Pedro se quedó pensando en ello después de que su hermano se hubiera ido. No,Paula no era fría. Y, cuando él quería algo, no cesaba hasta conseguirlo.
De camino al aeropuerto, Paula paró en la tienda de sus abuelos. Su vuelo no salía hasta seis horas después, por lo que decidió aprovechar para leer una última vez los contratos que Luna Azul había emitido y asegurarse de que todo estuviera correcto. Por suerte, su abuelo estaba ocupado con clientes y todavía no había tenido que decirle que se iba. Mientras revisaba los documentos, no pudo evitar sentir una oleada de pánico. Lo cierto era que no quería irse de Miami. Y eso hacía que quedarse fuera todavía más peligroso. Necesitaba volver a su rutina y abrir los ojos a la realidad. No podía seguir engañándose en aquel paraíso artificial, haciendo cosas sin sentido, como acostarse con Pedro Alfonso…
—¿Paula? —llamó su primo Rodrigo a su lado—. ¿Te vas? He visto las maletas en tu coche.
—Sí, me voy. Ya he revisado tu contrato. Todo está bien. Quería asegurarme de que Luna Azul no se aprovechara de ustedes en el último momento.
—La abuela dijo que nos avisaría a todos para hacer una fiesta de despedida. Creo que yo no me he enterado.
—Eh… Todavía no les he dicho que me voy —balbuceó ella, sintiendo un nudo en el estómago.
—¿Qué? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
—No me pasa nada. Ya he terminado mi trabajo y no hay razón para que me quede aquí más tiempo.
—¿Y qué pasa con la familia? —preguntó Rodrigo.
—No dejo a mi familia, Rodri. Yo…
—¿Es por el hombre con el que has estado saliendo?
—No. Pedro no tiene la culpa —aseguró ella, pues no quería que su familia lo malinterpretara— Tengo que volver a mi trabajo, eso es todo.
—No te creo. Irte sin decírselo a los abuelos… Algo te pasa, Pau. Dime cómo puedo ayudarte.
—No puedes —repuso ella y abrazó a su primo—. Solo quiero volver a casa.
—¿Acaso es Nueva York tu hogar? No estás siendo honesta contigo misma. No puedes ignorar tus raíces… Tu familia es parte de tí.
—No voy a cambiar de idea —afirmó ella, echando mano de toda su fortaleza.
—Espero que sí lo hagas. ¿Cuándo vas a llamar a la abuela?
—Dentro de unos minutos, cuando termine de leer el último contrato.
—Pues hazlo. No quiero guardarte ningún secreto.
Rodrigo se fue, enfadado. Si su primo reaccionaba así, ¿Qué pensarían su hermano Gonzalo y sus abuelos? ¿Y Pedro? ¿Acaso estaba cometiendo un gran error?
—¡Rodrigo! —llamó ella, antes de que su primo hubiera salido por la puerta, y le pidió que la acompañara a ver su abuela. Por una parte, no quería echarse atrás en su decisión de irse pero, por otra, sabía que debía quedarse.
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