Era la verdad. Por mucho que deseara lo contrario, tenía ganas de hacer negocios con ella, más de las que había tenido por algo en mucho tiempo.
—Bien —dijo ella asintiendo—. Déjame decirte que conozco esto como la palma de mi mano, y si yo conduzco tú podrás ver más cosas.
—De acuerdo. Y nada me gustaría más que tener a una mujer guapa como chófer.
—¿Qué te parece? —le preguntó ella.
—¿Que qué me parece? —musitó él.
Paula había estacionado la furgoneta junto al granero y fueron andando hasta los corrales. Estaban de pie uno al lado del otro con los brazos apoyados en lo alto de la valla; él estaba sobre la tierra y ella en el primer barrote, por lo que tenían los hombros a la misma altura y el ocasional roce de sus brazos generaba unas chispas que amenazaban con incendiar el agostado corazón de Paula. ¿Qué ocurriría si dejaba que las chispas se convirtiesen en llamas?
Paula intentó con todas sus fuerzas no notar la sutil fragancia de su loción de afeitado, o el calor de su cuerpo. Intentó apartar de su mente todas aquellas sensaciones; tenía cosas más importantes en las que pensar, como conseguir el contrato para el campeonato u olvidar que él no era el hombre enfadado que le había dicho que besaba como una niña pequeña. Él era ahora un hombre de verdad, y ella una mujer que estaba lo suficientemente cerca como para sentir los desenfrenados efectos de su masculinidad. Se quedó sin aliento cuando sus miradas se encontraron y no pudo evitar preguntarse qué estaría pasando por la mente de él.
—¿Qué te parece? —repitió ella.
—El rancho tiene buen aspecto —dijo él con cuidado—, incluso mejor de lo que yo recordaba. Has cambiado algunas cosas. ¿Me vas a hablar del proyecto en el que estás trabajando?
Quería decirle que no. La asustaba que él se diese cuenta de lo mucho que lo necesitaba; ya era suficientemente malo cuando solo tenía que preocuparse por los recuerdos que él pudiera tener de lo que ella hizo. Pero ahora sabía cómo había averiguado él que la chica a la que amaba, amaba a otra persona, y ella sabía mejor que nadie lo que dolía aquello. Si él estuviese esperando para vengarse, en aquel momento tenía la oportunidad perfecta: lo único que tenía que hacer era celebrar el rodeo en otro lugar. Los planes de Paula no fallarían, pero le llevaría mucho más tiempo llevarlos a cabo, y el tiempo era su enemigo. La publicidad que le brindaría el rodeo le sería de mucha ayuda. Quizá pudiese evitar la pregunta.
—¿Qué es lo que buscas para celebrar el rodeo? —le preguntó.
Pedro se alzó el sombrero ligeramente.
—Lo primero, muchas tierras. Hace falta sitio para un estacionamiento, además de sitio para caravanas y campistas. No estás demasiado lejos de la carretera, así que eso es una ventaja.
—¿Qué más?
—Espacio para tribunas portátiles y casetas de comida, y un corral lo suficientemente grande para celebrar los torneos.
—Lo tengo todo —dijo señalando las zonas delimitadas por las vallas—. Hay tres ruedos, y uno es lo suficientemente grande como para albergar tres de los eventos.
—Ya me he dado cuenta. Lo que quiero saber es por qué.
—¿Qué? —preguntó ella.
—¿Por qué tienes tres? ¿Para qué los necesitas y por qué está la tierra tan blanda y removida? —dijo él mirándola de nuevo—. ¿Qué tienes guardado en la manga? —le preguntó.
—Haces que parezca que estoy intentando conseguir dinero rápido.
—No quería decir eso —dijo él, se dió la vuelta para apoyarse en la valla y cruzó los brazos sobre su impresionante pecho.
Para apartar sus pensamientos de aquella masculina pose, Paula sostuvo su mirada. Después, se bajó de la valla y se irguió.
—Estoy preparando el rancho para abrirlo al público —le dijo.
—¿No te referirás a un rancho de vacaciones? —dijo con la misma expresión de sorpresa que cuando se cayó a la piscina.
Ella asintió.
—Los rodeos son para distintas actividades: montar a caballo, enlazar. Si un principiante se cae, es mejor que lo haga sobre tierra blanda.
—¿Por qué?
—Porque es más blanda y...
Pedro negó con la cabeza.
—Lo que quiero decir es: ¿Por qué dejar de ser un rancho de trabajo?
—Seguirá siendo un rancho de trabajo; mientras a mí me quede aliento, yo haré ese tipo de trabajo. Pero es algo que siempre he querido hacer, enseñarles lo que es el silencio a las personas que viven un ritmo de vida acelerado. Dejar que saboreen el auténtico estilo de vida del oeste.
—¿Y qué más?
Ella no quería aparentar que no lo había entendido; cualquiera en Destiny podía contárselo si preguntaba.
jueves, 30 de noviembre de 2017
Irresistible: Capítulo 7
—Eras la más rápida: catorce segundos la última vez que te ví.
—Después no volví a competir.
—¿Por qué? Eras muy buena.
—No tenía el apoyo de mi padre —dijo frunciendo el ceño. Aquel gesto indicaba que había otras razones, pero se cerró en banda—. Me sorprende que te acuerdes de mis marcas.
Él no estaba menos sorprendido. A pesar suyo, todos los recuerdos de aquella época estaban volviendo.
—Tu tiempo era igual que tu edad —dijo él.
—Estoy impresionada. Memoria asociativa; es una buena técnica.
—¿Me estás halagando?
—¡Cielos! Tu ego es el doble del tamaño de Texas.
Él se rió. Le gustaba su sinceridad; le habían hecho demasiados cumplidos falsos a lo largo de su vida.
—Volviendo al rodeo...
Ella se apoyó en la encimera.
—¿Te dijo Marcos que yo estaba interesada?
—Me contó que tienes un proyecto en marcha, y que el campeonato te vendría bien para financiarlo —dijo él.
La verdad es que cuando se enteró, había sentido verdadera curiosidad.
—Si ya conoces el rancho —dijo ella—, ¿Por qué tienes que inspeccionarlo?
Era una buena pregunta. La primera reacción de Pedro había sido buscar otro sitio, pero los participantes se merecían el mejor sitio para demostrar su talento.
—Mis recuerdos del rancho son de hace diez años. Tengo que comprobar que reúne condiciones para los espectadores y los animales, y que las instalaciones son adecuadas. Hay muchas cosas a tener en cuanta además de programar la fecha y la hora: el equipo necesario, los vendedores, los suministros... y eso sin mencionar el presupuesto.
Ella sonrió.
—Hablas como un auténtico hombre de negocios.
Él se encogió de hombros. Aquella sonrisa iluminó la cara de Paula, y Pedro se sorprendió por su propia reacción. Hasta aquel día ella había sido la vecina de al lado, la hermana pequeña, pero ahora tenía algo diferente a lo que él recordaba. La miró más detenidamente. Sus ojos castaños eran acogedores y cálidos, y parecían más grandes y más bonitos; su cara era la de una mujer, al igual que su cuerpo. Seguía siendo menuda, pero tenía unas perfectas proporciones y la camisa de algodón que llevaba resaltaba la forma y el tamaño de su pecho. No era como las admiradoras que lo habían perseguido en el circuito, pero se amoldaría perfectamente a las manos de un hombre. A sus manos... Apartó aquel pensamiento rápidamente; no quería saber cómo se adaptaría a sus manos. Pero no podía apartar su mirada de ella, y bajó la vista hasta su delgada cintura. Los pantalones ciclistas de color caqui que llevaba dejaban a la vista las estilizadas piernas, y Pedro se preguntó qué aspecto tendría con unos vaqueros viejos lo suficientemente suaves como para acariciar su trasero como si fuese la mano de un amante. Apostaría cualquier cosa a que podría dejar a todos los hombres del público con la boca abierta. Pero se dijo que aquella era solo una observación imparcial e impersonal en la que no encajaba ningún sentimiento suyo. Nada más. Ella era una mujer por la que cualquier hombre se sentiría orgulloso de tener a su lado. Cualquier hombre menos él.
—¿Quieres que te enseñe el lugar o prefieres ir tú solo? —le preguntó.
Después de los pensamientos que acababa de tener, estaría loco si aceptaba su oferta. El sentido común le decía que fuese solo, como hacía siempre.
—Sería una ayuda si me lo enseñas tú —dijo antes de darse cuenta.
¿A quién ayudaría? Desde luego a él no. Las mujeres lo habían estado traicionando desde que tenía diez años. Habría preferido hacer negocios con el padre de Paula; al menos con él habría sabido a qué atenerse, sin sorpresas. Pedro odiaba las sorpresas.
—De acuerdo —dijo ella—. Mi furgoneta está detrás.
—Vamos en la mía —replicó él.
—¿No serás uno de esos hombres que tienen prejuicios hacia las mujeres conductoras? —le preguntó enarcando una ceja.
Él atrapó su mirada y vió un brillo en sus ojos. Sonrió de forma burlona; su sangre se estaba calentando al calor del fuego de ella.
—¿Qué pasa si lo soy?
—Pue que tendremos más problemas que el de qué furgoneta llevar —dijo ella.
—¿Por qué?
—Me apellido Chaves, estoy al cargo de esto y vas a tener que hacer negocios conmigo.
—No tengo ningún problema con eso.
—¿Estás seguro? —le preguntó como si hubiese algo que él debiera saber.
—Completamente —contestó él.
—Después no volví a competir.
—¿Por qué? Eras muy buena.
—No tenía el apoyo de mi padre —dijo frunciendo el ceño. Aquel gesto indicaba que había otras razones, pero se cerró en banda—. Me sorprende que te acuerdes de mis marcas.
Él no estaba menos sorprendido. A pesar suyo, todos los recuerdos de aquella época estaban volviendo.
—Tu tiempo era igual que tu edad —dijo él.
—Estoy impresionada. Memoria asociativa; es una buena técnica.
—¿Me estás halagando?
—¡Cielos! Tu ego es el doble del tamaño de Texas.
Él se rió. Le gustaba su sinceridad; le habían hecho demasiados cumplidos falsos a lo largo de su vida.
—Volviendo al rodeo...
Ella se apoyó en la encimera.
—¿Te dijo Marcos que yo estaba interesada?
—Me contó que tienes un proyecto en marcha, y que el campeonato te vendría bien para financiarlo —dijo él.
La verdad es que cuando se enteró, había sentido verdadera curiosidad.
—Si ya conoces el rancho —dijo ella—, ¿Por qué tienes que inspeccionarlo?
Era una buena pregunta. La primera reacción de Pedro había sido buscar otro sitio, pero los participantes se merecían el mejor sitio para demostrar su talento.
—Mis recuerdos del rancho son de hace diez años. Tengo que comprobar que reúne condiciones para los espectadores y los animales, y que las instalaciones son adecuadas. Hay muchas cosas a tener en cuanta además de programar la fecha y la hora: el equipo necesario, los vendedores, los suministros... y eso sin mencionar el presupuesto.
Ella sonrió.
—Hablas como un auténtico hombre de negocios.
Él se encogió de hombros. Aquella sonrisa iluminó la cara de Paula, y Pedro se sorprendió por su propia reacción. Hasta aquel día ella había sido la vecina de al lado, la hermana pequeña, pero ahora tenía algo diferente a lo que él recordaba. La miró más detenidamente. Sus ojos castaños eran acogedores y cálidos, y parecían más grandes y más bonitos; su cara era la de una mujer, al igual que su cuerpo. Seguía siendo menuda, pero tenía unas perfectas proporciones y la camisa de algodón que llevaba resaltaba la forma y el tamaño de su pecho. No era como las admiradoras que lo habían perseguido en el circuito, pero se amoldaría perfectamente a las manos de un hombre. A sus manos... Apartó aquel pensamiento rápidamente; no quería saber cómo se adaptaría a sus manos. Pero no podía apartar su mirada de ella, y bajó la vista hasta su delgada cintura. Los pantalones ciclistas de color caqui que llevaba dejaban a la vista las estilizadas piernas, y Pedro se preguntó qué aspecto tendría con unos vaqueros viejos lo suficientemente suaves como para acariciar su trasero como si fuese la mano de un amante. Apostaría cualquier cosa a que podría dejar a todos los hombres del público con la boca abierta. Pero se dijo que aquella era solo una observación imparcial e impersonal en la que no encajaba ningún sentimiento suyo. Nada más. Ella era una mujer por la que cualquier hombre se sentiría orgulloso de tener a su lado. Cualquier hombre menos él.
—¿Quieres que te enseñe el lugar o prefieres ir tú solo? —le preguntó.
Después de los pensamientos que acababa de tener, estaría loco si aceptaba su oferta. El sentido común le decía que fuese solo, como hacía siempre.
—Sería una ayuda si me lo enseñas tú —dijo antes de darse cuenta.
¿A quién ayudaría? Desde luego a él no. Las mujeres lo habían estado traicionando desde que tenía diez años. Habría preferido hacer negocios con el padre de Paula; al menos con él habría sabido a qué atenerse, sin sorpresas. Pedro odiaba las sorpresas.
—De acuerdo —dijo ella—. Mi furgoneta está detrás.
—Vamos en la mía —replicó él.
—¿No serás uno de esos hombres que tienen prejuicios hacia las mujeres conductoras? —le preguntó enarcando una ceja.
Él atrapó su mirada y vió un brillo en sus ojos. Sonrió de forma burlona; su sangre se estaba calentando al calor del fuego de ella.
—¿Qué pasa si lo soy?
—Pue que tendremos más problemas que el de qué furgoneta llevar —dijo ella.
—¿Por qué?
—Me apellido Chaves, estoy al cargo de esto y vas a tener que hacer negocios conmigo.
—No tengo ningún problema con eso.
—¿Estás seguro? —le preguntó como si hubiese algo que él debiera saber.
—Completamente —contestó él.
Irresistible: Capítulo 6
—¿De verdad? —preguntó ella—. ¿Lo dices también por Camila?
Pedro intuyó que su respuesta significaría mucho para ella.
—Sí. Yo no soy el mismo chico inmaduro, y según me has dicho, Camila ha seguido adelante. Ahora que está casada y seguramente con un par de hijos...
Paula negó con la cabeza.
—No ha habido nadie más desde Diego.
—Resulta difícil creerlo.
—¿Por lo guapa que es? —dijo ella, y continuó antes de que él contestase—. Ha estado dedicada a la carrera y después a su trabajo, pero creo que hay otra razón. Es mujer de un solo hombre —añadió como si intentase convencerlo.
—¿Tú también? —preguntó Pedro.
Paula se sonrojó y bajó la mirada.
—No estamos hablando de mí.
—Podríamos hacerlo.
—No —dijo ella negando con la cabeza—. Preferiría que hablásemos de tí.
Pedro asintió. No tenía nada que perder por hacerlo.
—De acuerdo. Después de Camila, yo también seguí adelante.
—Lo sé —dijo ella, aunque no lo miraba—. Aún recuerdo los artículos en la prensa. ¿Qué se siente al estar en la lista de los vaqueros más solicitados de Texas? ¿Tienen una novia en cada puerto?
—Eso es para los marineros. Además, no te creas todo lo que lees —contestó él.
La tensión que sentía en su cuerpo hacía que Paula quisiera subirse a la silla de montar y domarlo. Pero no podía.
—Me alegro de que Camila esté bien y le deseo lo mejor. No le guardo rencor —añadió.
—Me alegro —dijo ella con convencimiento—. Me gustaría que mi padre te viese ahora; eres una persona con éxito.
¿Tendría tanto éxito si Diego estuviese aún vivo? Le gustaba pensar que la rivalidad los había hecho mejorar a los dos, y que habría podido ganar a Diego Adams. Él quería ser el número uno, pero, al faltar Diego, ya nunca sabría si realmente lo era.
—Me enteré del fallecimiento de tu padre —dijo Pedro.
—Sí. Fue de un ataque al corazón, hace poco más de un año.
—Lo siento.
Paula asintió.
—No era un hombre duro, sino todo lo contrario —comentó.
—Si tú lo dices.
—Le costaba demostrar sus sentimientos, incluso con Cami y conmigo. Era su forma de ser. Pero nunca se perdió ningún acontecimiento del colegio, ni deportivo. No creo que le desagradase el rodeo, sino el hecho de que yo participase en él.
—No tengo nada que decir al respecto. Tú lo conocías mejor que yo.
—Sí, y sé que se alegraría de que te vaya tan bien; de verdad —dijo ella—. Pero no manifestaba sus sentimientos por los demás. Solo lo hacía en relación con el rancho. La verdad es que tú me recuerdas mucho a él —añadió—; creo que tú también escondes tu lado sensible.
—Solía hacerlo cuando era más joven, porque tenía mucho que demostrar.
Paula le lanzó una mirada especulativa.
—¿Por qué cosas se preocupa tu lado sensible? —le preguntó.
—Por el rodeo —contestó él. —Así que, ¿No has vuelto para demostrar nada? —preguntó ella.
Parecía ver algo de lo que él no era consciente.
—Estoy aquí para asegurarme de que se celebra el campeonato. Eso es todo.
