–Lo intentó durante un tiempo. Hizo algún esfuerzo, o al menos eso fue lo que yo pensaba hasta que cumplí dieciséis años –Paula se estremeció.
Odiaba pensar en aquel día, y menos hablar de ello. Nunca había compartido lo que sintió en aquel momento con nadie. Tenía miedo de dos posibles reacciones: O que le dijeran que lo superara o que la entendieran… Y la comprensión lo empeoraría todo porque eso significaría que la tristeza, la rabia, el dolor… Estaban justificados. Y esa justificación sería sin duda lo peor. Porque significaría que a su padre no le importaba realmente, y que no había esperanza para un futura reconciliación.
–Gonzalo lo planeó todo. Regresaría de Río de Janeiro, donde estaba cerrando su último acuerdo empresarial, y la familia se reuniría. Iríamos a mi restaurante favorito de Siena, justo al lado del palacio. Yo quería parecer mayor, estar guapa… Había cumplido dieciséis años, era prácticamente una mujer y mi familia estaba allí para celebrarlo conmigo. Por una vez yo sería la protagonista. No Valeria, ni mi padre, ni mi madre, sino yo.
El vello de los brazos se le erizó al recordar aquella noche. Casi sonrió al pensar en cómo se había arreglado para la velada. Había olvidado lo emocionada que estaba aquella noche. Cómo se había pasado una hora maquillándose y mirándose al espejo con el vestido que había elegido, combinado con el collar de su madre. Se sentía… Mayor.
–¿Qué ocurrió? –preguntó Pedro con amabilidad, claramente al tanto de que el cuento no tenía un final feliz.
Paula miró hacia el cielo de la noche que descendía sobre el plácido lago.
–Gonzalo había enviado un coche a buscarme. Me llevó al restaurante donde me encontraría con todos. Cuando el chófer abrió la puerta, me sentí como una estrella de cine –Paula se rió–. Todo el mundo miraba a la bella joven que estaba siendo acompañada a la mesa de uno de los restaurantes más elegantes de Siena. Cuando me senté y vi que era la primera, no me importó. Podía superarlo. Aquella noche era una adulta.
Aunque sintió una punzada de miedo, mantuvo una sonrisa empastada en la cara y pidió una copa de champán. Porque enseguida llegaría su familia. Solo se estaban retrasando un poco.
–La gente dejó de mirarme transcurridos unos minutos, pero a medida que pasaba el tiempo y los diez minutos se convertían en veinte y luego en treinta, la curiosidad se apoderó de ellos y empezaron a mirar fijamente otra vez a la chica sentada sola en una mesa para cuatro. Casi una hora más tarde, apareció.
–¿Tu padre?
–No.
–¿Gonzalo?
–No –repitió Paula sacudiendo la cabeza–. Ignacio Tersi. Me explicó que era un amigo de Gonzalo, que el vuelo de mi hermano se había retrasado por el mal tiempo y que le había pedido a Ignacio que fuera a avisarme. Debió darse cuenta al instante de que mi padre no iba a aparecer, pero no dijo nada. Lo que hizo fue pedirle al camarero lo más caro y exquisito del menú, porque, según anunció en voz alta y con orgullo, «Era el cumpleaños de aquella hermosa mujer».
A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar la amabilidad de Ignacio aquella noche. Nunca lo había olvidado.
–Cuando llegué a casa, Ignacio estacionó el coche al lado del de Gonzalo y corrí dentro para verle, feliz de que estuviera allí. Le escuché antes de verle. Estaba hablando por teléfono con nuestro padre.
Había entrado en el despacho de Gonzalo a hurtadillas.
–¿Qué quieres decir con que estás ocupado? Es el cumpleaños de tu hija, por el amor de Dios… Me dan igual tus excusas. Ya es suficiente. Esto no va a volver a pasar, ¿Me oyes? En caso contrario dejaré de pagar tu estilo de vida y el de Valeria. Cortaré lazos. ¿Lo has entendido?
–Mi padre estuvo presente al año siguiente por mi cumpleaños, pero no porque quisiera estar allí, sino porque mi hermano le amenazó con cerrarle el grifo. Después de eso –Paula se encogió de hombros–. No me gustaba mucho celebrar mi cumpleaños.
Porque lo que no podía decirle, lo que apenas se atrevía a confesarse a sí misma, era que a los dieciséis años sintió aquello como un rechazo a su persona, a quién era. Y nunca más quiso volver a colocarse en aquella tesitura. Se hizo el silencio entre ellos, un silencio lleno de dolor y compasión que podía ver en los ojos de Pedro… Y que le dolía casi tanto como los recuerdos de aquella noche.
–Siento que las dos personas más importantes para tí no pudieran estar a tu lado esa noche.
El corazón le latió a Paula con fuerza dentro del pecho, como si se le desgarrara y le sanara al mismo tiempo.
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