martes, 31 de octubre de 2017

Propuesta: Capítulo 13

Estacionó el coche y cuando abría la puerta para salir vió que Pedro ya estaba a su lado. Empezó a respirar agitadamente y sintió pánico.

—No  hace  falta  que  me  acompañes hasta la puerta,   Pedro—dijo   ella   rápidamente.

—Quiero hacerlo —se limitó a decir él.

Ella lo miró con fastidio al recordar que se había pasado la noche evitándola.

—¿Y por qué?

—¿Y por qué no? —sin esperar respuesta, la tomó de la mano y la llevó hasta la puerta de la casa.

«¡Bien!», pensó, echando chispas  internamente  y  aguantando las  ganas  de  soltarle la mano. El capataz vivía en el rancho y ella sabía que no debía montar una escena con Pedro bajo aquellas luces. Él se quedó tras ella mientras abría la puerta y Paula pensó que  pretendía asegurarse  de  que  no  había  ningún  peligro  dentro  de  la  casa antes de marcharse. Y tenía razón, porque la siguió hasta el interior. Cuando cerró la puerta tras ellos, ella apoyó las manos en las caderas y abrió la boca para decirle lo que pensaba, pero él se le adelantó:

—¿El beso del otro día estuvo fuera de lugar, Paula?

La  suavidad  con  que  hizo  la  pregunta,  dió a Paula que  pensar  y  dejó  caer  las  manos. No, no había estado fuera de lugar en primer lugar porque ella había deseado ese  beso.  Había  deseado  sentir  su  boca  en  la  de  ella,  su  lengua  enredada  con  la  de  ella. Y siendo sincera, podría admitir que deseaba que sus manos la recorriesen y la acariciasen como ningún otro hombre lo había hecho antes. Pedro esperaba una respuesta.

—No, no estuvo fuera de lugar.

—¿Entonces a qué viene que hoy estuvieses tan fría conmigo?

Ella alzó la barbilla.

—Lo mismo podría  preguntarte  yo,  Pedro.  No  es  que  hayas  sido  el  señor  Simpatía precisamente.

Pedro se quedó en silencio durante un  instante,  pero  ella  adivinó  que  su  comentario había hecho mella en él.

—No, no lo he sido precisamente —admitió.

 Aunque había sido ella quien le había acusado, le sorprendió que lo admitiera.

—¿Por qué? —ella sabía la razón de su distanciamiento, pero quería conocer sus razones.

—Las damas primero.

—Bien —dijo ella, dejando el bolso sobre la mesa—. Creo que deberíamos tener una pequeña conversación. ¿Quieres beber algo?

—Sí —dijo él, frotándose la cara con frustración—. Me vendría bien una taza de té.

Ella  alzó  la  vista  hacia  él,  sorprendida  por  la elección.  No  hace  falta  decir  que  desde  aquel  primer día en  que  apareció por  allí,  Paula había comprado un par de  botellas de cerveza y otra de vino para ofrecerle. Pero como había pedido té, le dijo:

—Muy bien, vuelvo enseguida —y salió de la habitación.

Pedro la  vió  marchar  y  se  sintió  más  frustrado  que  nunca.  Ella  tenía  razón,  debían  hablar.  Negó  con  la  cabeza.  ¿Desde cuándo  se  habían  complicado  tanto  las  cosas entre  ambos?  ¿Desde aquel  beso?  ¿Un beso que iba a llegar tarde o temprano  dada la enorme atracción que sentía el uno por el otro? Lanzó  un  profundo  suspiro, preguntándose cómo le iba a explicar  la  frialdad  con  que  la  había  tratado esa noche.  ¿Cómo iba a decirle que  su  comportamiento  no  era más que un mecanismo de defensa porque la deseaba más de lo que jamás había deseado a ninguna otra mujer? El teléfono de Paula sonó y Pedro se preguntó quién podría ser a aquellas horas, pero pensó que no era asunto suyo cuando ella contestó al segundo timbrazo. Nunca se había atrevido a preguntarle si tenía novio o no y había asumido que no lo tenía.  Un rato después, miró  hacia  la  cocina  al  escuchar  un  ruido,  el  sonido de  algo que se estrellaba contra el suelo. Rápidamente, entró a ver qué había pasado y a asegurarse de que Paula estaba bien. Se extrañó al entrar en la cocina y encontrársela agachada recogiendo la bandeja que se le había caído y dos tazas rotas.

—¿Estás bien, Paula? —preguntó.

Ella siguió recogiendo sin mirarlo.

—Estoy bien. Se me cayó sin querer.

Pedro se inclinó hacia ella.

—Al  menos, no había té en las tazas.  Podrías haberte  quemado.  Deja  que  te  ayude.

Entonces se giró.

—Puedo hacerlo sola, Pedro. No necesito tu ayuda.

La miró a los ojos y, de no haber visto que los tenía rojos, se habría tomado en serio sus palabras hirientes.

—¿Qué pasa?

 En lugar de contestar, negó con un gesto y apartó la mirada, negándose a volver mirarlo. Recuperando rápidamente la calma al verla tan disgustada, la agarró por la cintura y la ayudó a levantarse del suelo. Una vez la tuvo frente a él, inspiró profundamente y dijo:

—Quiero saber qué es lo que pasa, Paula.

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