jueves, 30 de noviembre de 2017

Irresistible: Capítulo 8

Era  la  verdad.  Por  mucho  que  deseara  lo  contrario,  tenía  ganas  de  hacer  negocios con ella, más de las que había tenido por algo en mucho tiempo.

 —Bien —dijo ella asintiendo—. Déjame decirte que conozco esto como la palma de mi mano, y si yo conduzco tú podrás ver más cosas.

—De  acuerdo.  Y nada  me  gustaría  más  que  tener  a  una  mujer  guapa  como  chófer.

 —¿Qué te parece? —le preguntó ella.

—¿Que qué me parece? —musitó él.

Paula había estacionado la furgoneta junto al granero y fueron andando hasta los corrales. Estaban de pie uno al lado del otro con los brazos apoyados en lo alto de la valla;  él  estaba  sobre  la  tierra  y  ella  en  el primer  barrote,  por lo que tenían los hombros a la  misma  altura y el ocasional  roce  de  sus  brazos  generaba  unas  chispas  que  amenazaban  con  incendiar  el  agostado  corazón  de  Paula.  ¿Qué  ocurriría  si  dejaba que las chispas se convirtiesen en llamas?

Paula intentó con todas sus fuerzas no notar la sutil fragancia de su loción de afeitado,  o  el  calor  de  su  cuerpo.  Intentó  apartar  de  su  mente  todas  aquellas  sensaciones;  tenía  cosas  más  importantes  en  las  que  pensar,  como  conseguir  el  contrato para el campeonato u olvidar que él no era el hombre enfadado que le había dicho que besaba como una niña pequeña. Él era ahora un hombre de verdad, y ella una  mujer  que  estaba  lo  suficientemente  cerca  como  para  sentir  los  desenfrenados  efectos de su masculinidad. Se  quedó  sin  aliento  cuando  sus  miradas  se  encontraron  y no pudo  evitar preguntarse qué estaría pasando por la mente de él.

—¿Qué te parece? —repitió ella.

 —El rancho tiene buen aspecto —dijo él con cuidado—, incluso mejor de lo que yo recordaba. Has cambiado algunas cosas. ¿Me vas a hablar del proyecto en el que estás trabajando?

Quería  decirle que  no.  La  asustaba que  él  se  diese  cuenta  de  lo  mucho  que  lo  necesitaba;  ya  era  suficientemente  malo  cuando  solo  tenía  que  preocuparse  por  los  recuerdos  que  él  pudiera  tener  de  lo que  ella  hizo.  Pero  ahora  sabía  cómo  había  averiguado  él que  la chica  a  la  que  amaba,  amaba  a  otra  persona,  y  ella  sabía  mejor  que nadie lo que dolía aquello. Si  él  estuviese esperando para vengarse, en aquel   momento  tenía  la  oportunidad  perfecta:  lo  único  que  tenía  que  hacer  era  celebrar  el  rodeo  en  otro  lugar. Los planes de Paula no fallarían, pero le llevaría mucho más tiempo llevarlos a cabo, y el tiempo era su enemigo. La publicidad que le brindaría el rodeo le sería de mucha ayuda. Quizá pudiese evitar la pregunta.

—¿Qué es lo que buscas para celebrar el rodeo? —le preguntó.

Pedro se alzó el sombrero ligeramente.

 —Lo primero, muchas tierras. Hace falta sitio para un estacionamiento, además de sitio para caravanas y campistas. No estás demasiado lejos de la carretera, así que eso es una ventaja.

—¿Qué más?

—Espacio  para  tribunas  portátiles  y  casetas  de  comida,  y  un  corral  lo   suficientemente grande para celebrar los torneos.

—Lo  tengo todo  —dijo  señalando  las  zonas  delimitadas  por  las  vallas—.  Hay  tres ruedos, y uno es lo suficientemente grande como para albergar tres de los eventos.

—Ya me he dado cuenta. Lo que quiero saber es por qué.

—¿Qué? —preguntó ella.

—¿Por qué tienes tres? ¿Para qué los necesitas y por qué está la tierra tan blanda y removida? —dijo él mirándola de nuevo—. ¿Qué tienes guardado en la manga? —le preguntó.

—Haces que parezca que estoy intentando conseguir dinero rápido.

 —No quería  decir eso  —dijo  él,  se  dió  la  vuelta  para  apoyarse  en  la  valla  y  cruzó los brazos sobre su impresionante pecho.

 Para  apartar  sus  pensamientos  de  aquella  masculina  pose,  Paula sostuvo  su  mirada. Después, se bajó de la valla y se irguió.

—Estoy preparando el rancho para abrirlo al público —le dijo.

 —¿No te referirás a un rancho de vacaciones? —dijo con la misma expresión de sorpresa que cuando se cayó a la piscina.

Ella asintió.

 —Los rodeos  son  para  distintas  actividades:  montar  a  caballo,  enlazar.  Si  un  principiante se cae, es mejor que lo haga sobre tierra blanda.

—¿Por qué?

—Porque es más blanda y...

Pedro negó con la cabeza.

—Lo que quiero decir es: ¿Por qué dejar de ser un rancho de trabajo?

—Seguirá siendo un rancho de trabajo; mientras a mí me quede aliento, yo haré ese tipo de trabajo. Pero es algo que siempre he querido hacer, enseñarles lo que es el silencio  a  las  personas  que  viven  un  ritmo  de  vida  acelerado.  Dejar  que  saboreen  el  auténtico estilo de vida del oeste.

—¿Y qué más?

Ella no quería aparentar que no lo había entendido; cualquiera en Destiny podía contárselo si preguntaba.

Irresistible: Capítulo 7

—Eras la más rápida: catorce segundos la última vez que te ví.

 —Después no volví a competir.

 —¿Por qué? Eras muy buena.

—No tenía el  apoyo de mi padre  —dijo frunciendo el ceño.  Aquel  gesto  indicaba  que  había otras razones, pero se cerró en banda—.  Me sorprende  que  te  acuerdes de mis marcas.

Él no estaba  menos  sorprendido.  A  pesar  suyo,  todos  los  recuerdos  de  aquella  época estaban volviendo.

—Tu tiempo era igual que tu edad —dijo él.

—Estoy impresionada. Memoria asociativa; es una buena técnica.

—¿Me estás halagando?

—¡Cielos! Tu ego es el doble del tamaño de Texas.

Él  se  rió.  Le  gustaba  su  sinceridad;  le  habían  hecho  demasiados  cumplidos  falsos a lo largo de su vida.

—Volviendo al rodeo...

Ella se apoyó en la encimera.

—¿Te dijo Marcos que yo estaba interesada?

 —Me contó que tienes un proyecto en marcha, y que el campeonato te vendría bien  para  financiarlo  —dijo  él. 

La  verdad  es  que cuando  se  enteró,  había sentido  verdadera curiosidad.

—Si ya conoces el rancho —dijo ella—, ¿Por qué tienes que inspeccionarlo?

 Era  una  buena  pregunta.  La primera  reacción  de  Pedro había  sido  buscar  otro  sitio, pero los participantes se merecían el mejor sitio para demostrar su talento.

 —Mis  recuerdos  del  rancho  son  de  hace  diez  años.  Tengo  que  comprobar  que  reúne  condiciones  para  los  espectadores  y  los  animales,  y  que  las  instalaciones  son  adecuadas.  Hay  muchas  cosas  a  tener  en  cuanta  además  de  programar  la  fecha  y  la  hora:  el  equipo  necesario,  los  vendedores,  los  suministros...  y  eso  sin  mencionar  el  presupuesto.

 Ella sonrió.

—Hablas como un auténtico hombre de negocios.

Él se encogió de hombros. Aquella sonrisa iluminó la cara de Paula, y Pedro se sorprendió por su propia reacción.  Hasta  aquel  día ella  había  sido  la  vecina  de  al  lado,  la  hermana  pequeña,  pero ahora tenía algo diferente a lo que él recordaba. La  miró  más  detenidamente.  Sus  ojos  castaños  eran  acogedores  y  cálidos,  y  parecían  más  grandes  y  más  bonitos;  su  cara  era  la  de  una  mujer,  al  igual  que  su  cuerpo. Seguía siendo menuda, pero tenía unas perfectas proporciones y la camisa de algodón  que  llevaba  resaltaba  la  forma  y  el  tamaño  de  su  pecho.  No era  como  las  admiradoras  que  lo    habían perseguido en  el  circuito,   pero se amoldaría perfectamente a las manos de un hombre. A sus manos... Apartó aquel  pensamiento  rápidamente;  no  quería  saber  cómo  se  adaptaría  a  sus manos. Pero no podía apartar su mirada de ella, y bajó la vista hasta su delgada cintura. Los  pantalones  ciclistas  de  color  caqui  que  llevaba  dejaban  a  la  vista  las  estilizadas  piernas,  y  Pedro se  preguntó  qué  aspecto  tendría  con  unos  vaqueros  viejos  lo  suficientemente  suaves  como  para  acariciar  su  trasero  como  si  fuese  la  mano de  un  amante. Apostaría cualquier cosa a que podría dejar a todos los hombres del público con la  boca  abierta.  Pero se  dijo  que  aquella  era  solo  una  observación  imparcial  e  impersonal en la que no encajaba ningún sentimiento suyo. Nada más. Ella era una mujer por la que cualquier hombre se sentiría orgulloso de tener a su lado. Cualquier hombre menos él.

—¿Quieres que te enseñe el lugar o prefieres ir tú solo? —le preguntó.

Después  de  los  pensamientos  que  acababa  de  tener,  estaría  loco  si  aceptaba  su  oferta. El sentido común le decía que fuese solo, como hacía siempre.

—Sería una ayuda si me lo enseñas tú —dijo antes de darse cuenta.

¿A  quién  ayudaría?  Desde luego a  él  no.   Las  mujeres lo  habían  estado  traicionando desde que tenía diez años. Habría preferido hacer negocios con el padre de Paula; al menos con él habría sabido a qué atenerse, sin sorpresas. Pedro odiaba las sorpresas.

—De acuerdo —dijo ella—. Mi furgoneta está detrás.

—Vamos en la mía —replicó él.

—¿No  serás  uno  de  esos  hombres  que  tienen  prejuicios  hacia  las  mujeres  conductoras? —le preguntó enarcando una ceja.

 Él  atrapó  su  mirada  y  vió  un  brillo  en  sus  ojos.  Sonrió  de  forma  burlona;  su  sangre se estaba calentando al calor del fuego de ella.

—¿Qué pasa si lo soy?

—Pue  que tendremos  más  problemas que el de  qué furgoneta  llevar  —dijo  ella.

—¿Por qué?

—Me  apellido  Chaves, estoy  al cargo  de  esto  y  vas  a  tener  que  hacer  negocios  conmigo.

—No tengo ningún problema con eso.

