jueves, 19 de octubre de 2017

Propuesta: Capítulo 8

—Me encanta la comida italiana —dijo ella, entusiasmada, mientras agarraba el tenedor.

Pedro sirvió  el  vino  y  al mirarla la  pilló sorbiendo  un  espagueti,  que  atravesó  sus  seductores  labios.  Sintió  un  nudo en  el  estómago,  y  cuando ella  se  chupó  los  labios, no pudo evitar envidiar a aquel fideo. Al ver que le miraba, ella se ruborizó.

—Lo  siento.  Sé que estoy siendo  maleducada,  pero  no  me  pude  resistir  —dijo  con  una  sonrisa—.  Es  algo que siempre  quise  hacer  y  no  pude cuando comía  espaguetis con mis padres.

—No te preocupes. De hecho, puedes sorber el resto si te apetece. Aquí estamos sólo tú y yo.

—Gracias, pero será mejor que no lo haga.

—Intuyo  que  tus  padres te imponían  mucha  disciplina  —dijo,  tomando  un  sorbo de vino.

—Lo siguen  haciendo,  o  al  menos  lo  intentan.  Incluso  ahora,  no  se  detendrán  ante  nada para devolverme  a  Savannah  con  el  fin  de  tenerme  controlada.  Esta  mañana  recibí  una  llamada  de  mi  abogado  advirtiéndome  de  que  es  posible  que  hayan  encontrado  una  laguna  legal  en  el  fondo  fiduciario  que  crearon  mis  abuelos  antes de su muerte.

Él alzó una ceja.

—¿Qué tipo de laguna legal?

—Una que dice que se supone que tengo que estar casada pasado un año. Si eso es  cierto,  tengo menos de tres meses  —dijo ella,  indignada—.  Seguro que esperan que vuelva a Savannah para casarme con David.

—¿David?

 Paula lo miró a los ojos y Jason detectó la preocupación que había en su mirada.

—Sí,  David Pierce.  Pertenece  a  una  familia  acaudalada  de  Savannah  y  mis  padres han decidido que David y yo somos la pareja perfecta.

Él  vió  cómo  sus  hombros  se  elevaban  y  descendían  conforme  lanzaba  varios  suspiros.  Era  obvio que no  le  gustaba la  idea de  convertirse  en  la  señora de  David Pierce. Maldita sea, y a él tampoco le gustaba.

—¿Cuándo sabrás lo que tienes que hacer?

—No  estoy  segura. Tengo  un  buen  abogado,  pero  he  de  admitir  que  el  de  mis  padres tiene  más  experiencia  en  estas  cosas.  En  otras  palabras,  es  un  viejo  zorro.  Estoy  convencida de que mis abuelos  dispusieron mi herencia pensando que velaban por mi futuro porque, en sus círculos sociales, lo ideal era que una joven se casara a los veintiséis años.

—¿Y tus padres no tienen reparos en obligarte a que te cases?

—No,  en  absoluto.  No  les  importa  mi  felicidad.  Lo  único  que  les  importa  es  demostrar una vez más que controlan mi vida y siempre la controlarán.

Pedro detectó el temblor que había en su voz y cuando Paula bajó la vista como para  mirar  a  los  cubiertos,  supo  que  estaba  a  punto  de  echarse  a  llorar.  En ese momento,  algo  en su interior quiso levantarse,  abrazarla  y  decirle  que  todo  saldría  bien.

—Creía  que  en  la  universidad  me  libraría  de  la  vigilancia  de  mis  padres,  pero  descubrí  que habían delegado en determinadas  personas,   administrativos  y  profesores,  para  que  me  controlaran  y  les  informaran  de  mi  comportamiento  —dijo  ella,  interrumpiendo  sus  pensamientos—.  Y  pensaba,  de  veras  te lo  digo,  que  el  dinero  que  iba  a  heredar  junto  con  el  rancho  eran  el  modo  de  empezar  a  vivir  mi  propia vida como quisiera y el fin de la autoridad de mis padres. Iba a ejercitar mi libertad por primera vez en la vida.

Hizo una breve pausa.

—Pedro.  Me  encanta  este  sitio.  Aquí  puedo  vivir  como  quiero,  hacer  lo  que  deseo. Es una libertad de la que no he disfrutado jamás y no quiero renunciar a ella.

—Entonces, no lo hagas. Lucha por lo que realmente quieres.

Ella volvió a dejar caer los hombros.

—Aunque mi idea es intentarlo, es más fácil decirlo que hacerlo. Mi padre es un personaje  muy  conocido  e  influyente  en  Savannah  y  tiene  muchos  amigos  jueces.  A  cualquiera  le  resultaría  ridículo  intentar  algo  tan  arcaico  como  obligar a  alguien  a  casarse,  pero  mis  padres  recurrirán  a  la  ayuda  de  sus  amigos  para  que  acabe  accediendo.

Una vez más, Paula se quedó en silencio durante un rato.

—Cuando supe de la existencia  de  Roberto y  le  pregunté  a  mi  padre  por  qué  nunca  me  contó  nada  de  su  vida  aquí  en  Denver,  no  quiso  decirme  ni  una  sola  palabra,  pero  he  estado  leyendo  los  diarios  de  mi  abuelo.  Afirma  que  mi  padre  odiaba vivir aquí. Mi abuela había venido de visita, conoció a Roberto y se enamoró, así  que  nunca  volvió  al  este.  Su  familia  la  desheredó  por  aquella  decisión.  Pero  después de acabar sus estudios en la universidad, mi padre se trasladó a Savannah y buscó  a  sus  abuelos  maternos,  quienes  se  mostraron  dispuestos  a  aceptarlo  de  buen  grado  siempre  y  cuando  nunca  les  recordara  lo  que  ellos  consideraban  una  traición  por parte de su hija, y así lo hizo.

 Entonces Paula enderezó la espalda y esbozó una sonrisa forzada.

—Cambiemos de tema —sugirió—. Pensar en mis tribulaciones ya es de por sí bastante  deprimente  y  has  organizado  una  comida  demasiado  agradable  como  para  que nos vengamos abajo. Disfrutaron del resto del almuerzo y hablaron de otras cosas.

Él le habló de su negocio de cría  de  caballos  y  sobre  cómo  él  y  los  Alfonso de  Atlanta  habían  descubierto que eran parientes a través de su bisabuelo Rafael Alfonso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario