—¿De veras tu abuelo estuvo casado con todas esas mujeres? —preguntó ella después de que él le relatara la historia de cómo Rafael se había convertido en la oveja negra de la familia al fugarse a principios del siglo XX con la mujer del predicador y le hablara de todas las esposas que supuestamente había ido acumulando por el camino.
—Eso es lo que todo el mundo está intentando averiguar. Necesitamos saber si existen más Alfonso. Sofía ha contratado a un detective privado para que le ayude a resolver el enigma de las esposas de Rafael. Hemos desechado a dos y nos quedan dos más por investigar.
Poco después de acabar los postres y el café, Pedro miró su reloj.
—Vamos según lo previsto. Te llevaré de regreso a tiempo para recoger tu coche y llegar a la reunión con Juan.
Pedro se puso en pie, rodeó la mesa y le tendió la mano. En el momento en que se tocaron, una oleada de sensaciones les recorrió al mismo tiempo. Les caló hasta los huesos, se les enredó en la carne y él no pudo sino estremecerse. El aroma del cuerpo de Paula lo inundó y exhaló un suspiro entrecortado. Una parte de su cabeza le decía que se apartara y pusiese cierta distancia entre ambos. Pero otra parte de él le dijo que se enfrentaba a lo inevitable. Desde el principio había existido aquella atracción, ese grado de deseo entre los dos. Para él, desde el momento en que la había visto entrar en el salón de baile con Antonio Chaves. Allí había sabido que la deseaba. Se miraron y, por un instante, él pensó que ella apartaría la mirada, pero no lo hizo.
Paula no podía resistirse a él más de lo que Pedro podía resistirse a ella y ambos lo sabían, razón por la que, seguramente, cuando él se aproximó y comenzó a inclinar la cabeza, Bella se puso de puntillas y le ofreció su boca. En cuanto sus labios se encontraron, un sonido ronco y gutural surgió de la garganta de Pedro y la besó con más fuerza al ver que ella le rodeaba el cuello con los brazos. Deslizó la lengua con facilidad en su boca, explorando primero un lado y luego el otro, así como las zonas intermedias, y luego la enredó con la de ella en un profundo acoplamiento. Cuando Paula repitió la secuencia, una sacudida de deseo inundó el cuerpo de Pedro. Y prendió. «Dios santo». Un ansia como nunca había experimentado con anterioridad se aposentó en su mente. Sintió una conexión sexual con ella que nunca había sentido con ninguna otra mujer. Mientras sus lenguas se deslizaban la una en la otra, partes de él se prepararon, dispuestas a explotar en cualquier momento. Nunca había conocido una pasión tan incontenible, un deseo tan patente y una necesidad tan primaria. La boca de él se afanaba en saborear la de ella, pero el resto de su cuerpo ansiaba sentirla, abrazarla con más fuerza. Instintivamente, sintió que ella se reclinaba sobre él y sus cuerpos se unían desde el pecho hasta las rodillas mientras la besaba con más pasión. Gimió, preguntándose si alguna vez se encontraría saciado.
Paula sentía lo mismo con respecto a él. Ningún hombre la había abrazado con tal fuerza, la había besado con tanta pasión y le había provocado aquellas sensaciones que recorrían su cuerpo a una velocidad mayor que la de la luz. Y ella notaba su erección, su miembro rígido y palpitante sobre su sexo, apretándose con fuerza en la intersección de sus muslos, haciendo que sintiera allí, justo allí, cosas totalmente nuevas para ella. Era más que un hormigueo. Experimentaba dolor en ese preciso lugar. Se sentía como una masa de queroseno y él era la antorcha que la iba a encender para hacerla explotar en llamas. Pedro era puro músculo apretándose contra ella y ella lo quería todo. Lo deseaba. No estaba segura de lo que su deseo entrañaba, pero sabía que era el único hombre que la hacía sentir de aquel modo. Deseaba que fuera él, y nadie más, quien la hiciera sentirse así.
Cuando finalmente Pedro retiró la boca y dejó su rostro pegado al de Paula, instintivamente, ella le lamió los labios de punta a punta, reacia a renunciar su sabor. Pedro emitió entonces un sonido gutural que desató el deseo de ella e hizo que acercara los labios a los de él, momento en que Pedro volvió a apoderarse de su boca. Le introdujo la lengua como si tuviese todo el derecho a estar allí, cosa en la que ella estuvo de acuerdo. Lentamente, dejó de besarla y la miró a los ojos durante un largo rato. Luego le acarició los labios con el pulgar y paseó los dedos por los rizos de su pelo.
—Será mejor que nos vayamos o no llegarás a la reunión —dijo él, bajando el tono de voz.
Incapaz de pronunciar una sola palabra, ella se limitó a asentir. Entonces él la tomó de la mano y enlazó sus dedos con los de ella, y las sensaciones que había experimentado siguieron estando presentes, casi de forma insoportable, pero Paula se propuso combatirlas. Desde ese momento en adelante. No podía iniciar una relación con nadie, sobre todo con alguien como Pedro. Y menos en aquel momento. Ya tenía bastante con el rancho y con sus padres. Tenía que mantener la cabeza fría y no dejarse atrapar por los deseos de la carne. No necesitaba un amante; necesitaba una estrategia. Y conforme salían juntos del despacho, intentó deshacerse de sus sentimientos. Acababan de besarla hasta hacerle perder el conocimiento y estaba intentado convencerse de que, pasara lo que pasara, no volvería a ocurrir. El único problema era que su cabeza había decidido una cosa y su cuerpo reclamaba otra distinta.
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