—¿Estás seguro? —le preguntó como si hubiese algo que él debiera saber.

 —Completamente —contestó él.

Irresistible: Capítulo 6

—¿De verdad? —preguntó ella—. ¿Lo dices también por Camila?

 Pedro intuyó que su respuesta significaría mucho para ella.

—Sí. Yo no soy el mismo chico inmaduro, y según me has dicho, Camila ha seguido adelante. Ahora que está casada y seguramente con un par de hijos...

Paula negó con la cabeza.

—No ha habido nadie más desde Diego.

—Resulta difícil creerlo.

—¿Por lo guapa que es? —dijo ella, y continuó antes de que él contestase—. Ha estado dedicada a la carrera y después a su trabajo, pero creo que hay otra razón. Es mujer de un solo hombre —añadió como si intentase convencerlo.

—¿Tú también? —preguntó Pedro.

Paula se sonrojó y bajó la mirada.

—No estamos hablando de mí.

—Podríamos hacerlo.

—No —dijo ella negando con la cabeza—. Preferiría que hablásemos de tí.

Pedro asintió. No tenía nada que perder por hacerlo.

—De acuerdo. Después de Camila, yo también seguí adelante.

 —Lo  sé  —dijo ella, aunque no lo  miraba—.  Aún recuerdo  los  artículos  en  la  prensa.  ¿Qué se siente  al  estar  en  la  lista  de  los  vaqueros  más  solicitados  de  Texas?  ¿Tienen una novia en cada puerto?

—Eso es para los marineros. Además, no te creas todo lo que lees —contestó él.

La tensión que sentía en su cuerpo hacía que Paula quisiera subirse a la silla de montar y domarlo. Pero no podía.

—Me alegro de que Camila esté bien y le deseo lo mejor. No le guardo rencor —añadió.

—Me  alegro  —dijo ella  con convencimiento—.  Me gustaría  que mi  padre te viese ahora; eres una persona con éxito.

¿Tendría  tanto  éxito  si  Diego estuviese  aún  vivo?  Le gustaba  pensar  que  la  rivalidad  los  había  hecho  mejorar  a  los  dos,  y  que  habría  podido  ganar a  Diego Adams. Él quería ser el número uno, pero,  al  faltar  Diego,  ya  nunca  sabría  si  realmente lo era.

—Me enteré del fallecimiento de tu padre —dijo Pedro.

—Sí. Fue de un ataque al corazón, hace poco más de un año.

—Lo siento.

Paula asintió.

—No era un hombre duro, sino todo lo contrario —comentó.

—Si tú lo dices.

—Le  costaba  demostrar  sus  sentimientos,  incluso  con  Cami y  conmigo.  Era su forma de ser. Pero nunca se perdió ningún acontecimiento del colegio, ni deportivo. No creo que le desagradase el rodeo, sino el hecho de que yo participase en él.

—No tengo nada que decir al respecto. Tú lo conocías mejor que yo.

—Sí, y sé que se alegraría de que te vaya tan bien; de verdad —dijo ella—. Pero no  manifestaba  sus  sentimientos  por  los  demás.  Solo  lo  hacía  en  relación  con  el  rancho.  La  verdad  es  que  tú  me recuerdas  mucho  a  él  —añadió—;  creo  que  tú  también escondes tu lado sensible.

—Solía hacerlo cuando era más joven, porque tenía mucho que demostrar.

Paula le lanzó una mirada especulativa.

—¿Por qué cosas se preocupa tu lado sensible? —le preguntó.

—Por el rodeo —contestó él. —Así  que,  ¿No has vuelto para demostrar  nada?  —preguntó  ella.

 Parecía ver  algo de lo que él no era consciente.

—Estoy aquí para asegurarme de que se celebra el campeonato. Eso es todo.

Sin  embargo,  aún  no  sabía  por  qué  había  aceptado  la  sugerencia  de  Marcos para  ser presidente. Iba a decir que no, pero cuando se quiso dar cuenta había aceptado.

—Ya sabrás que estoy interesada en que se celebre aquí —dijo Paula.

—Marcos me lo dijo —asintió él—. Y supongo que tú  sabrás que  él se ha hecho  cargo del negocio de su padre.

—Sí.  Seguimos  alimentando  y  cuidando  algunos  de  sus animales  para  los  rodeos.

 —Yo  trabajaba  en  la  gasolinera  para  conseguir  el  dinero  que  tu  padre  me  cobraba  por practicar con  los  toros  —dijo él rememorando imágenes  en  su  mente  y  hablando  más  para  sí  mismo  que  para  ella—.  Así  es  como  conocí  a  tu  hermana  —añadió, e inmediatamente se enfadó consigo mismo por no ser capaz de olvidar todo aquello.

—¿De qué hablaron Marcos y tú? —preguntó Paula ignorando el comentario de Pedro y reconduciendo la conversación a los negocios.

Mejor  así,  pensó  él.  Tenía  que  terminar  con  aquel  constante  retorno  a  los  recuerdos.

—Le pregunté si había pensado dónde celebrar el campeonato, y él me sugirió este  rancho.  Tengo que  confesar  que  me  sorprendió,  pero  luego  me  enteré  del  fallecimiento de tu padre, que era a quien no le gustaban demasiado los rodeos.

 —Eso no es del todo cierto. Criaba ganado para vender en los campeonatos; lo que ocurría es que no le gustaba que yo participase en las carreras. Verme competir fue lo que lo apartó del rancho.

Pedro sonrió al recordar.

Irresistible: Capítulo 5

—¿No te contó Camila por qué rompimos? —preguntó Pedro.

—No supe nada hasta que se fugaron —dijo ella, y sus ojos reflejaban tristeza y furia al mismo tiempo.

—¿Cómo se lo tomó tu padre?

—Mejor de lo que esperaba.

—Así que no signifiqué mucho ni para el padre ni para la hija.

 Ella lo miró fijamente.

—No lo planeó, Pedro. Simplemente ocurrió, se enamoró y...

—Y pasó por encima del que se pusiese en su camino —interrumpió él.

Ya no sentía  ningún  interés  por  Camila,  así  que,  ¿Por  qué  estaba  reviviendo  aquello? ¿Para apartar de sí a Paula? No tenía necesidad, ya que ella pertenecía a la familia fundadora de Destiny y su padre había dejado claro que lo  odiaba. O al menos que a su hija le gustase. Y Paula probablemente compartía aquel sentimiento de su padre y tenía mala opinión de él.

—Camila nunca  te  habría  traicionado  deliberadamente  —dijo  ella,  y  una  sombra  nubló su cara—. Creo que todo ocurrió muy deprisa y no quería hacerte daño. Conozco a mi hermana y sé lo mal que se sentía.

—Pues entonces me cuesta creer que no supieses nada.  «Y que no me lo dijeses» añadió para sí.

—¿Me estás llamando mentirosa?

 —¿Te apellidas Chaves?

—Nadie quiso ponerte en ridículo a propósito, Pedro.

La creyese o no, el hecho era que aquello ocurrió hacía diez años. Hacía mucho tiempo  que  no  pensaba  en  Camila,  ¿Por  qué  salía  todo  de  nuevo  a  la  luz  al  volver  a  Destiny?

—Tienes razón. Lo siento —dijo él pasándose la mano por la nuca.

—Aquel primer año en el circuito de rodeo debió de ser duro para tí —dijo Paula—, pues tenías que ver a Camila y a Diego todo el tiempo.

Lo último que Pedro quería era su compasión.

 —Solo fue duro porque quedé segundo.

Paula iba a decir algo, pero él siguió hablando del campeonato.

—La competición fue buena para la publicidad. La aprovecharon al máximo.

—Hasta que Diego se mató —dijo ella—. ¿Estabas allí?

—En  aquella ocasión no participé  —dijo  él  negando  con  la  cabeza—,  tenía  un  tirón.

Pero se había enterado, e intentó contactar con Camila. Sin embargo, o no la localizó o ella no quiso hablar con él. De cualquier modo, había pasado mucho tiempo.

—Camila rehízo  su  vida  y  siguió  adelante  —dijo  Paula suspirando—.  Pero  fue  injusto, disfrutaron muy poco tiempo juntos.

¿Injusto?  Desde  luego.  Pero  él  también  sabía  algo  sobre  la  injusticia.  La  mujer  que  creía suya  lo dejó  por  su  rival,  y  él  lo  uperó.  Solo en  otra ocasión  se  volvió  a  arriesgar y resultó ser otro gran error. Había decidido no volver a bajar la guardia con ninguna mujer, y no iba a dejar de hacerlo en aquel momento. Miró alrededor y se dió cuenta de que había toques femeninos por todas partes, toques caseros. Una sensación de vacío se apoderó de él.

 —Aprendí también otra cosa —dijo él con más aspereza de la que pretendía.

—¿Qué?

—Que la vida no es justa, y que a las personas no les importa mucho la justicia. Se forman una opinión sobre algo y no hay forma de cambiarlo. Por ejemplo, dan por supuesto   siempre que, de  tal palo,  tal  astilla.   Tu  padre me lo  recordaba  constantemente.

—Sí. Pero yo sé que no eres precisamente una astilla —dijo ella y se mordió el labio para contener una sonrisa.

 A  Pedro se le había  olvidado que Paula ya  era  capaz  de  ironizar  de  aquella  forma cuando tenía catorce años. Ahora se le daba mucho mejor; con pocas palabras le había dicho que se estaba excediendo y al mismo tiempo lo había hecho sonreír.

—Tienes razón sobre mi padre —dijo—pero no creo que sirva de nada decirte que lo siento.

—Fue hace mucho tiempo —dijo él cruzando los brazos—. Es agua pasada.

martes, 28 de noviembre de 2017

Irresistible: Capítulo 4

—Leo la  ección de  finanzas  del  periódico  todos  los  días.  Tu  empresa  ha  sido  mencionada  un  par  de  veces  en  relación  con  unos  proyectos  aquí  en  Texas.  Desde  luego, es una empresa a la que merece la pena seguir de cerca.

—Eso intento —dijo él—. Pero echaba de menos el rodeo.

—¿Y quién no? Todo el mundo debería caer en el barro empujado por un toro furioso al menos una vez al día.

Los dos se rieron. Así  es  como  Paula se  sentía  diez  años  atrás,  antes de que  todo  se  estropease.  Como arcilla  entre sus  manos.  Pero  inmediatamente  sofocó  aquella  sensación.  No  quería  volver  a  sentirla,  no  quería  volver a  amar a un  hombre  enamorado  de  otra  mujer.

—¿Cómo te convencieron para que te presentases a presidente de la asociación? —le preguntó.

—Marcos Hart me llamó.

—¿De verdad?

Marcos tenía  un  rancho  en  Destiny,  y  se  había  hecho  cargo  del  negocio  de  su  padre.  Suministraba  animales  a  los  rodeos  de  todo  el  país.  Pedro y  él  habían  participado en rodeos juntos en el instituto.

