos para el pequeño Pedro, pero había puesto la mano en el brazo del padre, como si su conexión fuera y sería siempre inviolable. Pero lo que más le impactó fue la alegría. La alegría de tenerse unos a otros… Una alegría que sería arrancada de cuajo menos de un año después.
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