Sin embargo, aún no sabía por qué había aceptado la sugerencia de Marcos para ser presidente. Iba a decir que no, pero cuando se quiso dar cuenta había aceptado.
—Ya sabrás que estoy interesada en que se celebre aquí —dijo Paula.
—Marcos me lo dijo —asintió él—. Y supongo que tú sabrás que él se ha hecho cargo del negocio de su padre.
—Sí. Seguimos alimentando y cuidando algunos de sus animales para los rodeos.
—Yo trabajaba en la gasolinera para conseguir el dinero que tu padre me cobraba por practicar con los toros —dijo él rememorando imágenes en su mente y hablando más para sí mismo que para ella—. Así es como conocí a tu hermana —añadió, e inmediatamente se enfadó consigo mismo por no ser capaz de olvidar todo aquello.
—¿De qué hablaron Marcos y tú? —preguntó Paula ignorando el comentario de Pedro y reconduciendo la conversación a los negocios.
Mejor así, pensó él. Tenía que terminar con aquel constante retorno a los recuerdos.
—Le pregunté si había pensado dónde celebrar el campeonato, y él me sugirió este rancho. Tengo que confesar que me sorprendió, pero luego me enteré del fallecimiento de tu padre, que era a quien no le gustaban demasiado los rodeos.
—Eso no es del todo cierto. Criaba ganado para vender en los campeonatos; lo que ocurría es que no le gustaba que yo participase en las carreras. Verme competir fue lo que lo apartó del rancho.
Pedro sonrió al recordar.
Pedro intuyó que su respuesta significaría mucho para ella.
—Sí. Yo no soy el mismo chico inmaduro, y según me has dicho, Camila ha seguido adelante. Ahora que está casada y seguramente con un par de hijos...
Paula negó con la cabeza.
—No ha habido nadie más desde Diego.
—Resulta difícil creerlo.
—¿Por lo guapa que es? —dijo ella, y continuó antes de que él contestase—. Ha estado dedicada a la carrera y después a su trabajo, pero creo que hay otra razón. Es mujer de un solo hombre —añadió como si intentase convencerlo.
—¿Tú también? —preguntó Pedro.
Paula se sonrojó y bajó la mirada.
—No estamos hablando de mí.
—Podríamos hacerlo.
—No —dijo ella negando con la cabeza—. Preferiría que hablásemos de tí.
Pedro asintió. No tenía nada que perder por hacerlo.
—De acuerdo. Después de Camila, yo también seguí adelante.
—Lo sé —dijo ella, aunque no lo miraba—. Aún recuerdo los artículos en la prensa. ¿Qué se siente al estar en la lista de los vaqueros más solicitados de Texas? ¿Tienen una novia en cada puerto?
—Eso es para los marineros. Además, no te creas todo lo que lees —contestó él.
La tensión que sentía en su cuerpo hacía que Paula quisiera subirse a la silla de montar y domarlo. Pero no podía.
—Me alegro de que Camila esté bien y le deseo lo mejor. No le guardo rencor —añadió.
—Me alegro —dijo ella con convencimiento—. Me gustaría que mi padre te viese ahora; eres una persona con éxito.
¿Tendría tanto éxito si Diego estuviese aún vivo? Le gustaba pensar que la rivalidad los había hecho mejorar a los dos, y que habría podido ganar a Diego Adams. Él quería ser el número uno, pero, al faltar Diego, ya nunca sabría si realmente lo era.
—Me enteré del fallecimiento de tu padre —dijo Pedro.
—Sí. Fue de un ataque al corazón, hace poco más de un año.
—Lo siento.
Paula asintió.
—No era un hombre duro, sino todo lo contrario —comentó.
—Si tú lo dices.
—Le costaba demostrar sus sentimientos, incluso con Cami y conmigo. Era su forma de ser. Pero nunca se perdió ningún acontecimiento del colegio, ni deportivo. No creo que le desagradase el rodeo, sino el hecho de que yo participase en él.
—No tengo nada que decir al respecto. Tú lo conocías mejor que yo.
—Sí, y sé que se alegraría de que te vaya tan bien; de verdad —dijo ella—. Pero no manifestaba sus sentimientos por los demás. Solo lo hacía en relación con el rancho. La verdad es que tú me recuerdas mucho a él —añadió—; creo que tú también escondes tu lado sensible.
—Solía hacerlo cuando era más joven, porque tenía mucho que demostrar.
Paula le lanzó una mirada especulativa.
—¿Por qué cosas se preocupa tu lado sensible? —le preguntó.
—Por el rodeo —contestó él. —Así que, ¿No has vuelto para demostrar nada? —preguntó ella.
Parecía ver algo de lo que él no era consciente.
—Estoy aquí para asegurarme de que se celebra el campeonato. Eso es todo.
Sin embargo, aún no sabía por qué había aceptado la sugerencia de Marcos para ser presidente. Iba a decir que no, pero cuando se quiso dar cuenta había aceptado.
—Ya sabrás que estoy interesada en que se celebre aquí —dijo Paula.
—Marcos me lo dijo —asintió él—. Y supongo que tú sabrás que él se ha hecho cargo del negocio de su padre.
—Sí. Seguimos alimentando y cuidando algunos de sus animales para los rodeos.
—Yo trabajaba en la gasolinera para conseguir el dinero que tu padre me cobraba por practicar con los toros —dijo él rememorando imágenes en su mente y hablando más para sí mismo que para ella—. Así es como conocí a tu hermana —añadió, e inmediatamente se enfadó consigo mismo por no ser capaz de olvidar todo aquello.
—¿De qué hablaron Marcos y tú? —preguntó Paula ignorando el comentario de Pedro y reconduciendo la conversación a los negocios.
Mejor así, pensó él. Tenía que terminar con aquel constante retorno a los recuerdos.
—Le pregunté si había pensado dónde celebrar el campeonato, y él me sugirió este rancho. Tengo que confesar que me sorprendió, pero luego me enteré del fallecimiento de tu padre, que era a quien no le gustaban demasiado los rodeos.
—Eso no es del todo cierto. Criaba ganado para vender en los campeonatos; lo que ocurría es que no le gustaba que yo participase en las carreras. Verme competir fue lo que lo apartó del rancho.
Pedro sonrió al recordar.
Irresistible: Capítulo 5
—¿No te contó Camila por qué rompimos? —preguntó Pedro.
—No supe nada hasta que se fugaron —dijo ella, y sus ojos reflejaban tristeza y furia al mismo tiempo.
—¿Cómo se lo tomó tu padre?
—Mejor de lo que esperaba.
—Así que no signifiqué mucho ni para el padre ni para la hija.
Ella lo miró fijamente.
—No lo planeó, Pedro. Simplemente ocurrió, se enamoró y...
—Y pasó por encima del que se pusiese en su camino —interrumpió él.
Ya no sentía ningún interés por Camila, así que, ¿Por qué estaba reviviendo aquello? ¿Para apartar de sí a Paula? No tenía necesidad, ya que ella pertenecía a la familia fundadora de Destiny y su padre había dejado claro que lo odiaba. O al menos que a su hija le gustase. Y Paula probablemente compartía aquel sentimiento de su padre y tenía mala opinión de él.
—Camila nunca te habría traicionado deliberadamente —dijo ella, y una sombra nubló su cara—. Creo que todo ocurrió muy deprisa y no quería hacerte daño. Conozco a mi hermana y sé lo mal que se sentía.
—Pues entonces me cuesta creer que no supieses nada. «Y que no me lo dijeses» añadió para sí.
—¿Me estás llamando mentirosa?
—¿Te apellidas Chaves?
—Nadie quiso ponerte en ridículo a propósito, Pedro.
La creyese o no, el hecho era que aquello ocurrió hacía diez años. Hacía mucho tiempo que no pensaba en Camila, ¿Por qué salía todo de nuevo a la luz al volver a Destiny?
—Tienes razón. Lo siento —dijo él pasándose la mano por la nuca.
—Aquel primer año en el circuito de rodeo debió de ser duro para tí —dijo Paula—, pues tenías que ver a Camila y a Diego todo el tiempo.
Lo último que Pedro quería era su compasión.
—Solo fue duro porque quedé segundo.
Paula iba a decir algo, pero él siguió hablando del campeonato.
—La competición fue buena para la publicidad. La aprovecharon al máximo.
—Hasta que Diego se mató —dijo ella—. ¿Estabas allí?
—En aquella ocasión no participé —dijo él negando con la cabeza—, tenía un tirón.
Pero se había enterado, e intentó contactar con Camila. Sin embargo, o no la localizó o ella no quiso hablar con él. De cualquier modo, había pasado mucho tiempo.
—Camila rehízo su vida y siguió adelante —dijo Paula suspirando—. Pero fue injusto, disfrutaron muy poco tiempo juntos.
¿Injusto? Desde luego. Pero él también sabía algo sobre la injusticia. La mujer que creía suya lo dejó por su rival, y él lo uperó. Solo en otra ocasión se volvió a arriesgar y resultó ser otro gran error. Había decidido no volver a bajar la guardia con ninguna mujer, y no iba a dejar de hacerlo en aquel momento. Miró alrededor y se dió cuenta de que había toques femeninos por todas partes, toques caseros. Una sensación de vacío se apoderó de él.
—Aprendí también otra cosa —dijo él con más aspereza de la que pretendía.
—¿Qué?
—Que la vida no es justa, y que a las personas no les importa mucho la justicia. Se forman una opinión sobre algo y no hay forma de cambiarlo. Por ejemplo, dan por supuesto siempre que, de tal palo, tal astilla. Tu padre me lo recordaba constantemente.
—Sí. Pero yo sé que no eres precisamente una astilla —dijo ella y se mordió el labio para contener una sonrisa.
A Pedro se le había olvidado que Paula ya era capaz de ironizar de aquella forma cuando tenía catorce años. Ahora se le daba mucho mejor; con pocas palabras le había dicho que se estaba excediendo y al mismo tiempo lo había hecho sonreír.
—Tienes razón sobre mi padre —dijo—pero no creo que sirva de nada decirte que lo siento.
—Fue hace mucho tiempo —dijo él cruzando los brazos—. Es agua pasada.
—No supe nada hasta que se fugaron —dijo ella, y sus ojos reflejaban tristeza y furia al mismo tiempo.
—¿Cómo se lo tomó tu padre?
—Mejor de lo que esperaba.
—Así que no signifiqué mucho ni para el padre ni para la hija.
Ella lo miró fijamente.
—No lo planeó, Pedro. Simplemente ocurrió, se enamoró y...
—Y pasó por encima del que se pusiese en su camino —interrumpió él.
Ya no sentía ningún interés por Camila, así que, ¿Por qué estaba reviviendo aquello? ¿Para apartar de sí a Paula? No tenía necesidad, ya que ella pertenecía a la familia fundadora de Destiny y su padre había dejado claro que lo odiaba. O al menos que a su hija le gustase. Y Paula probablemente compartía aquel sentimiento de su padre y tenía mala opinión de él.
—Camila nunca te habría traicionado deliberadamente —dijo ella, y una sombra nubló su cara—. Creo que todo ocurrió muy deprisa y no quería hacerte daño. Conozco a mi hermana y sé lo mal que se sentía.
—Pues entonces me cuesta creer que no supieses nada. «Y que no me lo dijeses» añadió para sí.
—¿Me estás llamando mentirosa?
—¿Te apellidas Chaves?
—Nadie quiso ponerte en ridículo a propósito, Pedro.
La creyese o no, el hecho era que aquello ocurrió hacía diez años. Hacía mucho tiempo que no pensaba en Camila, ¿Por qué salía todo de nuevo a la luz al volver a Destiny?
—Tienes razón. Lo siento —dijo él pasándose la mano por la nuca.
—Aquel primer año en el circuito de rodeo debió de ser duro para tí —dijo Paula—, pues tenías que ver a Camila y a Diego todo el tiempo.
Lo último que Pedro quería era su compasión.
—Solo fue duro porque quedé segundo.
Paula iba a decir algo, pero él siguió hablando del campeonato.
—La competición fue buena para la publicidad. La aprovecharon al máximo.
—Hasta que Diego se mató —dijo ella—. ¿Estabas allí?
—En aquella ocasión no participé —dijo él negando con la cabeza—, tenía un tirón.
Pero se había enterado, e intentó contactar con Camila. Sin embargo, o no la localizó o ella no quiso hablar con él. De cualquier modo, había pasado mucho tiempo.
—Camila rehízo su vida y siguió adelante —dijo Paula suspirando—. Pero fue injusto, disfrutaron muy poco tiempo juntos.
¿Injusto? Desde luego. Pero él también sabía algo sobre la injusticia. La mujer que creía suya lo dejó por su rival, y él lo uperó. Solo en otra ocasión se volvió a arriesgar y resultó ser otro gran error. Había decidido no volver a bajar la guardia con ninguna mujer, y no iba a dejar de hacerlo en aquel momento. Miró alrededor y se dió cuenta de que había toques femeninos por todas partes, toques caseros. Una sensación de vacío se apoderó de él.
—Aprendí también otra cosa —dijo él con más aspereza de la que pretendía.
—¿Qué?
—Que la vida no es justa, y que a las personas no les importa mucho la justicia. Se forman una opinión sobre algo y no hay forma de cambiarlo. Por ejemplo, dan por supuesto siempre que, de tal palo, tal astilla. Tu padre me lo recordaba constantemente.
—Sí. Pero yo sé que no eres precisamente una astilla —dijo ella y se mordió el labio para contener una sonrisa.
A Pedro se le había olvidado que Paula ya era capaz de ironizar de aquella forma cuando tenía catorce años. Ahora se le daba mucho mejor; con pocas palabras le había dicho que se estaba excediendo y al mismo tiempo lo había hecho sonreír.
—Tienes razón sobre mi padre —dijo—pero no creo que sirva de nada decirte que lo siento.
—Fue hace mucho tiempo —dijo él cruzando los brazos—. Es agua pasada.
martes, 28 de noviembre de 2017
Irresistible: Capítulo 4
—Leo la ección de finanzas del periódico todos los días. Tu empresa ha sido mencionada un par de veces en relación con unos proyectos aquí en Texas. Desde luego, es una empresa a la que merece la pena seguir de cerca.
—Eso intento —dijo él—. Pero echaba de menos el rodeo.
—¿Y quién no? Todo el mundo debería caer en el barro empujado por un toro furioso al menos una vez al día.
Los dos se rieron. Así es como Paula se sentía diez años atrás, antes de que todo se estropease. Como arcilla entre sus manos. Pero inmediatamente sofocó aquella sensación. No quería volver a sentirla, no quería volver a amar a un hombre enamorado de otra mujer.
—¿Cómo te convencieron para que te presentases a presidente de la asociación? —le preguntó.
—Marcos Hart me llamó.
—¿De verdad?
Marcos tenía un rancho en Destiny, y se había hecho cargo del negocio de su padre. Suministraba animales a los rodeos de todo el país. Pedro y él habían participado en rodeos juntos en el instituto.
—Sí. Hemos mantenido en contacto. La asociación estaba en apuros cuando dimitió el presidente; puso como excusa el trabajo y las obligaciones familiares. Como yo no tengo obligaciones familiares —dijo dejando la frase en el aire— Marcos pensó que podría ayudar, porque además tengo negocios en esta zona.
¡Así que no estaba casado! Paula sintió alegría.
—¿Y? —dijo, segura de que había una razón más importante para que Pedro hubiese aceptado.
—Me ofreció el puesto. Es solo temporal; no hubiese aceptado un cargo permanente.
—Marcos debía saber que por alguna razón, lo considerarías —dijo ella.
—Sí.
—¿Qué fue?
—Sabía que el rodeo me había salvado la vida.
Pedro no estaba seguro de por qué había dicho aquello, sobre todo al ver la cara de sorpresa de Paula. Ella intentó disimular y a él le pareció increíblemente atractivo verla intentarlo. Sintió que había algo especial en estar de vuelta en Destiny, y más aún en estar de nuevo con Paula Chaves en aquella habitación. Había dicho la verdad cuando al llegar le dijo que casi no la había reconocido. Ella había cambiado: el pelo castaño claro con mechas doradas le llegaba por los hombros, y sus ojos marrones, llenos de vida e inteligencia, lo retaban. Era una niña la última vez que la vió, pero aquella noche... Cuanto más tiempo pasaba en aquella cocina hablando con la hermana pequeña de Camila, más cosas recordaba. Se dejó llevar por los sentimientos: frustración, añoranza y enfado, que se convertían en ira e impotencia.
—¿Por qué dices que te salvó la vida?
—Ya sabes que yo era un niño al que nadie quería —dijo, y pensó: «ni siquiera tu hermana»—. Podría haber tomado cualquier camino en la vida.
—Conozco los antecedentes —dijo ella.
—Esa es una forma amable de decir que mi padre se marchó antes de que yo naciese y que mi madre se fugó con un trabajador de la construcción cuando yo tenía diez años.
¿Por qué se empeñaba Paula en hablar de algo que ya sabía? pensó furioso. Algo que él llevaba toda la vida intentando olvidar. No tenía ningún sentido.
—Bueno, es agua pasada —dijo ella sin ningún tipo de emoción en la voz.