—Sí.  Hemos  mantenido  en  contacto.  La  asociación  estaba  en  apuros  cuando  dimitió  el  presidente;  puso  como  excusa  el  trabajo  y  las  obligaciones  familiares.  Como  yo  no  tengo  obligaciones  familiares  —dijo dejando la frase en el  aire—  Marcos pensó que podría ayudar, porque además tengo negocios en esta zona.

¡Así que no estaba casado! Paula  sintió alegría.

—¿Y?  —dijo,  segura de que había  una  razón  más  importante para que Pedro hubiese aceptado.

—Me  ofreció  el  puesto.  Es  solo  temporal;  no  hubiese  aceptado  un  cargo  permanente.

—Marcos debía saber que por alguna razón, lo considerarías —dijo ella.

—Sí.

—¿Qué fue?

 —Sabía que el rodeo me había salvado la vida.

Pedro no estaba seguro de por qué había dicho aquello, sobre todo al ver la cara de sorpresa de Paula. Ella intentó disimular y a él le pareció increíblemente atractivo verla intentarlo. Sintió que había algo especial en estar de vuelta en Destiny, y más aún en estar  de nuevo con Paula Chaves en aquella  habitación.  Había dicho la verdad  cuando al llegar le dijo que casi no la había reconocido. Ella había cambiado: el pelo castaño  claro  con  mechas doradas le llegaba por los hombros, y sus  ojos  marrones,  llenos de vida e inteligencia, lo retaban. Era una niña la última vez que la vió, pero aquella noche... Cuanto más tiempo pasaba en aquella cocina hablando con la hermana pequeña de  Camila,  más   cosas  recordaba.   Se  dejó  llevar  por  los  sentimientos:   frustración,   añoranza y enfado, que se convertían en ira e impotencia.

—¿Por qué dices que te salvó la vida?

—Ya sabes que yo era un niño al que nadie quería —dijo, y pensó: «ni siquiera tu hermana»—. Podría haber tomado cualquier camino en la vida.

—Conozco los antecedentes —dijo ella.

—Esa es una forma amable de decir que mi padre se marchó antes de que yo naciese y que mi madre se fugó con un trabajador de la construcción cuando yo tenía diez años.

¿Por qué se empeñaba Paula en hablar de algo que ya sabía?  pensó furioso.  Algo que él llevaba toda la vida intentando olvidar. No tenía ningún sentido.

—Bueno, es agua pasada —dijo ella sin ningún tipo de emoción en la voz.

Pedro estuvo a punto de sonreír.

—Para mí no, pero lo he asumido —dijo mintiendo a medias—. El caso es que por aquel entonces el rodeo era lo único que tenía y que se me daba bien.

—Eras la única persona  más malvada y  más loca que los propios toros  —dijo  ella.

—Tenía razones para  ello  —dijo haciendo una  mueca—.  Pero  aprendí  unas  lecciones importantes.

 —¿Cuáles? —preguntó ella en vista de que él no continuaba.

—No asentir con la cabeza a no ser que sea en serio.

—Solías decir que esa era la regla número uno para montar sobre un toro.

—Me sorprende que lo recuerdes.

—Tengo buena memoria —dijo ella.

«No  como  yo»  pensó  Pedro.  No  había  muchas  cosas  buenas  que  recordar  de  aquella época.

—Pero me dí cuenta de que hay algo más importante que eso —dijo recordando otra regla de oro.

—¿Qué es?

—No cuentes con nadie más que contigo mismo.

Pedro vió la sombra que cruzó  la  bonita  cara  de  Paula y  se  preguntó  a  qué  podría deberse, pero no dijo nada.

—Creo que  aprendiste  una  lección  equivocada  —dijo  ella—.  ¿Quién  te  la  enseñó?

—Tu  hermana.  En  el  campeonato  de  rodeo,  la  noche  en  que  la  encontré  acostada con Diego Adams.

—No sabía que te habías enterado de lo suyo de esa forma —dijo ella abriendo los ojos de par en par.

Pedro miró a todas partes excepto a Paula. Cuando por fin la miró a los ojos, la irritación  que sentía se  disolvió  y  se sintió  ligeramente  culpable,  pues  se  dio  cuenta  de  que  su  intención  había  sido  conmocionarla.  ¿Por qué?  ¿Porque ella  le hacía  recordar todo lo que intentaba olvidar? Parecía una mujer franca, pero también había pensado  lo  mismo  de  su  hermana  y  ella  lo  había  dejado  por  otro.  ¿Por  qué  iba  ser  Paula distinta?  De  todos modos,  le  daba  igual, pues no andaba en busca de pareja, pero algo en ella lo atraía, y por aquella sola razón, se dijo a sí mismo, debía andarse con cuidado. Además,  le  resultaba  difícil  creer  que  Paula no  sabía  que  había  encontrado  a  los amantes en el coche de Diego, porque las dos hermanas siempre fueron como uña y carne. No obstante, aunque no recordaba muchas cosas de Paula, sí recordaba que era incapaz de fingir.


Irresistible: Capítulo 3

—En  su  momento  me  pareció  lo  más  adecuado  —dijo  él  frunciendo  el  ceño,  y  aquel gesto le hizo recordar aquella noche junto a la piscina.

Paula quiso  morderse  la  lengua.  Nunca  había  podido  pensar  con  claridad  cuando estaba cerca de él. Se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja con gesto nervioso.

—¿Vamos a la cocina? ¿Quieres un vaso de té helado?

—Sí, gracias.

Ella lo  invitó  a  que  pasara delante,  y  Pedro encontró  la  cocina  con  la  misma  facilidad que si hubiese estado allí el día anterior. Paula pensó que de espaldas era casi tan atractivo como de frente, y se odió a sí  misma  por  fijarse  en  aquello:  una  espalda  ancha  que  se  iba  estrechando  hasta  su  esbelta  cintura.  Su  trasero,  recogido  en  los  gastados  vaqueros,  era  casi  una  obra  de  arte, aunque se dijo que aquella era una observación puramente objetiva, porque no sentía nada por él. Cuando  sus  hormonas  se  apaciguaron,  se  dió cuenta  de  que  Pedro cojeaba  ligeramente.  Recordó  vagamente  haber  leído  algo sobre un accidente, pero no en la prensa sensacionalista, que solo se dedicaba a equiparar sus conquistas amorosas con sus impresionantes demostraciones de rodeo. Probablemente había mucho más en su vida y el hecho de que fuese presidente de la asociación de rodeo era una pista. La cocina tenía forma de «U», parte de la cual era una barra con banquetas. En vez  de  sentarse  en  una  de  ellas,  como  siempre  había  hecho,  Pedro pasó  al  otro  lado  de  la  barra  y  se  apoyó  en  la  encimera  de  azulejos  color  beige.  Paula podía  sentir  su  mirada sobre ella mientras sacaba la jarra de té helado de la nevera y abría el armario para sacar un vaso. Los  recuerdos  la  invadieron  mientras  servía  la  bebida  con  manos  temblorosas;  le había servido té helado siempre que le había hecho compañía mientras él esperaba a  que  Camila bajase.  Intentó  no  pensar  en  ello,  pero  no  conseguía  olvidar  cómo  años  atrás había suspirado por él, fantaseando con que ocurriera un milagro y se fijase en ella y esperando que un día fuese a ella a quien él esperase.

—¿Cómo  has llegado a  ser presidente  de  la  asociación  de rodeo?  —preguntó  Paula—. ¿Tiene que ver con que fuiste campeón del estado?

—¿Te acuerdas de eso?

—Sí.

Pedro apretó las mandíbulas antes de contestar.

—Como has dicho antes, renuncié a la beca para entrar en el circuito del rodeo. El primer año me fue bien; me presenté al campeonato nacional en Wyoming. Tenía diecinueve años, así que aproveché el momento.

—¿Y qué pasó?

—Fui  campeón  durante  dos  o  tres  años,  hasta  que...  —parecía  como  si  no  quisiese proseguir.

—¿Hasta qué?

—Tuve un par de accidentes —dijo él como si no quisiese darle importancia.

Paula decidió  utilizar  su  mismo  tono  de  voz  y  quitar  dramatismo  a  la  conversación.

 —¿De  verdad?  No  parece  que  montar  sobre  un  par  de  toneladas  de  toro  enfurecido  sea  mucho  más  complicado  que  montar  en  los  caballitos  de  feria  —se  burló.

 Pedro hizo un mohín.

—Todos los golpes fueron en la pierna derecha. El tercero fue el peor; el médico dijo que uno más y quizá no hubiese vuelto a caminar.

Aquellas  palabras  ablandaron  el  corazón  de  Paula,  a  pesar  de  todos  sus  esfuerzos por endurecerlo. Sabía lo mucho que el rodeo había significado para él. Era lo único de lo que hablaba.

—No tenía ni idea. Siento haberte hecho una broma tan estúpida.

—No te preocupes, lo he asumido —dijo él sonriendo.

Su  sonrisa  hizo  que  las  mariposas  empezaran  a  revolotear  de  nuevo  en  el  estómago de Paula.

—¿Qué hiciste después? —preguntó.

—Volví a la universidad.

—¿Y la beca?

—No la necesitaba —dijo él negando con la cabeza—. No como en...

Aunque  no  continuó,  Paula sabía  lo  que  había  estado  a  punto  de  decir:  en  la  época  de  instituto  era  un  niño  sin  recursos  que  vivió  con  una  familia  de  acogida  hasta  que  cumplió  los  dieciocho  años.  Desde  entonces  estuvo  solo,  y  necesitaba  la  beca para poder ir a la universidad. Aquélla era la razón por la que Taylor se sorprendió tanto cuando renunció a ella.

—Entonces,  ¿Fuiste  a  la  universidad?   —preguntó ella  apoyándose  en  la  encimera y cruzando los brazos.

Había  bastante  espacio  entre  ellos,  pero  no  el  suficiente  para  amortiguar  la  fuerza de su atracción, la forma en que él despertaba sus emociones sin tan siquiera intentarlo.

—Sí —dijo Pedro dejando el vaso en la encimera—. Me licencié en Económicas en Ucla. Después puse en marcha la empresa Desarrollos R&R.

—He oído hablar de ella  —dijo Paula;  lo  que no  había  oído  es  que  él  era  el  dueño.

—¿Sí?

Paula asintió.

