—Me he dado cuenta de que tus hermanos y tú está muy unidos. ¿Y tus padres?—preguntó ella.
Quería saberlo todo sobre él. Por Federico , se había enterado de que sus padres habían muerto, pero quería saber más sobre la relación que los hermanos habían tenido con ellos.
—Mis padres están muertos.
—Lo sé, Federico me lo dijo. Lo siento. Sé lo que es perder a tus padres.
—No fue tan malo. Yo casi estaba acabando el instituto y Fede se ocupó de llenar su vacío.
—Supongo, entonces, que no estabas tan unido a ellos.
—La verdad es que no —reconoció él—. Bueno, a mi padre, sí. Él siempre nos sacaba a pasear a mis hermanos y a mí.
—¿Adonde los llevaba? ¿Eran chicos muy revoltosos?
—Nos solía llevar a jugar al golf. O a pasear en su barco. Lo importante es que nos sacaba de la casa. Mi madre solía estar ocupada con sus amistades y no quería tener niños ruidosos por medio.
A Paula le sorprendió un poco escucharlo.
—A mi madre le encantaba tenernos en casa. Mi hermano es diez años menor que yo y, hasta que nació, mi madre solía invitar a mis primos a jugar, para que yo no estuviera sola —recordó Paula, reviviendo lo mucho que se había divertido jugando con sus primos.
—Nosotros nos llevamos todos dos años. Supongo que era demasiado para mi madre. A mi padre le gustaba tenernos con él. Creo que lo que hemos aprendido se lo debemos a él.
Las bebidas llegaron.
—¡Salud! —dijo ella, levantando su vaso.
—Salud.
Ambos le dieron un trago a sus bebidas y dejaron los vasos.
—¿Qué te parecía que tu padre fuera jugador de golf profesional?
—¿Por qué me haces tantas preguntas?
Paula no supo qué responder. La verdad era que le había dolido que se fuera de su casa antes y quería conocerlo mejor para saber cuál era su talón de Aquiles. Pero no podía decirle eso.
—Tú conoces a mi familia, pero yo no sé nada de la tuya.
—De acuerdo. Pregunta.
—¿Cómo se llamaba tu padre?
—Horacio Alfonso.
—Nunca he oído hablar de él.
—Era famoso entre los aficionados al golf. Mi madre y él murieron cuando su jet privado se estrelló de camino a un campeonato.
De pronto, Paula cayó en la cuenta de quién era su padre. Recordó haber leído sobre la tragedia.
—¡Ah! Lo leí en los periódicos.
—Debería haber empezado por ahí. Mi padre fue más famoso cuando murió que en vida.
—Siento no haber reconocido su nombre.
—No pasa nada. Le pasa a la mayoría de la gente —aseguró él, tomándole la mano.
Había sido un día muy largo, pensó Pedro. Estaba deseando terminarlo, pero no quería dejar a Paula. Sin embargo, sabía que tenía que hacerlo. Pasar la noche con ella en su yate había sido una cosa, pasar la noche juntos en el hotel sería muy diferente. No confiaba en sí mismo.
—Gracias por quedar conmigo —dijo él.
—¿Ya te has cansado de hablar de tu familia?
—Sí. No me gusta hablar del pasado. Prefiero mirar hacia delante. Eso es lo que estamos haciendo con nuestra alianza.
—¿Qué alianza?
Era una buena pregunta.
—El mercado nos ha unido.
—Es verdad. Si mi abuelo no hubiera pensado que eras un embaucador, nuestros caminos nunca se habrían cruzado.
Pedro frunció el ceño, pensando que ella tenía razón.
—Supongo que fue cosa del destino.
—Yo no creo tanto en el destino —se burló ella.
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