martes, 24 de octubre de 2017

Propuesta: Capítulo 10

Pedro se  pasó  la  mano  por  la  cara  mientras  observaba  a  Paula correr  hacia  el  coche.  Se  cercioró de que entraba  en  él  y salía  del  estacionamiento,  y  luego  salió  él  detrás en el suyo. No  pensaba preguntarse  por  qué  la  había  besado,  porque  lo sabía    perfectamente.  Ella era pura feminidad, una tentación que no muchos logran resistir y  una  inyección  de  deseo  en  los  brazos  de  un  hombre.  Él  había  tenido  de  todo  aquello,  y  no  en  pequeñas,  sino  en  grandes  cantidades.  Una  vez  conocido  su  sabor,  deseaba saborearla una y otra vez. Al  detener  la  camioneta  ante  un  semáforo,  miró  su  reloj.  Paula no  era  la  única  que tenía una reunión aquella tarde. Pablo, Leonardo y él tenían una teleconferencia con  sus  tíos  desde  Montana  en  menos  de  una  hora.  No  lo  había  olvidado,  pero  no  había  sido  capaz de acortar  el  tiempo que  había  pasado con Paula.   Todavía  conservaba su sabor en la boca, así que se alegraba de no haberlo hecho. Negó  con  la  cabeza,  porque  le  seguía  costando  creer  lo  bien  que  habían  conectado  con  aquel  beso,  y  eso  le  llevó  a  preguntarse  cómo  conectarían  en  otras  cosas y otros lugares... como en el dormitorio. No podía quitarse de la cabeza la idea de ella desnuda con los muslos abiertos mientras  él  la  penetraba.  La  deseaba  con  todas  sus  fuerzas  y,  aunque  quería  pensar  que sólo se trataba de una atracción física, no estaba seguro de que fuese así. Y si no lo era, ¿de qué se trataba entonces?

No pudo  ahondar  en  el  tema  porque  en  aquel  momento  sonó  el  teléfono.  Lo  sacó del cinturón y vio que era su primo Leonardo. Se había casado hacía poco más de un mes, y eso que Pedro creía que era la última persona que llegaría a enamorarse. Pero  lo  había  hecho,  y  era  comprensible.  Mariana era  una  mujer  muy  valiosa  y  todos  pensaban que era una gran incorporación a la familia Alfonso.

—¿Sí, Leonardo?

 —Eh, tío, ¿Dónde estás? ¿Has olvidado la reunión de hoy?

—No, no la he olvidado y estoy a menos de treinta minutos.

—Muy bien. Me han dicho que tu dama vendrá a cenar el viernes por la noche.

Pedro se  detuvo  a  pensar  por  un  instante.   Aquel  comentario le hubiese  molestado viniendo  de  cualquier  otro,  pero  Leonardo era  Leonardo y  las  dos  personas  que  sabían  mejor  que  nadie  que  no  tenía  una  «dama»  eran  sus  primos  Leonardo y  Pablo.  Sabiéndolo,  imaginó  que  lo  que  intentaba  su primo era  sacarle  información.

—No tengo una dama y tú lo sabes.

—¿Ah, sí? En ese caso ¿Desde cuándo te has aficionado al té?

Él se echó a reír sin apartar los ojos de la carretera.

—Ah, veo que nuestra querida Romina ha estado haciendo comentarios.

—¿Quién  si  no?  Puede  que  Paula se  lo  contase  a  las  mujeres  durante  la  visita,  pero por supuesto, Romina es la que ha decidido que estás loco por la belleza sureña. Y éstas son palabras de Romi, no mías.

—Gracias por aclarármelo —no sólo estaba loco por Paula Chaves.

 El pulso se aceleraba con sólo pensar en el beso que se habían dado.

 —De nada. Ponme al día, Pepe. ¿Qué hay entre tú y la belleza sureña?

—Admito que me atrae, pero ¿A quién no? En todo caso, no es algo serio.

—¿Estás seguro?

Pedro apretó el volante: ése era el quid de la cuestión. Cuando pensaba en Paula, lo único de lo que estaba seguro era que la deseaba de un modo en que jamás había deseado a  ninguna otra mujer.  Seguramente se estaba adentrando en  terreno peligroso,  pero  por  razones  que  no  lograba  entender,  no  podía  admitir  que  estaba  seguro de que fuese así.

—Ya te contaré.

Le  incomodó  pensar  que  no  había  ofrecido  una  respuesta  a  Leonardo porque  no  podía.  Y  para  un  hombre  que  siempre  había  tenido  las  cosas  claras  a  la  hora  de  hablar  del  lugar  que  una  mujer  ocupaba  en  su corazón, imaginaba lo que su primo estaría pensando. Él mismo estaba intentando no pensar lo mismo. Cielos, sólo había pretendido ser  un  buen  vecino  y  luego  se  había  dado  cuenta de lo mucho que  disfrutaba  en  su  compañía. Y además estaba la atracción que había surgido entre los dos y que él no había sido capaz de ignorar.

—Nos vemos cuando llegues, Pepe. Conduce con cuidado —dijo Leonardo sin más comentarios sobre Paula.

—Lo haré.



Paula contemplaba las montañas desde la ventana de su dormitorio. La reunión con Juan había sido informativa y un poco abrumadora, pero había captado lo que él le había dicho. En lo alto de la lista estaba Hercules.  El  caballo  estaba  nervioso,  y  todo el mundo sabía cuándo no estaba de buen humor. Según  Juan, llevaban  tiempo  sin  montarlo  porque  pocos  hombres  se  le  podían  acercar.  El único capaz de  manejar a Hercules  era  Pedro.  El  mismo  que  ella  había  decidido  evitar  en  adelante.  Reconocía  el  peligro  en  cuanto  lo  veía  y  en  este  caso era un peligro que podía además sentir. Físicamente. Si  él  seguía  visitándola,  si  seguía  pasando el  tiempo  con  ella,  no  importaba  cómo, se sentirían tentados de ir aún más lejos. Lo ocurrido demostraba que ella era prácticamente arcilla en sus manos y no quería imaginar qué pasaría si aquello iba a más. Le gustaba, pero al mismo tiempo se sentía amenazada.

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