Irresistible: Capítulo 2

Paula pensó que estaba muy atractivo. De hecho, tenía mejor aspecto que hace diez  años.  No  solo  no  tenía  entradas,  sino  que  no  tenía  ni  una  sola  cana.  Llevaba  el  pelo muy corto, y sabía que si estuviese un poco más largo se le rizaría. Un hombre de su edad debería tener un poco más de tripa, pues ya estaba cerca de los treinta. Pero al echar un vistazo a su camisa blanca bien recogida dentro de los vaqueros, se dio cuenta de que su abdomen estaba firme y liso. Llevaba  las  mangas de la camisa dobladas  justo  por debajo   del codo, precisamente por donde a ella le parecía que deberían llevarlas los hombres. Y aquel era un aspecto que le gustaba. Pero tenía que recuperar el control de sí misma. Ya no era una niña de catorce años enamorada, y él ya no le interesaba. Si hablaban sobre su embarazosa confesión y el impulsivo beso, lo atribuirían a las hormonas de la adolescencia y se olvidarían de ello.

—¿Entonces,  no  recuerdas  la  última  vez  que  nos  vimos?   —insistió ella,   intentando averiguar qué recordaba.

—¿Debería? —preguntó él pensativamente.

—Supongo que no.

Realmente no lo  recordaba.  Era  una  buena  noticia,  pero  entonces,  ¿Por  qué  le  enfurecía que el  instante más  humillante de  su  vida no fuese lo suficientemente  importante para él como para recordarlo?

Pedro negó con la cabeza.

—Lo único que puedo decir es que has cambiado mucho.

—Lo tomaré como un cumplido —dijo ella.

—Casi no te reconocí. Tienes el pelo distinto.

Él  recordaba su pelo largo  y  liso  de  color  castaño  oscuro.  Pero,  tras  dos  años  estudiando  en  Texas,  su  compañera  de  habitación  la  había  ayudado  a  elegir  un  atractivo corte de pelo  y le había enseñado  que  el  carmín  sirve  para  algo  más  que  para escribir en los espejos. A partir de ahí, Paula empezó a recobrar la confianza en sí misma que había perdido en  unos  instantes  con  Pedro,  y  su  vida  social  mejoró.  Y  así hasta hacía un año, cuando su prometido la dejó por la mujer que anteriormente lo  había  dejado  a él.  Aquello  le  recordó  lo  verdaderamente  frágil  que  era  aquella  recuperada confianza en sí misma. Pedro la observaba detenidamente. ¿Era un brillo de admiración lo que había en sus ojos? Paula sintió una oleada de felicidad, y se maldijo a sí misma por reaccionar de  aquella  manera  a  las  sutiles  pero  agradables  palabras  de  Pedro.  Si, como había  creído,  estaba  preparada  para enfrentarse  a  él,  ¿Por  qué  la  afectaba  aún  de  aquella  manera? Solo había pasado dos minutos con Pedro Alfonso, el que fuera el vaquero más  solicitado  de  Texas,  y  el  calor  que  desprendía  amenazaba  con  derretirle  los  huesos. Paula se dió cuenta de que aún estaban en el porche.

—No era mi intención tenerte aquí afuera. Pasa, por favor.

Las botas de él resonaron en el suelo de madera cuando entró.

—Gracias —dijo.

Una sola  palabra  pronunciada  por  él,  con  su  voz  profunda,  era  suficiente  para  hacerla estremecer. Paula cerró  la  puerta.  Era  mayo  y  aún  no  hacía  mucho  calor,  pero  había  regulado  el  termostato  para  que  en  el  interior  de  la  casa  se  estuviese  a  gusto.  No  quería darle ninguna excusa para que rechazase su rancho. Pedro se quedó en la entrada con el abrigo entre las manos. Miró a su alrededor y  frunció  el  ceño.  ¿Qué  estaría  pensando?  se  preguntó  ella  mirando  también  a  su  alrededor. A la derecha estaba el cuarto de estar con la chimenea de piedra, y delante había  dos  butacas  con  una  mesita  de  café,  de  madera  de  roble,  en  medio.  A  su  izquierda, el salón, que también tenía chimenea, pero de ladrillo, con un sillón nuevo reclinable  delante  de  la  televisión.  El  suelo  era  de  madera  oscura  en  todas  las  habitaciones del primer piso. La  casa  se  había  construido  en  los  años  treinta,  y  las  tierras  sobre  la  que  se  asentaba habían pertenecido a la familia de Taylor durante generaciones. El  dinero  que  ella  había  invertido  en  el  mobiliario  nuevo  era  parte  de  su  plan  para que la casa siguiese perteneciendo a la familia.

—¿Qué tal está Cami? —preguntó él.

 Debería haber  imaginado  que  él  se  acordaría  de  su  hermana.  Sintió  una  punzada de dolor en el corazón.

—Camila está bien, gracias. Está trabajando en Dallas —añadió.

Por si  acaso  era  ella  la  razón  de  que  hubiese  vuelto,  sería  mejor  que  Pedro supiese que no la iba a ver; al menos no en Destiny.

—¿Es abogada? —preguntó él.

—Está especializada en derecho de familia.

Paula intentó  que  no  la  molestase  el  hecho  de  que  él  recordara  que  Camila siempre había querido ser abogada; sin duda alguna, se habían contado el uno al otro sus sueños y esperanzas. A  ella  apenas  la  había  reconocido,  y  sin  embargo  recordaba  que  Camila quería ser abogada a pesar de que le había roto el corazón marchándose con otro.   ¿Seguiría sin querer ver o hablar con nadie que se apellidase Chaves?

—¿Qué  has estado  haciendo estos  últimos  años?   —preguntó Paula para romper el silencio.

Pedro fijó su mirada en ella.

—Al principio me dediqué a los rodeos.

—Me enteré de que renunciaste a tu beca.

Irresistible: Capítulo 1

Pedro Alfonso había vuelto a la ciudad.Y ella iba a verlo en cualquier momento. Paula Chaves se  asomó  a  la  ventana  de  su  cuarto  de  estar  preguntándose  si  sería  puntual.  Él había sido  nombrado  presidente  de  la  asociación  de  rodeo  de  enseñanza  secundaria,  y  tenía  que  buscar  un  lugar  donde celebrar  los  campeonatos  del  estado.  Por  aquella  razón  su  futuro  estaba  en  manos  de  Pedro,  pues necesitaba que él escogiese su rancho, Círculo S, como sede de los campeonatos. Pero si la historia se repetía, iba a tener problemas. El  sonido  del  motor  de  un  coche  se  hizo  audible  por  encima  del  ruido  del  aire  acondicionado  de  la  casa,  y  abrió  una  rendija  de  la  ventana  para  echar  un  vistazo.  Un  último  modelo  de  ranchera  subía  por  el  camino  hacia  la  casa.  Él  había  llegado. Desde  que  descubrió  que  Pedro había  vuelto, había estado muy nerviosa, y no solo  por  el  impacto que él  podía  tener  sobre  su  vida  en  cuanto  a  la  posible  elección  del  rancho.  Una y otra  vez  se  había  repetido  a  sí  misma  que  él  ya  no  le  interesaba,  que ella ya era una mujer y no podía hacerle daño. Pero su corazón latía acelerado. Se apartó de la ventana y respiró hondo al tiempo que se alisaba los pantalones caqui. Después se ajustó el cinturón y comprobó  que  llevaba  la  blusa  bien  recogida.  No  había  querido  recibirlo  con  los  vaqueros  y  la  camisa  sucia  que  había  utilizado  para limpiar los establos aquella mañana; quería ofrecer su mejor aspecto. Llamaron a la puerta y Paula contó hasta diez. Estaba muy nerviosa.

—Allá vamos —se dijo a sí misma al tiempo que abría.

Casi se le para el corazón. Pedro tenía diez años más, pero su aspecto era mejor de lo que ella recordaba. Aún tenía ojos azules de chico malo, el mismo pelo castaño claro y la nariz ligeramente aguileña. En cuanto a sus facciones, la cara angular y la mandíbula cuadrada, parecían más duras. ¿Por qué lo encontraba tan increíblemente atractivo? Pero  inmediatamente fue consciente  de  que de pie, en la puerta de su casa, estaba  Pedro Alfonso, el mismo  hombre que había destrozado  su  corazón  cuando ella tenía catorce años. Aquella conmoción borró de golpe los diez años transcurridos y se apoderaron  de  ella  unos  sentimientos  tan  profundos  y  dolorosos  como  los  de  aquella  lejana  noche.  Aunque deseaba  no  hacerlo,  lo  recordaba  todo  con  demasiada  claridad. La humillación de su último encuentro volvió a hacer presa de ella, como tantas otras veces desde entonces. Las cosas que le dijo y el beso que le dió  todavía la hacían sonrojarse.  No era capaz de pensar con coherencia. Menos aún de decir nada, porque se le había formado un nudo en la garganta. Él la miró unos instantes antes de reconocerla.

—¿Paula?

—Hola, Pedro. Ha pasado mucho tiempo.

Desde  luego  no  la  había  reconocido  de  inmediato,  ya  que  la  última  vez  que  se  vieron ella  era una  niña delgaducha  y  él  le  había  dicho  que  besaba  como  una  chiquilla.  Ahora era  una  mujer  adulta  y  no  la  niña  que  lo  había  empujado  a  la  piscina. Aquel recuerdo ocupaba su mente desde que se había enterado de que él era el nuevo presidente de la asociación. ¿Le guardaría él algún rencor? O, peor aún, ¿Se acordaría de las cosas que le había dicho? El silencio se alargaba, y él se aclaró la garganta.

—¿Cómo estás?

—Bien. ¿Y tú? —preguntó ella.

—Muy bien.

—¿Acabas de llegar a la ciudad?

—Esta mañana llegué de El Paso —contestó él asintiendo—. Estás estupenda —añadió mirándola fijamente.

—¿Yo, la delgaducha? —preguntó ella incapaz de resistirse.

Esperaba que los nervios que le atenazaban el estómago no la traicionaran.

—Lo digo en serio. Has cambiado mucho —dijo él sonriendo de forma pícara.

Por  aquella  sonrisa  ella  supo  que  les  decía  ese  tipo de cosas a todas las chicas.  Aunque había intentado olvidarlo, a lo largo de los años no había podido evitar leer las  historias  que  la  prensa  sensacionalista  y  las  revistas  publicaban  sobre  sus  conquistas  amorosas.  Antes de desaparecer,  él  había  salido  con  mujeres con  las  que  ella nunca pudo competir. ¿Por qué iba a acordarse de que una vez fueron amigos?

—Has madurado —dijo él.

—Suele  ocurrir  cuando  pasan...  —dijo  ella  intentando  parecer  pensativa—.  ¿Cuántos años hace que nos vimos por última vez?

Paula no quería que él se diese cuenta de que recordaba claramente  la  última  vez que se vieron.

—No lo recuerdo  —dijo Pedro,  y  por un momento dejó  de sonreír  y  frunció  el  ceño—.  Yo diría que hace bastante tiempo,  porque hacía diez u once años que no venía a Destiny.

—¿Tanto? —dijo ella, intentando parecer lo más inocente posible.

—Más o menos —dijo él asintiendo.

Irresistible: Prólogo

—Vete de aquí.

—Pero, Pedro...

—No quiero ver ni hablar con nadie que se apellide Chaves.