Pedro estuvo a punto de sonreír.
—Para mí no, pero lo he asumido —dijo mintiendo a medias—. El caso es que por aquel entonces el rodeo era lo único que tenía y que se me daba bien.
—Eras la única persona más malvada y más loca que los propios toros —dijo ella.
—Tenía razones para ello —dijo haciendo una mueca—. Pero aprendí unas lecciones importantes.
—¿Cuáles? —preguntó ella en vista de que él no continuaba.
—No asentir con la cabeza a no ser que sea en serio.
—Solías decir que esa era la regla número uno para montar sobre un toro.
—Me sorprende que lo recuerdes.
—Tengo buena memoria —dijo ella.
«No como yo» pensó Pedro. No había muchas cosas buenas que recordar de aquella época.
—Pero me dí cuenta de que hay algo más importante que eso —dijo recordando otra regla de oro.
—¿Qué es?
—No cuentes con nadie más que contigo mismo.
Pedro vió la sombra que cruzó la bonita cara de Paula y se preguntó a qué podría deberse, pero no dijo nada.
—Creo que aprendiste una lección equivocada —dijo ella—. ¿Quién te la enseñó?
—Tu hermana. En el campeonato de rodeo, la noche en que la encontré acostada con Diego Adams.
—No sabía que te habías enterado de lo suyo de esa forma —dijo ella abriendo los ojos de par en par.
Pedro miró a todas partes excepto a Paula. Cuando por fin la miró a los ojos, la irritación que sentía se disolvió y se sintió ligeramente culpable, pues se dio cuenta de que su intención había sido conmocionarla. ¿Por qué? ¿Porque ella le hacía recordar todo lo que intentaba olvidar? Parecía una mujer franca, pero también había pensado lo mismo de su hermana y ella lo había dejado por otro. ¿Por qué iba ser Paula distinta? De todos modos, le daba igual, pues no andaba en busca de pareja, pero algo en ella lo atraía, y por aquella sola razón, se dijo a sí mismo, debía andarse con cuidado. Además, le resultaba difícil creer que Paula no sabía que había encontrado a los amantes en el coche de Diego, porque las dos hermanas siempre fueron como uña y carne. No obstante, aunque no recordaba muchas cosas de Paula, sí recordaba que era incapaz de fingir.
—Eso intento —dijo él—. Pero echaba de menos el rodeo.
—¿Y quién no? Todo el mundo debería caer en el barro empujado por un toro furioso al menos una vez al día.
Los dos se rieron. Así es como Paula se sentía diez años atrás, antes de que todo se estropease. Como arcilla entre sus manos. Pero inmediatamente sofocó aquella sensación. No quería volver a sentirla, no quería volver a amar a un hombre enamorado de otra mujer.
—¿Cómo te convencieron para que te presentases a presidente de la asociación? —le preguntó.
—Marcos Hart me llamó.
—¿De verdad?
Marcos tenía un rancho en Destiny, y se había hecho cargo del negocio de su padre. Suministraba animales a los rodeos de todo el país. Pedro y él habían participado en rodeos juntos en el instituto.
—Sí. Hemos mantenido en contacto. La asociación estaba en apuros cuando dimitió el presidente; puso como excusa el trabajo y las obligaciones familiares. Como yo no tengo obligaciones familiares —dijo dejando la frase en el aire— Marcos pensó que podría ayudar, porque además tengo negocios en esta zona.
¡Así que no estaba casado! Paula sintió alegría.
—¿Y? —dijo, segura de que había una razón más importante para que Pedro hubiese aceptado.
—Me ofreció el puesto. Es solo temporal; no hubiese aceptado un cargo permanente.
—Marcos debía saber que por alguna razón, lo considerarías —dijo ella.
—Sí.
—¿Qué fue?
—Sabía que el rodeo me había salvado la vida.
Pedro no estaba seguro de por qué había dicho aquello, sobre todo al ver la cara de sorpresa de Paula. Ella intentó disimular y a él le pareció increíblemente atractivo verla intentarlo. Sintió que había algo especial en estar de vuelta en Destiny, y más aún en estar de nuevo con Paula Chaves en aquella habitación. Había dicho la verdad cuando al llegar le dijo que casi no la había reconocido. Ella había cambiado: el pelo castaño claro con mechas doradas le llegaba por los hombros, y sus ojos marrones, llenos de vida e inteligencia, lo retaban. Era una niña la última vez que la vió, pero aquella noche... Cuanto más tiempo pasaba en aquella cocina hablando con la hermana pequeña de Camila, más cosas recordaba. Se dejó llevar por los sentimientos: frustración, añoranza y enfado, que se convertían en ira e impotencia.
—¿Por qué dices que te salvó la vida?
—Ya sabes que yo era un niño al que nadie quería —dijo, y pensó: «ni siquiera tu hermana»—. Podría haber tomado cualquier camino en la vida.
—Conozco los antecedentes —dijo ella.
—Esa es una forma amable de decir que mi padre se marchó antes de que yo naciese y que mi madre se fugó con un trabajador de la construcción cuando yo tenía diez años.
¿Por qué se empeñaba Paula en hablar de algo que ya sabía? pensó furioso. Algo que él llevaba toda la vida intentando olvidar. No tenía ningún sentido.
—Bueno, es agua pasada —dijo ella sin ningún tipo de emoción en la voz.
Pedro estuvo a punto de sonreír.
—Para mí no, pero lo he asumido —dijo mintiendo a medias—. El caso es que por aquel entonces el rodeo era lo único que tenía y que se me daba bien.
—Eras la única persona más malvada y más loca que los propios toros —dijo ella.
—Tenía razones para ello —dijo haciendo una mueca—. Pero aprendí unas lecciones importantes.
—¿Cuáles? —preguntó ella en vista de que él no continuaba.
—No asentir con la cabeza a no ser que sea en serio.
—Solías decir que esa era la regla número uno para montar sobre un toro.
—Me sorprende que lo recuerdes.
—Tengo buena memoria —dijo ella.
«No como yo» pensó Pedro. No había muchas cosas buenas que recordar de aquella época.
—Pero me dí cuenta de que hay algo más importante que eso —dijo recordando otra regla de oro.
—¿Qué es?
—No cuentes con nadie más que contigo mismo.
Pedro vió la sombra que cruzó la bonita cara de Paula y se preguntó a qué podría deberse, pero no dijo nada.
—Creo que aprendiste una lección equivocada —dijo ella—. ¿Quién te la enseñó?
—Tu hermana. En el campeonato de rodeo, la noche en que la encontré acostada con Diego Adams.
—No sabía que te habías enterado de lo suyo de esa forma —dijo ella abriendo los ojos de par en par.
Pedro miró a todas partes excepto a Paula. Cuando por fin la miró a los ojos, la irritación que sentía se disolvió y se sintió ligeramente culpable, pues se dio cuenta de que su intención había sido conmocionarla. ¿Por qué? ¿Porque ella le hacía recordar todo lo que intentaba olvidar? Parecía una mujer franca, pero también había pensado lo mismo de su hermana y ella lo había dejado por otro. ¿Por qué iba ser Paula distinta? De todos modos, le daba igual, pues no andaba en busca de pareja, pero algo en ella lo atraía, y por aquella sola razón, se dijo a sí mismo, debía andarse con cuidado. Además, le resultaba difícil creer que Paula no sabía que había encontrado a los amantes en el coche de Diego, porque las dos hermanas siempre fueron como uña y carne. No obstante, aunque no recordaba muchas cosas de Paula, sí recordaba que era incapaz de fingir.
Irresistible: Capítulo 3
—En su momento me pareció lo más adecuado —dijo él frunciendo el ceño, y aquel gesto le hizo recordar aquella noche junto a la piscina.
Paula quiso morderse la lengua. Nunca había podido pensar con claridad cuando estaba cerca de él. Se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja con gesto nervioso.
—¿Vamos a la cocina? ¿Quieres un vaso de té helado?
—Sí, gracias.
Ella lo invitó a que pasara delante, y Pedro encontró la cocina con la misma facilidad que si hubiese estado allí el día anterior. Paula pensó que de espaldas era casi tan atractivo como de frente, y se odió a sí misma por fijarse en aquello: una espalda ancha que se iba estrechando hasta su esbelta cintura. Su trasero, recogido en los gastados vaqueros, era casi una obra de arte, aunque se dijo que aquella era una observación puramente objetiva, porque no sentía nada por él. Cuando sus hormonas se apaciguaron, se dió cuenta de que Pedro cojeaba ligeramente. Recordó vagamente haber leído algo sobre un accidente, pero no en la prensa sensacionalista, que solo se dedicaba a equiparar sus conquistas amorosas con sus impresionantes demostraciones de rodeo. Probablemente había mucho más en su vida y el hecho de que fuese presidente de la asociación de rodeo era una pista. La cocina tenía forma de «U», parte de la cual era una barra con banquetas. En vez de sentarse en una de ellas, como siempre había hecho, Pedro pasó al otro lado de la barra y se apoyó en la encimera de azulejos color beige. Paula podía sentir su mirada sobre ella mientras sacaba la jarra de té helado de la nevera y abría el armario para sacar un vaso. Los recuerdos la invadieron mientras servía la bebida con manos temblorosas; le había servido té helado siempre que le había hecho compañía mientras él esperaba a que Camila bajase. Intentó no pensar en ello, pero no conseguía olvidar cómo años atrás había suspirado por él, fantaseando con que ocurriera un milagro y se fijase en ella y esperando que un día fuese a ella a quien él esperase.
—¿Cómo has llegado a ser presidente de la asociación de rodeo? —preguntó Paula—. ¿Tiene que ver con que fuiste campeón del estado?
—¿Te acuerdas de eso?
—Sí.
Pedro apretó las mandíbulas antes de contestar.
—Como has dicho antes, renuncié a la beca para entrar en el circuito del rodeo. El primer año me fue bien; me presenté al campeonato nacional en Wyoming. Tenía diecinueve años, así que aproveché el momento.
—¿Y qué pasó?
—Fui campeón durante dos o tres años, hasta que... —parecía como si no quisiese proseguir.
—¿Hasta qué?
—Tuve un par de accidentes —dijo él como si no quisiese darle importancia.
Paula decidió utilizar su mismo tono de voz y quitar dramatismo a la conversación.
—¿De verdad? No parece que montar sobre un par de toneladas de toro enfurecido sea mucho más complicado que montar en los caballitos de feria —se burló.
Pedro hizo un mohín.
—Todos los golpes fueron en la pierna derecha. El tercero fue el peor; el médico dijo que uno más y quizá no hubiese vuelto a caminar.
Aquellas palabras ablandaron el corazón de Paula, a pesar de todos sus esfuerzos por endurecerlo. Sabía lo mucho que el rodeo había significado para él. Era lo único de lo que hablaba.
—No tenía ni idea. Siento haberte hecho una broma tan estúpida.
—No te preocupes, lo he asumido —dijo él sonriendo.
Su sonrisa hizo que las mariposas empezaran a revolotear de nuevo en el estómago de Paula.
—¿Qué hiciste después? —preguntó.
—Volví a la universidad.
—¿Y la beca?
—No la necesitaba —dijo él negando con la cabeza—. No como en...
Aunque no continuó, Paula sabía lo que había estado a punto de decir: en la época de instituto era un niño sin recursos que vivió con una familia de acogida hasta que cumplió los dieciocho años. Desde entonces estuvo solo, y necesitaba la beca para poder ir a la universidad. Aquélla era la razón por la que Taylor se sorprendió tanto cuando renunció a ella.
—Entonces, ¿Fuiste a la universidad? —preguntó ella apoyándose en la encimera y cruzando los brazos.
Había bastante espacio entre ellos, pero no el suficiente para amortiguar la fuerza de su atracción, la forma en que él despertaba sus emociones sin tan siquiera intentarlo.
—Sí —dijo Pedro dejando el vaso en la encimera—. Me licencié en Económicas en Ucla. Después puse en marcha la empresa Desarrollos R&R.
—He oído hablar de ella —dijo Paula; lo que no había oído es que él era el dueño.
—¿Sí?
Paula asintió.
Paula quiso morderse la lengua. Nunca había podido pensar con claridad cuando estaba cerca de él. Se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja con gesto nervioso.
—¿Vamos a la cocina? ¿Quieres un vaso de té helado?
—Sí, gracias.
Ella lo invitó a que pasara delante, y Pedro encontró la cocina con la misma facilidad que si hubiese estado allí el día anterior. Paula pensó que de espaldas era casi tan atractivo como de frente, y se odió a sí misma por fijarse en aquello: una espalda ancha que se iba estrechando hasta su esbelta cintura. Su trasero, recogido en los gastados vaqueros, era casi una obra de arte, aunque se dijo que aquella era una observación puramente objetiva, porque no sentía nada por él. Cuando sus hormonas se apaciguaron, se dió cuenta de que Pedro cojeaba ligeramente. Recordó vagamente haber leído algo sobre un accidente, pero no en la prensa sensacionalista, que solo se dedicaba a equiparar sus conquistas amorosas con sus impresionantes demostraciones de rodeo. Probablemente había mucho más en su vida y el hecho de que fuese presidente de la asociación de rodeo era una pista. La cocina tenía forma de «U», parte de la cual era una barra con banquetas. En vez de sentarse en una de ellas, como siempre había hecho, Pedro pasó al otro lado de la barra y se apoyó en la encimera de azulejos color beige. Paula podía sentir su mirada sobre ella mientras sacaba la jarra de té helado de la nevera y abría el armario para sacar un vaso. Los recuerdos la invadieron mientras servía la bebida con manos temblorosas; le había servido té helado siempre que le había hecho compañía mientras él esperaba a que Camila bajase. Intentó no pensar en ello, pero no conseguía olvidar cómo años atrás había suspirado por él, fantaseando con que ocurriera un milagro y se fijase en ella y esperando que un día fuese a ella a quien él esperase.
—¿Cómo has llegado a ser presidente de la asociación de rodeo? —preguntó Paula—. ¿Tiene que ver con que fuiste campeón del estado?
—¿Te acuerdas de eso?
—Sí.
Pedro apretó las mandíbulas antes de contestar.
—Como has dicho antes, renuncié a la beca para entrar en el circuito del rodeo. El primer año me fue bien; me presenté al campeonato nacional en Wyoming. Tenía diecinueve años, así que aproveché el momento.
—¿Y qué pasó?
—Fui campeón durante dos o tres años, hasta que... —parecía como si no quisiese proseguir.
—¿Hasta qué?
—Tuve un par de accidentes —dijo él como si no quisiese darle importancia.
Paula decidió utilizar su mismo tono de voz y quitar dramatismo a la conversación.
—¿De verdad? No parece que montar sobre un par de toneladas de toro enfurecido sea mucho más complicado que montar en los caballitos de feria —se burló.
Pedro hizo un mohín.
—Todos los golpes fueron en la pierna derecha. El tercero fue el peor; el médico dijo que uno más y quizá no hubiese vuelto a caminar.
Aquellas palabras ablandaron el corazón de Paula, a pesar de todos sus esfuerzos por endurecerlo. Sabía lo mucho que el rodeo había significado para él. Era lo único de lo que hablaba.
—No tenía ni idea. Siento haberte hecho una broma tan estúpida.
—No te preocupes, lo he asumido —dijo él sonriendo.
Su sonrisa hizo que las mariposas empezaran a revolotear de nuevo en el estómago de Paula.
—¿Qué hiciste después? —preguntó.
—Volví a la universidad.
—¿Y la beca?
—No la necesitaba —dijo él negando con la cabeza—. No como en...
Aunque no continuó, Paula sabía lo que había estado a punto de decir: en la época de instituto era un niño sin recursos que vivió con una familia de acogida hasta que cumplió los dieciocho años. Desde entonces estuvo solo, y necesitaba la beca para poder ir a la universidad. Aquélla era la razón por la que Taylor se sorprendió tanto cuando renunció a ella.
—Entonces, ¿Fuiste a la universidad? —preguntó ella apoyándose en la encimera y cruzando los brazos.
Había bastante espacio entre ellos, pero no el suficiente para amortiguar la fuerza de su atracción, la forma en que él despertaba sus emociones sin tan siquiera intentarlo.
—Sí —dijo Pedro dejando el vaso en la encimera—. Me licencié en Económicas en Ucla. Después puse en marcha la empresa Desarrollos R&R.
—He oído hablar de ella —dijo Paula; lo que no había oído es que él era el dueño.
—¿Sí?
Paula asintió.
Irresistible: Capítulo 2
Paula pensó que estaba muy atractivo. De hecho, tenía mejor aspecto que hace diez años. No solo no tenía entradas, sino que no tenía ni una sola cana. Llevaba el pelo muy corto, y sabía que si estuviese un poco más largo se le rizaría. Un hombre de su edad debería tener un poco más de tripa, pues ya estaba cerca de los treinta. Pero al echar un vistazo a su camisa blanca bien recogida dentro de los vaqueros, se dio cuenta de que su abdomen estaba firme y liso. Llevaba las mangas de la camisa dobladas justo por debajo del codo, precisamente por donde a ella le parecía que deberían llevarlas los hombres. Y aquel era un aspecto que le gustaba. Pero tenía que recuperar el control de sí misma. Ya no era una niña de catorce años enamorada, y él ya no le interesaba. Si hablaban sobre su embarazosa confesión y el impulsivo beso, lo atribuirían a las hormonas de la adolescencia y se olvidarían de ello.
