Ella también inspiró con fuerza.
—Era mi padre. Ha llamado para regodearse.
Pedro frunció el ceño.
—¿De qué?
—Él y su abogado han obtenido un mandamiento judicial en contra de mi fondo fiduciario y quería que supiese que han suspendido mi asignación mensual.
Pedro detectó el temblor de su voz.
—Pero creía que faltaban tres meses para que cumplieses veintiséis años.
—Así es, pero algún juez, seguramente amigo de papá, ha considerado que mis padres tienen motivos para retener mi dinero. No creen que vaya a casarme antes de la expiración del fondo fiduciario. Necesito el dinero, Pedro. Contaba con él para pagar a mis hombres y todos los trabajos que he pedido que se hagan aquí. Hay muchas cosas de las que mi abuelo no se había ocupado y había que hacer, como reparar el tejado del granero. Mis padres me están poniendo en un aprieto intencionadamente y lo saben.
—Seguro que hay algo que tu abogado pueda hacer.
—Hace un rato me envió un mensaje diciendo que no podemos hacer nada ahora que hay un juez de por medio. E incluso si pudiéramos, llevaría tiempo y mis padres lo saben. Es un tiempo que ellos calculan que no tengo, lo cual se inclina a su favor. Cierto, tengo el rancho, pero hace falta dinero para mantenerlo en funcionamiento.
Él negó con la cabeza.
—¿Y todo porque no te has casado?
—Sí. Creen que me educaron para ser la esposa de alguien como David, que ya tiene su puesto en la alta sociedad de Savannah.
Pedro se quedó en silencio un instante.
—¿El fondo fiduciario especifica con quién tienes que casarte?
—No, sólo dice que tengo que estar casada. Supongo que mis abuelos lo elaboraron pensando que me casaría automáticamente con alguien que estuviese a mi altura.
De pronto, a Pedro se le ocurrió una idea. Era una locura... pero podría tener efecto a largo plazo. Al final, ella conseguiría lo que deseaba y él también. Extendió la mano para tomar la de Paula, sus dedos se entrelazaron y él intentó ignorar los sentimientos que le provocaba el tocarla.
—Sentémonos un rato. Creo que tengo una idea.
Paula dejó que la condujese hasta la mesa de la cocina, se sentó con las manos sobre la mesa y lo miró expectante.
—Prométeme que no te cerrarás cuando escuches mi proposición.
—Vale, lo prometo.
Él se detuvo un instante y luego dijo:
—Creo que deberías hacer lo que quieren tus padres y casarte.
—¿Cómo?
—Piénsalo, Pau. Puedes casarte con quien quieras para conservar tu fondo fiduciario.
Paula estaba aún más confundida.
—No entiendo, Pedro. No mantengo ninguna relación con nadie, ¿Con quién se supone que me voy a casar?
—Conmigo.
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