 Paula Chaves observó  la  oscura  expresión  en  la  cara  de  Pedro Alfonso y  se  preguntó  qué  habría  pasado.  Su  hermana Camila debía  haber  hecho  algo,  pues  era  la  única persona capaz de alterar a Pedro de aquella forma. «¡Ojalá se fijase en mí!» pensó, con tristeza. Aunque más joven que él, era más madura de lo que él se pensaba; al menos lo suficiente como para haberse fijado en  el  pelo  castaño  claro  de  Pedro,  en  sus  anchos  hombros  y  en  sus  ojos  azules  de  chico  malo.  Sobre todo en  los  ojos.  Cada vez que él  la  miraba,  el  corazón  se  le  aceleraba.

 Los campeonatos estatales de rodeo de enseñanza secundaria en Abilene habían terminado.  Al  día siguiente  volverían  a  casa,  a  Destiny,  por  lo  que aquella  era  su  última noche en el motel Lamplighter. Cuando encontró a Pedro en la piscina, Paula respiró hondo, se armó de valor y se sentó en una tumbona junto a él.  Él  parecía  un  volcán  en  erupción,  y aella le asustaba lo que pudiese hacer. No podía dejarlo solo. Tocó su brazo y se quedó sorprendida cuando él se apartó.

—De acuerdo. No me mires, pero cuéntame qué ha pasado y después escúchame mientras hablo.

—Vete de aquí, niña  —gruñó  él—.  ¿Es  que no  te das  cuenta?  No quiero que estés aquí, quiero estar solo.

¿Niña? A Paula le habría gustado agarrarlo de la camisa y demostrarle que no era ninguna niña.

—Te comportas como  un  niño al  que  le  han  quitado  su  juguete  favorito.  Al  menos, dime qué ha pasado. Creía que éramos amigos —dijo.

—Delfi y  yo  hemos  terminado  —dijo  él,  pero  por  la  dura  mirada  de  sus  ojos  Paula supo que había algo más—. No quiero ser amigo de nadie que tenga relación con ella.

La  primera  reacción  de  Paula fue  de  incredulidad  ante  el  hecho  de  que  su  hermana  hubiese  sido  tan  tonta  como  para  dejar  a  un  hombre  como  Pedro;  la segunda fue pensar que iría al infierno por sentirse tan contenta de que él ya no estuviese comprometido.

—Lo  siento  —dijo  sin  convicción,  apartando  la  mirada  para  que  él  no  se  diese  cuenta de que no lo sentía en absoluto.

Se hizo el silencio entre ellos. Era tarde. Casi todos los que se hospedaban en el motel  se  habían  marchado  a  las  habitaciones,  excepto  algunos  niños  que  seguían  hablando y riendo alrededor de la piscina y tras los arbustos.

—Lo siento de  veras  —insistió  ella.  Verdaderamente  sentía  que  él estuviese  sufriendo—.  Pero no es  la  única chica en  el  mundo  —añadió  al  ver  que  permanecía  callado.

—Lo es para mí —dijo él.

Paula se  preocupaba  mucho  más  por  Pedro que  su  hermana.  ¿Por  qué  no  se  daba cuenta? ¿Y cómo no se daba cuenta de que era él la primera persona en la que pensaba  por  las  mañanas  y  la  última  cuando  se  acostaba?  Cada segundo  del  día  deseaba estar con él, poder mirarlo. Pedro se  la  había  quitado  de  encima  la  noche anterior,  cuando  ella  intentó  pasear  con  él  hacia  el  lago.  Pero  ahora  sabía  que  las  cosas  no  le  iban  bien  con  su  hermana, y aquella podía ser su mejor oportunidad de que él se fijase en ella.

—¿Y  yo?  —dijo,  incapaz  de  seguir  callada—.  Yo  te  quiero.  Yo  nunca  te  haría  daño.

Y sin pensárselo dos veces, se inclinó hacia él y lo besó. Paula notó la sorpresa y la duda en la rigidez de la boca de Pedro ; después él se apartó y la miró fijamente. Aquella  amarga  y  fría  mirada  hizo  que  se  arrepintiera  del  beso.  Pedro se  levantó;  estaba a escasa distancia del borde de la piscina. Ella también se levantó para estar a su altura.

—Besas como una niña pequeña —dijo él.

Paula oyó  risas  detrás  de  ella.  Tenía  las  mejillas  rojas  por  la  vergüenza,  pero  aquello  no  era  nada  en  comparación  con  el  dolor  que  empezaba  a  sentir  en  su  corazón.

—Aunque  no  hubiese  decidido  renunciar  a  las  mujeres  —dijo  Pedro cruzando  los brazos—no tendrías ninguna oportunidad.

 —Sé que todavía no soy guapa —lo interrumpió ella, no queriendo oír aquellas palabras—, pero ya te enseñaré yo, Pedro Alfonso.

 Y sin pensarlo, Paula puso las manos sobre el pecho de Pedro y lo empujó con todas sus fuerzas. Él se cayó de espaldas al agua, y en aquel momento su expresión fría cambió por una de sorpresa. Paula se dió la vuelta y se marchó antes de que él pudiese darse cuenta de que la humedad en sus mejillas no tenía nada que ver con el agua. Mientras se alejaba, se juraba a sí misma que le demostraría quién era, aunque fuese lo último que hiciese en su vida.

Irresistible: Sinopsis

Siendo una adolescente enamoradiza, Paula Chaves le había entregado su corazón a Pedro Alfonso; pero, en lugar de estrecharla entre sus brazos, aquel rebelde de ojos azules le había dicho que besaba como una niña.  Ella, totalmente humillada, lo había tirado a la piscina, con botas de cowboy y todo.

Ahora se habían intercambiado los papeles y Pedro no podía creer lo que veía. Aquella chiquilla delgaducha se había convertido en una mujer impresionante… y se moría de ganas de besarla de nuevo. Sin embargo, ella pensaba que había estado loca por haberlo amado alguna vez…

jueves, 23 de noviembre de 2017

Propuesta: Epílogo

—Cuando me enteré  de  que te  habías casado me pregunté  por qué había sido todo tan rápido, pero después de conocer a Paula, lo entiendo perfectamente —le dijo Micaela a su hermano—. Es preciosa.

—Gracias —Pedro sonrió  mientras  contemplaba  el  enorme  pabellón  de  invitados. 

 El tiempo había  sido  benévolo  y  los  obreros habían  conseguido  transformar  el  rancho  en  un  inmenso  pabellón  con  quince  habitaciones  para  la  familia, los amigos y los socios de los Alfonso. Pedro miró al frente y vio a Federico hablando con Gabriel, que se había presentado sorprendiéndoles a todos. Era la primera vez que volvía a casa desde que se marchó hacía cerca de tres años.  Ya no era el  muchacho  conflictivo  de  antaño.  Al verle  allí  con  el  uniforme  la  familia  no  podía  sentirse  más  orgullosa  del  hombre  en  que  se  había convertido. Pero aún había cierto dolor en la mirada de Gabriel. Aunque no había mencionado  a  Celina,  todos  sabían  que  la  joven  que  había  sido  el  primer  amor  de  Gabriel, su fijación desde la pubertad,  seguía  en  sus  pensamientos  y  seguramente  conservaba un lugar permanente en su corazón.  Pedro imaginó  la  conversación  que  había entre Federico y Gabriel por la expresión de sus rostros.

—¿No has renunciado a Celina?   —preguntó   Federico a  su  hermano  más  pequeño.

Gabriel negó con la cabeza.

—No. Un hombre no debe renunciar nunca a la mujer que ama. La llevo dentro de mí y vaya donde vaya creo que ella también me llevará dentro —Gabriel se detuvo un momento—. Pero ahí radica mi problema. No tengo ni idea de dónde pueda estar.

—Cuando  los  Newsome  se  marcharon  no  dejaron  a  nadie  una  dirección  de  correo.  Creo  que  querían  poner  tanta  distancia  entre  tú  y  ellos  como  fuese  posible.  Pero creo que el tiempo que tú y Celina han pasado separados ha sido bueno para ambos.  Ella  era  muy  joven  y  tú  también.  Ambos  estabais  abocados  a  meteros  en  problemas  y  necesitabais  madurar.  Me siento orgulloso  del  hombre  en que te has convertido.

—Gracias, pero un día, cuando disponga de tiempo, la buscaré, Fede, y nadie, ni sus padres ni nadie, podrán evitar que reclame lo que me pertenece.

Federico vió  la  intensidad  de  la  mirada  de Gabriel y  esperó  que  dondequiera  que  Celina Newsome estuviese, amase a Gabriel  tanto como él la seguía amando a ella. Pedro miró a Paula, que estaba hablando con sus padres. Los Chaves los habían sorprendido  a  todos  acudiendo  a  la  recepción,  seguramente  porque  se  habían  quedado  asombrados  al  ver  que  Pedro era  pariente  de  Sergio Alfonso,  una  leyenda  de  las  carreras  de  caballos;  Ricardo  Alfonso,  también  conocido  como  Rock  Mason,  escritor  de  gran  éxito  según  el  New  York  Times;  Marcelo  Alfonso,  reputado   abogado   matrimonialista;   el   senador  Ramiro  Alfonso,  y  Federico,  director  ejecutivo  de  Blue  Ridge.  Incluso  se  quedaron  boquiabiertos  al  saber  que  había un jeque en la familia.

Pedro se percató de que Paula  estaba fingiendo que estaba pendiente de todo lo que decían sus padres. Sonrió en su interior al ver reflejado en el rostro de ella que necesitaba que la rescatasen.

—Discúlpame un momento, Mica, tengo que reclamar a mi esposa un segundo —Pedro cruzó el jardín y, como si Paula  detectase su presencia, volvió la vista hacia él y sonrió.

Entonces se disculpó ante sus padres y fue a su encuentro. Llevaba un vestido precioso, que disimulaba su vientre abultado. El médico les había advertido que por la forma en que iba aumentando no debía sorprenderles que fuesen gemelos. Lo sabrían en un par de meses.

 —¿Quieres ir algún sitio a tomar el té... y a mí? —le susurró Pedro al oído. Paula le sonrió.

—¿Crees que nos echarán de menos?

 Pedro rió por lo bajo.

—Con  tanto  Alfonso por  aquí,  lo  dudo.  No creo que ni tus padres nos  echen  de  menos.  Están por allí,  pendientes  de  cada  una  de  las  palabras  del  jeque  Jamal Yasir. Vamos, demos un paseo por la finca.

Y la finca estaba preciosa, con el valle, las montañas, las flores y los lagos. Pedro ya podía imaginarse el montón de Alfonso que Paula y él engendrarían y que les ayudarían a cuidar de las tierras. Se sintió afortunado, y no por primera vez, por su  riqueza.  Una riqueza  que  no consistía en diner  ni  joyas, sino en l  mujer que caminaba a su lado.