—¿Entonces, no recuerdas la última vez que nos vimos? —insistió ella, intentando averiguar qué recordaba.
—¿Debería? —preguntó él pensativamente.
—Supongo que no.
Realmente no lo recordaba. Era una buena noticia, pero entonces, ¿Por qué le enfurecía que el instante más humillante de su vida no fuese lo suficientemente importante para él como para recordarlo?
Pedro negó con la cabeza.
—Lo único que puedo decir es que has cambiado mucho.
—Lo tomaré como un cumplido —dijo ella.
—Casi no te reconocí. Tienes el pelo distinto.
Él recordaba su pelo largo y liso de color castaño oscuro. Pero, tras dos años estudiando en Texas, su compañera de habitación la había ayudado a elegir un atractivo corte de pelo y le había enseñado que el carmín sirve para algo más que para escribir en los espejos. A partir de ahí, Paula empezó a recobrar la confianza en sí misma que había perdido en unos instantes con Pedro, y su vida social mejoró. Y así hasta hacía un año, cuando su prometido la dejó por la mujer que anteriormente lo había dejado a él. Aquello le recordó lo verdaderamente frágil que era aquella recuperada confianza en sí misma. Pedro la observaba detenidamente. ¿Era un brillo de admiración lo que había en sus ojos? Paula sintió una oleada de felicidad, y se maldijo a sí misma por reaccionar de aquella manera a las sutiles pero agradables palabras de Pedro. Si, como había creído, estaba preparada para enfrentarse a él, ¿Por qué la afectaba aún de aquella manera? Solo había pasado dos minutos con Pedro Alfonso, el que fuera el vaquero más solicitado de Texas, y el calor que desprendía amenazaba con derretirle los huesos. Paula se dió cuenta de que aún estaban en el porche.
—No era mi intención tenerte aquí afuera. Pasa, por favor.
Las botas de él resonaron en el suelo de madera cuando entró.
—Gracias —dijo.
Una sola palabra pronunciada por él, con su voz profunda, era suficiente para hacerla estremecer. Paula cerró la puerta. Era mayo y aún no hacía mucho calor, pero había regulado el termostato para que en el interior de la casa se estuviese a gusto. No quería darle ninguna excusa para que rechazase su rancho. Pedro se quedó en la entrada con el abrigo entre las manos. Miró a su alrededor y frunció el ceño. ¿Qué estaría pensando? se preguntó ella mirando también a su alrededor. A la derecha estaba el cuarto de estar con la chimenea de piedra, y delante había dos butacas con una mesita de café, de madera de roble, en medio. A su izquierda, el salón, que también tenía chimenea, pero de ladrillo, con un sillón nuevo reclinable delante de la televisión. El suelo era de madera oscura en todas las habitaciones del primer piso. La casa se había construido en los años treinta, y las tierras sobre la que se asentaba habían pertenecido a la familia de Taylor durante generaciones. El dinero que ella había invertido en el mobiliario nuevo era parte de su plan para que la casa siguiese perteneciendo a la familia.
—¿Qué tal está Cami? —preguntó él.
Debería haber imaginado que él se acordaría de su hermana. Sintió una punzada de dolor en el corazón.
—Camila está bien, gracias. Está trabajando en Dallas —añadió.
Por si acaso era ella la razón de que hubiese vuelto, sería mejor que Pedro supiese que no la iba a ver; al menos no en Destiny.
—¿Es abogada? —preguntó él.
—Está especializada en derecho de familia.
Paula intentó que no la molestase el hecho de que él recordara que Camila siempre había querido ser abogada; sin duda alguna, se habían contado el uno al otro sus sueños y esperanzas. A ella apenas la había reconocido, y sin embargo recordaba que Camila quería ser abogada a pesar de que le había roto el corazón marchándose con otro. ¿Seguiría sin querer ver o hablar con nadie que se apellidase Chaves?
—¿Qué has estado haciendo estos últimos años? —preguntó Paula para romper el silencio.
Pedro fijó su mirada en ella.
—Al principio me dediqué a los rodeos.
—Me enteré de que renunciaste a tu beca.
—¿Entonces, no recuerdas la última vez que nos vimos? —insistió ella, intentando averiguar qué recordaba.
—¿Debería? —preguntó él pensativamente.
—Supongo que no.
Realmente no lo recordaba. Era una buena noticia, pero entonces, ¿Por qué le enfurecía que el instante más humillante de su vida no fuese lo suficientemente importante para él como para recordarlo?
Pedro negó con la cabeza.
—Lo único que puedo decir es que has cambiado mucho.
—Lo tomaré como un cumplido —dijo ella.
—Casi no te reconocí. Tienes el pelo distinto.
Él recordaba su pelo largo y liso de color castaño oscuro. Pero, tras dos años estudiando en Texas, su compañera de habitación la había ayudado a elegir un atractivo corte de pelo y le había enseñado que el carmín sirve para algo más que para escribir en los espejos. A partir de ahí, Paula empezó a recobrar la confianza en sí misma que había perdido en unos instantes con Pedro, y su vida social mejoró. Y así hasta hacía un año, cuando su prometido la dejó por la mujer que anteriormente lo había dejado a él. Aquello le recordó lo verdaderamente frágil que era aquella recuperada confianza en sí misma. Pedro la observaba detenidamente. ¿Era un brillo de admiración lo que había en sus ojos? Paula sintió una oleada de felicidad, y se maldijo a sí misma por reaccionar de aquella manera a las sutiles pero agradables palabras de Pedro. Si, como había creído, estaba preparada para enfrentarse a él, ¿Por qué la afectaba aún de aquella manera? Solo había pasado dos minutos con Pedro Alfonso, el que fuera el vaquero más solicitado de Texas, y el calor que desprendía amenazaba con derretirle los huesos. Paula se dió cuenta de que aún estaban en el porche.
—No era mi intención tenerte aquí afuera. Pasa, por favor.
Las botas de él resonaron en el suelo de madera cuando entró.
—Gracias —dijo.
Una sola palabra pronunciada por él, con su voz profunda, era suficiente para hacerla estremecer. Paula cerró la puerta. Era mayo y aún no hacía mucho calor, pero había regulado el termostato para que en el interior de la casa se estuviese a gusto. No quería darle ninguna excusa para que rechazase su rancho. Pedro se quedó en la entrada con el abrigo entre las manos. Miró a su alrededor y frunció el ceño. ¿Qué estaría pensando? se preguntó ella mirando también a su alrededor. A la derecha estaba el cuarto de estar con la chimenea de piedra, y delante había dos butacas con una mesita de café, de madera de roble, en medio. A su izquierda, el salón, que también tenía chimenea, pero de ladrillo, con un sillón nuevo reclinable delante de la televisión. El suelo era de madera oscura en todas las habitaciones del primer piso. La casa se había construido en los años treinta, y las tierras sobre la que se asentaba habían pertenecido a la familia de Taylor durante generaciones. El dinero que ella había invertido en el mobiliario nuevo era parte de su plan para que la casa siguiese perteneciendo a la familia.
—¿Qué tal está Cami? —preguntó él.
Debería haber imaginado que él se acordaría de su hermana. Sintió una punzada de dolor en el corazón.
—Camila está bien, gracias. Está trabajando en Dallas —añadió.
Por si acaso era ella la razón de que hubiese vuelto, sería mejor que Pedro supiese que no la iba a ver; al menos no en Destiny.
—¿Es abogada? —preguntó él.
—Está especializada en derecho de familia.
Paula intentó que no la molestase el hecho de que él recordara que Camila siempre había querido ser abogada; sin duda alguna, se habían contado el uno al otro sus sueños y esperanzas. A ella apenas la había reconocido, y sin embargo recordaba que Camila quería ser abogada a pesar de que le había roto el corazón marchándose con otro. ¿Seguiría sin querer ver o hablar con nadie que se apellidase Chaves?
—¿Qué has estado haciendo estos últimos años? —preguntó Paula para romper el silencio.
Pedro fijó su mirada en ella.
—Al principio me dediqué a los rodeos.
—Me enteré de que renunciaste a tu beca.
Irresistible: Capítulo 1
Pedro Alfonso había vuelto a la ciudad.Y ella iba a verlo en cualquier momento. Paula Chaves se asomó a la ventana de su cuarto de estar preguntándose si sería puntual. Él había sido nombrado presidente de la asociación de rodeo de enseñanza secundaria, y tenía que buscar un lugar donde celebrar los campeonatos del estado. Por aquella razón su futuro estaba en manos de Pedro, pues necesitaba que él escogiese su rancho, Círculo S, como sede de los campeonatos. Pero si la historia se repetía, iba a tener problemas. El sonido del motor de un coche se hizo audible por encima del ruido del aire acondicionado de la casa, y abrió una rendija de la ventana para echar un vistazo. Un último modelo de ranchera subía por el camino hacia la casa. Él había llegado. Desde que descubrió que Pedro había vuelto, había estado muy nerviosa, y no solo por el impacto que él podía tener sobre su vida en cuanto a la posible elección del rancho. Una y otra vez se había repetido a sí misma que él ya no le interesaba, que ella ya era una mujer y no podía hacerle daño. Pero su corazón latía acelerado. Se apartó de la ventana y respiró hondo al tiempo que se alisaba los pantalones caqui. Después se ajustó el cinturón y comprobó que llevaba la blusa bien recogida. No había querido recibirlo con los vaqueros y la camisa sucia que había utilizado para limpiar los establos aquella mañana; quería ofrecer su mejor aspecto. Llamaron a la puerta y Paula contó hasta diez. Estaba muy nerviosa.
—Allá vamos —se dijo a sí misma al tiempo que abría.
Casi se le para el corazón. Pedro tenía diez años más, pero su aspecto era mejor de lo que ella recordaba. Aún tenía ojos azules de chico malo, el mismo pelo castaño claro y la nariz ligeramente aguileña. En cuanto a sus facciones, la cara angular y la mandíbula cuadrada, parecían más duras. ¿Por qué lo encontraba tan increíblemente atractivo? Pero inmediatamente fue consciente de que de pie, en la puerta de su casa, estaba Pedro Alfonso, el mismo hombre que había destrozado su corazón cuando ella tenía catorce años. Aquella conmoción borró de golpe los diez años transcurridos y se apoderaron de ella unos sentimientos tan profundos y dolorosos como los de aquella lejana noche. Aunque deseaba no hacerlo, lo recordaba todo con demasiada claridad. La humillación de su último encuentro volvió a hacer presa de ella, como tantas otras veces desde entonces. Las cosas que le dijo y el beso que le dió todavía la hacían sonrojarse. No era capaz de pensar con coherencia. Menos aún de decir nada, porque se le había formado un nudo en la garganta. Él la miró unos instantes antes de reconocerla.
—¿Paula?
—Hola, Pedro. Ha pasado mucho tiempo.
Desde luego no la había reconocido de inmediato, ya que la última vez que se vieron ella era una niña delgaducha y él le había dicho que besaba como una chiquilla. Ahora era una mujer adulta y no la niña que lo había empujado a la piscina. Aquel recuerdo ocupaba su mente desde que se había enterado de que él era el nuevo presidente de la asociación. ¿Le guardaría él algún rencor? O, peor aún, ¿Se acordaría de las cosas que le había dicho? El silencio se alargaba, y él se aclaró la garganta.
—¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú? —preguntó ella.
—Muy bien.
—¿Acabas de llegar a la ciudad?
—Esta mañana llegué de El Paso —contestó él asintiendo—. Estás estupenda —añadió mirándola fijamente.
—¿Yo, la delgaducha? —preguntó ella incapaz de resistirse.
Esperaba que los nervios que le atenazaban el estómago no la traicionaran.
—Lo digo en serio. Has cambiado mucho —dijo él sonriendo de forma pícara.
Por aquella sonrisa ella supo que les decía ese tipo de cosas a todas las chicas. Aunque había intentado olvidarlo, a lo largo de los años no había podido evitar leer las historias que la prensa sensacionalista y las revistas publicaban sobre sus conquistas amorosas. Antes de desaparecer, él había salido con mujeres con las que ella nunca pudo competir. ¿Por qué iba a acordarse de que una vez fueron amigos?
—Has madurado —dijo él.
—Suele ocurrir cuando pasan... —dijo ella intentando parecer pensativa—. ¿Cuántos años hace que nos vimos por última vez?
Paula no quería que él se diese cuenta de que recordaba claramente la última vez que se vieron.
—No lo recuerdo —dijo Pedro, y por un momento dejó de sonreír y frunció el ceño—. Yo diría que hace bastante tiempo, porque hacía diez u once años que no venía a Destiny.
—¿Tanto? —dijo ella, intentando parecer lo más inocente posible.
—Más o menos —dijo él asintiendo.
—Allá vamos —se dijo a sí misma al tiempo que abría.
Casi se le para el corazón. Pedro tenía diez años más, pero su aspecto era mejor de lo que ella recordaba. Aún tenía ojos azules de chico malo, el mismo pelo castaño claro y la nariz ligeramente aguileña. En cuanto a sus facciones, la cara angular y la mandíbula cuadrada, parecían más duras. ¿Por qué lo encontraba tan increíblemente atractivo? Pero inmediatamente fue consciente de que de pie, en la puerta de su casa, estaba Pedro Alfonso, el mismo hombre que había destrozado su corazón cuando ella tenía catorce años. Aquella conmoción borró de golpe los diez años transcurridos y se apoderaron de ella unos sentimientos tan profundos y dolorosos como los de aquella lejana noche. Aunque deseaba no hacerlo, lo recordaba todo con demasiada claridad. La humillación de su último encuentro volvió a hacer presa de ella, como tantas otras veces desde entonces. Las cosas que le dijo y el beso que le dió todavía la hacían sonrojarse. No era capaz de pensar con coherencia. Menos aún de decir nada, porque se le había formado un nudo en la garganta. Él la miró unos instantes antes de reconocerla.
—¿Paula?
—Hola, Pedro. Ha pasado mucho tiempo.
Desde luego no la había reconocido de inmediato, ya que la última vez que se vieron ella era una niña delgaducha y él le había dicho que besaba como una chiquilla. Ahora era una mujer adulta y no la niña que lo había empujado a la piscina. Aquel recuerdo ocupaba su mente desde que se había enterado de que él era el nuevo presidente de la asociación. ¿Le guardaría él algún rencor? O, peor aún, ¿Se acordaría de las cosas que le había dicho? El silencio se alargaba, y él se aclaró la garganta.
—¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú? —preguntó ella.
—Muy bien.
—¿Acabas de llegar a la ciudad?
—Esta mañana llegué de El Paso —contestó él asintiendo—. Estás estupenda —añadió mirándola fijamente.
—¿Yo, la delgaducha? —preguntó ella incapaz de resistirse.
Esperaba que los nervios que le atenazaban el estómago no la traicionaran.
—Lo digo en serio. Has cambiado mucho —dijo él sonriendo de forma pícara.
Por aquella sonrisa ella supo que les decía ese tipo de cosas a todas las chicas. Aunque había intentado olvidarlo, a lo largo de los años no había podido evitar leer las historias que la prensa sensacionalista y las revistas publicaban sobre sus conquistas amorosas. Antes de desaparecer, él había salido con mujeres con las que ella nunca pudo competir. ¿Por qué iba a acordarse de que una vez fueron amigos?
—Has madurado —dijo él.
—Suele ocurrir cuando pasan... —dijo ella intentando parecer pensativa—. ¿Cuántos años hace que nos vimos por última vez?
Paula no quería que él se diese cuenta de que recordaba claramente la última vez que se vieron.
—No lo recuerdo —dijo Pedro, y por un momento dejó de sonreír y frunció el ceño—. Yo diría que hace bastante tiempo, porque hacía diez u once años que no venía a Destiny.
—¿Tanto? —dijo ella, intentando parecer lo más inocente posible.
—Más o menos —dijo él asintiendo.
Irresistible: Prólogo
—Vete de aquí.
—Pero, Pedro...
—No quiero ver ni hablar con nadie que se apellide Chaves.
Paula Chaves observó la oscura expresión en la cara de Pedro Alfonso y se preguntó qué habría pasado. Su hermana Camila debía haber hecho algo, pues era la única persona capaz de alterar a Pedro de aquella forma. «¡Ojalá se fijase en mí!» pensó, con tristeza. Aunque más joven que él, era más madura de lo que él se pensaba; al menos lo suficiente como para haberse fijado en el pelo castaño claro de Pedro, en sus anchos hombros y en sus ojos azules de chico malo. Sobre todo en los ojos. Cada vez que él la miraba, el corazón se le aceleraba.
Los campeonatos estatales de rodeo de enseñanza secundaria en Abilene habían terminado. Al día siguiente volverían a casa, a Destiny, por lo que aquella era su última noche en el motel Lamplighter. Cuando encontró a Pedro en la piscina, Paula respiró hondo, se armó de valor y se sentó en una tumbona junto a él. Él parecía un volcán en erupción, y aella le asustaba lo que pudiese hacer. No podía dejarlo solo. Tocó su brazo y se quedó sorprendida cuando él se apartó.
