Y lo triste es que no había sabido de la existencia de su abuelo hasta que le notificaron la lectura de su testamento. No le habían avisado a tiempo para que asistiese al funeral y en parte todavía estaba molesta con sus padres por habérselo ocultado.
No sabía que había abierto una brecha permanente entre padre e hijo, pero fuera cual fuese la contienda entre ambos, no debía haberla incluido a ella. Tenía todo el derecho a conocer a Roberto Chaves y lo había perdido. Antes de marcharse de Savannah le había recordado a sus padres que tenía veinticinco años y que era lo suficientemente mayor como para tomar sus propias decisiones. Y tanto el fondo fiduciario que sus abuelos maternos habían establecido como el rancho que acababa de heredar de su abuelo paterno le facilitaban enormemente la tarea. Era la primera vez en su vida que tenía algo realmente suyo. Sería mucho pedir que Miguel y Alejandra Chaves vieran las cosas de ese modo y le habían dejado claro que no era así. No le sorprendería que en ese preciso instante estuviesen visitando a su abogado para buscar un modo de obligarla a volver a Savannah. Pero tenía noticias que darles: aquél era su hogar y tenía intención de quedarse. Si ellos tuvieran voz y voto, ella estaría en Savannah, comprometida con David Pierce. La mayoría de las mujeres considerarían a David, por su atractivo y su riqueza, un buen partido. Y si ella lo pensaba dos veces, también podría verlo así. Pero ése era el problema: que tenía que pensarlo dos veces. Habían salido juntos en muchas ocasiones pero nunca había surgido una conexión entre ambos y ninguna chispa de entusiasmo por parte de ella.
Había intentado explicárselo a sus padres con toda la delicadeza del mundo, pero ellos no habían dejado de imponérselo a la menor ocasión, lo que demostraba lo autoritarios que podían llegar a ser. Y hablando de autoridad... su tío Antonio se había convertido en otro problema. Tenía cincuenta años, era el hermanastro de su abuelo y ella lo había conocido en su primer viaje a Denver para la lectura del testamento. Él pensaba que iba a heredar el rancho y se había sentido muy decepcionado al descubrir lo contrario. También esperaba que ella lo vendiese todo y, cuando había decidido no hacerlo, se había enfadado y le había dicho que su amabilidad se había terminado, que no movería un dedo para ayudarla y que deseaba que descubrirse de la peor de las maneras que había cometido un error. Sentada en la hamaca del porche, pensó que no se había equivocado al decidir hacer su vida allí. Se había enamorado de la finca y no le había costado llegar a la conclusión de que, aunque le habían negado la oportunidad de conocer a su abuelo en vida, conectaría con él a su muerte al aceptar su regalo. Una parte de ella sentía que, aunque nunca se habían conocido, él había adivinado de algún modo la infancia tan desgraciada que había tenido y le estaba ofreciendo la oportunidad de disfrutar de una vida adulta más feliz.
Iba a volver a entrar en la casa para seguir empaquetando las cosas de su abuelo cuando vio a lo lejos a alguien que se acercaba a caballo. Conforme el jinete se aproximaba, lo reconoció y sintió un cosquilleo en la boca del estómago. Era Pedro Alfonso. Se preguntó por qué vendría a visitarla. Le había comentado su interés por la finca y por Hercules. ¿Habría ido a convencerla de que se había equivocado al mudarse allí, tal y como habían hecho su tío y sus padres? ¿Intentaría insistir en que le vendiese la finca y el caballo? Si ése era el caso, su respuesta iba a ser la misma que había dado a los demás. Iba a quedarse y Hercules seguiría siendo suyo hasta que decidiese lo contrario.
—Hola, Pau.
—Pedro—ella alzó la vista hacia los ojos marrones que la observaban y pudo jurar que irradiaban calor. El tono de su voz le provocó un hormigueo en la piel igual que el de aquella otra noche—. ¿A qué se debe esta visita?
—Tengo entendido que has decidido probar como ranchera.
Ella alzó la cabeza, sabiendo lo que vendría después.
—Así es. ¿Algún problema?
—No, en absoluto —dijo él con soltura—. La decisión es tuya. Sin embargo, estoy seguro de que sabes que no te va a resultar fácil.
—Sí, soy consciente de ello. ¿Alguna otra cosa que quieras decirme?
—Sí. Somos vecinos, así que, si alguna vez necesitas ayuda, no dudes en decírmelo.
Ella se sorprendió. ¿Le estaba ofreciendo su ayuda?
—¿Estás siendo agradable porque sigues queriendo comprar a Hercules? Porque si es así, debes saber que todavía no he tomado una decisión al respecto.
Él se puso serio y su mirada se volvió ruda.
—La razón por la que estoy siendo agradable es que me tengo por una persona amable. Y en cuanto a Hercules, sí, sigo queriendo comprarlo, pero eso no tiene nada que ver con mi ofrecimiento.
Paula vió que le había ofendido y se arrepintió de inmediato. Normalmente no era tan desconfiada con la gente, pero se mostraba susceptible cuando se hablaba de la propiedad del rancho porque tenía a mucha gente en su contra.
—Quizá no debería haberme precipitado en mis conclusiones.
—Sí, quizás.
Todas las células de su cuerpo empezaron a estremecerse bajo la intensa mirada de Pedro. En ese momento supo que su ofrecimiento había sido sincero. No entendía bien cómo podía saberlo, pero así era.
—Reconozco mi error y te pido disculpas —dijo.
—Disculpas aceptadas.
—Gracias —y como quería recuperar la buena sintonía que tenía con él, le preguntó—: ¿Cómo te va, Pedro?
No hay comentarios:
Publicar un comentario