Los primeros rayos de sol despertaron a Paula y su primer pensamiento fue para Pedro. Él llamó a su puerta a las siete y media, vestido con una bata y llevando un carrito del servicio de habitaciones.
—Es lo más parecido que he encontrado a desayunar en la cama, teniendo en cuenta que no me invitaste a pasar la noche contigo —dijo él.
—No parecías interesado.
—Culpa mía —reconoció él y la tomó entre sus brazos, dirigiéndose con ella a la cama.
Sin decir nada, Pedro la tumbó y se quitó la bata. Le levantó a ella el camisón hasta la cintura y la penetró, meciéndose en su interior. La sensación de tenerlo dentro de nuevo era exquisita, pensó Paula. Se había acostumbrado a su contacto y le parecía delicioso tenerlo entre laspiernas. De esa manera, ya no se sentía sola. Cuando él se susurró dulces palabras al oído, ella se estremeció, moviendo las caderas a su mismo ritmo. La primera vez que habían hecho el amor, había sido intenso y explosivo. La segunda, había sido dulce y sensual. Pero esa mañana, era como volver a casa, caviló ella, invadida por embriagadores sentimientos. Le arañó la espalda y lo agarró de los glúteos para pegarlo más contra sucuerpo. Él se paró, enterrado en ella, levantó la cabeza y la miró.
—Buenos días.
—Sí, son buenos días —repuso ella, sintiéndose más relajada que nunca.
Era maravilloso hacer el amor nada más despertarse.
—Me gusta que me acaricies —dijo él.
—Y a mí —admitió ella—. Desde el momento en que te ví en aquella sala deespera, tuve ganas de tocarte el trasero.
—Y yo quería tocarte los pechos —confesó él con una picara sonrisa.
Pedro inclinó la cabeza y tomó uno de sus pezones en la boca, chupando con suavidad, mientras tomaba el otro pecho con la mano. Ella arqueó la espalda, tratando de hacer que siguiera moviéndose dentro de su cuerpo, pero él no lo hizo. Esa mañana, estaba decidido a tomarse su tiempo y a volverla loca poco a poco.
—Por favor…
—¿Por favor, qué? ¿No te gusta esto?
—Sí me gusta.
—A mí me encanta —afirmó él, recorriéndole el pezón con la lengua.
Ella no podía pensar. El contacto de su lengua y de su mandíbula con barba incipiente la estaba volviendo loca de placer.
—Por favor…
—¿Por favor, qué?
—Hazme el amor —rogó ella, mirándolo a los ojos.
—Con mucho gusto —replicó él y empezó a mover las caderas de nuevo.
La bestia que tenía dentro despertó y sus movimientos se hicieron más profundos. Despacio,quería que ella sintiera cada centímetro de su erección.
—¿Es esto lo que querías? —preguntó él con voz ronca.
—Sí, más. Sí…
—Paula, eres deliciosa —susurró él y la besó en la boca, moviendo la lengua al mismo ritmo que las caderas.
Ella se agarró a sus hombros para pegarse más a su cuerpo. Una oleada de pequeños orgasmos explotaron dentro de ella, mientras Pedro se movía cada vez más deprisa, llevándola a la cima. Ella gritó su nombre, recorrida por el clímax.
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