—De acuerdo. No me mires, pero cuéntame qué ha pasado y después escúchame mientras hablo.
—Vete de aquí, niña —gruñó él—. ¿Es que no te das cuenta? No quiero que estés aquí, quiero estar solo.
¿Niña? A Paula le habría gustado agarrarlo de la camisa y demostrarle que no era ninguna niña.
—Te comportas como un niño al que le han quitado su juguete favorito. Al menos, dime qué ha pasado. Creía que éramos amigos —dijo.
—Delfi y yo hemos terminado —dijo él, pero por la dura mirada de sus ojos Paula supo que había algo más—. No quiero ser amigo de nadie que tenga relación con ella.
La primera reacción de Paula fue de incredulidad ante el hecho de que su hermana hubiese sido tan tonta como para dejar a un hombre como Pedro; la segunda fue pensar que iría al infierno por sentirse tan contenta de que él ya no estuviese comprometido.
—Lo siento —dijo sin convicción, apartando la mirada para que él no se diese cuenta de que no lo sentía en absoluto.
Se hizo el silencio entre ellos. Era tarde. Casi todos los que se hospedaban en el motel se habían marchado a las habitaciones, excepto algunos niños que seguían hablando y riendo alrededor de la piscina y tras los arbustos.
—Lo siento de veras —insistió ella. Verdaderamente sentía que él estuviese sufriendo—. Pero no es la única chica en el mundo —añadió al ver que permanecía callado.
—Lo es para mí —dijo él.
Paula se preocupaba mucho más por Pedro que su hermana. ¿Por qué no se daba cuenta? ¿Y cómo no se daba cuenta de que era él la primera persona en la que pensaba por las mañanas y la última cuando se acostaba? Cada segundo del día deseaba estar con él, poder mirarlo. Pedro se la había quitado de encima la noche anterior, cuando ella intentó pasear con él hacia el lago. Pero ahora sabía que las cosas no le iban bien con su hermana, y aquella podía ser su mejor oportunidad de que él se fijase en ella.
—¿Y yo? —dijo, incapaz de seguir callada—. Yo te quiero. Yo nunca te haría daño.
Y sin pensárselo dos veces, se inclinó hacia él y lo besó. Paula notó la sorpresa y la duda en la rigidez de la boca de Pedro ; después él se apartó y la miró fijamente. Aquella amarga y fría mirada hizo que se arrepintiera del beso. Pedro se levantó; estaba a escasa distancia del borde de la piscina. Ella también se levantó para estar a su altura.
—Besas como una niña pequeña —dijo él.
Paula oyó risas detrás de ella. Tenía las mejillas rojas por la vergüenza, pero aquello no era nada en comparación con el dolor que empezaba a sentir en su corazón.
—Aunque no hubiese decidido renunciar a las mujeres —dijo Pedro cruzando los brazos—no tendrías ninguna oportunidad.
—Sé que todavía no soy guapa —lo interrumpió ella, no queriendo oír aquellas palabras—, pero ya te enseñaré yo, Pedro Alfonso.
Y sin pensarlo, Paula puso las manos sobre el pecho de Pedro y lo empujó con todas sus fuerzas. Él se cayó de espaldas al agua, y en aquel momento su expresión fría cambió por una de sorpresa. Paula se dió la vuelta y se marchó antes de que él pudiese darse cuenta de que la humedad en sus mejillas no tenía nada que ver con el agua. Mientras se alejaba, se juraba a sí misma que le demostraría quién era, aunque fuese lo último que hiciese en su vida.
—Pero, Pedro...
—No quiero ver ni hablar con nadie que se apellide Chaves.
Paula Chaves observó la oscura expresión en la cara de Pedro Alfonso y se preguntó qué habría pasado. Su hermana Camila debía haber hecho algo, pues era la única persona capaz de alterar a Pedro de aquella forma. «¡Ojalá se fijase en mí!» pensó, con tristeza. Aunque más joven que él, era más madura de lo que él se pensaba; al menos lo suficiente como para haberse fijado en el pelo castaño claro de Pedro, en sus anchos hombros y en sus ojos azules de chico malo. Sobre todo en los ojos. Cada vez que él la miraba, el corazón se le aceleraba.
Los campeonatos estatales de rodeo de enseñanza secundaria en Abilene habían terminado. Al día siguiente volverían a casa, a Destiny, por lo que aquella era su última noche en el motel Lamplighter. Cuando encontró a Pedro en la piscina, Paula respiró hondo, se armó de valor y se sentó en una tumbona junto a él. Él parecía un volcán en erupción, y aella le asustaba lo que pudiese hacer. No podía dejarlo solo. Tocó su brazo y se quedó sorprendida cuando él se apartó.
—De acuerdo. No me mires, pero cuéntame qué ha pasado y después escúchame mientras hablo.
—Vete de aquí, niña —gruñó él—. ¿Es que no te das cuenta? No quiero que estés aquí, quiero estar solo.
¿Niña? A Paula le habría gustado agarrarlo de la camisa y demostrarle que no era ninguna niña.
—Te comportas como un niño al que le han quitado su juguete favorito. Al menos, dime qué ha pasado. Creía que éramos amigos —dijo.
—Delfi y yo hemos terminado —dijo él, pero por la dura mirada de sus ojos Paula supo que había algo más—. No quiero ser amigo de nadie que tenga relación con ella.
La primera reacción de Paula fue de incredulidad ante el hecho de que su hermana hubiese sido tan tonta como para dejar a un hombre como Pedro; la segunda fue pensar que iría al infierno por sentirse tan contenta de que él ya no estuviese comprometido.
—Lo siento —dijo sin convicción, apartando la mirada para que él no se diese cuenta de que no lo sentía en absoluto.
Se hizo el silencio entre ellos. Era tarde. Casi todos los que se hospedaban en el motel se habían marchado a las habitaciones, excepto algunos niños que seguían hablando y riendo alrededor de la piscina y tras los arbustos.
—Lo siento de veras —insistió ella. Verdaderamente sentía que él estuviese sufriendo—. Pero no es la única chica en el mundo —añadió al ver que permanecía callado.
—Lo es para mí —dijo él.
Paula se preocupaba mucho más por Pedro que su hermana. ¿Por qué no se daba cuenta? ¿Y cómo no se daba cuenta de que era él la primera persona en la que pensaba por las mañanas y la última cuando se acostaba? Cada segundo del día deseaba estar con él, poder mirarlo. Pedro se la había quitado de encima la noche anterior, cuando ella intentó pasear con él hacia el lago. Pero ahora sabía que las cosas no le iban bien con su hermana, y aquella podía ser su mejor oportunidad de que él se fijase en ella.
—¿Y yo? —dijo, incapaz de seguir callada—. Yo te quiero. Yo nunca te haría daño.
Y sin pensárselo dos veces, se inclinó hacia él y lo besó. Paula notó la sorpresa y la duda en la rigidez de la boca de Pedro ; después él se apartó y la miró fijamente. Aquella amarga y fría mirada hizo que se arrepintiera del beso. Pedro se levantó; estaba a escasa distancia del borde de la piscina. Ella también se levantó para estar a su altura.
—Besas como una niña pequeña —dijo él.
Paula oyó risas detrás de ella. Tenía las mejillas rojas por la vergüenza, pero aquello no era nada en comparación con el dolor que empezaba a sentir en su corazón.
—Aunque no hubiese decidido renunciar a las mujeres —dijo Pedro cruzando los brazos—no tendrías ninguna oportunidad.
—Sé que todavía no soy guapa —lo interrumpió ella, no queriendo oír aquellas palabras—, pero ya te enseñaré yo, Pedro Alfonso.
Y sin pensarlo, Paula puso las manos sobre el pecho de Pedro y lo empujó con todas sus fuerzas. Él se cayó de espaldas al agua, y en aquel momento su expresión fría cambió por una de sorpresa. Paula se dió la vuelta y se marchó antes de que él pudiese darse cuenta de que la humedad en sus mejillas no tenía nada que ver con el agua. Mientras se alejaba, se juraba a sí misma que le demostraría quién era, aunque fuese lo último que hiciese en su vida.
Irresistible: Sinopsis
Siendo una adolescente enamoradiza, Paula Chaves le había entregado su corazón a Pedro Alfonso; pero, en lugar de estrecharla entre sus brazos, aquel rebelde de ojos azules le había dicho que besaba como una niña. Ella, totalmente humillada, lo había tirado a la piscina, con botas de cowboy y todo.
Ahora se habían intercambiado los papeles y Pedro no podía creer lo que veía. Aquella chiquilla delgaducha se había convertido en una mujer impresionante… y se moría de ganas de besarla de nuevo. Sin embargo, ella pensaba que había estado loca por haberlo amado alguna vez…
Ahora se habían intercambiado los papeles y Pedro no podía creer lo que veía. Aquella chiquilla delgaducha se había convertido en una mujer impresionante… y se moría de ganas de besarla de nuevo. Sin embargo, ella pensaba que había estado loca por haberlo amado alguna vez…
jueves, 23 de noviembre de 2017
Propuesta: Epílogo
—Cuando me enteré de que te habías casado me pregunté por qué había sido todo tan rápido, pero después de conocer a Paula, lo entiendo perfectamente —le dijo Micaela a su hermano—. Es preciosa.
—Gracias —Pedro sonrió mientras contemplaba el enorme pabellón de invitados.
El tiempo había sido benévolo y los obreros habían conseguido transformar el rancho en un inmenso pabellón con quince habitaciones para la familia, los amigos y los socios de los Alfonso. Pedro miró al frente y vio a Federico hablando con Gabriel, que se había presentado sorprendiéndoles a todos. Era la primera vez que volvía a casa desde que se marchó hacía cerca de tres años. Ya no era el muchacho conflictivo de antaño. Al verle allí con el uniforme la familia no podía sentirse más orgullosa del hombre en que se había convertido. Pero aún había cierto dolor en la mirada de Gabriel. Aunque no había mencionado a Celina, todos sabían que la joven que había sido el primer amor de Gabriel, su fijación desde la pubertad, seguía en sus pensamientos y seguramente conservaba un lugar permanente en su corazón. Pedro imaginó la conversación que había entre Federico y Gabriel por la expresión de sus rostros.
—¿No has renunciado a Celina? —preguntó Federico a su hermano más pequeño.
Gabriel negó con la cabeza.
—No. Un hombre no debe renunciar nunca a la mujer que ama. La llevo dentro de mí y vaya donde vaya creo que ella también me llevará dentro —Gabriel se detuvo un momento—. Pero ahí radica mi problema. No tengo ni idea de dónde pueda estar.
—Cuando los Newsome se marcharon no dejaron a nadie una dirección de correo. Creo que querían poner tanta distancia entre tú y ellos como fuese posible. Pero creo que el tiempo que tú y Celina han pasado separados ha sido bueno para ambos. Ella era muy joven y tú también. Ambos estabais abocados a meteros en problemas y necesitabais madurar. Me siento orgulloso del hombre en que te has convertido.
—Gracias, pero un día, cuando disponga de tiempo, la buscaré, Fede, y nadie, ni sus padres ni nadie, podrán evitar que reclame lo que me pertenece.
Federico vió la intensidad de la mirada de Gabriel y esperó que dondequiera que Celina Newsome estuviese, amase a Gabriel tanto como él la seguía amando a ella. Pedro miró a Paula, que estaba hablando con sus padres. Los Chaves los habían sorprendido a todos acudiendo a la recepción, seguramente porque se habían quedado asombrados al ver que Pedro era pariente de Sergio Alfonso, una leyenda de las carreras de caballos; Ricardo Alfonso, también conocido como Rock Mason, escritor de gran éxito según el New York Times; Marcelo Alfonso, reputado abogado matrimonialista; el senador Ramiro Alfonso, y Federico, director ejecutivo de Blue Ridge. Incluso se quedaron boquiabiertos al saber que había un jeque en la familia.
Pedro se percató de que Paula estaba fingiendo que estaba pendiente de todo lo que decían sus padres. Sonrió en su interior al ver reflejado en el rostro de ella que necesitaba que la rescatasen.
—Discúlpame un momento, Mica, tengo que reclamar a mi esposa un segundo —Pedro cruzó el jardín y, como si Paula detectase su presencia, volvió la vista hacia él y sonrió.
Entonces se disculpó ante sus padres y fue a su encuentro. Llevaba un vestido precioso, que disimulaba su vientre abultado. El médico les había advertido que por la forma en que iba aumentando no debía sorprenderles que fuesen gemelos. Lo sabrían en un par de meses.
—¿Quieres ir algún sitio a tomar el té... y a mí? —le susurró Pedro al oído. Paula le sonrió.
—¿Crees que nos echarán de menos?
Pedro rió por lo bajo.
—Con tanto Alfonso por aquí, lo dudo. No creo que ni tus padres nos echen de menos. Están por allí, pendientes de cada una de las palabras del jeque Jamal Yasir. Vamos, demos un paseo por la finca.
Y la finca estaba preciosa, con el valle, las montañas, las flores y los lagos. Pedro ya podía imaginarse el montón de Alfonso que Paula y él engendrarían y que les ayudarían a cuidar de las tierras. Se sintió afortunado, y no por primera vez, por su riqueza. Una riqueza que no consistía en diner ni joyas, sino en l mujer que caminaba a su lado.
—Estaba pensando... —dijo.
—¿Qué?
Pedro se detuvo y se acercó para colocar la mano sobre el vientre de Paula.
—En tí, en mí y en nuestro hijo.
—Nuestros hijos. Piensa que quizá sean dos.
Él sonrió ante la perspectiva.
—Sí, nuestros hijos. Pero sobre todo en la proposición.
Ella asintió.
—¿Qué pasa con ella?
—Sugiero otra.
Ella se puso a reír.
—Ya no tengo más tierras, ni otro caballo con el que negociar.
—Eso es discutible, señora Alfonso. Esta vez la apuesta será más alta.
—¿Qué es lo que quieres?
—Que después de éste tengamos otro.
—¿No te han dicho que no se le debe hablar de tener más hijos a una mujer embarazada? Me alegra saber que quieres una casa llena de niños, porque yo también la quiero. Serás un padre maravilloso.
—Y tú una madre preciosa.
Entonces él la besó con todo el amor de su corazón, sellando otra proposición y sabiendo que la mujer que tenía entre sus brazos sería para siempre el amor de su vida.
FIN
—Gracias —Pedro sonrió mientras contemplaba el enorme pabellón de invitados.
El tiempo había sido benévolo y los obreros habían conseguido transformar el rancho en un inmenso pabellón con quince habitaciones para la familia, los amigos y los socios de los Alfonso. Pedro miró al frente y vio a Federico hablando con Gabriel, que se había presentado sorprendiéndoles a todos. Era la primera vez que volvía a casa desde que se marchó hacía cerca de tres años. Ya no era el muchacho conflictivo de antaño. Al verle allí con el uniforme la familia no podía sentirse más orgullosa del hombre en que se había convertido. Pero aún había cierto dolor en la mirada de Gabriel. Aunque no había mencionado a Celina, todos sabían que la joven que había sido el primer amor de Gabriel, su fijación desde la pubertad, seguía en sus pensamientos y seguramente conservaba un lugar permanente en su corazón. Pedro imaginó la conversación que había entre Federico y Gabriel por la expresión de sus rostros.
—¿No has renunciado a Celina? —preguntó Federico a su hermano más pequeño.
Gabriel negó con la cabeza.
—No. Un hombre no debe renunciar nunca a la mujer que ama. La llevo dentro de mí y vaya donde vaya creo que ella también me llevará dentro —Gabriel se detuvo un momento—. Pero ahí radica mi problema. No tengo ni idea de dónde pueda estar.
—Cuando los Newsome se marcharon no dejaron a nadie una dirección de correo. Creo que querían poner tanta distancia entre tú y ellos como fuese posible. Pero creo que el tiempo que tú y Celina han pasado separados ha sido bueno para ambos. Ella era muy joven y tú también. Ambos estabais abocados a meteros en problemas y necesitabais madurar. Me siento orgulloso del hombre en que te has convertido.
—Gracias, pero un día, cuando disponga de tiempo, la buscaré, Fede, y nadie, ni sus padres ni nadie, podrán evitar que reclame lo que me pertenece.
Federico vió la intensidad de la mirada de Gabriel y esperó que dondequiera que Celina Newsome estuviese, amase a Gabriel tanto como él la seguía amando a ella. Pedro miró a Paula, que estaba hablando con sus padres. Los Chaves los habían sorprendido a todos acudiendo a la recepción, seguramente porque se habían quedado asombrados al ver que Pedro era pariente de Sergio Alfonso, una leyenda de las carreras de caballos; Ricardo Alfonso, también conocido como Rock Mason, escritor de gran éxito según el New York Times; Marcelo Alfonso, reputado abogado matrimonialista; el senador Ramiro Alfonso, y Federico, director ejecutivo de Blue Ridge. Incluso se quedaron boquiabiertos al saber que había un jeque en la familia.
