martes, 24 de octubre de 2017

Propuesta: Capítulo 9

—¿De  veras  tu  abuelo  estuvo  casado  con  todas  esas  mujeres?  —preguntó  ella  después de  que él  le relatara  la  historia  de  cómo  Rafael se había convertido en  la  oveja  negra de la familia  al  fugarse a  principios  del  siglo  XX  con  la  mujer  del  predicador y le hablara de  todas las esposas que supuestamente había ido acumulando por el camino.

—Eso es lo que todo el mundo está intentando averiguar.  Necesitamos saber si existen más Alfonso. Sofía ha contratado a un detective privado para que le ayude a resolver el enigma de las esposas de Rafael. Hemos desechado a dos y nos quedan dos más por investigar.

Poco después de acabar los postres y el café, Pedro miró su reloj.

—Vamos  según  lo  previsto.  Te llevaré de regreso  a  tiempo para recoger  tu  coche y llegar a la reunión con Juan.

Pedro se puso en pie, rodeó la mesa y le tendió la mano. En el momento en que se tocaron, una oleada de sensaciones les recorrió al mismo tiempo. Les caló hasta los huesos, se les enredó en la carne y él no pudo sino estremecerse. El aroma del cuerpo de Paula lo inundó y exhaló un suspiro entrecortado. Una parte de su cabeza le decía que se apartara y pusiese cierta distancia entre ambos.  Pero otra parte de él le  dijo  que  se enfrentaba  a  lo  inevitable.  Desde el  principio había  existido  aquella  atracción,  ese grado  de  deseo  entre  los  dos.  Para  él,  desde el  momento en que la  había  visto  entrar en el  salón  de  baile  con  Antonio Chaves. Allí había sabido que la deseaba. Se miraron y, por un instante, él pensó que ella apartaría la mirada, pero no lo hizo.

Paula no podía resistirse a él más de lo que Pedro podía resistirse a ella y ambos lo sabían, razón por la que, seguramente, cuando él se aproximó y comenzó a inclinar la cabeza, Bella se puso de puntillas y le ofreció su boca. En  cuanto  sus  labios  se  encontraron,  un  sonido  ronco  y  gutural  surgió  de  la  garganta de Pedro y la besó con más fuerza al ver que ella le rodeaba el cuello con los brazos.  Deslizó  la  lengua  con  facilidad  en  su  boca,  explorando  primero  un  lado  y  luego el otro, así como las zonas intermedias, y luego la enredó con la de ella en un profundo  acoplamiento.  Cuando  Paula repitió  la  secuencia,  una  sacudida  de  deseo  inundó el cuerpo de Pedro. Y prendió. «Dios  santo».  Un  ansia  como  nunca  había  experimentado  con  anterioridad  se  aposentó  en  su  mente.  Sintió  una  conexión  sexual  con  ella  que  nunca  había  sentido  con ninguna otra mujer. Mientras sus lenguas se deslizaban la una en la otra, partes de  él  se  prepararon,  dispuestas  a  explotar  en  cualquier  momento.  Nunca  había  conocido  una  pasión  tan  incontenible,  un  deseo  tan  patente  y  una  necesidad  tan  primaria. La boca de él se afanaba en saborear la de ella, pero el resto de su cuerpo ansiaba sentirla, abrazarla con más fuerza.  Instintivamente,   sintió que  ella  se  reclinaba  sobre  él  y  sus  cuerpos  se  unían  desde  el  pecho  hasta  las  rodillas  mientras  la  besaba  con  más  pasión.  Gimió,  preguntándose  si  alguna  vez  se  encontraría  saciado.

Paula sentía lo mismo con respecto a él. Ningún hombre la había abrazado con tal fuerza,   la había besado con tanta pasión y  le  había provocado  aquellas  sensaciones que recorrían su cuerpo a una velocidad mayor que la de la luz. Y  ella  notaba  su  erección,  su  miembro  rígido  y  palpitante  sobre  su  sexo,  apretándose  con  fuerza  en  la  intersección  de  sus  muslos,  haciendo  que  sintiera  allí,  justo  allí,   cosas   totalmente   nuevas   para   ella.   Era   más  que  un  hormigueo.   Experimentaba dolor en ese preciso lugar. Se  sentía  como  una  masa  de  queroseno  y  él  era  la  antorcha  que  la  iba  a  encender  para  hacerla  explotar  en  llamas.  Pedro era  puro  músculo  apretándose  contra  ella  y  ella  lo  quería  todo.  Lo  deseaba.  No  estaba  segura de lo que su deseo entrañaba, pero sabía que era el único hombre que la hacía sentir de aquel modo. Deseaba que fuera él, y nadie más, quien la hiciera sentirse así.

Cuando  finalmente  Pedro retiró  la  boca  y  dejó  su  rostro  pegado  al de Paula, instintivamente, ella le lamió los labios de punta a punta, reacia a renunciar su sabor. Pedro emitió  entonces  un  sonido  gutural  que  desató  el  deseo  de  ella e  hizo  que  acercara los labios a los de él, momento en que Pedro volvió a apoderarse de su boca. Le introdujo la lengua como si tuviese todo el derecho a estar allí, cosa en la que ella estuvo de acuerdo. Lentamente, dejó de besarla y la miró a los ojos durante un largo rato. Luego le acarició los labios con el pulgar y paseó los dedos por los rizos de su pelo.

—Será  mejor  que  nos  vayamos o  no llegarás  a  la  reunión  —dijo  él,  bajando el  tono de voz.

Incapaz de pronunciar una sola palabra, ella se limitó a asentir. Entonces él la tomó de la mano y enlazó sus dedos con los de  ella,  y  las  sensaciones  que  había  experimentado  siguieron  estando  presentes,  casi de forma insoportable, pero Paula se propuso combatirlas. Desde ese momento en adelante. No podía iniciar una relación con nadie, sobre todo con alguien como Pedro. Y menos en aquel momento. Ya tenía bastante con el rancho y con sus padres. Tenía  que  mantener  la  cabeza  fría  y  no  dejarse  atrapar  por  los  deseos  de  la  carne. No necesitaba un amante; necesitaba una estrategia. Y   conforme   salían juntos   del   despacho, intentó   deshacerse de sus  sentimientos.  Acababan de  besarla  hasta hacerle perder el  conocimiento y estaba intentado convencerse de que, pasara lo que pasara, no volvería a ocurrir. El  único  problema  era  que  su  cabeza  había  decidido  una  cosa  y  su  cuerpo  reclamaba otra distinta.

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