—Quería conocerlo, porque tú no eres el único Alfonso con el que tienen que lidiar mis abuelos y los otros comerciantes del barrio.
Él se recostó en su asiento.
—Maldición, lo siento, me he acalorado un poco.
—¿Un poco nada más?
Pedro negó con la cabeza.
—Me haces ser apasionado y es normal que me moleste que me compares con un tipo que los dejó sin un duro a tus abuelos y a tí.
—Lo siento. No era mi intención —se disculpó ella—. ¿De verdad te hago ser apasionado?
—Diablos, sí. Además, acabamos de romper nuestra regla número uno, la de no hablar de los negocios cuando estamos solos…
—Fue una mala idea poner esa regla. Yo no puedo vivir una doble vida. Sería bonito hacerlo, pero debo ser honesta conmigo misma. Mis sentimientos son demasiado intensos cuando estoy contigo —admitió ella—. Y me parece obvio que a tí te pasa lo mismo conmigo.
—Sí. He de confesarte que pensé que no podría pensar con claridad hasta que no saciara esta pasión que siento por tí.
—¿No me digas? —se levantó y se acercó a él.
Pedro hizo que sentara en su regazo.
—Sí te digo.
Ella le acarició el cuello.
—¿Y funciona?
—Todavía, no. Cuando más te conozco, Paula, más quiero conocerte. Me siento como si no pudiera nunca saciarme de tí y no me gusta esa sensación. No había dejado nunca que nadie tuviera tanto poder sobre mí.
—¿Así que tengo poder sobre tí? —preguntó ella, tratando de quitarle importancia para no tener que enfrentarse al hecho de que Pedro era el hombre más maravilloso que había conocido jamás.
Lo cierto era que Pedro estaba empezando a ser demasiado importante para ella. Yella no debía olvidar que se iría dentro de pocas semanas.
—Más o menos, el mismo poder que yo tengo sobre tí —contestó él, mirándola a los ojos.
Había algo magnético en los ojos de Pedro que le hacía querer perderse en ellos,dejar atrás el pasado y crearse una vida nueva, llena de esperanza e ilusión.
—Tengo miedo —confesó ella en un susurro.
—¿De qué? —preguntó él, acariciándole la espalda.
—Tú… yo —balbuceó ella, sin saber cómo expresarlo con palabras—. Me asustan mis sentimientos hacia tí. He estado tan concentrada en mi carrera que creí que había encontrado una forma de escapar de mi pasado. Pero tú me estás haciendo tener esperanza de nuevo.
—Eso es bueno.
Ella inclinó la cabeza y lo besó.
—La esperanza es buena. Pero temo que no me llevé a ninguna parte. Además, me siento muy cambiada. Ahora ya no sé quién soy, ni qué quiero.
Pedro echó la cabeza hacia atrás para poder mirarla a los ojos.
—Sí sabes quién soy, lo que pasa es que no quieres admitir que una parte de tí puede sentir pasión por un hombre. Y por este lugar.
—¿Por qué piensas eso?
—Lo veo en tus ojos. No son los ojos de una mujer que duda.
—No hablo de confianza.
—¿Entonces de qué hablas? —preguntó él.
—De mis sueños —contestó ella—. Creí que podría ser feliz con mi carrera y una nueva vida en una ciudad, lejos de mi hogar. Sin embargo, ahora me estoy dando cuenta de que estos diez últimos años en Nueva York, en realidad, no he estado viviendo.
—¿Ah, no?
Paula meneó la cabeza y se inclinó de nuevo para besarlo en los labios con suavidad. Pasara lo que pasara, siempre le estaría agradecida a Pedro por haberle hecho descubrir lo que le faltaba en su vida.
—No. Me he estado escondiendo y ahora sé que Fernando me había robado algo más que el dinero. Y tú, mi diablo de pico de oro, me lo estás devolviendo poco a poco.
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