—Estaba pensando... —dijo.

—¿Qué?

Pedro se detuvo y se acercó para colocar la mano sobre el vientre de Paula.

—En tí, en mí y en nuestro hijo.

—Nuestros hijos. Piensa que quizá sean dos.

Él sonrió ante la perspectiva.

—Sí, nuestros hijos. Pero sobre todo en la proposición.

 Ella asintió.

—¿Qué pasa con ella?

—Sugiero otra.

Ella se puso a reír.

 —Ya no tengo más tierras, ni otro caballo con el que negociar.

—Eso es discutible, señora Alfonso. Esta vez la apuesta será más alta.

—¿Qué es lo que quieres?

—Que después de éste tengamos otro.

—¿No  te  han  dicho  que  no  se  le  debe  hablar  de  tener  más  hijos  a  una  mujer  embarazada? Me alegra  saber que  quieres  una  casa  llena  de  niños,  porque  yo  también la quiero. Serás un padre maravilloso.

—Y tú una madre preciosa.

Entonces él la besó con todo el amor de su corazón, sellando otra proposición y sabiendo  que  la  mujer  que  tenía  entre  sus  brazos  sería  para  siempre  el  amor  de  su  vida.



FIN

Propuesta: Capítulo 42

Entonces  él  se  incorporó  y  la  besó,  no  sin  antes  susurrarle  que  la  amaba  y  que  pensaba pasar con ella el resto de su vida, haciéndola feliz, haciendo que se sintiese amada. Y ella le creyó. Con toda la fuerza que pudo reunir, se incorporó también para situarse junto a él.

—Yo también te quiero muchísimo. Y lo decía en serio.

—¿Por  qué  no  tendremos  que  usar  preservativos  durante  un  tiempo?  —preguntó  Pedro un  rato  después  sosteniéndola  entre  sus  brazos  y  con  las  piernas  enredadas  en  las  de  ella,  mientras  disfrutaban  el  uno  del  otro  después  de  hacer  el  amor. Él sabía la razón, pero quería que ella se la confirmase. Paula alzó un poco la cabeza, le miró a los ojos y susurró:

—Voy a tener un hijo tuyo.

La noticia provocó algo en él. El hecho de que Paula le confirmase que dentro de ella  crecía  una  vida  que  habían  creado  juntos  le  hizo  estremecer.  Sabía  que  ella  esperaba que dijese algo. Pedro quería demostrarle que lo asumía. Ella tenía que saber lo feliz que le hacía la noticia.

—Saber que estás embarazada de  un hijo  mío,  Pau,  es  el  mayor  regalo  que  jamás pudiese desear recibir.

Dos días más tarde, los Alfonso se reunieron para desayunar en casa de Federico. Al parecer, todo el mundo tenía que anunciar algo y su hermano pensó que lo mejor sería escucharlos a todos a la vez para alegrarse y celebrarlo juntos. En primer lugar, Federico anunció que Gabriel  le había dicho que en unos meses se licenciaría  con  honores  en  la  academia  naval. Federico casi se emocionó al contarlo, lo que dió cuenta de la magnitud del logro de Gabriel a ojos de su familia. Sabían que su primer año en  la  Marina había  sido  duro  porque  desconocía  el  significado  de  la  disciplina.  Pero  finalmente se  había  enderezado  y  soñaba  con  formar  parte  de  los  Comandos Especiales. Pablo anunció que Hercules había cumplido con su obligación y había preñado a Silver Fly, de modo que todos podían imaginar la belleza del potrillo que vendría. Diego fue el siguiente. Dijo que había tenido noticias de Storm Alfonso. Su esposa, Jesica estaba embarazada, al igual que Daniel y su mujer, Sabrina. Los gemelos de Ramiro y Giuliana no paraban de gatear por todas partes. Y luego, con una enorme  sonrisa,  anunció  que  él  y  Nadia esperaban  otro  hijo.  Aquello  provocó  gritos  de alegría, el más fuerte el del padre de Nadia, el senador José Burton de Florida, que junto con la madrastra de Nadia había llegado aquel día para visitar a su hija, a su yerno y a su nieta.

Cuando  todos  se  calmaron,  Pedro se  levantó  para  anunciar  que  Paula y  él  esperaban  un  hijo  para  primavera.  Paula no  apartó  los ojos de  Pedro mientras  éste  hablaba y sintió el amor que irradiaba cada una de sus palabras.

—Pau y  yo  transformaremos  el  rancho  de  su  padre  en  un  pabellón  de  huéspedes y uniremos las fincas para que nuestros futuros hijos las puedan disfrutar algún día.

—¿Significa  eso  que quieren tener más  de  uno?  —preguntó  Pablo,  riendo  entre  dientes.

Pedro miró a Paula.

—Sí,  quiero  tener  tantos hijos  como mi  mujer  quiera  darme.  Sabremos  manejarnos, ¿Verdad, cariño?

Paula sonrió.

—Sí, así es.

Él le tendió la mano y ella la tomó. El contacto la confortaba de tal manera que sólo podía sentirse agradecida.

Propuesta: Capítulo 41

Un rato después, él la tomó en brazos y salieron de la cocina. De algún modo  consiguieron  subir  las  escaleras  que llevaban  al  dormitorio. Y  allí,  en  medio  de  la  habitación,  él  volvió  a  besar  a  Paula con  un  deseo  al  que  ella  correspondió  con  ansia.  Finalmente,  él  liberó  su  boca  para  inspirar  profundamente,  pero  antes  de  que  ella  pudiese  hacer  lo  propio,  él  le  estaba  levantando  el  vestido  hasta la cintura y bajándole las braguitas mojadas. Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando él bajó hasta sus caderas y enterró la cabeza entre sus piernas.

—¡Pepe!

Ella se vino en el momento en que notó la lengua de Pedro moviéndose dentro de ella y acariciando sus labios, pero enseguida se dio cuenta de que aquello a él no le  iba  a  bastar.  Utilizó  la  lengua  como  un  cuchillo  para  apuñalar  literalmente  su  interior y describir círculos alrededor de su clítoris, y luego lo succionó. Los  ojos  de  Paula empezaron  a  cerrarse  porque  él  empezó  a  hacerle  perder  el  sentido  y,  el  deseo,  el  más  poderoso  que  ella  había  sentido  jamás,  empezó  a  consumirla,  a  recorrer  cada  una  de  las  partes  de  su  cuerpo  y  a  empujarla hacia  el  orgasmo.

—¡Pepe!

Pero él no cejaba en su empeño. Ella intentó agarrarle, pero no lo consiguió porque  él  empezó  a  introducir  de  nuevo  la  lengua  en  su  interior.  Paula pensó  que  habría que patentar la lengua de Pedro con un cartelito de advertencia: que cuando él falleciese, había que donarla al Smithsonian. Y cuando ella volvió a correrse, él le abrió aún más los muslos para bebérsela a lengüetazos.  Paula gimió  mientras  la  lengua  y  los  labios  de Pedro jugaban  con  su  clítoris  y  la  volvían  loca  de  lujuria  porque  sensaciones  cada  vez  más  poderosas  se  extendían por su cuerpo. De  pronto,  Pedro se  retiró  y  a  través  de  los  ojos  empañados,  Paula vió que se ponía de  pie  y  se  desvestía  rápidamente,   procediendo  a  desvestirla  a  ella  a  continuación. Paula fijó la vista en su erección. Sin  más  preámbulos, la  llevó  a  la  cama,  la  tumbó  boca  arriba,  se  deslizó  sobre  ella  hasta  colocarse  entre  sus  piernas  y  apuntó  con  su  miembro  hacia  los  pliegues  húmedos de sus labios.

—¡Sí!   —casi  gritó  ella,   y   entonces  lo   sintió,   empujando  dentro   de   ella,   desesperado por unirse a ella.

Luego se detuvo. Dejó caer la cabeza junto a la de ella y dijo con un gruñido sensual:

—Esta noche no habrá preservativo.

Paula alzó la vista hacia él.

—Ni  ésta  ni  ninguna otra durante  un  tiempo  —susurró  ella—.  Luego  te explicaré el por qué. De todas formas, pensaba decírtelo esta noche.

Y antes de que pudiese entretenerse demasiado pensando en lo que le tenía que decir, Pedro empezó a moverse de nuevo dentro de ella. Y  cuando le hubo  introducido  toda  la  longitud  de  su miembro,  ella  jadeó  sin  aliento  por  la  plenitud  de  tenerlo  tan  dentro. Sus músculos empezaron a aferrarse a él, lo sujetaba con fuerza y lo masajeaba, succionando su sexo por todo lo que estaba recibiendo  y  pensaba  que  podía  obtener,  mientras  pensaba  que  una  semana  había  sido demasiado tiempo. Él  le  separó  aún  más  las  piernas  con  las  manos  y  le  alzó  las  caderas  para  penetrarla  más  profundamente.  Bella  casi  gritó  cuando  empezó  a  embestirla  de  forma  constante,  con  implacable  precisión.  Era el  tipo  de  éxtasis  que  ella  había  echado de menos. No sabía que existía tal grado de placer hasta experimentarlo con él.  Cuando  Pedro le  agarró  las  piernas  y  se  las  colocó  por  encima  de  los  hombros  mientras entraba y salía de ella, sus miradas se encontraron.

—Córrete para mí, amor —susurró Pedro—. Córrete para mí ahora.

 El  cuerpo  de  Paula obedeció  y  empezó  a  agitarse en  un clímax  tan  gigantesco  que  le  pareció  que  temblaba  toda  la  casa.  Gritó.  No pudo contenerse de ninguna forma  posible,  y  cuando  él  empezó  a  venirse  dentro  de  ella,  el  calor  de  sus  fluidos,  denso  por  la  intensidad  del  acto,  hizo  que  sólo  pudiese  gritar  y  dejarse  ir  una  vez  más.

martes, 21 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 40

Pedro no  volvió  a  caballo  a  casa  tras  la  conversación  con  Leonardo.  Tomó  prestada  la  camioneta  de  Pablo y  regresó  a  toda  velocidad.  Cuando  llegó,  descubrió  que  Paula no  estaba  allí.  Ella  no  le  había  mencionado  en  el  desayuno  que  pensaba  salir, así que ¿dónde estaba? Inspiró  hondo.  ¿Y  si  las  sospechas  de  las  mujeres  eran  ciertas  y  Paula estaba embarazada?  ¿Y si las sospechas de  Leonardo  eran  ciertas  y  ella  le  amaba?  Dios,  si  ambas cosas eran  ciertas, entre  ambos  había  un  gravísimo  problema  de comunicación. Y estaba dispuesto a ponerle remedio en cuanto ella regresara a casa. Entró en la cocina y, de todas las cosas que podía prepararse, escogió una taza de  té.  ¡Caray!,  Paula había  acabado  por  aficionarle.  ¿Y  si  era  verdad  que  estaba  embarazada?  La  idea  de  que  su  barriga  creciese  porque  llevaba  dentro  un  hijo  suyo  lo  dejó  casi  sin  aliento.  Además,  recordaba  perfectamente  cuándo  había  empezado  todo. Debió  de  ser  durante  la  noche  de  bodas,  en  la  suite  del  Four  Seasons.  Y  así  lo  esperaba.  La  idea  de  que  ella  tuviese  un  hijo  suyo  era  su  deseo  más  ferviente.  Y  pensara  lo  que  ella  pensase,  él  le  proporcionaría  a  Bella  y  a  su  hijo  un  verdadero  hogar. Oyó  que  se  abría  la  puerta  de  la  casa  y  se  contuvo  un  momento  para  no  salir  corriendo  a  recibirla.  Tenían  que  hablar  y  debía  crear  un  ambiente  cómodo  para  hacerlo. Tomada  esa  decisión,  dejó  la  taza  de  té  sobre  la  encimera  y  salió  a  recibir  a  su esposa.

