martes, 3 de octubre de 2017

Inevitable Atracción: Capítulo 26

Paula atravesó Miami en su coche como si el mismo diablo la estuviera persiguiendo. No quería pensar. Pedro representaba una parte de ella que no quería aceptar. Paró en el estacionamiento de Luna Azul. No había mucha actividad por allí. Tenía una cita con el hermano mayor de Pedro, Federico. Había oído rumores de que él había sido quien había criado a sus hermanos menores después de que sus padres hubieran muerto. Federico tenía veinte años entonces. Colocándose las gafas de sol sobre la cabeza, entró en Luna Azul. Estaba fresco y frío. Era una enorme sala de fiestas. El edificio había sido una fábrica de purosa comienzos del siglo XX. Tuvo que admitir que los hermanos Alfonso habían mejorado esa parte del barrio.

—Tú debes de ser Paula.

Ella levantó la vista mientras Federico Alfonsose acercaba. Tenía la misma altura que Pedro y su misma mandíbula fuerte y masculina, pero no se parecían en nada más.Pero era más guapo. Federico tenía los ojos negros y el pelo le llegaba hasta los hombros.

—Lo soy. Y tú debes de ser Federico—repuso ella, tendiéndole la mano.

Federico se la estrechó con suavidad.

—Me alegro de que pudieras venir. Quería que vieras lo que he estado haciendo aquí durante los últimos diez años y por qué es importante que pongamos en marcha el proyecto del mercado, para revitalizar la zona igual que hicimos con el club.

—Nadie duda de que tienes dinero para hacer que cualquier proyecto funcione. Lo mismo le he dicho a Pedro. La familia Chaves  está preocupada porque destruyan un lugar de encuentro vital para la comunidad cubana para convertirlo en un centro comercial de lujo. No nos interesa atraer celebridades, lo que queremos es que nuestras familias sigan teniendo dónde reunirse y comprar sus verduras.

Federico ladeó la cabera.

—Veo que has heredado la vehemencia de tu abuelo.

—Me halagas. Pero no soy ni la mitad de obstinada que él.

Federico se rió. Entonces, Paula pensó que era un buen hombre. No a causa de su risa, sino porque había pedido reunirse con ella. Sospechaba que lo que intentaba era hacer que el comité de vecinos viera el lado humano de Luna Azul.

—Yo he crecido aquí, en Fisher Island, Paula… Subamos a la azotea. Quiero mostrártela.

—Y yo quiero verla. Mi hermano pequeño me ha dicho que quiere pinchar música aquí y que ha oído que, en la azotea, ponéis ritmos latinos.

—Así es. Empezamos todas las noches con un par de bailarines profesionales quedan clases de salsa. Luego, se forma una fila de conga para que todo el mundo salga ala pista.

—Suena divertido. Gonzalo también me dijo que la mayoría de la gente que contratan  no es del barrio.

—Es verdad —admitió Federico—. Cuando abrimos el club, encontramos tanta oposición en la comunidad que nadie quería venir a trabajar aquí. Tuve que buscar bailarines y pinchadiscos fuera de Pequeña Habana. Pero eso está empezando a cambiar.

Por primera vez, Paula comprendió de verdad lo difícil que debía de haber sido para los Alfonso desembarcar allí y tratar de abrir su sala de fiestas. Y, cuando salieron del ascensor se quedó impresionada por lo que veía. Se sintió sumergida en una de lasfotos de su abuelo en la vieja Habana.

—Es precioso —dijo ella—. A mi abuelo le encantaría. Se parece al patio donde mi abuela y él se conocieron.

—Gracias —repuso Federico—. Nos hemos esforzado mucho en tratar de captar el aroma de la vieja Habana.

—Pues lo han conseguido. ¿Por qué eligieron  esta zona? Podían haber abierto el club en el centro de Miami o en South Beach. Allí no habrían encontrado resistencia.

—Quería ser parte de esta comunidad —explicó Federico con los ojos perdidos en el horizonte—. Cuando era niño, tuve una niñera de Pequeña Habana, María. Solía contarme historias de Cuba todas las noches.

—Oh, qué bonito. ¿Entonces lo hiciste por ella?

Federico arqueó una ceja con un gesto que a Paula le recordó a Pedro. Lo cierto era que, por mucho que se esforzara, no podía quitarse a Pedro de la cabeza. Estaba claroque no iba a ser tarea fácil.

—Lo hice porque este edificio salió a la venta y era una ganga. Pedro seguía estudiando en la universidad y Diego todavía no había triunfado en el béisbol. Yo tenía las historias de María y un edificio que podía costearme y decidí que igual era una buena oportunidad para hacer dinero.

—Bastante arriesgado —comentó ella.

Federico asintió y, a pesar de que se suponía que era el enemigo, Paula comprendió que él y su familia se habían asentado en ese barrio igual que el resto de sus habitantes: buscando una oportunidad de echar raíces y hacer fortuna.



El sol de Florida brillaba con fuerza mientras Pedro conducía su carrito de golf. A su lado, Sergio le hablaba de la cercana graduación de su hija, que lo estaba volviendo loco.

—Pensé que los niños eran más fáciles cuando aprendían a andar.

—Eso es una mentira que los padres dicen a los demás para animarlos a ser tandesgraciados como ellos —repuso Sergio con una carcajada.

—Sé que, si pudieras volver atrás en el tiempo, volverías a tener a tu hija.

—Claro. Es una chica estupenda. Lo que pasa es que, desde enero, está de los nervios. Le cambia el humor y pasa de ser madura y racional a ser más caprichosa de lo que era con seis años. Es una locura. Pero no quiero aburrirte con eso.

—No me importa oírte hablar de tu familia —aseguró Pedro—. Me ayuda a comprender cómo son las vidas de la gente que no es como yo.

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