Pedro se percató de que Paula estaba fingiendo que estaba pendiente de todo lo que decían sus padres. Sonrió en su interior al ver reflejado en el rostro de ella que necesitaba que la rescatasen.
—Discúlpame un momento, Mica, tengo que reclamar a mi esposa un segundo —Pedro cruzó el jardín y, como si Paula detectase su presencia, volvió la vista hacia él y sonrió.
Entonces se disculpó ante sus padres y fue a su encuentro. Llevaba un vestido precioso, que disimulaba su vientre abultado. El médico les había advertido que por la forma en que iba aumentando no debía sorprenderles que fuesen gemelos. Lo sabrían en un par de meses.
—¿Quieres ir algún sitio a tomar el té... y a mí? —le susurró Pedro al oído. Paula le sonrió.
—¿Crees que nos echarán de menos?
Pedro rió por lo bajo.
—Con tanto Alfonso por aquí, lo dudo. No creo que ni tus padres nos echen de menos. Están por allí, pendientes de cada una de las palabras del jeque Jamal Yasir. Vamos, demos un paseo por la finca.
Y la finca estaba preciosa, con el valle, las montañas, las flores y los lagos. Pedro ya podía imaginarse el montón de Alfonso que Paula y él engendrarían y que les ayudarían a cuidar de las tierras. Se sintió afortunado, y no por primera vez, por su riqueza. Una riqueza que no consistía en diner ni joyas, sino en l mujer que caminaba a su lado.
—Estaba pensando... —dijo.
—¿Qué?
Pedro se detuvo y se acercó para colocar la mano sobre el vientre de Paula.
—En tí, en mí y en nuestro hijo.
—Nuestros hijos. Piensa que quizá sean dos.
Él sonrió ante la perspectiva.
—Sí, nuestros hijos. Pero sobre todo en la proposición.
Ella asintió.
—¿Qué pasa con ella?
—Sugiero otra.
Ella se puso a reír.
—Ya no tengo más tierras, ni otro caballo con el que negociar.
—Eso es discutible, señora Alfonso. Esta vez la apuesta será más alta.
—¿Qué es lo que quieres?
—Que después de éste tengamos otro.
—¿No te han dicho que no se le debe hablar de tener más hijos a una mujer embarazada? Me alegra saber que quieres una casa llena de niños, porque yo también la quiero. Serás un padre maravilloso.
—Y tú una madre preciosa.
Entonces él la besó con todo el amor de su corazón, sellando otra proposición y sabiendo que la mujer que tenía entre sus brazos sería para siempre el amor de su vida.
FIN
Propuesta: Capítulo 42
Entonces él se incorporó y la besó, no sin antes susurrarle que la amaba y que pensaba pasar con ella el resto de su vida, haciéndola feliz, haciendo que se sintiese amada. Y ella le creyó. Con toda la fuerza que pudo reunir, se incorporó también para situarse junto a él.
—Yo también te quiero muchísimo. Y lo decía en serio.
—¿Por qué no tendremos que usar preservativos durante un tiempo? —preguntó Pedro un rato después sosteniéndola entre sus brazos y con las piernas enredadas en las de ella, mientras disfrutaban el uno del otro después de hacer el amor. Él sabía la razón, pero quería que ella se la confirmase. Paula alzó un poco la cabeza, le miró a los ojos y susurró:
—Voy a tener un hijo tuyo.
La noticia provocó algo en él. El hecho de que Paula le confirmase que dentro de ella crecía una vida que habían creado juntos le hizo estremecer. Sabía que ella esperaba que dijese algo. Pedro quería demostrarle que lo asumía. Ella tenía que saber lo feliz que le hacía la noticia.
—Saber que estás embarazada de un hijo mío, Pau, es el mayor regalo que jamás pudiese desear recibir.
Dos días más tarde, los Alfonso se reunieron para desayunar en casa de Federico. Al parecer, todo el mundo tenía que anunciar algo y su hermano pensó que lo mejor sería escucharlos a todos a la vez para alegrarse y celebrarlo juntos. En primer lugar, Federico anunció que Gabriel le había dicho que en unos meses se licenciaría con honores en la academia naval. Federico casi se emocionó al contarlo, lo que dió cuenta de la magnitud del logro de Gabriel a ojos de su familia. Sabían que su primer año en la Marina había sido duro porque desconocía el significado de la disciplina. Pero finalmente se había enderezado y soñaba con formar parte de los Comandos Especiales. Pablo anunció que Hercules había cumplido con su obligación y había preñado a Silver Fly, de modo que todos podían imaginar la belleza del potrillo que vendría. Diego fue el siguiente. Dijo que había tenido noticias de Storm Alfonso. Su esposa, Jesica estaba embarazada, al igual que Daniel y su mujer, Sabrina. Los gemelos de Ramiro y Giuliana no paraban de gatear por todas partes. Y luego, con una enorme sonrisa, anunció que él y Nadia esperaban otro hijo. Aquello provocó gritos de alegría, el más fuerte el del padre de Nadia, el senador José Burton de Florida, que junto con la madrastra de Nadia había llegado aquel día para visitar a su hija, a su yerno y a su nieta.
Cuando todos se calmaron, Pedro se levantó para anunciar que Paula y él esperaban un hijo para primavera. Paula no apartó los ojos de Pedro mientras éste hablaba y sintió el amor que irradiaba cada una de sus palabras.
—Pau y yo transformaremos el rancho de su padre en un pabellón de huéspedes y uniremos las fincas para que nuestros futuros hijos las puedan disfrutar algún día.
—¿Significa eso que quieren tener más de uno? —preguntó Pablo, riendo entre dientes.
Pedro miró a Paula.
—Sí, quiero tener tantos hijos como mi mujer quiera darme. Sabremos manejarnos, ¿Verdad, cariño?
Paula sonrió.
—Sí, así es.
Él le tendió la mano y ella la tomó. El contacto la confortaba de tal manera que sólo podía sentirse agradecida.
—Yo también te quiero muchísimo. Y lo decía en serio.
—¿Por qué no tendremos que usar preservativos durante un tiempo? —preguntó Pedro un rato después sosteniéndola entre sus brazos y con las piernas enredadas en las de ella, mientras disfrutaban el uno del otro después de hacer el amor. Él sabía la razón, pero quería que ella se la confirmase. Paula alzó un poco la cabeza, le miró a los ojos y susurró:
—Voy a tener un hijo tuyo.
La noticia provocó algo en él. El hecho de que Paula le confirmase que dentro de ella crecía una vida que habían creado juntos le hizo estremecer. Sabía que ella esperaba que dijese algo. Pedro quería demostrarle que lo asumía. Ella tenía que saber lo feliz que le hacía la noticia.
—Saber que estás embarazada de un hijo mío, Pau, es el mayor regalo que jamás pudiese desear recibir.
Dos días más tarde, los Alfonso se reunieron para desayunar en casa de Federico. Al parecer, todo el mundo tenía que anunciar algo y su hermano pensó que lo mejor sería escucharlos a todos a la vez para alegrarse y celebrarlo juntos. En primer lugar, Federico anunció que Gabriel le había dicho que en unos meses se licenciaría con honores en la academia naval. Federico casi se emocionó al contarlo, lo que dió cuenta de la magnitud del logro de Gabriel a ojos de su familia. Sabían que su primer año en la Marina había sido duro porque desconocía el significado de la disciplina. Pero finalmente se había enderezado y soñaba con formar parte de los Comandos Especiales. Pablo anunció que Hercules había cumplido con su obligación y había preñado a Silver Fly, de modo que todos podían imaginar la belleza del potrillo que vendría. Diego fue el siguiente. Dijo que había tenido noticias de Storm Alfonso. Su esposa, Jesica estaba embarazada, al igual que Daniel y su mujer, Sabrina. Los gemelos de Ramiro y Giuliana no paraban de gatear por todas partes. Y luego, con una enorme sonrisa, anunció que él y Nadia esperaban otro hijo. Aquello provocó gritos de alegría, el más fuerte el del padre de Nadia, el senador José Burton de Florida, que junto con la madrastra de Nadia había llegado aquel día para visitar a su hija, a su yerno y a su nieta.
Cuando todos se calmaron, Pedro se levantó para anunciar que Paula y él esperaban un hijo para primavera. Paula no apartó los ojos de Pedro mientras éste hablaba y sintió el amor que irradiaba cada una de sus palabras.
—Pau y yo transformaremos el rancho de su padre en un pabellón de huéspedes y uniremos las fincas para que nuestros futuros hijos las puedan disfrutar algún día.
—¿Significa eso que quieren tener más de uno? —preguntó Pablo, riendo entre dientes.
Pedro miró a Paula.
—Sí, quiero tener tantos hijos como mi mujer quiera darme. Sabremos manejarnos, ¿Verdad, cariño?
Paula sonrió.
—Sí, así es.
Él le tendió la mano y ella la tomó. El contacto la confortaba de tal manera que sólo podía sentirse agradecida.
Propuesta: Capítulo 41
Un rato después, él la tomó en brazos y salieron de la cocina. De algún modo consiguieron subir las escaleras que llevaban al dormitorio. Y allí, en medio de la habitación, él volvió a besar a Paula con un deseo al que ella correspondió con ansia. Finalmente, él liberó su boca para inspirar profundamente, pero antes de que ella pudiese hacer lo propio, él le estaba levantando el vestido hasta la cintura y bajándole las braguitas mojadas. Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando él bajó hasta sus caderas y enterró la cabeza entre sus piernas.
—¡Pepe!
Ella se vino en el momento en que notó la lengua de Pedro moviéndose dentro de ella y acariciando sus labios, pero enseguida se dio cuenta de que aquello a él no le iba a bastar. Utilizó la lengua como un cuchillo para apuñalar literalmente su interior y describir círculos alrededor de su clítoris, y luego lo succionó. Los ojos de Paula empezaron a cerrarse porque él empezó a hacerle perder el sentido y, el deseo, el más poderoso que ella había sentido jamás, empezó a consumirla, a recorrer cada una de las partes de su cuerpo y a empujarla hacia el orgasmo.
—¡Pepe!
Pero él no cejaba en su empeño. Ella intentó agarrarle, pero no lo consiguió porque él empezó a introducir de nuevo la lengua en su interior. Paula pensó que habría que patentar la lengua de Pedro con un cartelito de advertencia: que cuando él falleciese, había que donarla al Smithsonian. Y cuando ella volvió a correrse, él le abrió aún más los muslos para bebérsela a lengüetazos. Paula gimió mientras la lengua y los labios de Pedro jugaban con su clítoris y la volvían loca de lujuria porque sensaciones cada vez más poderosas se extendían por su cuerpo. De pronto, Pedro se retiró y a través de los ojos empañados, Paula vió que se ponía de pie y se desvestía rápidamente, procediendo a desvestirla a ella a continuación. Paula fijó la vista en su erección. Sin más preámbulos, la llevó a la cama, la tumbó boca arriba, se deslizó sobre ella hasta colocarse entre sus piernas y apuntó con su miembro hacia los pliegues húmedos de sus labios.
—¡Sí! —casi gritó ella, y entonces lo sintió, empujando dentro de ella, desesperado por unirse a ella.
Luego se detuvo. Dejó caer la cabeza junto a la de ella y dijo con un gruñido sensual:
—Esta noche no habrá preservativo.
Paula alzó la vista hacia él.
—Ni ésta ni ninguna otra durante un tiempo —susurró ella—. Luego te explicaré el por qué. De todas formas, pensaba decírtelo esta noche.
Y antes de que pudiese entretenerse demasiado pensando en lo que le tenía que decir, Pedro empezó a moverse de nuevo dentro de ella. Y cuando le hubo introducido toda la longitud de su miembro, ella jadeó sin aliento por la plenitud de tenerlo tan dentro. Sus músculos empezaron a aferrarse a él, lo sujetaba con fuerza y lo masajeaba, succionando su sexo por todo lo que estaba recibiendo y pensaba que podía obtener, mientras pensaba que una semana había sido demasiado tiempo. Él le separó aún más las piernas con las manos y le alzó las caderas para penetrarla más profundamente. Bella casi gritó cuando empezó a embestirla de forma constante, con implacable precisión. Era el tipo de éxtasis que ella había echado de menos. No sabía que existía tal grado de placer hasta experimentarlo con él. Cuando Pedro le agarró las piernas y se las colocó por encima de los hombros mientras entraba y salía de ella, sus miradas se encontraron.
—Córrete para mí, amor —susurró Pedro—. Córrete para mí ahora.
El cuerpo de Paula obedeció y empezó a agitarse en un clímax tan gigantesco que le pareció que temblaba toda la casa. Gritó. No pudo contenerse de ninguna forma posible, y cuando él empezó a venirse dentro de ella, el calor de sus fluidos, denso por la intensidad del acto, hizo que sólo pudiese gritar y dejarse ir una vez más.
—¡Pepe!
Ella se vino en el momento en que notó la lengua de Pedro moviéndose dentro de ella y acariciando sus labios, pero enseguida se dio cuenta de que aquello a él no le iba a bastar. Utilizó la lengua como un cuchillo para apuñalar literalmente su interior y describir círculos alrededor de su clítoris, y luego lo succionó. Los ojos de Paula empezaron a cerrarse porque él empezó a hacerle perder el sentido y, el deseo, el más poderoso que ella había sentido jamás, empezó a consumirla, a recorrer cada una de las partes de su cuerpo y a empujarla hacia el orgasmo.
—¡Pepe!
Pero él no cejaba en su empeño. Ella intentó agarrarle, pero no lo consiguió porque él empezó a introducir de nuevo la lengua en su interior. Paula pensó que habría que patentar la lengua de Pedro con un cartelito de advertencia: que cuando él falleciese, había que donarla al Smithsonian. Y cuando ella volvió a correrse, él le abrió aún más los muslos para bebérsela a lengüetazos. Paula gimió mientras la lengua y los labios de Pedro jugaban con su clítoris y la volvían loca de lujuria porque sensaciones cada vez más poderosas se extendían por su cuerpo. De pronto, Pedro se retiró y a través de los ojos empañados, Paula vió que se ponía de pie y se desvestía rápidamente, procediendo a desvestirla a ella a continuación. Paula fijó la vista en su erección. Sin más preámbulos, la llevó a la cama, la tumbó boca arriba, se deslizó sobre ella hasta colocarse entre sus piernas y apuntó con su miembro hacia los pliegues húmedos de sus labios.
—¡Sí! —casi gritó ella, y entonces lo sintió, empujando dentro de ella, desesperado por unirse a ella.
Luego se detuvo. Dejó caer la cabeza junto a la de ella y dijo con un gruñido sensual:
—Esta noche no habrá preservativo.
Paula alzó la vista hacia él.
—Ni ésta ni ninguna otra durante un tiempo —susurró ella—. Luego te explicaré el por qué. De todas formas, pensaba decírtelo esta noche.
Y antes de que pudiese entretenerse demasiado pensando en lo que le tenía que decir, Pedro empezó a moverse de nuevo dentro de ella. Y cuando le hubo introducido toda la longitud de su miembro, ella jadeó sin aliento por la plenitud de tenerlo tan dentro. Sus músculos empezaron a aferrarse a él, lo sujetaba con fuerza y lo masajeaba, succionando su sexo por todo lo que estaba recibiendo y pensaba que podía obtener, mientras pensaba que una semana había sido demasiado tiempo. Él le separó aún más las piernas con las manos y le alzó las caderas para penetrarla más profundamente. Bella casi gritó cuando empezó a embestirla de forma constante, con implacable precisión. Era el tipo de éxtasis que ella había echado de menos. No sabía que existía tal grado de placer hasta experimentarlo con él. Cuando Pedro le agarró las piernas y se las colocó por encima de los hombros mientras entraba y salía de ella, sus miradas se encontraron.
—Córrete para mí, amor —susurró Pedro—. Córrete para mí ahora.
El cuerpo de Paula obedeció y empezó a agitarse en un clímax tan gigantesco que le pareció que temblaba toda la casa. Gritó. No pudo contenerse de ninguna forma posible, y cuando él empezó a venirse dentro de ella, el calor de sus fluidos, denso por la intensidad del acto, hizo que sólo pudiese gritar y dejarse ir una vez más.
martes, 21 de noviembre de 2017
Propuesta: Capítulo 40
Pedro no volvió a caballo a casa tras la conversación con Leonardo. Tomó prestada la camioneta de Pablo y regresó a toda velocidad. Cuando llegó, descubrió que Paula no estaba allí. Ella no le había mencionado en el desayuno que pensaba salir, así que ¿dónde estaba? Inspiró hondo. ¿Y si las sospechas de las mujeres eran ciertas y Paula estaba embarazada? ¿Y si las sospechas de Leonardo eran ciertas y ella le amaba? Dios, si ambas cosas eran ciertas, entre ambos había un gravísimo problema de comunicación. Y estaba dispuesto a ponerle remedio en cuanto ella regresara a casa. Entró en la cocina y, de todas las cosas que podía prepararse, escogió una taza de té. ¡Caray!, Paula había acabado por aficionarle. ¿Y si era verdad que estaba embarazada? La idea de que su barriga creciese porque llevaba dentro un hijo suyo lo dejó casi sin aliento. Además, recordaba perfectamente cuándo había empezado todo. Debió de ser durante la noche de bodas, en la suite del Four Seasons. Y así lo esperaba. La idea de que ella tuviese un hijo suyo era su deseo más ferviente. Y pensara lo que ella pensase, él le proporcionaría a Bella y a su hijo un verdadero hogar. Oyó que se abría la puerta de la casa y se contuvo un momento para no salir corriendo a recibirla. Tenían que hablar y debía crear un ambiente cómodo para hacerlo. Tomada esa decisión, dejó la taza de té sobre la encimera y salió a recibir a su esposa.