—Pau. Has llegado.

Ella salió de sus pensamientos al oír la voz de Pedro. Enseguida se le aceleró el pulso  y  se  preguntó  si  siempre  tendría  ese  efecto sobre ella.  Tardó  uno o  dos segundos en recomponerse antes de contestar.

—Sí, ya estoy aquí. Veo que tienes compañía.

—¿Compañía?

 —Sí. Está fuera la camioneta de Pablo—respondió.

—La tomé prestada. Él no está.

 —Oh  —eso quería decir que  estaban solos. 

Bajo el mismo  techo.  Y  no  habían  hecho el amor casi en una semana. Sus  miradas  se  encontraron  y  algo  parecido  a  una  fuerte  consciencia  sexual  se  transmitió  entre  ambos,  cargando  el  aire  y  electrificando  el  momento.  Paula podía  sentirla  y  estaba  segura  de  que  él  la  sentía  también.  Estudió  su  rostro  y  supo  que  quería que su hijo o su hija se pareciesen a él. Tenía  que  romper  la  tensión  sexual  entre  ambos  y  subir  a  las  habitaciones,  porque  si  no,  se  iba  a  sentir  tentada  de  cometer  una  locura  como  la  de  arrojarse  en  sus  brazos  y  rogarle  que  la  deseara,  que  la  amara,  que  aceptara  al  hijo  que  habían  concebido juntos.

—Subiré arriba un momento y...

—¿Podemos hablar un segundo, Pau?

 —Claro  —dijo  en  voz  baja. 

Entonces le siguió  hasta  la  cocina.  Viéndole  la  espalda,  sólo  podía  pensar  en  lo  atractivo  que  era  el  hombre  con  quien  se  había  casado. Pedro no estaba seguro de por dónde empezar, pero sabía que debían empezar por algún sitio.

—Estaba a punto de tomar un té. ¿Te apetece?

 Se preguntó si  ella  se  daría cuenta  de  que eran  las  mismas  palabras  que  había  pronunciado  la  primera  vez  que  lo  invitó  a entrar  en  su  casa.  Él no  las  había  olvidado. Y a juzgar por la sonrisa divertida que esbozaron los labios de Paula, supo que ella tampoco.

—Sí, me encantaría. Gracias.

 Ambos bebieron en silencio.

—¿Y de qué querías que habláramos, Pedro?

—¿No quieres seguir casada conmigo?

Ella apartó la mirada de sus ojos y se puso a examinar la decoración de la taza.

—¿Qué te hace pensar así?

—¿Quieres que te haga un listado?

 Ella volvió a mirarle de frente.

—Pensaba que no te darías cuenta.

—¿Se trata de eso, Pau, de que no te presto atención?

 Paula negó rápidamente con la cabeza.

—No, no es eso —respondió ella mordiéndose nerviosa el labio inferior.

—¿Entonces qué es, cariño?  ¿Qué es lo que necesitas que no te esté  dando?  ¿Qué puedo hacer para que seas feliz? Necesito saberlo porque que me abandones no es opción. Te quiero demasiado como para dejarte marchar.

 La taza se detuvo a mitad  de  camino  hacia  los  labios de Paula. Lo  miró  sorprendida.

—¿Qué es lo que has dicho?

—He dicho que te quiero demasiado como para dejarte marchar. Últimamente me  has  estado recordando el  año que mencioné  en  mi proposición,  pero no se  trata  de  un  esquema  temporal  fijo,  Pau.  Se  me  ocurrió  como  un  periodo  de  adaptación  para que no te asustases. Nunca tuve intención de poner fin a nuestra relación.

Pedro vió que una lágrima escapaba de los ojos de Paula.

—¿De verdad?

—No. Te quiero demasiado como para dejarte ir. Mira, lo he vuelto a decir y lo seguiré diciendo hasta que me escuches. Créelo. Acéptalo.

—No sabía que me amabas, Pedro. Yo también te amo. Creo que me enamoré de tí la primera vez que te ví en el baile de beneficencia.

—Es allí donde yo también creo que me enamoré de tí —dijo él, echando la silla hacia atrás para levantarse de la mesa—. Supe que algo pasaba porque cada vez que nos rozábamos mi alma se estremecía, mi corazón se derretía y te deseaba más y más.

—Creí que sólo se trataba de sexo.

—No.  Creo que  el sexo era  tan  bueno,  tan  excitante entre  nosotros porque estaba impulsado por el amor más intenso que pueda existir. He querido decirte más de  una  vez  que te quería,  pero no estaba  seguro de si estabas preparada  para  escucharlo. No quería que salieses corriendo.

—Cuando todo lo que necesitaba  escuchar  era  que me  amabas  —dijo ella,  poniéndose   en   pie—.   Nunca pensé  que nadie  pudiese  quererme  y  deseaba  muchísimo que tú lo hicieses.

—Amor mío, te amo.

—Oh, Pepe.

 Se echó sobre  él  y  Pedro la  rodeó  con  sus  brazos  para  abrazarla  con  fuerza.  Y  cuando inclinó la cabeza para besarla, la boca de Paula estaba preparada, dispuesta y ansiosa. Se hizo evidente en la intensidad con que se unieron sus lenguas.

Propuesta: Capítulo 39

—Creo  que  tienen  un  enorme  problema  de  comunicación.  Suele  ocurrir  y  se  puede enmendar fácilmente.

Luego  Leonardo pateó  el  suelo  de  madera  del  granero  como  si  estuviese  intentando decidirse sobre algo.

—No debería decirte esto porque es algo que oí decir ayer a Nadia y Mariana, y si Mariana se entera de que me dedico a escuchar conversaciones ajenas...

—¿Qué es?

—Quizá lo sepas ya y no nos has dicho nada.

—Maldita sea, Leo, ¿De qué demonios estás hablando?

Una sonrisa asomó a los labios de Leonardo.

—Las mujeres de la familia sospechan que Paula podría estar embarazada.


Paula salió  sonriente  del  hospital  infantil.  Le  gustaban  los  niños  y  cuando  pasaba  tiempo con  ellos se olvidaba  de sus problemas,  razón  por  la  que  iba a  visitarles  un  par  de días  a  la  semana.  Miró  su  reloj.  Aún  era  temprano  y  no  estaba  preparada para regresar a casa. A casa. No  podía  evitar  considerar  la  Casa  de  Pedro como  la  suya  propia.  Se  había  acostumbrado a vivir con él. Cruzaba  el  aparcamiento  hacia  su  coche  cuando  oyó  que  alguien  gritaba  su  nombre. Se giró y se encogió al ver que se trataba de la hija del tío Antonio, la madre de los gemelos. Inspirando con fuerza, esperó a que la mujer la alcanzase.

—Paula.  Sólo  quería  disculparme  por  lo  que  hicieron  Joaquín y  Felipe.  Sé  que  papá  sigue  enfadado  y  he  intentado  hacerle  entrar  en  razón,  pero  se  niega  a  hablar  del  tema.  Siempre  ha  mimado  a  los  chicos  y  yo  no  podía  hacer  nada  al  respecto,  sobre todo porque mi marido y yo estamos divorciados. Mi ex se marchó pero quería que mis hijos contasen con una figura paterna.

Valentina se quedó callada un instante.

—Espero que papá acabe por asumir su parte de responsabilidad. Aunque echo de menos a mis hijos, se estaban descontrolando demasiado. Me han asegurado que en  el  lugar  al  que  van  les  enseñarán  disciplina.  Sólo  quería  que  supieses  que  me  equivoqué  al  escuchar  todo  lo  que  papá  decía  de  ti.  Somos  parientes  y  espero  que  algún día seamos amigas.

—Me encantaría, Valentina. Te lo digo de verdad.

—Paula, ¿Seguro que estás bien? Deberías ir al médico para que te vea ese virus estomacal.

Paula miró a Nadia. De camino a casa se había pasado a visitarla.

—Sí, Nadia, estoy bien.

Había decidido no decir nada del  embarazo  hasta  después  de  encontrar  el  día  que pasó por su casa para dejarle a Pedro un paquete de parte de Diego. Sabía  por  los  fragmentos  de  las  historias  que  había  escuchado  de  las  mujeres que Nadia se casó embarazada. Pero dudaba que ésa fuese la razón del enlace.  Cualquier  persona cercana  a  la  pareja  por  aquel  tiempo  podía  afirmar  que  estaban muy enamorados.

—Nadia, ¿Puedo preguntarte una cosa?

 Nadia le sonrió.

—Claro.

—¿Cuando  te  quedaste  embarazada de  Diego tuviste miedo a contárselo por la forma en que podía reaccionar?

 —No  supe que estaba  embarazada  hasta que Diego y  yo  rompimos.  Pero tenía claro que se lo iba a decir porque él tenía derecho a saberlo. Lo único de lo que no estaba segura era de cuándo hacerlo. Incluso pensé adoptar la solución más fácil y esperar  hasta  mi  regreso  a  Florida  para  llamarlo  desde  allí.  Diego me  facilitó  la  tarea porque fue él el que me buscó. Nos dimos cuenta de que no había sido más que un  tremendo  malentendido  e  hicimos  las  paces.  Fue  entonces  cuando  le  dije  que  estaba embarazada y él se alegró muchísimo.

—Diego es un padre maravilloso.

—Nunca subestimes a los hombres Alfonso, Pau.

—¿Qué quieres decir?

—Que por lo que he descubierto hablando con las otras esposas, incluso con las de  Montana, Texas, Atlanta y Charlotte,  los  Alfonso son  hombres  fieles  y  entregados  a  las  mujeres  que  escogen  como  parejas.  Las  mujeres  a  las  que  aman.  Y  aunque pueden ser demasiado protectores a veces, no hay hombres más cariñosos y que te ofrezcan más apoyo que ellos. Lo único que no les gusta es que les ocultemos cosas  que  deberíamos  compartir  con  ellos.  Pedro es  especial,  y  creo  que  cuanto  más  tiempo pasen juntos, más te darás cuenta de lo especial que es.

