martes, 10 de octubre de 2017

Inevitable Atracción: Capítulo 34

—A ella le gusta quedar después de trabajar, para que podamos tener algún tiempo a solas.

—¿Tiempo a solas? En serio, me dejas anonadado —comentó Pedro.

En ese momento, se dió cuenta de que quería lo mismo que Diego había encontrado.

—Nos gusta estar juntos.

—Suena bien —admitió Pedro.

—Gracias, hermano. ¿Vas a entrar?

—No, tengo que volver a mi despacho. Quiero revisar unas notas.

—¿A estas horas de la noche? Sé que Fede es un poco pesado con ese proyecto del centro comercial. Pero incluso él va a tomarse la noche libre.

—Ya sabes que no quiere que me tome tiempo libre hasta que tenga todos los cabos bien atados.

—No sueles tomarte muchas vacaciones que se diga —observó Diego, arqueando una ceja.

—No. Soy un adicto al trabajo. Así que no debería sorprenderte que fuera a mi despacho.

—No. Lo que pasa es que es la primera vez que te veo sentado solo en el estacionamiento.

Pedro se dió cuenta de que su hermano estaba preocupado.

—Solo estaba pensando en todo lo que hemos logrado.

—Yo también estoy orgulloso de eso —afirmó Diego y se miró el reloj—. Tengo que volver. Tengo que acompañar un poco más a ese grupo del mercado y no quiero llegartar de a mi cita con Nadia.

—No te entretengo más. Me voy a la oficina.

Pedro abrazó a su hermano, se metió en el coche y se fue.No iba a dejar que Paula lo siguiera controlando.


Paula se cambió de ropa unas seis veces. Al fin, bajó al vestíbulo poco después delas once. Si Pedro no estaba, eso probaría que era un embaucador, igual que Fernando.Pero, en vez de ir detrás del dinero de sus abuelos, Pedro iba detrás de… ¿Qué?

Esa era la pregunta que no sabía contestarse. Estaba bastante segura de que él no buscaba el compromiso. Entonces… ¿Por qué estaba parada delante del bar tan ansiosa?

Pedro la saludó desde una banqueta. Ella se sentó a su lado. Él la besó en la mejilla.Ella no dijo nada sobre el modo en que él se había ido. En su habitación, se había pasado el tiempo dándole vueltas al por qué, tratando de averiguar si había sido poralgo que ella hubiera hecho.

—¿Has solucionado la emergencia?

Pedro se sonrojó y asintió.

—No era nada importante. Solo algo de papeleo que tenía que firmar.

No sonaba como una buena razón para salir corriendo de su casa, pensó Paula, pero no dijo nada. Observaría cómo se desarrollaba el resto de la noche y, así, podría decidir si la estaba tomando el pelo o si estaba tan obnubilado como ella. Aunque Pedro no parecía la clase de hombre que se dejara obnubilar por nada.

—¿Qué quieres beber? Hacen un café irlandés muy bueno, pero a mí me gusta más el coñac.

—Y a mí —repuso ella—. Mi abuelito solía servirme un poco después de que cumpliera los dieciséis años, cuando comíamos en su casa los domingos. Yo me sentía muy mayor cuando lo bebía.

—Mi padre siempre fumaba puros con coñac, pero no creo que podamos fumar aquí.

—No. ¿Tú fumas? —preguntó ella, dándose cuenta de que no lo conocía tan bien,en realidad.

—No. Bueno, salvo algún puro ocasional. Cuando abrimos Luna Azul, estuvimos pensando en convertirlo en un club para fumar puros, pero luego decidimos que era mejor que fuera un local de moda.

—Buena decisión.

—Fue idea de Diego. Él siempre está a la última.

—Ya me lo imagino. Lo veo en las páginas de sociedad de los periódicos casi todos los días.

Pedro llamó al camarero y pidió bebidas.

—Diego hace un gran trabajo de relaciones públicas para el club. Muchos turistas vienen a Luna Azul porque quieren ver a Diego y a sus amigos famosos.

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