—Pau. Has llegado.
Ella salió de sus pensamientos al oír la voz de Pedro. Enseguida se le aceleró el pulso y se preguntó si siempre tendría ese efecto sobre ella. Tardó uno o dos segundos en recomponerse antes de contestar.
—Sí, ya estoy aquí. Veo que tienes compañía.
—¿Compañía?
—Sí. Está fuera la camioneta de Pablo—respondió.
—La tomé prestada. Él no está.
—Oh —eso quería decir que estaban solos.
Bajo el mismo techo. Y no habían hecho el amor casi en una semana. Sus miradas se encontraron y algo parecido a una fuerte consciencia sexual se transmitió entre ambos, cargando el aire y electrificando el momento. Paula podía sentirla y estaba segura de que él la sentía también. Estudió su rostro y supo que quería que su hijo o su hija se pareciesen a él. Tenía que romper la tensión sexual entre ambos y subir a las habitaciones, porque si no, se iba a sentir tentada de cometer una locura como la de arrojarse en sus brazos y rogarle que la deseara, que la amara, que aceptara al hijo que habían concebido juntos.
—Subiré arriba un momento y...
—¿Podemos hablar un segundo, Pau?
—Claro —dijo en voz baja.
Entonces le siguió hasta la cocina. Viéndole la espalda, sólo podía pensar en lo atractivo que era el hombre con quien se había casado. Pedro no estaba seguro de por dónde empezar, pero sabía que debían empezar por algún sitio.
—Estaba a punto de tomar un té. ¿Te apetece?
Se preguntó si ella se daría cuenta de que eran las mismas palabras que había pronunciado la primera vez que lo invitó a entrar en su casa. Él no las había olvidado. Y a juzgar por la sonrisa divertida que esbozaron los labios de Paula, supo que ella tampoco.
—Sí, me encantaría. Gracias.
Ambos bebieron en silencio.
—¿Y de qué querías que habláramos, Pedro?
—¿No quieres seguir casada conmigo?
Ella apartó la mirada de sus ojos y se puso a examinar la decoración de la taza.
—¿Qué te hace pensar así?
—¿Quieres que te haga un listado?
Ella volvió a mirarle de frente.
—Pensaba que no te darías cuenta.
—¿Se trata de eso, Pau, de que no te presto atención?
Paula negó rápidamente con la cabeza.
—No, no es eso —respondió ella mordiéndose nerviosa el labio inferior.
—¿Entonces qué es, cariño? ¿Qué es lo que necesitas que no te esté dando? ¿Qué puedo hacer para que seas feliz? Necesito saberlo porque que me abandones no es opción. Te quiero demasiado como para dejarte marchar.
La taza se detuvo a mitad de camino hacia los labios de Paula. Lo miró sorprendida.
—¿Qué es lo que has dicho?
—He dicho que te quiero demasiado como para dejarte marchar. Últimamente me has estado recordando el año que mencioné en mi proposición, pero no se trata de un esquema temporal fijo, Pau. Se me ocurrió como un periodo de adaptación para que no te asustases. Nunca tuve intención de poner fin a nuestra relación.
Pedro vió que una lágrima escapaba de los ojos de Paula.
—¿De verdad?
—No. Te quiero demasiado como para dejarte ir. Mira, lo he vuelto a decir y lo seguiré diciendo hasta que me escuches. Créelo. Acéptalo.
—No sabía que me amabas, Pedro. Yo también te amo. Creo que me enamoré de tí la primera vez que te ví en el baile de beneficencia.
—Es allí donde yo también creo que me enamoré de tí —dijo él, echando la silla hacia atrás para levantarse de la mesa—. Supe que algo pasaba porque cada vez que nos rozábamos mi alma se estremecía, mi corazón se derretía y te deseaba más y más.
—Creí que sólo se trataba de sexo.
—No. Creo que el sexo era tan bueno, tan excitante entre nosotros porque estaba impulsado por el amor más intenso que pueda existir. He querido decirte más de una vez que te quería, pero no estaba seguro de si estabas preparada para escucharlo. No quería que salieses corriendo.
—Cuando todo lo que necesitaba escuchar era que me amabas —dijo ella, poniéndose en pie—. Nunca pensé que nadie pudiese quererme y deseaba muchísimo que tú lo hicieses.
—Amor mío, te amo.
—Oh, Pepe.
Se echó sobre él y Pedro la rodeó con sus brazos para abrazarla con fuerza. Y cuando inclinó la cabeza para besarla, la boca de Paula estaba preparada, dispuesta y ansiosa. Se hizo evidente en la intensidad con que se unieron sus lenguas.
—Pau. Has llegado.
Ella salió de sus pensamientos al oír la voz de Pedro. Enseguida se le aceleró el pulso y se preguntó si siempre tendría ese efecto sobre ella. Tardó uno o dos segundos en recomponerse antes de contestar.
—Sí, ya estoy aquí. Veo que tienes compañía.
—¿Compañía?
—Sí. Está fuera la camioneta de Pablo—respondió.
—La tomé prestada. Él no está.
—Oh —eso quería decir que estaban solos.
Bajo el mismo techo. Y no habían hecho el amor casi en una semana. Sus miradas se encontraron y algo parecido a una fuerte consciencia sexual se transmitió entre ambos, cargando el aire y electrificando el momento. Paula podía sentirla y estaba segura de que él la sentía también. Estudió su rostro y supo que quería que su hijo o su hija se pareciesen a él. Tenía que romper la tensión sexual entre ambos y subir a las habitaciones, porque si no, se iba a sentir tentada de cometer una locura como la de arrojarse en sus brazos y rogarle que la deseara, que la amara, que aceptara al hijo que habían concebido juntos.
—Subiré arriba un momento y...
—¿Podemos hablar un segundo, Pau?
—Claro —dijo en voz baja.
Entonces le siguió hasta la cocina. Viéndole la espalda, sólo podía pensar en lo atractivo que era el hombre con quien se había casado. Pedro no estaba seguro de por dónde empezar, pero sabía que debían empezar por algún sitio.
—Estaba a punto de tomar un té. ¿Te apetece?
Se preguntó si ella se daría cuenta de que eran las mismas palabras que había pronunciado la primera vez que lo invitó a entrar en su casa. Él no las había olvidado. Y a juzgar por la sonrisa divertida que esbozaron los labios de Paula, supo que ella tampoco.
—Sí, me encantaría. Gracias.
Ambos bebieron en silencio.
—¿Y de qué querías que habláramos, Pedro?
—¿No quieres seguir casada conmigo?
Ella apartó la mirada de sus ojos y se puso a examinar la decoración de la taza.
—¿Qué te hace pensar así?
—¿Quieres que te haga un listado?
Ella volvió a mirarle de frente.
—Pensaba que no te darías cuenta.
—¿Se trata de eso, Pau, de que no te presto atención?
Paula negó rápidamente con la cabeza.
—No, no es eso —respondió ella mordiéndose nerviosa el labio inferior.
—¿Entonces qué es, cariño? ¿Qué es lo que necesitas que no te esté dando? ¿Qué puedo hacer para que seas feliz? Necesito saberlo porque que me abandones no es opción. Te quiero demasiado como para dejarte marchar.
La taza se detuvo a mitad de camino hacia los labios de Paula. Lo miró sorprendida.
—¿Qué es lo que has dicho?
—He dicho que te quiero demasiado como para dejarte marchar. Últimamente me has estado recordando el año que mencioné en mi proposición, pero no se trata de un esquema temporal fijo, Pau. Se me ocurrió como un periodo de adaptación para que no te asustases. Nunca tuve intención de poner fin a nuestra relación.
Pedro vió que una lágrima escapaba de los ojos de Paula.
—¿De verdad?
—No. Te quiero demasiado como para dejarte ir. Mira, lo he vuelto a decir y lo seguiré diciendo hasta que me escuches. Créelo. Acéptalo.
—No sabía que me amabas, Pedro. Yo también te amo. Creo que me enamoré de tí la primera vez que te ví en el baile de beneficencia.
—Es allí donde yo también creo que me enamoré de tí —dijo él, echando la silla hacia atrás para levantarse de la mesa—. Supe que algo pasaba porque cada vez que nos rozábamos mi alma se estremecía, mi corazón se derretía y te deseaba más y más.
—Creí que sólo se trataba de sexo.
—No. Creo que el sexo era tan bueno, tan excitante entre nosotros porque estaba impulsado por el amor más intenso que pueda existir. He querido decirte más de una vez que te quería, pero no estaba seguro de si estabas preparada para escucharlo. No quería que salieses corriendo.
—Cuando todo lo que necesitaba escuchar era que me amabas —dijo ella, poniéndose en pie—. Nunca pensé que nadie pudiese quererme y deseaba muchísimo que tú lo hicieses.
—Amor mío, te amo.
—Oh, Pepe.
Se echó sobre él y Pedro la rodeó con sus brazos para abrazarla con fuerza. Y cuando inclinó la cabeza para besarla, la boca de Paula estaba preparada, dispuesta y ansiosa. Se hizo evidente en la intensidad con que se unieron sus lenguas.
Propuesta: Capítulo 39
—Creo que tienen un enorme problema de comunicación. Suele ocurrir y se puede enmendar fácilmente.
Luego Leonardo pateó el suelo de madera del granero como si estuviese intentando decidirse sobre algo.
—No debería decirte esto porque es algo que oí decir ayer a Nadia y Mariana, y si Mariana se entera de que me dedico a escuchar conversaciones ajenas...
—¿Qué es?
—Quizá lo sepas ya y no nos has dicho nada.
—Maldita sea, Leo, ¿De qué demonios estás hablando?
Una sonrisa asomó a los labios de Leonardo.
—Las mujeres de la familia sospechan que Paula podría estar embarazada.
Paula salió sonriente del hospital infantil. Le gustaban los niños y cuando pasaba tiempo con ellos se olvidaba de sus problemas, razón por la que iba a visitarles un par de días a la semana. Miró su reloj. Aún era temprano y no estaba preparada para regresar a casa. A casa. No podía evitar considerar la Casa de Pedro como la suya propia. Se había acostumbrado a vivir con él. Cruzaba el aparcamiento hacia su coche cuando oyó que alguien gritaba su nombre. Se giró y se encogió al ver que se trataba de la hija del tío Antonio, la madre de los gemelos. Inspirando con fuerza, esperó a que la mujer la alcanzase.
—Paula. Sólo quería disculparme por lo que hicieron Joaquín y Felipe. Sé que papá sigue enfadado y he intentado hacerle entrar en razón, pero se niega a hablar del tema. Siempre ha mimado a los chicos y yo no podía hacer nada al respecto, sobre todo porque mi marido y yo estamos divorciados. Mi ex se marchó pero quería que mis hijos contasen con una figura paterna.
Valentina se quedó callada un instante.
—Espero que papá acabe por asumir su parte de responsabilidad. Aunque echo de menos a mis hijos, se estaban descontrolando demasiado. Me han asegurado que en el lugar al que van les enseñarán disciplina. Sólo quería que supieses que me equivoqué al escuchar todo lo que papá decía de ti. Somos parientes y espero que algún día seamos amigas.
—Me encantaría, Valentina. Te lo digo de verdad.
—Paula, ¿Seguro que estás bien? Deberías ir al médico para que te vea ese virus estomacal.
Paula miró a Nadia. De camino a casa se había pasado a visitarla.
—Sí, Nadia, estoy bien.
Había decidido no decir nada del embarazo hasta después de encontrar el día que pasó por su casa para dejarle a Pedro un paquete de parte de Diego. Sabía por los fragmentos de las historias que había escuchado de las mujeres que Nadia se casó embarazada. Pero dudaba que ésa fuese la razón del enlace. Cualquier persona cercana a la pareja por aquel tiempo podía afirmar que estaban muy enamorados.
—Nadia, ¿Puedo preguntarte una cosa?
Nadia le sonrió.
—Claro.
—¿Cuando te quedaste embarazada de Diego tuviste miedo a contárselo por la forma en que podía reaccionar?
—No supe que estaba embarazada hasta que Diego y yo rompimos. Pero tenía claro que se lo iba a decir porque él tenía derecho a saberlo. Lo único de lo que no estaba segura era de cuándo hacerlo. Incluso pensé adoptar la solución más fácil y esperar hasta mi regreso a Florida para llamarlo desde allí. Diego me facilitó la tarea porque fue él el que me buscó. Nos dimos cuenta de que no había sido más que un tremendo malentendido e hicimos las paces. Fue entonces cuando le dije que estaba embarazada y él se alegró muchísimo.
—Diego es un padre maravilloso.
—Nunca subestimes a los hombres Alfonso, Pau.
—¿Qué quieres decir?
—Que por lo que he descubierto hablando con las otras esposas, incluso con las de Montana, Texas, Atlanta y Charlotte, los Alfonso son hombres fieles y entregados a las mujeres que escogen como parejas. Las mujeres a las que aman. Y aunque pueden ser demasiado protectores a veces, no hay hombres más cariñosos y que te ofrezcan más apoyo que ellos. Lo único que no les gusta es que les ocultemos cosas que deberíamos compartir con ellos. Pedro es especial, y creo que cuanto más tiempo pasen juntos, más te darás cuenta de lo especial que es.
Nadia extendió el brazo para tomar la mano de Paula.
—Espero que lo que te he dicho te haya servido de alguna ayuda.
Nadia le devolvió la sonrisa.
—Así es —Paula sabía que tenía que contarle a Pedro lo del bebé. Y tomara la decisión que tomase con respecto al futuro, tendría que aceptarlo.
Luego Leonardo pateó el suelo de madera del granero como si estuviese intentando decidirse sobre algo.
—No debería decirte esto porque es algo que oí decir ayer a Nadia y Mariana, y si Mariana se entera de que me dedico a escuchar conversaciones ajenas...
—¿Qué es?
—Quizá lo sepas ya y no nos has dicho nada.
—Maldita sea, Leo, ¿De qué demonios estás hablando?
Una sonrisa asomó a los labios de Leonardo.
—Las mujeres de la familia sospechan que Paula podría estar embarazada.
Paula salió sonriente del hospital infantil. Le gustaban los niños y cuando pasaba tiempo con ellos se olvidaba de sus problemas, razón por la que iba a visitarles un par de días a la semana. Miró su reloj. Aún era temprano y no estaba preparada para regresar a casa. A casa. No podía evitar considerar la Casa de Pedro como la suya propia. Se había acostumbrado a vivir con él. Cruzaba el aparcamiento hacia su coche cuando oyó que alguien gritaba su nombre. Se giró y se encogió al ver que se trataba de la hija del tío Antonio, la madre de los gemelos. Inspirando con fuerza, esperó a que la mujer la alcanzase.
—Paula. Sólo quería disculparme por lo que hicieron Joaquín y Felipe. Sé que papá sigue enfadado y he intentado hacerle entrar en razón, pero se niega a hablar del tema. Siempre ha mimado a los chicos y yo no podía hacer nada al respecto, sobre todo porque mi marido y yo estamos divorciados. Mi ex se marchó pero quería que mis hijos contasen con una figura paterna.
Valentina se quedó callada un instante.
—Espero que papá acabe por asumir su parte de responsabilidad. Aunque echo de menos a mis hijos, se estaban descontrolando demasiado. Me han asegurado que en el lugar al que van les enseñarán disciplina. Sólo quería que supieses que me equivoqué al escuchar todo lo que papá decía de ti. Somos parientes y espero que algún día seamos amigas.
—Me encantaría, Valentina. Te lo digo de verdad.
—Paula, ¿Seguro que estás bien? Deberías ir al médico para que te vea ese virus estomacal.
Paula miró a Nadia. De camino a casa se había pasado a visitarla.
—Sí, Nadia, estoy bien.
Había decidido no decir nada del embarazo hasta después de encontrar el día que pasó por su casa para dejarle a Pedro un paquete de parte de Diego. Sabía por los fragmentos de las historias que había escuchado de las mujeres que Nadia se casó embarazada. Pero dudaba que ésa fuese la razón del enlace. Cualquier persona cercana a la pareja por aquel tiempo podía afirmar que estaban muy enamorados.
—Nadia, ¿Puedo preguntarte una cosa?
Nadia le sonrió.
—Claro.
—¿Cuando te quedaste embarazada de Diego tuviste miedo a contárselo por la forma en que podía reaccionar?
—No supe que estaba embarazada hasta que Diego y yo rompimos. Pero tenía claro que se lo iba a decir porque él tenía derecho a saberlo. Lo único de lo que no estaba segura era de cuándo hacerlo. Incluso pensé adoptar la solución más fácil y esperar hasta mi regreso a Florida para llamarlo desde allí. Diego me facilitó la tarea porque fue él el que me buscó. Nos dimos cuenta de que no había sido más que un tremendo malentendido e hicimos las paces. Fue entonces cuando le dije que estaba embarazada y él se alegró muchísimo.