Nadia extendió el brazo para tomar la mano de Paula.

—Espero que lo que te he dicho te haya servido de alguna ayuda.

Nadia le devolvió la sonrisa.

—Así  es  —Paula sabía  que  tenía  que  contarle  a  Pedro lo  del  bebé.  Y  tomara  la  decisión que tomase con respecto al futuro, tendría que aceptarlo.

Propuesta: Capítulo 38

—No me pareció buena idea porque últimamente está lloviendo mucho. No es buena época para iniciar ningún tipo de construcción. Además, no es que te vayas a mudar a la casa ni nada de eso.

—Eso tú no lo sabes.

Pedro detuvo la camioneta ante la casa y giró la llave para detener el motor. Se volvió a mirarla.

—¿No? Pensaba que sí. ¿Por qué tendrías que volver a tu casa?

 En lugar de mirarle a los ojos, Paula miró por la ventanilla hacia la casa de Pedro, que él consideraba la casa de ambos.

—Se  supone  que  nuestro  matrimonio sólo durará  un  año y voy  a  necesitar  un  lugar donde vivir cuando finalmente acabe.

Sus palabras fueron como una patada en el estómago. ¿Estaba ya pensando en el  momento  en que iba a dejarle?  ¿Por qué?  Creía que las cosas  entre  los dos iban maravillosamente bien.

 —¿Qué es lo que pasa, Paula?

—No  pasa  nada.  Pero  tengo  que  ser  realista  y  recordar  que,  aunque  nos  gusta  compartir la cama, la razón por la que nos casamos deriva de tu proposición, la cual acepté conociendo bien las condiciones. Y son condiciones que no debemos olvidar.

Pedro se limitó a mirarla mientras juraba por lo bajo. ¿Pensaba que lo único que había entre ambos era el hecho de compartir la cama?

—Gracias por recordármelo, Paula—entonces salió de la camioneta.

Aquélla fue la primera noche que compartieron la cama sin hacer el amor. Paula se sentía herida y no estaba segura de qué debía hacer. Estaba intentando proteger su corazón, sobre todo después de los resultados de la prueba de embarazo que se había hecho hacía unos días. Pedro era un  hombre  honrado.  El tipo de  hombre  que  se  quedaría  con  ella  porque era la madre de su hijo. Y ella no estaba  pensando en sí  misma,  sino en el  niño.  Se  había criado  en  una  casa  sin  amor  y  se  negaba  a  someter a  su  hijo  a  algo  parecido.  Pedro  nunca  llegaría  a  entenderlo  porque sus  padres se  habían  querido  y  habían  sido  un  ejemplo  a  seguir  para  sus  hijos.  Se  veía  en  el  modo  en  el  cual  sus  primos  y  hermanos  trataban  a  sus  esposas.  Se  veía  claramente  que  eran  relaciones  llenas  de  amor,  del  tipo  que  duran  toda  la  vida.  Pero  no  esperaba  un  compromiso  semejante de él. No entraba en sus planes y ésa no había sido su proposición. Sabía  que  él  estaba  despierto  por  el  sonido  de  su  respiración,  pero  estaban  tumbados  dándose  la  espalda.  Se  habían  acostado  sin  intercambiar  palabra.  De  hecho, él apenas la había mirado antes de meterse bajo las mantas. La cama se movió y ella contuvo la respiración deseando que, a pesar de lo que le  había  recordado,  él  todavía  la  quisiera.  Pero  él  truncó  sus  esperanzas  cuando,  en  lugar acercarse a ella, salió de la cama y abandonó la habitación. ¿Pensaba regresar a la cama o se iría a dormir a algún otro sitio? ¿En el sofá? ¿En su camioneta?  No  pudo  evitar  que  las  lágrimas  se  derramasen por su rostro. Ella era la única culpable.  Nadie  le  pidió  que  se  enamorase.  No  debería  haber  puesto  su  corazón  en  ello. Pero lo había hecho y estaba pagando el precio.


—Muy bien ¿Qué demonios te pasa, Pedro?  No  te  pega  cometer  un  error  tan  estúpido y el que has cometido es garrafal —dijo Pablo—. Es el caballo más preciado del jeque y lo que has hecho podía haberle costado una pata.

Pedro se enfadó.

—Maldita sea, Pablo, sé lo que he hecho. No hace falta que me lo recuerdes. Luego miró a Leonardo y esperó a escuchar lo que tuviese que decir. Agradeció que no dijera una sola palabra.

—Miren, chicos. Lamento mi error. Tengo muchas cosas en la cabeza. Creo que me  tomaré  el  día  libre  antes  de  provocar un desastre  mayor  —y  se encaminó  al  granero de Pablo.

Estaba ensillando su caballo para marcharse cuando apareció Leonardo.

—Eh, tío, ¿quieres que hablemos?

—No.

—Vamos,  Pepe, está claro  que  hay  problemas  en  el  paraíso  de  la  Casa de Pedro.  No  me  considero  un  experto  en  estas  cosas,  pero  sabes  que  Mariana y  yo  atravesamos  muchas dificultades antes de casarnos.

—¿Y después de casarte?

Leonardo se echó a reír.

—¿Quieres que te haga una lista?  Lo  más importante  a  tener  en  cuenta  es  que  son  dos  personas  con  personalidades  diferentes  y  que  eso  ya  de  por  sí  puede  ser  fuente de conflictos. La solución más efectiva es una comunicación abierta y sincera. Nosotros hablamos abiertamente y luego hacemos el amor. Siempre funciona. Ah, y recuerda que de vez en cuando tienes que recordarle lo mucho que la quieres.

—Puedo  manejarme  con  las  dos  primeras  cosas  que  has  dicho,  pero  con  la  última no.

—¿Cómo? ¿No puedes decirle a tu esposa que la quieres?

Pedro suspiró.

—No, no puedo hacerlo.

Leonardo se le quedó mirando un rato y luego dijo:

—Creo que lo mejor será que empieces desde el principio.

 En menos de diez minutos, Pedro le contó todo a Leonardo, básicamente porque su  primo  se  limitó a  escucharle  sin  preguntar  nada.  Pero una  vez que  hubo acabado,  comenzaron las preguntas y los comentarios.

Propuesta: Capítulo 37

Paula se sentía avariciosa  y  le alegró  que él  pretendiese   satisfacer sus necesidades. Le clavó las uñas en los hombros, sin importarle si lo estaba marcando de por vida. Entonces él retomó el ritmo y el placer de un modo que no se parecía a nada  que  ella  hubiese  experimentado  antes  y  que  le  nublaba  la  vista.  Pero  durante  todo el tiempo, ella siguió mirándole y vió cómo cada sonido, cada movimiento que hacía, le llegaba y lo empujaba a seguir. Entonces sintió que el cuerpo se le rompía en mil pedazos, gritó su nombre y él empezó  a  hundirse  en  ella  como  si  su  vida  dependiese  de  ello.  El orgasmo  que  la  recorrió  vació  sus  pulmones  mientras  él  la  embestía  de  forma  intensa  e  incesante  hasta casi hacerle perder el sentido. Y cuando escuchó el grito ronco que salía de los labios de Pedro y vio algo oscuro y turbulento en el fondo de sus ojos, lo perdió por completo y volvió a gritar a pleno pulmón sacudida hasta el fondo de su ser por un segundo orgasmo. Y  él  la  siguió,  mientras  seguía  penetrándola  con  más  fuerza.  Deslizó  los  dedos  por  su  pelo  y  se  inclinó  para  atrapar  de  sus  labios  el  temblor  de  su  cuerpo.  En  ese  momento ella quiso decirle todas las palabras que se habían formado en su corazón, palabras de amor que quería que él escuchase. Pero no pudo. Aquello era todo entre ambos.  Ella  lo  había  aceptado  hacía  mucho  tiempo.  Y  por  el  momento  estaba  satisfecha y contenta.  Y  cuando  llegase  en  día  en  que  él  quisiera  que  se  marchase,  recuerdos  de  este  tipo la sostendrían y le ayudarían a sobrevivir cada instante que pasara sin él. Y pidió a Dios que le bastase con esos recuerdos.

—¿Cuándo  vamos  a  organizar  la  recepción?  —preguntó  Sofía cuando  los  Afonso comieron juntos en casa de Federico unas semanas más tarde.

 Paula miró a Pedro en silencio y éste se encogió de hombros y dijo:

—Piensa en varias fechas, a ver si nos vienen bien.

Sofía comentó que el primer fin de semana de agosto era perfecto porque los Alfonso que estudiaban en la universidad estarían en casa y Micaela, que estaba en  Pekín,  le  había  dicho  que  estaría  de  vuelta  en  los  Estados  Unidos  para esa fecha.  Camila, que  esperaba  un  hijo, había  obtenido  el  permiso  del  médico  para  viajar  desde Australia.

Pedro volvió  a  mirar  a  Paula.  Algo  le  pasaba  a  su  mujer.  Sabía  que  le  había  afectado  lo  de  los  gemelos  Chaves.  Debido a  la  cantidad  de  pruebas  existentes  en  su   contra,   el   abogado  había  convencido  a  los  padres de que confesaran su culpabilidad para intentar obtener una sentencia menos dura. Sin   embargo,   debido   a   diabluras   anteriores  que  les habían ocasionado   problemas con la ley, el juez no fue indulgente y les condenó a dos años. Paula había insistido  en  acudir  a  la  lectura  de  la  sentencia  a  pesar  de  las  advertencias  de  Pedro.  Antonio, quien todavía se negaba a aceptar su responsabilidad, montó una escena y acusó  a  Paula de  lo  que  les  había  pasado  a  sus  nietos.  Desde  aquel  día,  Pedro había  detectado  un  cambio  en  ella.  Había  empezado  a  apartarse de él.  Y  había  intentado  que hablaran, pero ella se había negado a hacerlo.

—¿Qué les parece entonces? —preguntó Sofía, volviendo a captar su atención.

Él miró a Paula.

—¿Qué opinas, cariño?

Ella esbozó una sonrisa que él sabía que estaba forzando.

—Por  mí  la  fecha  está  bien.  Dudo  que  mis  padres  fuesen  a  venir  de  todas  formas.

—Pues entonces se perderán una buena fiesta —respondió Pedro.

Más tarde, cuando volvían a casa a caballo, Pedro acabó por descubrir lo que le pasaba a Paula.

 —Hoy me acerqué a  mi  rancho,  Pedro.  ¿Por  qué  no  me  dijiste  que  todavía  no  habían empezado las obras en la casa?

—No tenía por qué decírtelo. Sabías que me estaba ocupando de todo, ¿No?

—Sí. Pero asumí que las obras ya habían empezado.