—Diego es un padre maravilloso.
—Nunca subestimes a los hombres Alfonso, Pau.
—¿Qué quieres decir?
—Que por lo que he descubierto hablando con las otras esposas, incluso con las de Montana, Texas, Atlanta y Charlotte, los Alfonso son hombres fieles y entregados a las mujeres que escogen como parejas. Las mujeres a las que aman. Y aunque pueden ser demasiado protectores a veces, no hay hombres más cariñosos y que te ofrezcan más apoyo que ellos. Lo único que no les gusta es que les ocultemos cosas que deberíamos compartir con ellos. Pedro es especial, y creo que cuanto más tiempo pasen juntos, más te darás cuenta de lo especial que es.
Nadia extendió el brazo para tomar la mano de Paula.
—Espero que lo que te he dicho te haya servido de alguna ayuda.
Nadia le devolvió la sonrisa.
—Así es —Paula sabía que tenía que contarle a Pedro lo del bebé. Y tomara la decisión que tomase con respecto al futuro, tendría que aceptarlo.
Propuesta: Capítulo 38
—No me pareció buena idea porque últimamente está lloviendo mucho. No es buena época para iniciar ningún tipo de construcción. Además, no es que te vayas a mudar a la casa ni nada de eso.
—Eso tú no lo sabes.
Pedro detuvo la camioneta ante la casa y giró la llave para detener el motor. Se volvió a mirarla.
—¿No? Pensaba que sí. ¿Por qué tendrías que volver a tu casa?
En lugar de mirarle a los ojos, Paula miró por la ventanilla hacia la casa de Pedro, que él consideraba la casa de ambos.
—Se supone que nuestro matrimonio sólo durará un año y voy a necesitar un lugar donde vivir cuando finalmente acabe.
Sus palabras fueron como una patada en el estómago. ¿Estaba ya pensando en el momento en que iba a dejarle? ¿Por qué? Creía que las cosas entre los dos iban maravillosamente bien.
—¿Qué es lo que pasa, Paula?
—No pasa nada. Pero tengo que ser realista y recordar que, aunque nos gusta compartir la cama, la razón por la que nos casamos deriva de tu proposición, la cual acepté conociendo bien las condiciones. Y son condiciones que no debemos olvidar.
Pedro se limitó a mirarla mientras juraba por lo bajo. ¿Pensaba que lo único que había entre ambos era el hecho de compartir la cama?
—Gracias por recordármelo, Paula—entonces salió de la camioneta.
Aquélla fue la primera noche que compartieron la cama sin hacer el amor. Paula se sentía herida y no estaba segura de qué debía hacer. Estaba intentando proteger su corazón, sobre todo después de los resultados de la prueba de embarazo que se había hecho hacía unos días. Pedro era un hombre honrado. El tipo de hombre que se quedaría con ella porque era la madre de su hijo. Y ella no estaba pensando en sí misma, sino en el niño. Se había criado en una casa sin amor y se negaba a someter a su hijo a algo parecido. Pedro nunca llegaría a entenderlo porque sus padres se habían querido y habían sido un ejemplo a seguir para sus hijos. Se veía en el modo en el cual sus primos y hermanos trataban a sus esposas. Se veía claramente que eran relaciones llenas de amor, del tipo que duran toda la vida. Pero no esperaba un compromiso semejante de él. No entraba en sus planes y ésa no había sido su proposición. Sabía que él estaba despierto por el sonido de su respiración, pero estaban tumbados dándose la espalda. Se habían acostado sin intercambiar palabra. De hecho, él apenas la había mirado antes de meterse bajo las mantas. La cama se movió y ella contuvo la respiración deseando que, a pesar de lo que le había recordado, él todavía la quisiera. Pero él truncó sus esperanzas cuando, en lugar acercarse a ella, salió de la cama y abandonó la habitación. ¿Pensaba regresar a la cama o se iría a dormir a algún otro sitio? ¿En el sofá? ¿En su camioneta? No pudo evitar que las lágrimas se derramasen por su rostro. Ella era la única culpable. Nadie le pidió que se enamorase. No debería haber puesto su corazón en ello. Pero lo había hecho y estaba pagando el precio.
—Muy bien ¿Qué demonios te pasa, Pedro? No te pega cometer un error tan estúpido y el que has cometido es garrafal —dijo Pablo—. Es el caballo más preciado del jeque y lo que has hecho podía haberle costado una pata.
Pedro se enfadó.
—Maldita sea, Pablo, sé lo que he hecho. No hace falta que me lo recuerdes. Luego miró a Leonardo y esperó a escuchar lo que tuviese que decir. Agradeció que no dijera una sola palabra.
—Miren, chicos. Lamento mi error. Tengo muchas cosas en la cabeza. Creo que me tomaré el día libre antes de provocar un desastre mayor —y se encaminó al granero de Pablo.
Estaba ensillando su caballo para marcharse cuando apareció Leonardo.
—Eh, tío, ¿quieres que hablemos?
—No.
—Vamos, Pepe, está claro que hay problemas en el paraíso de la Casa de Pedro. No me considero un experto en estas cosas, pero sabes que Mariana y yo atravesamos muchas dificultades antes de casarnos.
—¿Y después de casarte?
Leonardo se echó a reír.
—¿Quieres que te haga una lista? Lo más importante a tener en cuenta es que son dos personas con personalidades diferentes y que eso ya de por sí puede ser fuente de conflictos. La solución más efectiva es una comunicación abierta y sincera. Nosotros hablamos abiertamente y luego hacemos el amor. Siempre funciona. Ah, y recuerda que de vez en cuando tienes que recordarle lo mucho que la quieres.
—Puedo manejarme con las dos primeras cosas que has dicho, pero con la última no.
—¿Cómo? ¿No puedes decirle a tu esposa que la quieres?
Pedro suspiró.
—No, no puedo hacerlo.
Leonardo se le quedó mirando un rato y luego dijo:
—Creo que lo mejor será que empieces desde el principio.
En menos de diez minutos, Pedro le contó todo a Leonardo, básicamente porque su primo se limitó a escucharle sin preguntar nada. Pero una vez que hubo acabado, comenzaron las preguntas y los comentarios.
—Eso tú no lo sabes.
Pedro detuvo la camioneta ante la casa y giró la llave para detener el motor. Se volvió a mirarla.
—¿No? Pensaba que sí. ¿Por qué tendrías que volver a tu casa?
En lugar de mirarle a los ojos, Paula miró por la ventanilla hacia la casa de Pedro, que él consideraba la casa de ambos.
—Se supone que nuestro matrimonio sólo durará un año y voy a necesitar un lugar donde vivir cuando finalmente acabe.
Sus palabras fueron como una patada en el estómago. ¿Estaba ya pensando en el momento en que iba a dejarle? ¿Por qué? Creía que las cosas entre los dos iban maravillosamente bien.
—¿Qué es lo que pasa, Paula?
—No pasa nada. Pero tengo que ser realista y recordar que, aunque nos gusta compartir la cama, la razón por la que nos casamos deriva de tu proposición, la cual acepté conociendo bien las condiciones. Y son condiciones que no debemos olvidar.
Pedro se limitó a mirarla mientras juraba por lo bajo. ¿Pensaba que lo único que había entre ambos era el hecho de compartir la cama?
—Gracias por recordármelo, Paula—entonces salió de la camioneta.
Aquélla fue la primera noche que compartieron la cama sin hacer el amor. Paula se sentía herida y no estaba segura de qué debía hacer. Estaba intentando proteger su corazón, sobre todo después de los resultados de la prueba de embarazo que se había hecho hacía unos días. Pedro era un hombre honrado. El tipo de hombre que se quedaría con ella porque era la madre de su hijo. Y ella no estaba pensando en sí misma, sino en el niño. Se había criado en una casa sin amor y se negaba a someter a su hijo a algo parecido. Pedro nunca llegaría a entenderlo porque sus padres se habían querido y habían sido un ejemplo a seguir para sus hijos. Se veía en el modo en el cual sus primos y hermanos trataban a sus esposas. Se veía claramente que eran relaciones llenas de amor, del tipo que duran toda la vida. Pero no esperaba un compromiso semejante de él. No entraba en sus planes y ésa no había sido su proposición. Sabía que él estaba despierto por el sonido de su respiración, pero estaban tumbados dándose la espalda. Se habían acostado sin intercambiar palabra. De hecho, él apenas la había mirado antes de meterse bajo las mantas. La cama se movió y ella contuvo la respiración deseando que, a pesar de lo que le había recordado, él todavía la quisiera. Pero él truncó sus esperanzas cuando, en lugar acercarse a ella, salió de la cama y abandonó la habitación. ¿Pensaba regresar a la cama o se iría a dormir a algún otro sitio? ¿En el sofá? ¿En su camioneta? No pudo evitar que las lágrimas se derramasen por su rostro. Ella era la única culpable. Nadie le pidió que se enamorase. No debería haber puesto su corazón en ello. Pero lo había hecho y estaba pagando el precio.
—Muy bien ¿Qué demonios te pasa, Pedro? No te pega cometer un error tan estúpido y el que has cometido es garrafal —dijo Pablo—. Es el caballo más preciado del jeque y lo que has hecho podía haberle costado una pata.
Pedro se enfadó.
—Maldita sea, Pablo, sé lo que he hecho. No hace falta que me lo recuerdes. Luego miró a Leonardo y esperó a escuchar lo que tuviese que decir. Agradeció que no dijera una sola palabra.
—Miren, chicos. Lamento mi error. Tengo muchas cosas en la cabeza. Creo que me tomaré el día libre antes de provocar un desastre mayor —y se encaminó al granero de Pablo.
Estaba ensillando su caballo para marcharse cuando apareció Leonardo.
—Eh, tío, ¿quieres que hablemos?
—No.
—Vamos, Pepe, está claro que hay problemas en el paraíso de la Casa de Pedro. No me considero un experto en estas cosas, pero sabes que Mariana y yo atravesamos muchas dificultades antes de casarnos.
—¿Y después de casarte?
Leonardo se echó a reír.
—¿Quieres que te haga una lista? Lo más importante a tener en cuenta es que son dos personas con personalidades diferentes y que eso ya de por sí puede ser fuente de conflictos. La solución más efectiva es una comunicación abierta y sincera. Nosotros hablamos abiertamente y luego hacemos el amor. Siempre funciona. Ah, y recuerda que de vez en cuando tienes que recordarle lo mucho que la quieres.
—Puedo manejarme con las dos primeras cosas que has dicho, pero con la última no.
—¿Cómo? ¿No puedes decirle a tu esposa que la quieres?
Pedro suspiró.
—No, no puedo hacerlo.
Leonardo se le quedó mirando un rato y luego dijo:
—Creo que lo mejor será que empieces desde el principio.
En menos de diez minutos, Pedro le contó todo a Leonardo, básicamente porque su primo se limitó a escucharle sin preguntar nada. Pero una vez que hubo acabado, comenzaron las preguntas y los comentarios.
Propuesta: Capítulo 37
Paula se sentía avariciosa y le alegró que él pretendiese satisfacer sus necesidades. Le clavó las uñas en los hombros, sin importarle si lo estaba marcando de por vida. Entonces él retomó el ritmo y el placer de un modo que no se parecía a nada que ella hubiese experimentado antes y que le nublaba la vista. Pero durante todo el tiempo, ella siguió mirándole y vió cómo cada sonido, cada movimiento que hacía, le llegaba y lo empujaba a seguir. Entonces sintió que el cuerpo se le rompía en mil pedazos, gritó su nombre y él empezó a hundirse en ella como si su vida dependiese de ello. El orgasmo que la recorrió vació sus pulmones mientras él la embestía de forma intensa e incesante hasta casi hacerle perder el sentido. Y cuando escuchó el grito ronco que salía de los labios de Pedro y vio algo oscuro y turbulento en el fondo de sus ojos, lo perdió por completo y volvió a gritar a pleno pulmón sacudida hasta el fondo de su ser por un segundo orgasmo. Y él la siguió, mientras seguía penetrándola con más fuerza. Deslizó los dedos por su pelo y se inclinó para atrapar de sus labios el temblor de su cuerpo. En ese momento ella quiso decirle todas las palabras que se habían formado en su corazón, palabras de amor que quería que él escuchase. Pero no pudo. Aquello era todo entre ambos. Ella lo había aceptado hacía mucho tiempo. Y por el momento estaba satisfecha y contenta. Y cuando llegase en día en que él quisiera que se marchase, recuerdos de este tipo la sostendrían y le ayudarían a sobrevivir cada instante que pasara sin él. Y pidió a Dios que le bastase con esos recuerdos.
—¿Cuándo vamos a organizar la recepción? —preguntó Sofía cuando los Afonso comieron juntos en casa de Federico unas semanas más tarde.
Paula miró a Pedro en silencio y éste se encogió de hombros y dijo:
—Piensa en varias fechas, a ver si nos vienen bien.
Sofía comentó que el primer fin de semana de agosto era perfecto porque los Alfonso que estudiaban en la universidad estarían en casa y Micaela, que estaba en Pekín, le había dicho que estaría de vuelta en los Estados Unidos para esa fecha. Camila, que esperaba un hijo, había obtenido el permiso del médico para viajar desde Australia.
Pedro volvió a mirar a Paula. Algo le pasaba a su mujer. Sabía que le había afectado lo de los gemelos Chaves. Debido a la cantidad de pruebas existentes en su contra, el abogado había convencido a los padres de que confesaran su culpabilidad para intentar obtener una sentencia menos dura. Sin embargo, debido a diabluras anteriores que les habían ocasionado problemas con la ley, el juez no fue indulgente y les condenó a dos años. Paula había insistido en acudir a la lectura de la sentencia a pesar de las advertencias de Pedro. Antonio, quien todavía se negaba a aceptar su responsabilidad, montó una escena y acusó a Paula de lo que les había pasado a sus nietos. Desde aquel día, Pedro había detectado un cambio en ella. Había empezado a apartarse de él. Y había intentado que hablaran, pero ella se había negado a hacerlo.
—¿Qué les parece entonces? —preguntó Sofía, volviendo a captar su atención.
Él miró a Paula.
—¿Qué opinas, cariño?
Ella esbozó una sonrisa que él sabía que estaba forzando.
—Por mí la fecha está bien. Dudo que mis padres fuesen a venir de todas formas.
—Pues entonces se perderán una buena fiesta —respondió Pedro.
Más tarde, cuando volvían a casa a caballo, Pedro acabó por descubrir lo que le pasaba a Paula.
—Hoy me acerqué a mi rancho, Pedro. ¿Por qué no me dijiste que todavía no habían empezado las obras en la casa?
—No tenía por qué decírtelo. Sabías que me estaba ocupando de todo, ¿No?
—Sí. Pero asumí que las obras ya habían empezado.
—¿Cuándo vamos a organizar la recepción? —preguntó Sofía cuando los Afonso comieron juntos en casa de Federico unas semanas más tarde.
Paula miró a Pedro en silencio y éste se encogió de hombros y dijo:
—Piensa en varias fechas, a ver si nos vienen bien.
Sofía comentó que el primer fin de semana de agosto era perfecto porque los Alfonso que estudiaban en la universidad estarían en casa y Micaela, que estaba en Pekín, le había dicho que estaría de vuelta en los Estados Unidos para esa fecha. Camila, que esperaba un hijo, había obtenido el permiso del médico para viajar desde Australia.
Pedro volvió a mirar a Paula. Algo le pasaba a su mujer. Sabía que le había afectado lo de los gemelos Chaves. Debido a la cantidad de pruebas existentes en su contra, el abogado había convencido a los padres de que confesaran su culpabilidad para intentar obtener una sentencia menos dura. Sin embargo, debido a diabluras anteriores que les habían ocasionado problemas con la ley, el juez no fue indulgente y les condenó a dos años. Paula había insistido en acudir a la lectura de la sentencia a pesar de las advertencias de Pedro. Antonio, quien todavía se negaba a aceptar su responsabilidad, montó una escena y acusó a Paula de lo que les había pasado a sus nietos. Desde aquel día, Pedro había detectado un cambio en ella. Había empezado a apartarse de él. Y había intentado que hablaran, pero ella se había negado a hacerlo.
—¿Qué les parece entonces? —preguntó Sofía, volviendo a captar su atención.
Él miró a Paula.
—¿Qué opinas, cariño?
Ella esbozó una sonrisa que él sabía que estaba forzando.
—Por mí la fecha está bien. Dudo que mis padres fuesen a venir de todas formas.
—Pues entonces se perderán una buena fiesta —respondió Pedro.
Más tarde, cuando volvían a casa a caballo, Pedro acabó por descubrir lo que le pasaba a Paula.
—Hoy me acerqué a mi rancho, Pedro. ¿Por qué no me dijiste que todavía no habían empezado las obras en la casa?
—No tenía por qué decírtelo. Sabías que me estaba ocupando de todo, ¿No?
—Sí. Pero asumí que las obras ya habían empezado.
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